Lo peculiar de ese carisma y de esa misión, como sucede con cualquier carisma, proviene del don de Dios, primero a San Josemaría como fundador, luego a sus hijas e hijos espirituales, y también a todos los que de él participan en mayor o menor medida.
El hecho de que ese carisma dé lugar a una prelatura no es fruto de una simple decisión basada en motivos de conveniencia, sino que deriva de la realidad misma de ese carisma, que comporta necesariamente la conformación de una comunidad de fieles jerárquicamente estructurada.