Isaac nació en Argés, un pueblo de Toledo. Sus padres se casaron muy jóvenes y se divorciaron cuando él tenía apenas tres años. Tras la ruptura, su padre se trasladó por motivos laborales a Alicante donde trabajó como cartero hasta que se jubiló. Su madre continuó con el negocio familiar de peluquería en el pueblo. Intentó rehacer su vida con otro hombre, pero no funcionó.
Debido a la complicada relación con sus padres, Isaac se crió y creció con sus abuelos maternos, que vivían en la casa de al lado. Lo adoraban y le consentían todo. Su abuela, una mujer “de rosario en mano y Misa diaria”, como él dice, se convirtió en su principal referente de fe y en una figura central en su vida.
“Mi abuela siempre estaba ahí, con su fe sencilla pero firme, transmitiendo ese amor a Dios casi sin darme cuenta”, recuerda Isaac. Su abuela no sólo le propiciaba un entorno de amor y estabilidad en medio de la incertidumbre familiar, sino que además se convirtió en un faro de luz que más tarde guiaría su camino hacia la fe.
Isaac nunca fue un buen estudiante; prefería jugar al fútbol y ver la tele antes que sentarse a estudiar. Durante su adolescencia empezó a salir con la cuadrilla del pueblo y a asistir a fiestas, botellones y excesos juveniles. Tuvo que repetir algunos cursos. No tenía límites ni restricciones en su vida.
Al terminar la secundaria, se matriculó en un grado medio de electrónica y comenzó a trabajar en una empresa de telefonía y a ganar su primer sueldo. Hacía lo que quería y se compraba las cosas de las que se iba encaprichando: primero una moto, luego un coche deportivo y más tarde un apartamento en la playa: “Buscaba la felicidad en todas estas cosas y, sin embargo, sentía un gran vacío en mi interior. Me sobraba mi coche, me sobraba mi moto, y me sobraba todo”.
Primeros pasos hacia la fe
La mayoría de las amistades que forjó durante esos años fueron muy superficiales, de diversión y desenfreno, hasta que un verano volvió al pueblo un chico que había sido seminarista y se sumó al grupo de amigos. Era el único que les hablaba de la parroquia y les invitaba a asistir al grupo de jóvenes, aunque Isaac siempre le daba largas para no ir.
Un día acabó yendo y conoció a un sacerdote muy joven, de Toledo, involucrado con los jóvenes, y con el que conectó. Hablaron mucho y este sacerdote terminó invitándolo a una peregrinación a Fátima. Le dijo que se lo pensara, que fuera a su ritmo y a su aire, pero que le haría mucho bien. Isaac se lo tomó al pie de la letra y siguió tan a su aire que no volvió a pisar la parroquia en todo el año.
Pero sin saber de nuevo cómo ni por qué, le entraron muchas ganas de ir a Fátima y terminó organizando un viaje para sumarse a parte del plan con cuatro amigos. Allí vio por primera vez la fe vivida de manera auténtica y alegre por otros jóvenes. Ellos no necesitaban emborracharse para pasárselo bien. El ambiente que se respiraba le dejó tocado por dentro. Volvieron de Fátima pero Isaac siguió su vida como antes, cada vez más absorbido por su trabajo. Poco tiempo después se trasladó a Pamplona para hacer realidad sus aspiraciones profesionales.
Dios saca bienes hasta de los males: la película “Camino”, su punto de inflexión
El punto de inflexión se produjo de la forma más inesperada y sorprendente. Un día, viviendo ya en Pamplona, alquiló una película para descansar y ventilarse después de trabajar. Se trataba de “Camino”, un filme que cuenta de forma distorsionada la historia de Alexia, una chica que falleció a los 14 años con fama de santidad tras una dolorosa enfermedad, y proclamada por la iglesia venerable. Aunque la película le llevó a una fuerte discusión con personas cercanas a su familia sobre la naturaleza de la Iglesia y del Opus Dei, despertó en él un deseo profundo por conocer a Dios.
Isaac quedó impresionado por la serenidad y la alegría con la que Alexia y su familia enfrentaban una situación tan difícil. “Si ellos pueden encontrar tanta paz y alegría en medio del sufrimiento” -razonaba- “quiero entender qué es y cómo puedo tener eso en mi vida. Yo quiero conocer al Dios de esta gente, yo quiero ser feliz como ellos”. Le cuestionaban si esta alegría era genuina o si era una fachada. “¿Y si solo es una imagen que quieren mostrar al mundo? ¿Cómo sabes que es real?”. Él, aunque no estaba familiarizado con el Opus Dei, se acordaba de su abuela y sentía que no podía juzgar a la organización solo por opiniones externas: “No creo que sea justo juzgar sin conocer. Quiero aprender más y hacerme mi propia opinión”, les rebatía.
La película pasó a ser un punto de inflexión. Dios se sirvió de ella para buscarle. Para Isaac, encontrar respuestas al sentido de la vida y experimentar la misma alegría que vio en Alexia y su familia, pasaron a ser su prioridad.
En busca de respuestas
Empezó a buscar información por internet. Quería conocer su verdadera historia. Se compró todos los libros que encontró sobre Alexia, y tras leer la biografía escrita por Miguel Ángel Monge, capellán de la Clínica Universidad de Navarra que le atendió en los últimos momentos de su enfermedad, decidió ir allí -ya que estaba en Pamplona- en busca de alguien que pudiera ayudarle a conocer a ese Dios capaz de transformar el dolor y la enfermedad en alegría y amor.
Pasaron meses hasta que se armó de valor y fue a la Clínica. Nada más llegar se dirigió al mostrador de información a preguntar por un sacerdote. Tras varias llamadas sin obtener respuesta, le sugirieron que volviese otro día porque estaría atendiendo a algún enfermo. Isaac se encogió de hombros y se dio media vuelta. A punto de cruzar la puerta de salida, le llamaron: el sacerdote acababa de volver al despacho y estaba disponible.
Allí se plantó Isaac, sin saber muy bien por dónde empezar. Le hizo un resumen de su vida, le explicó la inquietud que tenía tras haber visto la película “Camino” y su deseo de recibir formación cristiana. El sacerdote, tras escucharle, le dio el teléfono de una persona del Opus Dei para que le llamara de su parte y le pidiera recibir catequesis. Y así lo hizo. Paco, esa persona, a partir de ese momento, se convirtió en un gran amigo. “Es un guía increíble, siempre dispuesto a escuchar y a ayudarme a encontrar respuestas”, concluye Isaac.
Ese invierno, cuando acudió al pueblo, la gente no entendía qué le pasaba, a qué se debía ese cambio de vida tan llamativo. Isaac solo quería estar con sus abuelos y con el sacerdote de Toledo con el que había hecho amistad, con quien se confesó después de mucho tiempo. Dejó de beber, de salir de fiesta, vendió su moto y su apartamento en la playa, dispuesto poco a poco a vaciarse de su anterior vida para llenarse ahora de Dios.
Desafíos y superación
Pero el camino de conversión no estuvo exento de dificultades. Tuvo que dejar atrás hábitos y relaciones que no le beneficiaban. “Podía haberme ido a trabajar a Ibiza, pero no, Dios me daba la gracia de decir que no”, explica. La oración, la confesión y la dirección espiritual se convirtieron en sus pilares para mantenerse firme en la fe y encontrar esa paz interior que tanto deseaba. Comenzó a participar de forma regular de las actividades de la parroquia y a dar a los demás todo eso que él estaba recibiendo e incorporando a su vida. Conoció a un grupo de jóvenes de su edad con los que empezó a entablar una gran amistad.
“En esta época solo leía libros de espiritualidad y biografías de santos”, recuerda Isaac. “Lo demás me parecía una pérdida de tiempo, ¡y ya lo había desaprovechado demasiado…!”. Así, entre estas lecturas, conversaciones con Paco y el grupo de jóvenes de la parroquia, fue conociendo a Dios; a ese Dios al que su abuela rezaba, a ese Dios capaz de sostener con fortaleza y alegría en medio de la enfermedad a una adolescente de 13 años, a ese Dios que tanto anhelaba su corazón.
“Yo le miro y Él me mira”
Paco un día, tras explicarle el misterio de la Eucaristía, lo llevó a la capilla de adoración perpetua de Pamplona: “Mira, aquí está Jesús. Él está presente 24 horas al día, 365 días al año. Puedes venir aquí en cualquier momento para hablar con Él, descansar y simplemente estar en su presencia”. Estuvieron unos minutos e Isaac recuerda que sólo quería salir de allí, era como si el banco le pinchara. Pero ese mismo día, después de cenar, sintió la necesidad de volver. Y allí, sentado en el último banco de la capilla se pasó un buen rato descansando en la presencia de Dios. “Me sentí increíblemente feliz, como cuando uno está enamorado”.
Y noche tras noche después de cenar, Isaac comenzó a rezar delante del Santísimo, a menudo quedándose hasta la una o las dos de la mañana. “Al principio, no sabía qué decir ni qué hacer. Solo me sentaba y miraba al Señor, y sentía que Él me miraba a mí”. En esas horas silenciosas, encontraba un profundo consuelo y conexión con Dios.
El renacer: un retiro
Animado por el párroco, Isaac se apunta a un retiro de Emaús. Acude con una mezcla de expectativas y curiosidad. Lo describe como una experiencia transformadora: “El Señor estaba en todo esto, descubrí con mayor profundidad el valor de la Misa y la dirección espiritual. Fue como si Dios estuviera abriendo cada puerta en mi vida, guiándome paso a paso”. En aquellos momentos de oración y de silencio “sentí una tranquilidad inmensa, como si todas mis preocupaciones se desvanecieran en la presencia de Dios”.
“También me confesé con un sacerdote que me ayudó a ver la misericordia de Dios de una manera nueva. Salí de allí sintiéndome renovado y en paz”, recuerda Isaac, “y tuve la gracia de Dios de perdonar de verdad a mis padres”. Los testimonios de otros participantes del retiro también jugaron un papel crucial en su experiencia: “Escuchar cómo otros habían encontrado a Dios en sus vidas me dio esperanza y me hizo sentir que no estaba solo en mi búsqueda. El retiro me dio las herramientas y el valor para seguir adelante. Fue un verdadero renacimiento para mí”.
Sanar y fortalecer los lazos familiares
La fe renovada de Isaac no sólo transformó su vida, sino que también reparó y fortaleció sus vínculos familiares, poniendo de manifiesto el poder sanador de la fe. Tras el retiro Isaac se dispuso a retomar el trato con sus padres. Quería que ellos también pudieran tener a Dios en su vida, aunque sabía que para eso había que rezar y dar muchos pasos previos, entre otros, estar más presente en sus vidas y contarles su propia experiencia. Y así lo hizo.
Después de muchas conversaciones con su madre, paseos, comidas y compartir sus descubrimientos, la invitó a asistir a un retiro similar al que él había hecho en Pamplona. Ella aceptó y así comenzó su proceso de sanación y perdón. “Mi madre después del retiro, comenzó a cambiar. Se unió a un grupo de mujeres separadas en Toledo y fue en peregrinación a Roma, donde tuvo una audiencia con el Papa”, comenta Isaac emocionado. “El año pasado le diagnosticaron un tumor, del que finalmente falleció, pero pudo despedirse y pedir perdón a todos. Estuve allí cuando falleció, pude acompañarla en sus últimos momentos y fue muy bonito reconciliarnos”, recuerda Isaac.
La relación de Isaac con su padre también mejoró significativamente. Aunque su padre vivía en Alicante y no tenía una relación cercana, buscó la forma de conectar con él. Tras verse en varias ocasiones, le propuso hacer el Camino de Santiago como un medio para conocerse mejor. “Le dije a mi padre que nos viéramos al menos una vez al año y que hiciéramos algo juntos, y decidimos hacer el Camino de Santiago”, explica Isaac. Y eso hicieron durante varios veranos seguidos. “Empezamos con la ruta desde Sarria, luego hicimos el Camino Portugués y varias etapas más”. Durante una de ellas, Isaac llevó a su padre a su parroquia, donde lo presentó a su comunidad y lo animó a confesarse y participar en la misa. “Mi padre se confesó y asistió conmigo a misa diaria durante el camino. Fue una experiencia preciosa", recuerda Isaac.
El discernimiento de su vocación, ¿qué quiere Dios de mí?
Isaac comenzó a participar en convivencias, campamentos y peregrinaciones con sus amigos de la parroquia. Y allí nació su admiración y cariño por Tere. “Desde el primer momento, supe que había algo especial en ella. Su forma de vivir la fe era inspiradora", recuerda. “Compartíamos muchos intereses y una visión similar de la vida y la fe".
Pero Isaac quería hacer ante todo la voluntad de Dios, convencido de que seguirla era lo mejor para él y lo que le llevaría a alcanzar la felicidad plena. A medida que avanzaba su relación, Isaac y Tere comenzaron a discernir si el matrimonio era el camino que Dios quería para ellos. “Nuestra comunidad fue fundamental. Nos apoyaron y nos dieron ejemplos de matrimonios sólidos basados en la fe. Nos comprometimos a rezar juntos y a pedir a Dios que nos mostrara su voluntad. Queríamos estar seguros de que nuestro camino estaba alineado con sus planes”.
Él tenía sus miedos, en parte debido a la inestabilidad de su propia familia. “Conmigo llevaba a cuestas la mochila de mi pasado, que incluía relaciones anteriores, errores cometidos y heridas no sanadas. Sentía que mi mochila estaba llena de cosas que no quería que afectaran a mi futuro con Tere”, explica Isaac. “La idea de comprometerme y tal vez enfrentarme a un fracaso similar al de mis padres me aterraba. También me preguntaba si tenía lo necesario para ser el hombre que Tere merecía, si podría ser un buen padre y mantener una familia unida. Pero Tere me apoyó incondicionalmente, y su fe en nosotros me dio la fuerza para seguir adelante”. Fue un tema que ambos trataron en la dirección espiritual. “En mi caso, el sacerdote me ayudó a ver que el matrimonio es una vocación sagrada y que, si estábamos llamados a ella, debíamos abrazarla con todo el corazón. Y que, con su gracia, podía superar mis miedos y ser un buen esposo y padre”.
Isaac y Tere asistieron a un retiro de discernimiento para parejas, donde pudieron reflexionar más sobre su relación y su posible futuro juntos. “El retiro fue un tiempo precioso para nosotros. Pude sentir la paz de Dios confirmando que Tere era la persona con la que debía compartir mi vida”. Isaac le propuso matrimonio a Tere en un momento de oración compartida, simbolizando su deseo de construir su vida juntos sobre la base de su fe común. “Fue un momento lleno de emoción. Sabíamos que Dios estaba con nosotros en esa decisión”. Después acudieron a los cursos prematrimoniales: “Queríamos asegurarnos de que nuestro matrimonio comenzara con una base sólida. La preparación prematrimonial nos ayudó a entender mejor lo que significaba este sacramento”.
“Solo puedo dar gracias a Dios y a Alexia”
Ahora Isaac y Tere son marido y mujer, tienen 3 hijos y el cuarto está en camino. Su vida no está exenta de dificultades y problemas, como la de todos los matrimonios jóvenes con niños pequeños, que hacen el pino para llegar a fin de mes, compatibilizar el trabajo con las responsabilidades familiares, sobrevivir a las noches sin dormir, gestionar las idas y venidas al colegio y guardería…
Pero su amor y su confianza en Dios les ayuda día a día a superarlas. Por eso Isaac se siente un privilegiado que solo puede dar gracias a Dios y a Alexia, de la que en cierto modo se siente en deuda con ella.