Oncólogo, ¿una vocación para valientes?
Desde joven tuve claro que lo mío era la medicina, y todo el sentido “humano” que la envuelve, más aún en esta sociedad donde el valor por la persona pasa por sus horas más flacas. Creo que la decisión de optar por la oncología se inició y reafirmó en los numerosos veranos que pasé en Irlanda como monitor de un campamento de niños con cáncer y en donde pude percibir el calor y cariño que estos enfermos te trasmiten y lo mucho que puedes hacer con una simple sonrisa.
¿Qué más te atrajo?
Por supuesto, la ciencia, el conocimiento y entendimiento de la fisiopatología humana, la investigación… creo que la oncología es la especialidad en donde mejor se refleja la fusión entre el humanismo y la ciencia.
"Mi reto no es sólo conseguir la curación del cuerpo, es importantísimo trasmitir al enfermo ilusión y esperanzas"
¿A tus años, se tiene ya cierta experiencia?
He tratado ya a miles de pacientes, detrás de los cuales hay toda una vida, una familia y numerosos problemas que resolver, no sólo los médicos. Cuando a una persona se le dice que tiene cáncer, el mundo se le viene abajo y con frecuencia queda sumido en un estado de depresión y miedo. Y es ahí cuando comienza el trabajo, pues mi reto no es sólo conseguir la curación del cuerpo, es importantísimo trasmitir al enfermo ilusión y esperanzas. La lucha contra esta enfermedad, habitualmente, es una carrera de fondo en la que tenemos que comenzar con ánimo y fuerzas para poder llegar a la meta.
¿Qué cosas ayudan a llevar mejor esta dura enfermedad?
Los pacientes que tienen fe y visión sobrenatural afrontan el camino con mayor optimismo y espíritu de lucha. Pero el Señor nos quiere como lo que somos, sus hijos, y con frecuencia sabe tirar de nosotros cuando peor lo pasamos. En muchas ocasiones he visto pacientes muy alejados de Dios en donde la enfermedad se ha convertido en un encuentro personal con Jesucristo, uniéndose a su cruz y sobrellevando con más ímpetu y esperanza su situación.
¿En este trabajo, sólo hay sufrimiento?
También hay grandes alegrías, y en un gran porcentaje los pacientes reciben el tratamiento tras una cirugía con intención preventiva, para evitar que tengan recaídas. En otros casos, el cáncer no se diagnostica a tiempo y el tratamiento que instauro es paliativo, para mejorar la calidad de vida y aumentar la supervivencia. La relación con los enfermos se hace muy intensa, y desde el comienzo hay que ganarse su confianza y cariño para poder afrontar temas más allá de lo meramente médico. Yo intento facilitar la atención espiritual, debiendo formar parte del tratamiento integral desde el inicio, y más expresamente en las etapas finales de la enfermedad, cuando la muerte se hace presente. Es en estos momentos cuando se hace más necesario esa ayuda que puede cambiar el ánimo y proporcionar el único consuelo que realmente les llena. ¡Es tan diferente la actitud de una persona creyente y la forma de afrontar el duro trance que supone dejar este mundo!
"En muchas ocasiones he visto pacientes muy alejados de Dios en donde la enfermedad se ha convertido en un encuentro personal con Jesucristo"
¿Es fácil inculcar este sentido espiritual?
No te puedes hacer idea cómo reconforta a los enfermos terminales el hablarles de Dios, de su amor, de la fiesta que les espera en el cielo. Hay familias que ponen impedimentos si el cura hace una visita al enfermo o le ofrece la unción de enfermos, por si éste se va a angustiar pensando que la muerte es inminente. Les comento cómo el hombre es cuerpo y alma, y la salud del alma repercute en la del cuerpo. Cuántas veces he visto mejorías físicas –menos dolor, apatía, angustia…– después de recibir la unción de enfermos, o de una confesión tras muchos años alejado de Dios. Y cómo una conversación sincera, sin tapujos, con naturalidad, sobrenatural, hablando del más allá es realmente lo que les sacia, lo que les da la vida en una situación premortem.
¿Algún ejemplo?
Hace muy poco, al visitar a una paciente joven en situación terminal, creyente, y conocedora de su situación, me puse a hablar de lo bien que estaba acompañada no sólo de su familia terrena, sino de nuestra Madre del cielo, y del cariño tan profundo que Jesús tenía por los enfermos. Vi cómo se le encendieron los ojos, como se le alegró la cara. Rápidamente sacó su rosario y lo agarró con todas sus fuerzas, cómo tratándome de expresar lo mucho que le rezaba a la Virgen.
¿Haces esto de modo habitual?
Cuando visito a los enfermos, siempre me fijo en esos detalles: si tienen el rosario colgado en la cama o en su mesilla, o una estampita del santo o de la Virgen de su pueblo y así poder entablar una conversación sobre Dios. En muchos casos suele suceder que están alejados de Dios, que no practican, pero de pequeños sus padres les trasmitieron unas creencias sólidas, y todo deja huella. Y te llevas sorpresas, como gente que se ha confesado tras muchos, muchos años. Por ejemplo, el mes pasado, tuve un paciente diagnosticado de un tumor muy avanzado y refractario a los tratamientos. Estaba separado, alejado de Dios. Era una buena persona, monaguillo en su parroquia de niño, y tras varios días en los que me gané su confianza, pude mantener una conversación muy profunda con todo el cariño y comprensión.
¿En estas situaciones, hay enfermos que desean morir?
"En los Congresos mi ángel de la guarda siempre se las ingenia para encontrarme una iglesia con un horario de Misa ajustado a mi agenda de trabajo, aunque sea a costa de un gran madrugón"
En este ambiente actual, donde impera desde arriba la “cultura de la muerte”, en todos mis años de profesión nadie me ha pedido realizar eutanasia. El enfermo quiere vivir con buena calidad de vida, sin dolor ni sufrimiento. En ocasiones, cuando atiendes pacientes con un dolor insoportable, lo único que quieren es “morirse”. Pero una vez aliviado el dolor, ansían la vida como el que más.
¿También viajas por el mundo?
Los congresos médicos además de permitirnos profundizar en nuestros conocimientos y trasmitir los avances en la medicina, son una excelente forma de conocer nuevos colegas y, por qué no, de hacer apostolado. En muchas ocasiones, sólo la coherencia de vida y la naturalidad son la mejor forma de poder entablar una conversación con un telón de fondo sobrenatural. La gente se sorprende que vayas a Misa o entres en una iglesia a rezar. Además, mi ángel de la guarda siempre se las ingenia para encontrarme una iglesia con un horario de Misa ajustado a mi agenda de trabajo, aunque sea a costa de un gran madrugón. Un ejemplo es el último congreso al que asistí el pasado mes de marzo en Copenhague: de las dos iglesias católicas que hay en la ciudad, una estaba justo al lado de mi hotel, y la Misa era a las 8 de la mañana, – en algunas ocasiones he de levantarme a las 5– por lo que pude asistir todos los días. Y esto no es un ejemplo aislado. En Estados Unidos, donde las distancias son enormes, en ciudades como Chicago, Miami, Atlanta, Nueva York… siempre he tenido la suerte de poder ir a Misa y realizar los actos de piedad a que estoy acostumbrado.
Estuviste en Belgrado y Houston…
Sí. En Belgrado parecían los años 50: enfermos hacinados en grandes pabellones, con pésimas condiciones higiénicas y sin equipo adecuado. Comentaban que cuando las bombas caían sobre la ciudad, con riesgo de muerte inminente, sólo les ayudaba rezar y sentirse queridos por Dios. En Houston pasé varios meses formándome en uno de los mejores hospitales oncológicos del mundo. Allí se vivía casi lujosamente. Coincidí con varios españoles, algunos muy famosos. También lo que más les reconfortaba era Dios.
¿No te sientes un poco solo en esos Congresos?
Mis viajes por el extranjero me han servido también para comprobar que la Obra es una gran familia, que te acoge allá donde estés, y en la que te sientes como en casa. Apenas notaba diferencia de estar en un centro en Dublín, en Budapest, o en Varsovia, al de Valladolid. El cariño, la simpatía, el ambiente acogedor y tantas costumbres eran tan similares que me sentía muy acogido, y comprobaba ese carácter universal del que tanto hablaba San Josemaría.
¿Y la atención a tu familia?
Tengo cuatro hijos y son bastante pequeños. Gracias a Dios, mi mujer y yo contamos con un gran apoyo al tener nuestras familias en Valladolid, pues los dos trabajamos fuera de casa. Intentamos que los niños desde pequeños vayan aprendiendo las costumbres cristianas, rezando en familia, para que el hogar sea, como decía recientemente Benedicto XVI, Iglesia doméstica. Y aquí cuento con el pilar más importante de mi vida: Virginia, mi mujer.
¿También descansarás, supongo?
"He aprendido a encontrar a Dios en todos los frentes de mi vida: en el trabajo, en la familia, con los amigos, en los momentos de ocio, etc. Y eso me estimula para procurar ser mejor como profesional, como marido, como padre, como amigo…"
Con este trabajo tan bonito pero estresante y con una carga emocional tan intensa, intento hacer pequeñas escapadas a la montaña, en donde de alguna manera me siento “más cerca de Dios” por eso de estar en las alturas, y puedo contemplar con más proximidad su majestuosa obra creadora. Un amigo y yo hemos creado un grupo de montaña al que llamamos “tercer domingo de mes”, pues fijamos ese día del mes para salir al monte. Nuestro punto de encuentro es una Misa temprana. Luego en un par de horas ya estamos el monte. En ese ambiente resulta muy natural hablar de Dios con mis amigos.
En definitiva…
En la carrera de medicina aprendes mucha ciencia, no así la adecuada formación bioética y cada vez se percibe un menor carácter humanista. Tengo la suerte de recibir formación humana y doctrinal de forma regular en el Opus Dei, que me sirve de guía y referencia para afrontar muchas situaciones dramáticas que no se pueden resolver con la mera formación académica. También he aprendido a encontrar a Dios en todos los frentes de mi vida: en el trabajo, en la familia, con los amigos, en los momentos de ocio, etc.…Y eso me estimula para procurar ser mejor como profesional, como marido, como padre, como amigo…