Pedir a la Virgen por la Iglesia

​“Supliquemos a Nuestra Señora -pide don Álvaro- que sean muchas, muchísimas, las almas que entren en la Iglesia Santa, o que a Ella vuelvan si se habían alejado.”

“Para este tiempo mariano deseo tomar ocasión de la protección, que nos dispensa la Virgen, con el fin de animaros y de animarme a poner más cariño en las (…) costumbres marianas. Me he hecho este razonamiento: todas las fiestas de Nuestra Señora nos traen una dimensión nueva, un impulso para comprender la magnanimidad y la misericordia divinas. Las diversas advocaciones de Santa María, al paso que son invitaciones a honrarla más, nos mueven a desentrañar –con la ayuda del Espíritu Santo– las insondables riquezas que la Trinidad Santísima guarda para la familia humana.

Sé que en (…) todos –otro tanto me ocurre a mí– se agolpa la piedad mariana que vivió nuestro Padre [san Josemaría], y deseamos que por esos caminos discurran nuestros pasos: así sentiremos diariamente, y en cada jornada con mayor actualidad, la urgencia de cargar con las necesidades de la Iglesia, a la que queremos dedicar completamente nuestra entera existencia. (…) Pidamos a la Virgen, Madre de la Iglesia, que sepamos convertir nuestras vidas y nuestras ambiciones en ansias de que la humanidad –¡no lo miréis como una utopía!– se reúna en el único redil que Cristo ha instituido.

Si, como enseña el magisterio de la Iglesia, Santa María no cesa de prestar sus maternales cuidados a los hermanos de su Hijo que aún peregrinan en la tierra, supliquemos a Nuestra Señora que sean muchas, muchísimas, las almas que entren en la Iglesia Santa, o que a Ella vuelvan si se habían alejado.” (Carta, VII-1987, 306)