Me metí a Google y aprendí a inyectar a mi esposo, enfermo de Covid-19

El 12 de mayo del 2020 mi esposo Raúl comenzó a sentirse con alergia, estornudando bastante; el Covid-19 ya estaba haciendo estragos en Nicaragua.

El 12 de mayo del 2020 mi esposo Raúl comenzó a sentirse con alergia, estornudando bastante. El Covid-19 ya estaba haciendo estragos en Nicaragua, por eso, Raúl me dijo inmediatamente que nos separaríamos de habitación por si acaso podía ser ese virus.

Pasó ese día sin más novedad. Los dos días siguientes transcurrieron “normales”, sólo sintiendo como un catarro. Le di un antihistamínico para los síntomas de la alergia que sentía.

Al cuarto día (viernes), Raúl comenzó a sentirse "malito", con algo de fiebre. Le puse el termómetro y ya indicaba 37.5 grados centígrados. Le avisé al doctor y me dijo que lo observara. Al día siguiente (sábado) le subió la fiebre a 38.30 grados centígrados, de modo que llamé al médico y me dijo que el domingo lo llevara al hospital para hacerle pruebas de PCR, además de otros exámenes para detectar si se trataba o no de Covid-19. En ese momento no había mucha información sobre cómo determinar si el paciente había contraído el virus.

La temperatura le subió durante la noche del sábado a 40 grados centígrados. Los exámenes salieron alterados, así que el doctor me indicó llevarlo el lunes a que le tomaran radiografías de pulmones, las cuales arrojaron un cuadro típico del Covid-19. Inmediatamente, comenzamos el tratamiento que indicó el doctor. Yo le decía al Señor: “ayúdame que sola no puedo hacerlo". Le avisé a mis amigas supernumerarias y todas se unieron en oración por mi esposo.

Diariamente que me despertaba sentía seguridad, como si alguien estuviera a mi lado todo el tiempo; me sentía acompañada. Sé que eran las oraciones las que me sostenían; estaba segura de eso porque, de otra forma, no hubiese podido mantener la calma y serenidad que me envolvían. Tengo una imagen grande de la Virgen de la Concepción, le hablaba y era mi compañera a quien podía abrazar como si fuera un ser humano, ya que no podía ver a mi mamá para evitar contagio. Con mis hijos y nietos nos comunicábamos solamente por teléfono diariamente; todos preocupados por su papá.

Luego, le entró una bacteria a mi esposo y los índices del PCR no dejaban de subir. Uno de los médicos que lo trataba le indicó un antibiótico, pero otros dos doctores me dijeron que no se lo diera. Le pedí al Espíritu Santo que me iluminara para tomar la decisión correcta para que mi esposo mejorara.

¡Me iluminó!, de tal forma, que me fui a medianoche bajo la lluvia a la única farmacia abierta que me quedaba cerca, la del hospital Vivian Pellas, y afortunadamente, encontré todo lo que el primer médico me dijo que comprara.

Apenas tomó la primera dosis, Raúl empezó a mejorar. Comenzó a bajarle la calentura, pero todavía había que inyectarle anticoagulantes, los cuales estaban agotados en el mercado.

Sin embargo, siempre se me presentaban “ángeles de la guarda” y encontré a alguien en el mercado negro que me consiguió los anticoagulantes. Dios siempre estuvo ahí, así lo sentí siempre, siempre.

Nunca había puesto una inyección en mi vida, pero en esas circunstancias tan apremiantes me metí a Google porque tenía que aprender cómo hacerlo para aplicárselas. ¡Aprendí! Inyecté a Raúl durante diez días seguidos por ¡la Gracia de Dios!

El médico me aseguró que me iba a contagiar del virus, pero le dije al Señor: “por favor, ayúdame a curar a mi esposo y mantenerme sana porque si yo me enfermo no habrá quien cuide de él y de mí” y así fue. Nunca me dio.

Después, cayó mi conductor, lo tuve en mi casa con el cuido igual al de mi esposo, las mismas medicinas y gracias a Dios le dio leve. Luego, su esposa e hija, pero también dándoles seguimiento con el médico les fue bien gracias a Dios también.

Raúl salió bien después de batallar por quince días; perdió quince libras y yo perdí diez libras. El doctor asustado me confesó que creía que Raúl no iba a sobrevivir, que estuvo al borde de la muerte, pero que el Señor quiso dejarlo por algo, así que le agradezco infinitamente a Dios por eso. No sé qué haría sin mi esposo.

Durante todo ese tiempo sentí mucha paz y hubo algunos momentos que bromeaba como si estuviera contenta, increíblemente. Pienso que solo Dios pudo mantenerme así de serena. Tuve mis luchas cuando sabía que un amigo cercano y de la Obra había muerto, pero aun así tuve la certeza de que Raúl saldría bien.

El doctor le dio de alta a Raúl el viernes 5 de junio de 2020 y su mamá empezó con Covid-19 en esos días, tenía 92 años. Él pudo ir a verla el lunes 8 de junio y ahí mismo la pudo ver morir, no sobrevivió al virus porque tenía condiciones cardíacas. Raúl pudo estar con ella.

A diferencia de él, yo no pude estar con mi suegra. El médico no me dejó ir porque yo no tenía anticuerpos –supuestamente–, ya que nunca había tenido síntomas. Pero lo Importante es que mi esposo sí pudo estar con ella en esos momentos. Podría decir que el favor del Señor fue completo porque no le quedó ninguna secuela de ningún órgano y el médico nos dijo que muchas personas que han tenido Covid-19 han quedado cansados, con problemas de corazón, riñón u otro órgano.