"Me llamo Leire..."

Leire tiene 33 años. Se casó con Rober queriendo formar “un hogar luminoso y alegre”, expresión que aprendió de san Josemaría. Han pasado nueve años y tienen cuatro niñas, dos con síndrome de Down. Con ellas, su hogar es más luminoso y alegre que nunca.

Me llamo Leire Zalba, nací en Durango el 26 de octubre de 1975, y soy la más pequeña de seis hermanas. Mis padres nos ayudaron siempre a crecer como cristianos, insistiéndonos en la importancia de querernos en la familia y de querer a los demás. Pienso que esto ha sido fundamental para que ahora, cuando todos hemos madurado, estemos muy unidos, “como una piña".

Mi infancia fue muy normal. Al acabar el colegio me fui a Bilbao a estudiar Formación Profesional en el Centro Arangoya, que sacan adelante algunas personas del Opus Dei. ¡Qué cinco años! Aquí fue donde Dios tenia dispuesto cambiar mi rumbo, ya que yo venía muy "viva la vida que son dos días" y, realmente así hay que vivirla, pero bien.

Yo, en Arangoya, entendí lo que era el Opus Dei y pedí la admisión como supernumeraria. ¿Qué fue lo que me ayudó? La dirección espiritual, la oración y, otro factor al que yo le doy mucha importancia: el buen humor de la gente que me rodeaba.

En ese mismo año empecé a salir con Rober, el que hoy es mi marido. Como se puede ver, fue un año especial. Al acabar Arangoya tenía muy claro que quería estudiar Enfermería, pero no alcanzaba la nota media suficiente y estudié Educación Especial en San Sebastián. Tengo que reconocer que no empecé con muy bien pie, de nueve asignaturas, aprobé una y me desesperé; menos mal que mis padres en ese momento me animaron y me dijeron: “acaba el curso y después decidirás”. La verdad es que acabé los tres años de carrera con buen sabor de boca.

"Los dos luchamos por vivir un noviazgo cristiano: lo digo porque cuando tienes al lado a la persona que quieres, a veces, puedes hacer locuras. Rezábamos juntos y eso nos ayudaba, porque cuando luchas y respetas a la persona, la quieres más".

En el último año de carrera, Rober y yo, decidimos casarnos. Acabé en junio y nos casamos el 2 de octubre de 1999. Fue un día precioso y la verdad es que pusimos mucha ilusión en prepararnos. Digo prepararnos, porque los dos luchamos por vivir un noviazgo cristiano, lo digo porque cuando tienes al lado a la persona que quieres, a veces, puedes hacer locuras. Nosotros intentábamos rezar juntos y eso nos ayudaba porque cuando luchas y respetas a la persona, la quieres todavía más. Nuestro plan era formar un "hogar luminoso y alegre", y nos pusimos manos a la obra.

Al cabo de un año, nació Ander; después tuvimos a Asier; y más tarde, nacieron Nerea y Uribarri. No nos podemos quejar, Dios nos ha bendecido con estas cuatro joyas, cada cual más gorda, y digo esto porque las dos pequeñas tienen Síndrome de Down. Lo que al principio fue una desgracia se convirtió en un regalo de Dios, porque cuando aceptas su voluntad todo se convierte en eso, en un regalo de Dios. Nos apoyamos mucho en la familia y en nuestros amigos, que nos animaron mucho y nos siguen ayudando. San Josemaría Escrivá decía que Dios manda estas criaturas a las familias a las que ama mucho. Por eso Rober y yo nos sentimos muy afortunados de contar con estos hijos que nos ayudan a estar todavía más unidos. Además esta situación nos ha servido para no estar cerrados y abrirnos a otras familias que están en una situación similar.

En Durango, mucha gente nos admira, otros muchos piensan que estamos locos y les damos lástima por tener tantos niños y, encima, con síndrome de Down. Pero a nosotros nos importa muy poco todo eso, porque sabemos que el fundamento de nuestro matrimonio es agradar a Dios y por ello luchamos todos los días. Presentimos que estas dos niñas van a ser algo grande en esta vida. Son muchos los corazones que están transformando, en nuestra familia y en la gente de Durango.

La verdad es que cuanto más planificas tu vida, el Señor te da sorpresas como ésta y te cambia todo de un plumazo, sin avisar. También pensamos, desde lo más profundo del corazón que, si en alguna familia tenían que nacer estas niñas para ser acogidas y queridas incondicionalmente, era en la nuestra. ¡Esto es lo primero que nos dijimos cuando nos dieron la noticias y nos abrazamos inmediatamente después del parto! Sabemos que detrás de todo esto está la mano de Dios y que, iluminados con su gracia, sabremos afrontar todos los retos futuros.