Mi nieto llevaba seis días con fiebre. El antibiótico administrado durante los últimos cuatro días parecía no hacerle efecto. De mañana lo ingresamos al hospital con fiebre, diarrea y vómitos, además de un cuadro gripal fuerte. Los exámenes que le realizaron durante el día revelaron una alza grande de glóbulos blancos, pero no encontraban dónde podía estar la infección. Estaba con suero, postrado, con fiebre alta y sin deseos de beber un poco de agua.<
El doctor, después del mediodía, nos había manifestado su preocupación. Esa noche, los pediatras tomaron la decisión de suspender todos los medicamentos y observar cómo pasaba la noche. Después de cinco horas de no dormir casi nada, él y su mamá estaban completamente agotados. Los dejé en el hospital pensando en que, sin el auxilio de las medicinas, sería la peor noche. Me fui a casa muy angustiada.
En mi casa, sentí una profunda necesidad de orar. Mi mente voló a la figura del doctor Cofiño. No encontré la estampita que tenía con su oración, pero me puse a rogarle para que intercediera ante Dios Nuestro Señor para que Él iluminara a los pediatras y nos concediera la pronta recuperación de mi nieto.
A la mañana siguiente el cuadro había cambiado por completo. En la noche, había podido dormir bien. Durante el día siguiente, la fiebre cedió, fue disminuyendo la diarrea y volvió a tener apetito. Un día después salió del hospital y, sin ningún medicamento, se restableció rápidamente. Mi agradecimiento al Dr. Cofiño.