Queríamos cambiar el mundo y el Papa Francisco nos inspiró. Muchas veces habíamos oído en sus homilías que la peor enfermedad de nuestra época es la soledad. En el mundo hay mucha gente abandonada, que no tiene la compañía de nadie, sola. Y esto no solo en países lejanos, que sufren la guerra o donde no hay paz. Esta gente está a nuestro lado. Por eso, en Ister, una residencia universitaria en Bratislava (Eslovaquia), nos decidimos a ser medicina que combatiera esta enfermedad.
Así fue como nació el proyecto Sé medicina. Comenzamos visitando a gente mayor y nos dimos cuenta de que, en los alrededores de nuestra residencia, había muchos pisos en los que vivían abuelos completamente solos.
A través de algunos conocidos y de la fundación Charitas conseguimos una lista de gente a la que podíamos acompañar. También presentamos el proyecto en algunos colegios de Bratislava para que pudiera participar más gente. Poco a poco formamos un buen grupo de chicas de entre 14 y 25 años y pudimos empezar.
Nos dimos cuenta del valor de nuestro tiempo
Durante el primer año, íbamos cada semana a un hogar de ancianos y, aunque las primeras visitas no fueron fáciles, porque teníamos que ganarnos la confianza de los abuelitos y abuelitas, como nos veían a menudo, nos fuimos haciendo amigas.
Gracias a estas visitas, nos dimos cuenta de la gran ayuda que podíamos prestar y cómo esas personas valoraban el tiempo que pasábamos allí con ellas. Esto hizo que nos organizáramos mejor, para así encontrar ese tiempo que, muchas veces, sobre todo en época de exámenes, no era fácil conseguir.
Este año nos unimos a uno de los programas de la diócesis de Bratislava. Ellos tenían listas de gente mayor que vivía sola y que se alegraría enormemente de tener compañía. Cuando le hablamos de nuestro proyecto a una de las organizadoras, nos dijo que se complementaba perfectamente con el que ellos llevaban a cabo. Así fue cómo nos dividimos en pequeños grupos y comenzamos a visitar a los ancianitos.
Una de las chicas que participa en el proyecto comentó un día: «Siempre había querido hacer en mi tiempo libre algo que tuviera sentido, también para los demás. Cuando veo a los ancianos me siento muy bien y salgo siempre contenta».
Cuando vamos a verlas enseguida nos ponemos a charlar, se puede decir que somos ya amigas. Ema Skaliková, que también participa en nuestro proyecto, comentaba: «Muchas veces cuando iba no tenía muchas fuerzas, pero allí siempre las recargaba».
Recibimos más de lo que dimos
Durante las visitas siempre constatamos qué poco se necesita para poder ayudar a alguien. Esto nos llena de energía para seguir. Vemos, aunque sea algo pequeño, que de este modo podemos cambiar el mundo a nuestro alrededor y hacer de él un lugar mejor. Esto lo confirma Laura Ocilková, una de las más jóvenes de nuestro proyecto, que explicaba: «Pensábamos que hacíamos un gran sacrificio y, en cambio, recibimos tanto... Las abuelitas son encantadoras, nos cuentan cosas muy bonitas, y de verdad que es para nosotros muy enriquecedor».
El proyecto, que comenzó como voluntariado, se ha convertido en una ayuda fundamental para nosotras mismas. Empezamos con la idea de dar a otros, de ofrecerles nuestro tiempo, incluso a veces pensando que es un modo de pagar una «deuda» a nuestra sociedad. Sin embargo, la realidad fue otra. Recibimos mucho más de lo que entregamos. Conocimos a ancianitos y ancianitas que pronto se convirtieron en amigos y compañeros de penas y alegrías. La medicina por tanto no fue solo para ellos, sino en gran parte para cada una de las que formamos parte del proyecto.