En un barrio de Managua

Todos los viernes por la mañana llego a Naciones Unidas, con una sonrisa que no puedo ocultar al ver la algarabía de una multitud de niños que se me acercan y me demandan su almuerzo.

Naciones Unidas es una barriada pobre y marginal de Managua, en donde hemos organizado un comedor gratuito para sus chavales.

Todo comenzó en 1996, cuando regresé con mi familia a Nicaragua, mi país, después de haber vivido dieciséis años en el exilio. Una vez instalada, me reconecté con mis antiguas amigas: algunas no habían abandonado nuestra tierra; otras, como yo, acababan de llegar a un país asolado por la guerra civil.  El panorama socio-económico imperante en ese momento me tocó hondamente el alma y decidí especializarme en Ciencias Sociales.  Pero de inmediato me impuse la responsabilidad de organizar, con un grupo de amigas –con inquietudes solidarias-, una estructura material para el montaje de un comedor infantil gratuito y ayudar así a familias indigentes del barrio Naciones Unidas, situada relativamente cerca de mi hogar.  Hoy puedo decir con alegría que alguna de esas niñas participan ya en medios de formación en La Rivera, primer Centro del Opus Dei en Managua.

Mientras más y más me movía para recabar ayuda para el comedor, más y más aumentaban mis inquietudes espirituales. Un día, una buena amiga me invitó a asistir a unas clases sobre los Mandamientos de la Ley de Dios. Como siempre, las excusas abundan y, aunque fui alguna vez, no lo hice con constancia.  A eso se agregó, además, el hecho de que me encontraba en los últimos meses de embarazo, me sentía cansada y di prioridad a otras actividades de mi hogar.

Fue necesario el recordatorio semanal de una amiga de la Obra -¡que paciencia, la suya!-, para que no dejara de frecuentar La Rivera, y así  fue como esas clases llegaron a formar parte de mi vida.  Descubrí lo importante que era asistir a los medios de formación cristiana que la Prelatura me ofrecía para afianzar y mejorar mi vida de piedad y santificar las tareas ordinarias.  En la actualidad equiparo estos medios de formación al combustible que necesita cualquier instrumento motorizado, para lograr sus fines.  Gracias a la ayuda que he recibido, ahora puedo afirmar que mi comprensión  de las personas y los sucesos está empapado del Amor de Dios, y procuro ver en cada ser humano un alma –con toda su grandeza y dignidad-, un hijo de Dios.

Ayudada por las enseñanzas de San Josemaría, he redescubierto la plenitud y la belleza del matrimonio y la maternidad.  Confieso que la profesión que más me gusta es la de los trabajos del hogar.  Cada día, para mí,  es una aventura maravillosa sorprender a mi esposo y mis hijos con detalles nuevos en la alimentación, la ropa, al colocar flores en la casa, al esmerarme en el cuidado de la limpieza..., con el deseo de hacer de mi casa ese hogar ‘luminoso y alegre’, como solía decir San Josemaría,  que reconforta y restituye las fuerzas de cada uno.

Este afán de hacer familia, en cualquier lugar donde me encuentre, me ha llevado a dedicar tiempo y energías en la formación de chavalas, amigas de mi hija pequeña, o hijas de mis amigas.

Thelma de Quadra