Amar a la Iglesia, servirla como Ella quiere ser servida

Álvaro del Portillo plantea unas preguntas para aumentar el amor y el servicio a la Iglesia.

San Juan Pablo II con Álvaro del Portillo

“Un cristiano que desea comportarse como buen hijo de Dios, no puede permanecer insensible ante una situación de irreligiosidad o de indiferencia ante las exigencias divinas. La primera y más importante respuesta debe ser la oración, avalorada por el ofrecimiento de pequeñas mortificaciones y de un trabajo bien acabado, con el corazón y la mente puestos en las necesidades de la Iglesia. Esta época nuestra continúa siendo tiempo de rezar y tiempo de reparar –así se expresaba nuestro Fundador (san Josemaría), especialmente en los últimos años de su vida terrena–, de modo que vosotros y yo (…) lleguemos sinceramente a repetir con San Pablo: completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo, por su Cuerpo, que es la Iglesia (Col 1, 24).

Amar a la Iglesia, servirla como Ella quiere ser servida: ¡una pasión santa (…)! Rogad al Espíritu Santo que os encienda en este fuego de amor a su Esposa. (…) Por eso es bueno que nos preguntemos con frecuencia: ¿Cómo es mi amor a la Iglesia? ¿Sufro y me gozo con Ella, ante sus dolores y sus alegrías? ¿Considero como algo muy propio, personal, todos sus avatares? ¿Siento la responsabilidad del apostolado y del proselitismo, para conseguir que aumente cada día el número de los que desean amar a Dios con todo su corazón y trabajar por la Iglesia con todas sus fuerzas? ¿Soy consciente de la ayuda que puedo y debo ofrecer al Cuerpo Místico con mi oración y mi mortificación, cumpliendo con fidelidad –con amor y por amor– mis deberes cotidianos? ¿Me doy cuenta de que, a toda hora, la Iglesia me necesita? Los que me tratan, ¿pueden definirme como hijo fiel de esta Madre Santa, por el empeño que pongo en testimoniar y poner en práctica mi fe?

No me olvidéis que, en la medida de sus posibilidades, cada uno ha de procurar influir con sus ideas y su actuación personal, libérrima y responsable, en la opinión pública y en el ambiente profesional, en las personas y en los medios que intervienen en tareas decisorias del futuro de la sociedad, de modo que se respeten y promuevan las perennes enseñanzas cristianas. Con valentía, cada uno debe vibrar como parte viva de la Iglesia, a la que conciernen determinadas responsabilidades en la extensión el mensaje evangélico: impregnar con el espíritu cristiano la familia, las leyes, el trabajo, el descanso, la enseñanza, las diversiones…” (Carta, noviembre de 1988, vol. I, n. 407)