Javier Abad es padre de siete hijos y es funcionario de la Comunidad de Madrid. Persona familiar, muy amigo de sus amigos, con los que hacía muchos planes. Uno que le gustaba especialmente era salir al campo con sus hijos, y subir los montes de la Sierra de Madrid.
Del accidente apenas guarda recuerdos. Pasó más de un mes en la Unidad de Cuidados Intensivos. Javier reconoce que, ante situaciones así, “uno se pregunta: ¿por qué me ha pasado esto a mí? Te quieres rebelar contra Dios y le dices: tengo muchos hijos que cuidar, por qué permites esto…? Fue una pelea interior. Hasta que llegó un momento –que recuerdo perfectamente– en que le dije a Dios: mira, acepto todo lo que me mandas. A partir de entonces pude volver a rezar a Dios como lo hacía habitualmente”.
En estos 21 meses ha comprobado lo que supone la cercanía de la familia y el apoyo constante cercano de su mujer e hijos
En estos 21 meses ha comprobado lo que supone la cercanía de la familia y el apoyo constante cercano de su mujer e hijos. También ha sido un tiempo en el que ha palpado cómo el Opus Dei es una familia -otros supernumerarios le acompañaban por la noche, cuando su mujer e hijos no podían-, que con su atención y cuidados no le ha dejado sólo en ningún momento.
Durante su larga estancia en el hospital ha ayudado y animado a muchos enfermos. Es conocido y querido por el personal sanitario y compañeros de pabellón, que esperan las horas de la sobremesa para tener una tertulia en el pasillo del pabellón.
Su mujer y él reiteran su agradecimiento a la Fundación Instituto San José, a los Hermanos de San Juan de Dios y a todo el personal
En el hospital cambió los ordenadores por la mesa camilla: “entendí que mi trabajo consistía en esforzarme durante cuatro o cinco horas diarias de gimnasio”. Este cambio de perspectiva le impulsó también a preocuparse por los demás: “ofrezco el dolor por tal paciente, por una intención que me han pedido y de esa manera –ya que me va a doler–, sé que sirve para algo”.
Su mujer y él reiteran su agradecimiento a la Fundación Instituto San José, a los Hermanos de San Juan de Dios y a todo el personal que trabaja allí. Y es que en el hospital la cercanía del Señor le ha llevado a aceptar su situación: “yo veo una montaña que me está diciendo ¡súbeme!; y me pregunto: ¿podré volver a subir ese monte algún día? Ahora no pienso en lo que hacía antes. Me fijo en lo que mejoro día a día. Procuro que no me invada la tristeza. Dejo que Dios entre en mi corazón y me ayude a superar esto que me ha pasado”.