Recuerdos de la estancia de san Josemaría en Guatemala

Del sábado 15 al domingo 23 de febrero de 1975, san Josemaría estuvo en Guatemala, en una nueva etapa de su catequesis por tierras del continente americano.

Durante los primeros días hizo un recorrido por la ciudad de Guatemala, bendijo terrenos de futuras sedes de centros de la Obra y conoció la casa de retiros Altavista. El lunes 17, San Josemaría tuvo una reunión en Zunil, Escuela Técnica Hotelería y Hogar, con sus hijas numerarias, numerarias auxiliares y agregadas venidas de varios países de América.

Uno de los temas que salió a relucir en la tertulia fue la maravilla de la Administración. Eustaquia se pone de pie y le dice:

-Soy Numeraria Auxiliar.

-¡Qué envidia te tengo!

Gracias, Padre. En una de sus Cartas, nos dice que debemos ser como las lamparillas encendidas junto al Sagrario.

-Si, hija mía.

-Quisiera que mi trabajo fuera como el de la Abuela y el de Tía Carmen.

-Si lo quieres de verdad, lo será. Tú eres una lámpara encendida delante del Señor, un alma contemplativa. Decía Teresa de Jesús que Dios anda entre los pucheros, y yo lo repito con todo convencimiento. Además, ahora no es como en los tiempos de la Santa de Ávila; en la actualidad, las que estáis en las Administraciones sois unas sabias tremendas: ¡sabéis de todo! Tenéis múltiples conocimientos; utilizáis complicadas máquinas- cuidadlas, porque si las estropeáis por dejadez faltáis a la pobreza-; poseéis también un salero muy grande para preparar la comida, para mantener las habitaciones bien arregladas, para colocar una flor junto a un cuadrito de la Virgen.

Desde el otro extremo del patio, intervino Elsita, siguiendo el hilo de ese tema tan entrañable.

-Cuando trabajo en la Administración, pienso mucho en la Abuela y en Tía Carmen

-Tú me vienes con lo mismo, ¿eh? Aprecio los detalles de familia que vivimos en nuestros Centros, y todo lo que ellas aportaron a nuestro calor de hogar. ¿Cómo hacer para mantener ese tono sobrenatural y humano que el Padre desea?

Todos nuestros apostolados se vendrían abajo si las Administraciones no funcionaran bien. Gracias a vosotras, el Opus Dei está sirviendo a la Iglesia, salvando a las almas en el mundo entero. Dios os bendiga. Sin vosotras no podríamos hacer nada. Agradezco al Señor vuestra vocación, y os doy las gracias porque la queréis vivir con mucho entusiasmo, con mucha alegría.

Os envidio. Os tengo una santa envidia loca. No lo digo de broma, sino de veras; lo sabe muy bien Nuestro Señor, que me oye desde el Cielo, y también desde aquí, pues está en medio de nosotros. Os tengo envidia, repito; os quiero con locura, y os agradezco tanto -aunque os de vergüenza que os diga esto- vuestra alegría, vuestra dedicación. Agradezco el cariño que ponéis en las cosas pequeñas, que hacen amable la vida a los demás, de modo que puedan seguir trabajando por Cristo nuestro Señor y por las almas todas, en tan variados momentos y con medios tan diversos, que santifican, porque todos están en las manos de Dios y al servicio de Dios.

Sin las Administraciones se nos hundirían todos los apostolados del mundo: en Europa, en Asia, en África, en América y en Oceanía. Sois el alma, un alma que parece muy humana y que es muy sobrenatural, porque tú has dicho que sois -lo había escrito yo, pero la formación que se os da es para que la viváis como lámparas encendidas delante del Santísimo Sacramento.

Fue una tertulia muy entrañable donde, además, se habló de apostolado, de sencillez, de no tener miedo a querernos, de aspirar alto, entre otros temas.

La mañana del miércoles 19 de febrero, amaneció con un sol radiante, ese día el beato Álvaro del Portillo celebraba su santo, a las once y media tuvo una tertulia con algunos miembros de la Obra en el Centro Universitario Ciudad Vieja.

Después de sus palabras iniciales, la primera intervención se centró en la fiesta del día:

-Padre -comenzó don Julio Ortiz- estamos conmovidos y muy felices de tenerlo entre nosotros. Y es un motivo muy alegre también…

-¡Fuera los piropos, anda! Eso lo sabemos todos perfectamente. Somos una familia y nos alegramos cuando nos vemos. Nos queremos mucho, por la misericordia de Dios. ¡Sigue!, le respondió.

- La alegría es muy grande, porque hoy es el santo de don Álvaro…

- ¡Eso sí es muy bueno! ¡Muy bien!

-San Josemaría se volvió hacia don Álvaro:

- ¡A ver, Álvaro!

E inició un aplauso al que todos se sumaron inmediatamente, manifestando así el cariño. Un aplauso largo y lleno de calor de familia.

- Para nosotros, Padre, el mayor deseo es tener tanta fidelidad como don Álvaro, pero a veces se puede quedar en palabras…

- ¡A ver si lo ponéis colorado -bromeó dirigiéndose de nuevo a don Álvaro-, que a mí me gustará mucho!

San Josemaría reía abiertamente, mientras el beato Álvaro dirigía el dedo índice, con aire de protesta, hacia don Julio.

-¿Cómo hacer para que ese deseo se convierta diariamente en realidad?

San Josemaría, cariñosamente, mirando a don Álvaro, continuó con buen humor:

-¡Se nos ha vuelto un fresco! Cuando era joven, yo le ponía al rojo vivo con una palabra que parecía una tomadura de pelo… Y ahora sigue tan fresco.

Luego, pasó a responder:

-Pues lo he dicho antes. Vida de oración, sacrificio, y trabajo profesional. Él es intelectual, como tú. Yo no te digo que tengas cuatro doctorados como tiene él, porque no hace falta. De ordinario, los que van a ser sacerdotes tienen dos: ya es suficiente. Pero… sabiendo, ¡sabiendo! Nunca decimos basta al estudio. Tampoco don Álvaro lo dice: estudia, de cuando en cuando publica, y escribe muchísimas cosas que no se publican y que ni siquiera yo puedo leer, porque algunas son para la Santa Sede y tiene el secreto de oficio. De modo que trabaja con un espíritu sobrenatural envidiable. Ya tienes la contestación.

El jueves 20, se tenía prevista una tertulia general, sin embargo, se tuvo que suspender por que se sabía que los días anteriores san Josemaría había tenido dolor de garganta. Ahora, se había sumado un fuerte resfriado con fiebre alta y los médicos habían juzgado que no era recomendable tener esta actividad. Sin embargo, todo el viaje fue una catequesis:

-Hijos míos, estoy contento con la labor en estas tierras. Hay que seguir trabajando por el mismo camino. Me ha dolido mucho no poder estar con vosotros. ¡Paciencia! Al principio estaba triste; ahora, alegre. Lo he ofrecido todo al Señor por la labor en América Central. En el país vecino estaba muy bien, y vine aquí con la ilusión de hablar con mucha gente. Pero Dios no lo ha permitido. Se lo ofrecemos con alegría. Hablar no me cuesta. Lo que me cuesta, al cabo de los años, es callar.


El Señor quiso que la catequesis de San Josemaría en America Central fuese distinta, no hablando sino con el dolor, trabajo, sufrimiento y la oración. Una catequesis silenciosa y escondida, y quizá, por eso, fundamento de toda la labor del Opus Dei en estas tierras. Un ejemplo vivo; una catequesis extraordinaria.