Libro electrónico: El Papa Francisco en Myanmar y Bangladés

Libro con las intervenciones del Papa Francisco durante su viaje apostólico a Myanmar y Bangladés (26.XI-2.XII). Disponible en formato PDF, ePub y Mobi. También se puede descargar en iTunes y en Google Play Books.

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Domingo, 26 de noviembre de 2017

• Salida en avión desde el aeropuerto de Roma/Fiumicino hacia Rangún

• Encuentro con los periodistas durante el vuelo a Myanmar

Lunes, 27 de noviembre de 2017

• Recibimiento oficial

Martes, 28 de noviembre de 2017

Encuentro con los líderes religiosos de Myanmar en el arzobispado de Rangún

• Naipyidó: Ceremonia de bienvenida en el Palacio Presidencial

• Visita de cortesía al Presidente

• Encuentro con la Consejera de Estado y Ministra de Asuntos Exteriores

Encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo Diplomático en el International Convention Centre

Miércoles, 29 de noviembre de 2017

Rangún: Santa Misa en la Kyaikkasan Ground

Encuentro con el Consejo Supremo de la Sangha de los monjes budistas en el Kaba Aye Centre

Encuentro con los obispos de Myanmar en un salón de la Catedral de Santa María

Jueves, 30 de noviembre de 2017

Santa Misa con los jóvenes en la Catedral de Santa María

• Despedida oficial en el aeropuerto internacional de Rangún. Salida en avión hacia Daca, Bangladés

• Daca: Ceremonia de bienvenida

• Visita al monumento de los Mártires Nacionales de Savar

• Homenaje al Padre de la Patria en el Bangabandhu Memorial Museum y firma del Libro de honor

• Visita de cortesía al Presidente en el Palacio Presidencial

Encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo Diplomático en el Palacio Presidencial

Viernes, 1 de diciembre de 2017

Santa Misa y ordenación sacerdotal en el Suhrawardy Udyan Park

• Visita del Primer Ministro en la Nunciatura Apostólica

• Visita a la Catedral

Palabras improvisadas del Santo Padre a los fieles reunidos fuera de la Catedral

Encuentro con los obispos de Bangladés en el Hogar para sacerdotes jubilados

Encuentro interreligioso y ecuménico por la paz en el jardín del arzobispado

Sábado, 2 de diciembre de 2017

• Visita privada a la Casa Madre Teresa de Tejgaon

Encuentro con los sacerdotes, religiosos, consagrados, seminaristas y novicias en la iglesia del Santo Rosario

• Visita al cementerio parroquial y a la antigua iglesia del Santo Rosario

Encuentro con los jóvenes en el Notre Dame College de Daca

• Despedida oficial en el aeropuerto internacional de Daca. Salida en avión hacia Roma/Fiumicino


Encuentro con los líderes religiosos de Myanmar en el arzobispado de Rangún

En primer lugar, muchas gracias por haber venido. Quizás tendría que haber ido yo a visitar a cada uno de ustedes, pero ustedes han sido generosos y me ahorraron el trabajo. Gracias.

En el momento en que ustedes hablaban me vino a la mente una oración, una oración que rezamos a menudo, tomada del Libro de los Salmos: «Qué hermoso es ver a los hermanos unidos». Unidos no quiere decir iguales. La unidad no es uniformidad, aun dentro de la misma confesión. Cada uno tiene sus valores, sus riquezas, y también sus deficiencias.

Somos todos diferentes y cada confesión tiene sus riquezas, sus tradiciones, sus riquezas para dar, para compartir. Y esto solamente puede ser si se vive en paz. Y la paz se construye en el coro de las diferencias. La unidad siempre se da con las diferencias.

Por tres veces uno de ustedes usó la palabra «armonía». Esa es la paz: la armonía. Nosotros, en este tiempo que nos toca vivir, experimentamos una tendencia mundial hacia la uniformidad, a hacer todo igual. Eso es matar la humanidad. Eso es una colonización cultural. Y nosotros debemos entender la riqueza de nuestras diferencias ―étnicas, religiosas, populares―, y desde esas diferencias se da el diálogo. Y desde esas diferencias uno aprende del otro, como hermanos… Como hermanos que se van ayudando a construir este País, que incluso geográficamente tiene tantas riquezas y diferencias. La naturaleza en Myanmar ha sido muy rica en las diferencias. No tengamos miedo a las diferencias. Uno es nuestro Padre, nosotros somos hermanos. Querámonos como hermanos. Y si discutimos entre nosotros, que sea como hermanos. Que enseguida se reconcilian. Siempre vuelven a ser hermanos. Yo pienso que sólo así se construye la paz.

Yo les agradezco que ustedes hayan venido a visitarme. Pero soy yo el que estoy visitando a ustedes, y quisiera al menos que espiritualmente tuvieran esa visita: la de un hermano más.

Gracias. Construyan la paz. No se dejen igualar por la colonización de culturas. La verdadera armonía divina se hace a través de las diferencias. Las diferencias son una riqueza para la paz.

Muchas gracias. Y me permito una oración, de hermano a hermanos. Una antigua bendición que nos incluye a todos: «El Señor los bendiga y los proteja. Haga brillar su rostro sobre ustedes y les muestre su gracia. Les descubra su rostro y les conceda la paz». Thank you very much!

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Encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo Diplomático

Señora Consejera de Estado, excelentísimos miembros del Gobierno y Autoridades Civiles,señor Cardenal, venerados Hermanos en el Episcopado, distinguidos miembros del Cuerpo Diplomático, señoras y señores:

Deseo expresar mi viva gratitud por la amable invitación para visitar Myanmar y agradezco a la Señora Consejera de Estado sus cordiales palabras.

Doy las gracias de corazón a todos aquellos que han trabajado incansablemente para hacer posible esta visita. He venido especialmente para rezar con la pequeña pero ferviente comunidad católica de esta nación, para confirmarla en la fe y alentarla a seguir contribuyendo al bien del País. Estoy muy contento de que mi visita se realice tras el establecimiento de relaciones diplomáticas formales entre Myanmar y la Santa Sede. Quiero ver esta decisión como una señal del compromiso de la nación para continuar buscando el diálogo y la cooperación constructiva dentro de la comunidad internacional, así como también para seguir esforzándose en renovar el tejido de la sociedad civil.

Quisiera además en esta visita llegar a toda la población de Myanmar y ofrecer una palabra de aliento a todos aquellos que están trabajando para construir un orden social justo, reconciliado e inclusivo. Myanmar ha sido bendecido con el don de una belleza extraordinaria y de numerosos recursos naturales, pero su mayor tesoro es sin duda su gente, que ha sufrido y sigue sufriendo a causa de los conflictos civiles y de las hostilidades que durante demasiado tiempo han creado profundas divisiones. Ahora que la nación está trabajando por restaurar la paz, la curación de estas heridas ha de ser una prioridad política y espiritual fundamental. Quiero expresar mi agradecimiento al Gobierno por los esfuerzos para afrontar este desafío, de modo particular a través de la Conferencia de Paz de Panglong, que reúne a representantes de los diversos grupos con el objetivo de poner fin a la violencia, generar confianza y garantizar el respeto de los derechos de quienes consideran esta tierra como su hogar.

En efecto, el difícil proceso de construir la paz y la reconciliación nacional sólo puede avanzar a través del compromiso con la justicia y el respeto de los derechos humanos. La sabiduría de los antiguos ha definido la justicia como la voluntad de reconocer a cada uno lo que le es debido, mientras que los antiguos profetas la consideraban como la base de una paz verdadera y duradera. Estas intuiciones, confirmadas por la trágica experiencia de dos guerras mundiales, condujeron a la creación de las Naciones Unidas y a la Declaración Universal de los Derechos Humanos como fundamento de los esfuerzos de la comunidad internacional para promover la justicia, la paz y el desarrollo humano en todo el mundo y para resolver los conflictos ya no con el uso de la fuerza, sino a través del diálogo. En este sentido, la presencia del Cuerpo Diplomático entre nosotros testimonia no sólo el lugar que ocupa Myanmar entre las naciones, sino también el compromiso del país por mantener y aplicar estos principios fundamentales. El futuro de Myanmar debe ser la paz, una paz basada en el respeto de la dignidad y de los derechos de cada miembro de la sociedad, en el respeto por cada grupo étnico y su identidad, en el respeto por el estado de derecho y un orden democrático que permita a cada individuo y a cada grupo —sin excluir a nadie— ofrecer su contribución legítima al bien común.

En la gran tarea de reconciliación e integración nacional, las comunidades religiosas de Myanmar tienen un papel privilegiado que desempeñar. Las diferencias religiosas no deben ser una fuente de división y desconfianza, sino más bien un impulso para la unidad, el perdón, la tolerancia y una sabia construcción de la nación. Las religiones pueden jugar un papel importante en la cicatrización de heridas emocionales, espirituales y psicológicas de todos los que han sufrido en estos años de conflicto. Inspirándose en esos valores profundamente arraigados, pueden contribuir también a erradicar las causas del conflicto, a construir puentes de diálogo, a buscar la justicia y ser una voz profética en favor de los que sufren. Es un gran signo de esperanza el que los líderes de las diversas tradiciones religiosas de este país, con espíritu de armonía y de respeto mutuo, se esfuercen en trabajar juntos en favor de la paz, para ayudar a los pobres y educar en los auténticos valores humanos y religiosos. Al tratar de construir una cultura del encuentro y la solidaridad, contribuyen al bien común y sientan las bases morales indispensables en vistas de un futuro de esperanza y prosperidad para las generaciones futuras.

Ese futuro está todavía en manos de los jóvenes de la nación. Ellos son un regalo que hay que apreciar y alentar, una inversión que producirá un fruto abundante si se les ofrecen oportunidades reales de empleo y una educación de calidad. Esta es una exigencia urgente de justicia intergeneracional. El futuro de Myanmar, en un mundo interconectado y en rápida evolución, dependerá de la formación de sus jóvenes, no sólo en el campo de la técnica, sino sobre todo en los valores éticos de la honestidad, la integridad y la solidaridad humana, que aseguran la consolidación de la democracia y el aumento de la unidad y la paz en todos los niveles de la sociedad. La justicia intergeneracional también exige que las generaciones futuras reciban en herencia un entorno natural que no esté contaminado por la codicia y la rapacería humana. Es esencial que no se les robe a nuestros jóvenes la esperanza y la posibilidad de emplear su idealismo y su talento en remodelar el futuro de su país, es más, de toda la familia humana.

Señora Consejera de Estado, queridos amigos.

En estos días, me gustaría alentar a mis hermanos y hermanas católicos a perseverar en su fe y a seguir anunciando su mensaje de reconciliación y fraternidad a través de obras de caridad y humanitarias, que beneficien a toda la sociedad en su conjunto. Espero que, en cooperación respetuosa con los seguidores de otras religiones y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, contribuyan a abrir una nueva era de concordia y progreso para los pueblos de esta querida nación. Larga vida a Myanmar. Les agradezco su atención y, con los mejores deseos por su servicio al bien común, invoco sobre ustedes los dones celestiales de sabiduría, fortaleza y paz.

Gracias.

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Viaje apostólico a Myanmar: Santa Misa

Queridos hermanos y hermanas:

Desde antes de venir a este país, he estado esperando que llegara este momento. Muchos de vosotros habéis venido de lejanas y remotas tierras montañosas, algunos incluso a pie. Vengo como peregrino para escuchar y aprender de vosotros, y para ofreceros algunas palabras de esperanza y consuelo.

La primera lectura de hoy, tomada del libro de Daniel, nos ayuda a ver lo limitada que era la sabiduría del rey Baltasar y sus videntes. Ellos sabían cómo alabar «a sus dioses de oro y plata, de bronce y de hierro, de madera y de piedra» (Dn 5,4), pero no poseían la sabiduría para alabar a Dios, en cuyas manos está nuestra vida y nuestro aliento. Daniel, sin embargo, tenía la sabiduría del Señor y fue capaz de interpretar sus grandes misterios.

El intérprete definitivo de los misterios de Dios es Jesús. Él es la sabiduría de Dios en persona (cf.1 Co 1,24). Jesús no nos enseñó su sabiduría con largos discursos o grandes demostraciones de poder político o terreno, sino entregando su vida en la cruz. A veces podemos caer en la trampa de confiar en nuestra propia sabiduría, pero la verdad es que podemos fácilmente desorientarnos. En esos momentos, debemos recordar que tenemos ante nosotros una brújula segura: el Señor crucificado. En la cruz, encontramos la sabiduría que puede guiar nuestras vidas con la luz que proviene de Dios.

Desde la cruz también nos llega la curación. Allí, Jesús ofreció sus heridas al Padre por nosotros, las heridas que nos han curado (cf. 1 Pe 2,4). Que siempre tengamos la sabiduría de encontrar en las heridas de Cristo la fuente de toda curación. Sé que muchos en Myanmar llevan las heridas de la violencia, heridas visibles e invisibles. Existe la tentación de responder a estas heridas con una sabiduría mundana que, como la del rey en la primera lectura, está profundamente equivocada. Pensamos que la curación pueda venir de la ira y de la venganza. Sin embargo, el camino de la venganza no es el camino de Jesús.

El camino de Jesús es radicalmente diferente. Cuando el odio y el rechazo lo condujeron a la pasión y a la muerte, él respondió con perdón y compasión. En el Evangelio de hoy, el Señor nos dice que, al igual que él, también nosotros podemos encontrar rechazo y obstáculos, sin embargo él nos dará una sabiduría a la que nadie puede resistir (cf. Lc 21,15). Está hablando del Espíritu Santo, gracias al cual el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones (Rm 5, 5). Con el don de su Espíritu, Jesús nos hace capaces de ser signos de su sabiduría, que vence a la sabiduría de este mundo, y de su misericordia, que alivia incluso las heridas más dolorosas.

En la víspera de su pasión, Jesús se entregó a sus apóstoles bajo los signos del pan y del vino. En el don de la Eucaristía, no sólo reconocemos, con los ojos de la fe, el don de su cuerpo y de su sangre, sino que también aprendemos cómo encontrar descanso en sus heridas, y a ser purificados allí de todos nuestros pecados y de nuestros caminos errados. Queridos hermanos y hermanas, que encontrando refugio en las heridas de Cristo, podáis saborear el bálsamo saludable de la misericordia del Padre y encontrar la fuerza para llevarlo a los demás, para ungir cada herida y recuerdo doloroso. De esta manera, seréis testigos fieles de la reconciliación y la paz, que Dios quiere que reine en todos los corazones de los hombres y en todas las comunidades.

Sé que la Iglesia en Myanmar ya está haciendo mucho para llevar a otros el bálsamo saludable de la misericordia de Dios, especialmente a los más necesitados. Hay muestras claras de que, incluso con medios muy limitados, muchas comunidades anuncian el Evangelio a otras minorías tribales, sin forzar ni coaccionar, sino siempre invitando y acogiendo. En medio de tanta pobreza y dificultades, muchos de vosotros ofrecéis ayuda práctica y solidaridad a los pobres y a los que sufren. Con el servicio diario de vuestros obispos, sacerdotes, religiosos y catequistas, y en particular a través de la encomiable labor de la Catholic Karuna Myanmar y de la generosa asistencia proporcionada por las Obras Misionales Pontificias, la Iglesia en este país está ayudando a un gran número de hombres, mujeres y niños, sin distinción de religión u origen étnico. Soy testigo de que la Iglesia aquí está viva, que Cristo está vivo y está aquí con vosotros y con vuestros hermanos y hermanas de otras comunidades cristianas. Os animo a seguir compartiendo con los demás la valiosa sabiduría que habéis recibido, el amor de Dios que brota del corazón de Jesús.

Jesús quiere dar esta sabiduría en abundancia. Él recompensará ciertamente vuestra labor de sembrar semillas de curación y reconciliación en vuestras familias, comunidades y en toda la sociedad de esta nación. ¿No nos dijo él que nadie se puede resistir a su sabiduría (cf. Lc 21,15)? Su mensaje de perdón y misericordia se sirve de una lógica que no todos querrán comprender y que encontrará obstáculos. Sin embargo, su amor revelado en la cruz, en definitiva, nadie lo puede detener. Es como un GPS espiritualque nos guía de manera inexorable hacia la vida íntima de Dios y el corazón de nuestro prójimo.

La Santísima Virgen María siguió a su Hijo hasta la oscura montaña del Calvario y nos acompaña en cada paso de nuestro viaje terrenal. Que ella nos obtenga la gracia de ser mensajeros de la verdadera sabiduría, profundamente misericordiosos con los necesitados, con la alegría que proviene de encontrar descanso en las heridas de Jesús, que nos amó hasta el final.

Que Dios os bendiga a todos. Que Dios bendiga a la Iglesia en Myanmar. Que él bendiga a esta tierra con su paz. Que Dios bendiga a Myanmar.

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Encuentro con el Consejo Supremo de la Sangha de los monjes budistas en el Kaba Aye Centre

Es una gran alegría para mí estar hoy con vosotros. Agradezco al Ven. Bhaddanta Kumarabhivamsa, Presidente del Comité de Estado Sangha Maha Nayaka, por sus palabras de bienvenida y por el esfuerzo realizado para organizar mi visita hoy aquí. Los saludo a todos, y agradezco de modo particular la presencia de Su Excelencia Thura Aung Ko, Ministro para los Asuntos Religiosos y la Cultura.

Nuestro encuentro es una ocasión importante para renovar y reforzar los lazos de amistad y de respeto que unen a los budistas y a los católicos. Es también una oportunidad para reafirmar nuestro compromiso por la paz, el respeto de la dignidad humana y la justicia para todos los hombres y mujeres. No sólo en Myanmar, sino también en todo el mundo, las personas necesitan que los líderes religiosos den este testimonio común. Porque, cuando nosotros hablamos con una sola voz, afirmando el valor perenne de la justicia, de la paz y de la dignidad fundamental de todo ser humano, ofrecemos una palabra de esperanza. Ayudamos a los budistas, a los católicos y a todos a luchar por alcanzar una mayor armonía en sus comunidades.

En todas las épocas, la humanidad ha experimentado injusticias, momentos de conflicto y desigualdades entre las personas. En nuestro tiempo, estas dificultades parecen ser particularmente graves. Las heridas causadas por los conflictos, la pobreza y la opresión persisten, y crean nuevas divisiones, aunque la sociedad haya alcanzado un gran progreso tecnológico y las personas en el mundo sean cada vez más conscientes de que comparten la misma naturaleza humana y el mismo destino. Frente a estos desafíos, jamás debemos resignarnos. Sobre las bases de nuestras respectivas tradiciones espirituales, sabemos que existe un camino que nos permite avanzar, que lleva a la curación, a la mutua comprensión y al respeto. Un camino basado en la compasión y en el amor.

Manifiesto mi estima a todos los que en Myanmar viven según las tradiciones religiosas del Budismo. A través de las enseñanzas de Buda, y el testimonio elocuente de muchos monjes y monjas, la gente de esta tierra ha sido formada en los valores de la paciencia, de la tolerancia y del respeto por la vida, así como en una espiritualidad atenta y profundamente respetuosa de nuestro medio ambiente. Como sabemos, estos valores son esenciales para un desarrollo integral de la sociedad, a partir de la familia, que es la unidad más pequeña pero más esencial, para luego extenderse a la red de relaciones que nos ponen en estrecha conexión —relaciones enraizadas en la cultura, en la pertenencia étnica y nacional, pero en definitiva enraizadas en la pertenencia a la misma naturaleza humana. En una auténtica cultura del encuentro, estos valores fortalecen a nuestras comunidades y las ayudan para que puedan iluminar al conjunto de la sociedad con esa luz tan necesaria.

El gran desafío de nuestros días es el de ayudar a las personas a que se abran a la trascendencia. A que sean capaces de mirar en su interior y de conocerse a sí mismas de manera que puedan reconocer la interconexión recíproca con los demás. Darse cuenta de que no podemos permanecer aislados los unos de los otros. Si debemos estar unidos, como es nuestro propósito, es necesario superar todas las formas de incomprensión, de intolerancia, de prejuicio y de odio. ¿Cómo podemos hacerlo? Las palabras de Buda nos ofrecen a todos una guía: «Conquista al hombre airado mediante el amor; conquista al hombre de mala voluntad mediante la bondad; conquista al avaro mediante la generosidad; conquista al mentiroso mediante la verdad» (Dhammapada, XVII, 223). Son sentimientos parecidos a los que se expresan en la oración atribuida a san Francisco de Asís: «Señor, hazme instrumento de tu paz. Que donde hay odio, yo ponga el amor. Que donde hay ofensa, yo ponga el perdón […]. Que donde hay tinieblas, yo ponga la luz. Que donde hay tristeza, yo ponga la alegría».

Que esta sabiduría siga animando todos los esfuerzos que se realizan para promover la paciencia y la comprensión, y para curar las heridas de los conflictos que a lo largo de los años han dividido a personas de distintas culturas, etnias y convicciones religiosas. Estos esfuerzos no son sólo prerrogativas de los líderes religiosos, ni competencia exclusiva del Estado. Al contrario, la sociedad en su conjunto, todos aquellos que viven en la comunidad, son los que deben compartir la tarea de superar el conflicto y la injusticia. Sin embargo, los líderes civiles y religiosos tienen la responsabilidad propia de garantizar que cada voz sea escuchada, de forma que se puedan comprender con claridad y confrontar en un espíritu de imparcialidad y de recíproca solidaridad los desafíos y las necesidades del momento presente. Felicito al Panglong Peace Conference por el trabajo que está desarrollando en este ámbito, y ruego para que los que guían este esfuerzo puedan seguir promoviendo una mayor participación de todos los que viven en Myanmar. Esto ayudará al compromiso de avanzar en la paz, la seguridad y una prosperidad que incluya a todos.

Ciertamente, para que estos esfuerzos produzcan frutos duraderos, se necesitará una mayor cooperación entre los líderes religiosos. A este respecto, deseo que sepáis que la Iglesia Católica es un interlocutor disponible. Los momentos de encuentro y de diálogo entre los líderes religiosos demuestran que son un factor importante en la promoción de la justicia y de la paz en Myanmar. Sé que el pasado mes de abril la Conferencia de los Obispos Católicos ha organizado un encuentro de dos días sobre la paz, en el que han participado los líderes de las diferentes comunidades religiosas, junto a embajadores y representantes de agencias no gubernamentales. Estos encuentros son esenciales para profundizar en el conocimiento recíproco y afirmar los lazos que nos unen y nuestro destino común. La justicia auténtica y la paz consolidada se alcanzan sólo cuando están garantizadas para todos.

Queridos amigos, que los budistas y los católicos caminemos juntos a lo largo de este sendero de curación, y trabajemos hombro con hombro por el bien de cada uno de los habitantes de esta tierra. En las Escrituras Cristianas, el apóstol Pablo anima a sus oyentes a alegrarse con los que están alegres, y a llorar con los que lloran (cf. Rm 12,15), llevando con humildad los unos las cargas de los otros (cf. Ga 6,2). En nombre de mis hermanos y hermanas católicos, expreso nuestra disponibilidad para seguir caminando con vosotros y sembrar semillas de paz y de curación, de compasión y de esperanza en esta tierra.

Os doy las gracias nuevamente por haberme invitado a estar hoy aquí con vosotros. Invoco sobre todos la bendición divina de la alegría y de la paz.

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Encuentro con los obispos de Myanmar

Eminencia, queridos hermanos en el episcopado:

Para todos nosotros ha sido una jornada llena, pero de gran alegría. Esta mañana hemos celebrado la Eucaristía junto a los fieles provenientes de todos los rincones del País y por la tarde hemos encontrado a los líderes de la comunidad budista mayoritaria. Me gustaría que nuestro encuentro de esta tarde fuera un momento de serena gratitud por estas bendiciones y de reflexión tranquila sobre las alegrías y los desafíos de vuestro ministerio de Pastores de la grey de Cristo en este País. Agradezco a Mons. Félix [Lian Khen Thang] por las palabras de saludo que en vuestro nombre me ha dirigido. A todos os abrazo con gran afecto en el Señor.

Quisiera ordenar mis pensamientos en torno a tres palabras: sanación, acompañamiento yprofecía.

La primera, sanación. El Evangelio que predicamos es sobre todo un mensaje de sanación, reconciliación y paz. Mediante la sangre de Cristo en la cruz, Dios ha reconciliado el mundo consigo y nos ha invitado a ser mensajeros de esta gracia sanadora, gracia de curación. Aquí en Myanmar, este mensaje tiene un eco particular, puesto que el País está trabajando para superar divisiones profundamente enraizadas y para construir la unidad nacional. Vuestras comunidades llevan las marcas de este conflicto y han dado testigos valientes de la fe y de las antiguas tradiciones; para vosotros, por tanto, la predicación del Evangelio no debe ser sólo una fuente de consolación y de fortaleza, sino también una llamada a favorecer la unidad, la caridad y la sanación en la vida del pueblo. La unidad que compartimos y celebramos nace de la diversidad —no olvidéis esto, nace de la diversidad—; esta valora las diferencias entre las personas como fuente de enriquecimiento mutuo y de crecimiento; los llama a vivir unidos en una cultura del encuentro y la solidaridad.

Que experimentéis constantemente en vuestro ministerio episcopal la guía y la ayuda del Señor, empeñándoos en favorecer la sanación y la comunión en cada ámbito de la vida de la Iglesia, de modo que el santo Pueblo de Dios, vuestra grey, por medio de su ejemplo de perdón y de amor reconciliador, pueda ser sal y luz para todos los corazones que aspiran a esa paz que el mundo no puede dar. La comunidad católica en Myanmar puede estar orgullosa de su testimonio profético de amor a Dios y al prójimo, que se expresa en el compromiso con los pobres, con los que están privados de derechos y sobre todo, en este tiempo, con tantos desplazados que, por así decirlo, yacen heridos a los bordes del camino. Os pido que trasmitáis mi agradecimiento a todos los que, como el Buen Samaritano, trabajan con generosidad para llevar el bálsamo de la sanación a quienes lo necesitan, sin tener en cuenta la religión ni la etnia.

Vuestro ministerio de sanación encuentra una expresión particular en el compromiso con el diálogo ecuménico y la colaboración interreligiosa. Pido para que vuestros esfuerzos continuos en la construcción de puentes de diálogo y en la unión con los seguidores de otras religiones, a fin de tejer una red de relaciones pacíficas, produzcan frutos abundantes para la reconciliación de la vida del País. La conferencia de paz interreligiosa que tuvo lugar en Yangon la pasada primavera es un testimonio importante, ante el mundo, de la determinación de las religiones para vivir en paz y rechazar cualquier acto de violencia y de odio perpetrado en nombre de la religión.

En esta sanación se debe recordar que la Iglesia es un «hospital de campaña». Curar, curar las heridas, curar las almas, curar. Esta es vuestra primera misión, curar, curar a los heridos.

La segunda palabra que os propongo esta tarde es acompañamiento. Un buen pastor está constantemente presente ante su grey, conduciéndola mientras camina junto a ella. Como me gusta decir, el pastor debería oler a oveja; pero también el olor a Dios, no os olvidéis, también el olor a Dios. En estos tiempos estamos llamados a ser una «Iglesia en salida» para llevar la luz de Cristo a cada periferia (cf. Evangelii gaudium, 20). En cuanto Obispos, vuestras vidas y vuestro ministerio están llamados a conformarse a este espíritu de compromiso misionero, sobre todo a través de las visitas pastorales regulares a las parroquias y las comunidades que forman vuestras Iglesias locales. Este es un medio privilegiado para que, como padres premurosos, acompañéis a vuestros sacerdotes en el compromiso cotidiano por hacer crecer la grey en santidad, fidelidad y espíritu de servicio. He hablado de acompañar a los sacerdotes: Estad cerca de los sacerdotes, no olvidéis que el prójimo más cercano que el obispo tiene es el sacerdote. Que cada sacerdote no sólo sepa, sino que sienta que tiene un padre en el obispo.

Por gracia de Dios, la Iglesia en Myanmar ha heredado de quienes trajeron el Evangelio a esta tierra una fe sólida y un ferviente afán misionero. Sobre estos firmes fundamentos, y en comunión con los presbíteros y los religiosos, seguid inculcando al laicado el espíritu de un auténtico discipulado misionero, buscando una sabia inculturación del mensaje evangélico en la vida cotidiana y en las tradiciones de vuestras comunidades locales. A este respecto, la cooperación de los catequistas es esencial; su enriquecimiento formativo debe continuar siendo una prioridad para vosotros. Y no olvidéis que, en cada parroquia, los catequistas son los pilares de la evangelización.

Sobre todo, quisiera pediros un esfuerzo especial para acompañar a los jóvenes. Ocupaos de su formación en los sanos principios morales, que los guíen para afrontar los desafíos de un mundo amenazado por las colonizaciones ideológicas y culturales. El próximo Sínodo de los Obispos no sólo se referirá a estos aspectos, sino que interpelará directamente a los jóvenes, escuchando sus historias e involucrándolos en un discernimiento común sobre cómo proclamar mejor el Evangelio en los próximos años. Una de las grandes bendiciones de la Iglesia de Myanmar es su juventud y, en particular, el número de seminaristas y de jóvenes religiosos. Por esto, demos gracias a Dios. Siguiendo el espíritu del Sínodo, por favor, involucradlos y sostenedlos en su camino de fe, porque están llamados, a través de su idealismo y entusiasmo, a ser evangelizadores alegres y convincentes de sus coetáneos.

Mi tercera palabra para vosotros es profecía. La Iglesia de Myanmar testimonia cotidianamente el Evangelio gracias a sus obras educativas y caritativas, su defensa de los derechos humanos, su respaldo a los principios democráticos. Poned a la comunidad católica en condiciones de seguir teniendo un papel constructivo en la vida de la sociedad, haciendo escuchar vuestra voz en cuestiones de interés nacional, insistiendo particularmente en el respeto de la dignidad y los derechos de todos, especialmente de los más pobres y vulnerables. Estoy convencido de que la estrategia pastoral quinquenal, que la Iglesia ha desarrollado dentro del más amplio contexto de la construcción del Estado, dará frutos abundantes no sólo para el futuro de las comunidades locales, sino también para todo el País. Me refiero de modo especial a la necesidad de proteger el ambiente y de asegurar un correcto uso de los ricos recursos naturales del País en beneficio de las generaciones futuras. La protección del don divino de la creación no puede separarse de una sana ecología humana y social. En efecto, «el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás» (Laudato si’, 70).

Queridos hermanos en el episcopado, doy las gracias a Dios por este momento de comunión y ruego para que este estar juntos nos refuerce en el compromiso de ser pastores fieles y servidores de la grey que Cristo nos ha confiado. Sé que vuestro ministerio es arduo y que, junto con vuestros sacerdotes, fatigáis a menudo bajo «el peso del día y el bochorno» (Mt 20,12). Os exhorto a mantener el equilibrio en la salud física sin olvidar la espiritual, en preocuparos de modo paternal por la salud de vuestros sacerdotes.

Y hablando de salud espiritual, recuerdan la primera obligación del obispo. Cuando los primeros cristianos recibieron las quejas de los helenistas porque no estaban bien atendidas sus viudas y sus hijos, se reunieron los apóstoles e «inventaron» los diáconos. Y Pedro anunció esta noticia y comunicó también la obligación que tiene el obispo diciendo así: «Nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra» (cf. Hch 6,1-6). La oración es el primer deber del Obispo. Cada uno de nosotros, obispos, tendrá que preguntarse, al final de la jornada, en el examen de conciencia: «¿Cuántas horas he rezado hoy?".

Queridos hermanos, os exhorto a mantener el equilibrio entre la salud física y espiritual. Sobre todo, os animo a crecer cada día en la oración y en la experiencia del amor reconciliador de Dios, porque es la base de vuestra identidad sacerdotal, la garantía de la solidez de vuestra predicación y la fuente de la caridad pastoral con la que conducís al Pueblo de Dios por senderos de santidad y de verdad. Con gran afecto invoco la gracia del Señor sobre vosotros, los sacerdotes, los religiosos y todos los laicos de vuestras Iglesias locales. Os pido, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí.

Y ahora os invito a rezar todos juntos, vosotros en birmano y yo en español, el Ave María a la Virgen.

[Dios te salve María]

Que os bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

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Santa Misa con los jóvenes en la Catedral de Santa María

A punto de concluir mi visita a vuestro hermoso país, me uno a vuestra acción de gracias a Dios por tantos dones que nos ha concedido en estos días. Mirándoos a vosotros, jóvenes de Myanmar, y a todos los que desde otros lugares se unen a nosotros, quisiera compartir con vosotros una frase de la primera lectura de hoy que resuena en mi interior. Está tomada del profeta Isaías, y san Pablo la repitió en su carta a la joven comunidad cristiana de Roma. Escuchemos una vez más esas palabras: «¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia del bien!» (Rm 10,15; cf.Is 52,7).

Queridos jóvenes de Myanmar, después de haber escuchado vuestras voces y haberos oído cantar hoy, os aplico a vosotros esas palabras. Sí, son hermosos vuestros pasos; vuestra presencia es hermosa y alentadora, porque nos traéis «buenas noticias», la buena nueva de vuestra juventud, de vuestra fe y de vuestro entusiasmo. Así es, vosotros sois una buena noticia, porque sois signos concretos de la fe de la Iglesia en Jesucristo, que nos hace experimentar un gozo y una esperanza que nunca morirán.

Algunos se preguntan cómo es posible hablar de buenas noticias cuando tantas personas a nuestro alrededor están sufriendo. ¿Dónde están las buenas noticias cuando hay tanta injusticia, pobreza y miseria que proyectan su sombra sobre nosotros y nuestro mundo? Quiero que de aquí salga un mensaje muy claro. Quiero que la gente sepa que vosotros, muchachos y muchachas de Myanmar, no tenéis miedo a creer en la buena noticia de la misericordia de Dios, porque esta tiene un nombre y un rostro: Jesucristo. Como mensajeros de esta buena nueva, estáis listos para llevar una palabra de esperanza a la Iglesia, a vuestro país y al mundo en general. Estáis dispuestos a llevar la Buena Noticia a vuestros hermanos y hermanas que sufren y que necesitan vuestras oraciones y vuestra solidaridad, pero también vuestra pasión por los derechos humanos, por la justicia y porque crezcan el amor y la paz que Jesús nos da.

Quiero también plantearos un desafío. ¿Escuchasteis con atención la primera lectura? Allí, san Pablo repite tres veces la palabra «sin». Es una palabra sencilla, pero que nos hace pensar sobre nuestro papel en el proyecto de Dios. En efecto, Pablo propone tres preguntas que yo quiero dirigir a cada uno de vosotros personalmente. La primera, ¿cómo puede alguien creer en el Señor sin haber oído hablar de él? La segunda, ¿cómo puede alguien oír hablar del Señor sin un mensajero que lo anuncie? Y la tercera, ¿cómo puede haber un mensajero sin ser enviado? (cf. Rm 10,14-15).

Me gustaría que todos vosotros pensarais profundamente en estas preguntas. ¡Pero no tengáis miedo! Como buen «padre» (¡aunque mejor sería decir «abuelo»!), no quiero dejaros solos ante estas preguntas. Permitidme que os ofrezca algunas ideas que puedan guiaros en el camino de fe y ayudaros a discernir qué es lo que el Señor os está pidiendo.

La primera pregunta de san Pablo es: «¿Cómo puede alguien creer en el Señor sin haber oído hablar de él?». Nuestro mundo está lleno de ruidos y distracciones, que pueden apagar la voz de Dios. Para que otros se sientan llamados a escucharlo y a creer en él, necesitan descubrirlo en personas que sean auténticas. Personas que sepan escuchar. Seguro que vosotros queréis ser genuinos. Pero sólo el Señor os puede ayudar a serlo. Por eso hablad con él en la oración. Aprended a escuchar su voz, hablándole con calma desde lo más profundo de vuestro corazón.

Pero hablad también con los santos, nuestros amigos del cielo que nos sirven de ejemplo. Como san Andrés, cuya fiesta celebramos hoy. Andrés fue un sencillo pescador que acabó siendo un gran mártir, un testigo del amor de Jesús. Pero antes de llegar a ser mártir, cometió sus errores, tuvo que ser paciente y aprender gradualmente a ser un verdadero discípulo de Cristo. Así que no tengáis miedo de aprender de vuestros propios errores. Dejad que los santos os guíen hacia Jesús y os enseñen a poner vuestras vidas en sus manos. Sabed que Jesús está lleno de misericordia. Por lo tanto, compartid con él todo lo que lleváis en vuestros corazones: vuestros miedos y preocupaciones, así como vuestros sueños y esperanzas. Cultivad la vida interior, como cuidaríais un jardín o un campo. Esto lleva tiempo; requiere paciencia. Pero al igual que un agricultor sabe esperar que lo cultivado crezca, así también a vosotros, si sabéis esperar, el Señor os hará dar mucho fruto, un fruto que luego podréis compartir con los demás.

La segunda pregunta de Pablo es: «¿Cómo van a oír hablar de Jesús sin un mensajero que lo anuncie?». Esta es una gran tarea encomendada de manera especial a los jóvenes: ser «discípulos misioneros», mensajeros de la buena noticia de Jesús, sobre todo para vuestros compañeros y amigos. No tengáis miedo de hacer lío, de plantear preguntas que hagan pensar a la gente. Y no os preocupéis si a veces sentís que sois pocos y dispersos. El Evangelio siempre crece a partir de pequeñas raíces. Por eso haceos oír. Os pido que gritéis, pero no con vuestras voces, no, quiero que gritéis, para ser con vuestra vida, con vuestros corazones, signos de esperanza para los que están desanimados, una mano tendida para el enfermo, una sonrisa acogedora para el extranjero, un apoyo solícito para el que está solo.

La última pregunta de Pablo es: «¿Cómo puede haber un mensajero sin que sea enviado?». Al final de esta Misa, todos seremos enviados, para llevar con nosotros los dones que hemos recibido y compartirlos con los demás. Esto puede provocar un poco de desánimo, ya que no siempre sabemos a dónde nos puede enviar Jesús. Pero él nunca nos manda sin caminar al mismo tiempo a nuestro lado, y siempre un poquito por delante de nosotros, para llevarnos a nuevas y maravillosas partes de su reino.

¿Cómo envía nuestro Señor a san Andrés y a su hermano Simón Pedro en el Evangelio de hoy? «¡Seguidme!», les dice (Mt 4,19). Eso es lo que significa ser enviado: seguir a Cristo, y no lanzarnos por delante con nuestras propias fuerzas. El Señor invitará a algunos de vosotros a seguirlo como sacerdotes, y de esta forma convertirse en «pescadores de hombres». A otros los llamará a la vida religiosa, a otros a la vida matrimonial, a ser padres y madres amorosos. Cualquiera que sea vuestra vocación, os exhorto: ¡sed valientes, sed generosos y, sobre todo, sed alegres!

Aquí, en esta hermosa Catedral dedicada a la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, os animo a que miréis a María. Cuando ella respondió «sí» al mensaje del ángel, era joven, como vosotros. Sin embargo, tuvo el valor de confiar en la «buena noticia» que había escuchado, y de traducirla en una vida de consagración fiel a su vocación, de entrega total de sí y completa confianza en los cuidados amorosos de Dios. Que siguiendo el ejemplo de María, llevéis a Jesús y su amor a los demás con sencillez y valentía.

Queridos jóvenes, con gran afecto os encomiendo a vosotros y a vuestras familias a su maternal intercesión. Y os pido, por favor, que os acordéis de rezar por mí.

Dios bendiga a Myanmar [Myanmar pyi ko Payarthakin Kaung gi pei pa sei]

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Encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo Diplomático en el Palacio Presidencial

Señor Presidente,distinguidas autoridades del Estado y autoridades civiles, señor Cardenal, hermanos Obispos, miembros del Cuerpo Diplomático, señoras y señores:

Al comienzo de mi estancia en Bangladesh, quisiera darle las gracias, señor Presidente, por la amable invitación a visitar este país y por sus cordiales palabras de bienvenida. Vengo siguiendo los pasos de dos de mis predecesores, el Papa Pablo VI y el Papa Juan Pablo II, para orar con mis hermanos y hermanas católicos y ofrecerles un mensaje de afecto y aliento. Bangladesh es un estado joven, sin embargo siempre ha ocupado un lugar especial en el corazón de los Papas, quienes desde el principio han mostrado su solidaridad con este pueblo, acompañándolo en la superación de las adversidades iniciales, y lo han apoyado en la exigente tarea de construir una nación y su desarrollo. Agradezco la oportunidad que se me concede para dirigirme a esta asamblea, que reúne a hombres y mujeres que tienen una responsabilidad concreta en ir dando forma al futuro de la sociedad de Bangladesh.

Durante el vuelo que me ha traído hasta aquí, me han recordado que Bangladesh ―«Golden Bengal»― es un país unido por una vasta red de ríos y canales, grandes y pequeños. Esta belleza natural es, me parece, un símbolo de su identidad particular como pueblo. Bangladesh es una nación que se esfuerza por conseguir una unidad de lengua y de cultura, respetando las diferentes tradiciones y comunidades que fluyen como arroyos de agua que enriquecen continuamente el gran cauce de la vida política y social del país.

En el mundo de hoy, ninguna comunidad, nación o estado puede sobrevivir y progresar aisladamente. Como miembros de la única familia humana, nos necesitamos unos a otros y somos dependientes unos de otros. El Presidente Sheikh Mujibur Rahman comprendió y buscó incorporar este principio en la Constitución nacional. Él imaginó una sociedad moderna, plural e inclusiva en la que cada persona y comunidad pudiese vivir en libertad, paz y seguridad, respetando la innata dignidad y la igualdad de derechos para todos. El futuro de esta joven democracia y el tener una vida política sana están esencialmente vinculados a la fidelidad a esa visión fundante. En efecto, sólo a través del diálogo sincero y el respeto por la diversidad legítima, puede un pueblo reconciliar las divisiones, superar perspectivas unilaterales y reconocer la validez de los puntos de vista divergentes. Porque el verdadero diálogo mira hacia el futuro, construye la unidad en el servicio del bien común y se preocupa por las necesidades de todos los ciudadanos, especialmente de los pobres, los desfavorecidos y los que no tienen voz.

En los últimos meses, el espíritu de generosidad y solidaridad, que es un signo distintivo de la sociedad de Bangladesh, se ha manifestado con más fuerza en el impulso humanitario con el que han atendido a los refugiados llegados en masa del Estado de Rakhine, dándoles refugio temporal y lo necesario para la vida. Esto se ha realizado con no poco sacrificio. Y todo el mundo lo ha podido contemplar. Ninguno de nosotros puede ignorar la gravedad de la situación, el inmenso costo en términos de sufrimiento humano y de la precaria condición de vida de tantos de nuestros hermanos y hermanas, la mayoría de los cuales son mujeres y niños, hacinados en los campos de refugiados. Es necesario que la comunidad internacional tome medidas decisivas para hacer frente a esta grave crisis, no sólo trabajando para resolver los problemas políticos que han provocado el desplazamiento masivo de personas, sino también ofreciendo asistencia material inmediata a Bangladesh en su esfuerzo por responder eficazmente a las urgentes necesidades humanas.

Aunque mi visita esté dirigida principalmente a la comunidad católica de Bangladesh, mi encuentro de mañana en Ramna con líderes ecuménicos e interreligiosos será un momento privilegiado. Juntos oraremos por la paz y reafirmaremos nuestro compromiso de trabajar por ella. Bangladesh es conocido por la armonía que tradicionalmente ha existido entre los seguidores de las diversas religiones. Esta atmósfera de respeto mutuo y un creciente clima de diálogo interreligioso, permite a los creyentes expresar libremente sus convicciones más profundas sobre el significado y la finalidad de la vida. De esta manera, ellos pueden contribuir a promover los valores espirituales que son la base segura para una sociedad justa y pacífica. En un mundo en el que la religión a menudo se usa ―escandalosamente― para fomentar la división, el testimonio de su poder reconciliador y unificador es muy necesario. Esto se ha manifestado de manera particularmente elocuente en la reacción unánime de indignación que siguió al brutal ataque terrorista del año pasado aquí en Dhaka, y en el claro mensaje que las autoridades religiosas de la nación han enviado de que el santísimo nombre de Dios nunca se puede invocar para justificar el odio y la violencia contra otros seres humanos, nuestros semejantes.

Los católicos de Bangladesh, aunque son relativamente pocos, intentan desempeñar un papel constructivo en el desarrollo de la nación, especialmente a través de sus escuelas, clínicas y dispensarios. La Iglesia aprecia la libertad que goza toda la nación de practicar su propia fe y realizar sus obras de caridad, entre ellas la de proporcionar a los jóvenes, que representan el futuro de la sociedad, una educación de calidad y una formación en sólidos valores éticos y humanos. En sus escuelas, la Iglesia busca promover una cultura del encuentro que permita a los estudiantes asumir sus responsabilidades en la vida de la sociedad. De hecho, la gran mayoría de los estudiantes en estas escuelas y muchos de los maestros no son cristianos, sino que provienen de otras tradiciones religiosas. Estoy convencido de que, en sintonía con la letra y el espíritu de la Constitución nacional, la comunidad católica seguirá disfrutando de la libertad de llevar a cabo estas buenas obras como expresión de su compromiso por el bien común.

Señor Presidente, queridos amigos:

Les agradezco su atención y les aseguro mis oraciones para que, en sus altas responsabilidades, estén siempre inspirados por los nobles ideales de justicia y de servicio a sus conciudadanos. Sobre ustedes, y sobre todo el pueblo de Bangladesh, invoco del Todopoderoso las bendiciones de armonía y paz.

Gracias.

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Santa Misa y ordenación sacerdotal en el Suhrawardy Udyan Park

Queridos hermanos:

Ahora que estos hijos nuestros van a ser ordenados presbíteros, conviene considerar con atención a qué ministerio acceden en la Iglesia.

Como sabéis, hermanos, el Señor Jesús es el gran Sacerdote del Nuevo Testamento; aunque, en verdad, todo el pueblo santo de Dios ha sido constituido sacerdocio real en Cristo. Sin embargo, nuestro gran Sacerdote, Jesucristo, eligió a algunos discípulos para que en la Iglesia desempeñasen, en nombre suyo, el oficio sacerdotal para bien de los hombres.

Él mismo, enviado por el Padre, envió, a su vez, a los Apóstoles por el mundo, para continuar sin interrupción su obra de Maestro, Sacerdote y Pastor por medio de ellos y de los Obispos, sus sucesores. Y los presbíteros son colaboradores de los Obispos, con quienes en unidad de sacerdocio están llamados al servicio del pueblo de Dios.

Estos hermanos, después de pensarlo seriamente, van a ser ordenados al sacerdocio en el Orden de los presbíteros, para hacer las veces de Cristo, Maestro, Sacerdote y Pastor, por quien la Iglesia, su Cuerpo, se edifica y crece como pueblo de Dios y templo santo.

A vosotros, queridos hijos, que vais a ser ordenados presbíteros, os incumbirá, en la parte que os corresponde, la función de enseñar en nombre de Cristo, el Maestro. Transmitid a todos la Palabra de Dios que habéis recibido con alegría. Y al meditar en la ley del Señor, procurad creer lo que leéis, enseñar lo que creéis y practicar lo que enseñáis. Que vuestra enseñanza sea alimento para el pueblo de Dios; que vuestra vida sea un estímulo para los discípulos de Cristo, a fin de que con vuestra palabra y vuestro ejemplo se vaya edificando la casa, que es la Iglesia de Dios.

Os corresponderá también la función de santificar en Cristo. Por medio de vuestro ministerio, alcanzará su plenitud el sacrificio espiritual de los fieles, que por vuestras manos, junto con ellos, será ofrecido sobre el altar, unido al sacrificio de Cristo, en celebración incruenta.

Daos cuenta de lo que hacéis e imitad lo que conmemoráis, de tal manera que, al celebrar el misterio de la muerte y resurrección del Señor, os esforcéis por hacer morir en vosotros el mal y procuréis caminar en una vida nueva.

Al introducir a los hombres en el pueblo de Dios por el Bautismo, al perdonar los pecados en nombre de Cristo y de la Iglesia por el sacramento de la Penitencia, al dar a los enfermos el alivio del óleo santo, al celebrar los ritos sagrados, al ofrecer durante el día la alabanza, la acción de gracias y la súplica no sólo por el pueblo de Dios, sino por el mundo entero, recordad que habéis sido escogidos de entre los hombres y puestos al servicio de ellos en las cosas de Dios.

Realizad, pues, con alegría perenne, en verdadera caridad, el ministerio de Cristo Sacerdote, no buscando vuestro propio interés, sino el de Jesucristo.

Finalmente, al ejercer, en la parte que os corresponde, la función de Cristo, Cabeza y Pastor, permaneciendo unidos al Obispo y bajo su dirección, esforzaos por reunir a los fieles en una sola familia, de forma que en la unidad del Espíritu Santo, por Cristo, podáis conducirlos al Padre. Tened siempre presente el ejemplo del buen Pastor, que no vino para que le sirvieran, sino para servir, y para buscar y salvar lo que estaba perdido.

Ahora deseo dirigirme a vosotros, queridos hermanos y hermanas que habéis venido a esta fiesta, a esta gran fiesta de Dios en la ordenación de estos hermanos sacerdotes. Sé que muchos de vosotros habéis venido desde lejos, viajando más de dos días… Gracias por vuestra generosidad. Esto demuestra el amor que tenéis a la Iglesia, esto indica el amor que vosotros tenéis a Jesucristo. Muchas gracias. Gracias por vuestra generosidad, muchas gracias por vuestra fidelidad. Seguid adelante con el espíritu de las Bienaventuranzas. Y os pido a vosotros, hoy os ruego: rezad siempre por vuestros sacerdotes, especialmente por los que hoy recibirán el sacramento de la Ordenación. El pueblo de Dios sostiene a los sacerdotes con la oración. Es vuestra responsabilidad apoyar los sacerdotes. Alguno entre ustedes se puede preguntar: «Pero, ¿cómo se hace para sostener a un sacerdote?». Confiad en vuestra generosidad. El corazón generoso que vosotros tenéis os dirá cómo sostener a los sacerdotes. Pero el primer apoyo del sacerdote es la oración. El pueblo de Dios —es decir, todos— apoya al sacerdote con la oración. No os canséis jamás de rezar por vuestros sacerdotes. Yo sé que lo haréis. Muchas gracias. Y ahora seguimos el rito de la Ordenación de estos diáconos que serán vuestros sacerdotes. Gracias.

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Palabras improvisadas del Santo Padre a los fieles reunidos fuera de la Catedral

Les agradezco a todos los que están aquí presentes, líderes cristianos, laicos que trabajan en la dedicación del reino de Dios. Simplemente me dijeron que tengo que hacer un saludo y me viene una palabra para compartirla con ustedes. El Apóstol Pablo decía que dentro de sí sentía: «¡Ay de mí si no evangelizo!»

Nosotros queremos que se viva el Evangelio como una gracia, como un tesoro, y lo recibimos gratuitamente. Tenemos que pedir al Señor que nos de la gracia de sentir eso mismo que sentía Pablo. Sentir ese fuego, esa ansia en el corazón para evangelizar. No se trata de hacer proselitismo, no. La Iglesia, Reino de Dios, no crece con proselitismo, crece con el testimonio. Se trata de mostrar con la palabra y la vida el tesoro que se nos regaló. Y eso es evangelizar. Yo vivo así, vivo esta palabra, y que los otros vean; pero no es hacer proselitismo.

Les agradezco lo que ustedes hacen, les agradezco el compromiso, les agradezco que muestren el regalo que Dios nos dio.

Y me atrevo a pedirles un favor: custodien el tesoro que Dios nos regaló en el Evangelio, y la mejor manera de custodiarlo es la gracia de Dios, por eso les pido que oren mucho, recen mucho para que venga esa gracia y les cuide el tesoro.

Y sigamos adelante caminando haciendo ver este tesoro que nos regaló Dios gratuitamente y que debemos ofrecer a los demás gratuitamente. Y ahora como hermanos todos juntos, pidamos esta gracia los unos por los otros, rezando la oración que Jesús nos enseñó.

[Padre nuestro]

Que el Señor los bendiga y los proteja. Haga brillar su rostro sobre ustedes y les muestre su gracia. Les descubra su rostro y les conceda la gracia. Amén.

No os olvidéis de rezar por mí.

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Discurso del Santo Padre a los obispos de Bangladés

Señor Cardenal, queridos hermanos en el episcopado:

¡Qué bueno es para nosotros estar juntos! Agradezco al cardenal Patrick [D'Rozario] sus palabras introductorias, con las que ha presentado las múltiples actividades espirituales y pastorales de la Iglesia en Bangladesh. He apreciado particularmente su referencia al previsor Plan Pastoral de 1985, que pone de manifiesto los principios y las prioridades evangélicas que han guiado la vida y la misión de la comunidad eclesial en esta joven nación. Mi propia experiencia en Aparecida, que lanzó la misión continental en América Latina, me ha convencido de la fecundidad de tales planes, que implican a todo el Pueblo de Dios en un proceso continuo de discernimiento y de acción.

También me gusta la duración de este plan de pastoral, porque una de las enfermedades de los planes pastorales es que mueren jóvenes. Pero este está vivo desde 1985. ¡Felicidades! Se ve que fue bien hecho, que refleja la realidad del país y las necesidades pastorales; y refleja también la perseverancia de los obispos.

La realidad de la comunión estaba en el centro del Plan Pastoral, y sigue inspirando el celo misionero que distingue a la Iglesia en Bangladesh. Vuestro mismo ministerio episcopal ha estado tradicionalmente marcado por un espíritu de colegialidad y apoyo mutuo. Y esto es grande. Este espíritu de afecto y colegialidad lo comparten también vuestros sacerdotes y, a través de ellos, se ha extendido a las parroquias, las comunidades y los múltiples apostolados de vuestras Iglesias locales. Se manifiesta en la seriedad con la que os dedicáis en vuestras diócesis a las visitas pastorales y os preocupáis por el bien concreto de vuestra gente. Os pido que perseveréis en este ministerio de presencia. Deseo indicar qué es lo que significa: no es sólo hacerse ver —uno puede hacerse ver a través de la televisión—; sino que es una presencia como la de Dios en nosotros, que se ha hecho cercanía, que se ha hecho proximidad en la Encarnación del Verbo, en la condescendencia, la condescendencia del Padre que ha enviado a su Hijo para hacerse uno de nosotros. Y me gusta cómo vosotros habéis acuñado esta palabra: «ministerio de presencia». El Obispo es uno que está presente, que es cercano y es próximo. Siempre. Repito: perseverar en este ministerio de presencia, que es fundamental para fortalecer los vínculos de comunión que os unen a vuestros sacerdotes, que son vuestros hermanos, hijos y colaboradores en la viña del Señor, y a los religiosos y religiosas que contribuyen decisivamente a la vida católica en este país.

Una palabra quisiera destacar sobre los religiosos. Estamos acostumbrados a decir: sí, hay dos caminos de santificación en la Iglesia: la vía presbiteral y la vía laical. Pero las hermanas, ¿qué son? ¿Laicas? No. Por favor, hay que hacer madurar la idea de que hay una tercera vía de santificación: la vía de la vida consagrada. Que no es un adjetivo: «Este es un laico, esta una laica consagrada»; es un sustantivo: «Este es un consagrado, esta es una consagrada». Como decimos «este es un laico o laica» y «este es un sacerdote». Esto es importante.

Al mismo tiempo, os pediría que mostréis una cercanía pastoral cada vez mayor hacia los fieles laicos. Ellos deben crecer. Es necesario promover su participación efectiva en la vida de vuestras Iglesias particulares, a través de las estructuras canónicas que permiten escuchar sus voces y apreciar sus experiencias. Reconoced y valorad los carismas de los laicos y laicas, y animadlos a poner sus dones al servicio de la Iglesia y de la sociedad en su conjunto. Pienso en los numerosos y entregados catequistas de este país —los catequistas son los pilares de la evangelización—, cuyo apostolado es esencial para el crecimiento de la fe y para la formación cristiana de las nuevas generaciones. Son verdaderos misioneros y guías de oración, especialmente en las zonas más remotas. Estad atentos a sus necesidades espirituales y a su constante educación en la fe. Los catequistas, pero también los laicos que nos ayudan y están cerca de nosotros, los consejeros: los consejeros pastorales, los consejeros en los asuntos económicos. En una reunión que tuve hace seis meses, oí decir que quizás un poco más de la mitad de las diócesis —la mitad o un poco más—, tiene los dos consejos que el Derecho Canónico nos pide tener: el pastoral y el de los asuntos económicos. ¿Y la otra mitad? Esto no puede ser. No es sólo una ley, no es sólo una ayuda, sino que es un espacio para los laicos.

En estos meses de preparación para la próxima asamblea del Sínodo de los Obispos, estamos todos invitados a pensar cuál es la mejor manera de hacer que nuestros jóvenes compartan la alegría, la verdad y la belleza de nuestra fe. Bangladesh ha sido bendecido con vocaciones al sacerdocio —hoy lo hemos visto— y a la vida religiosa; es importante asegurar que los candidatos estén bien formados para comunicar a los demás, y en particular a sus propios contemporáneos, la riqueza de la fe. En un espíritu de comunión que une a las generaciones, ayudadlos a llevar adelante con alegría y entusiasmo el trabajo que otros han comenzado, sabiendo que algún día a ellos mismos les tocará, a su vez, transmitirlo. Esa actitud interior de recibir la herencia, hacerla crecer y transmitirla: este es el espíritu apostólico de un presbiterio. Que los jóvenes sepan que el mundo no comienza con ellos, que ellos deben buscar las raíces, deben buscar las raíces históricas, religiosas… Se necesita hacer crecer esas raíces y transmitir los frutos. Enseñad a los jóvenes a no ser desarraigados; enseñadles a hablar con los ancianos. Cuando he entrado aquí [en el Arzobispado] estaban los seminaristas menores. Tenía que haberles hecho dos preguntas, como de pasada, pero les he hecho sólo una, la primera, la más natural: «¿Jugáis al fútbol?». Todos han contestado: «Sí». La segunda era: «¿Vais a visitar a los abuelos, a los sacerdotes ancianos para escuchar las historias de su vida, de su apostolado?». Los formadores del seminario deben educar a los jóvenes seminaristas a escuchar a los sacerdotes ancianos: allí están las raíces, allí está la sabiduría de la Iglesia.

Una valiosa acción social de la Iglesia en Bangladesh está dirigida a la asistencia de las familias y, de manera específica, al compromiso por la promoción de la mujer. Las personas de este país se distinguen por su amor a la familia, su sentido de la hospitalidad, el respeto que muestran hacia los padres y abuelos, y la atención que le dan a los ancianos, los enfermos y los desamparados. Estos valores son confirmados y elevados por el Evangelio de Jesucristo. Una palabra especial de gratitud merecen todos los que trabajan silenciosamente para apoyar a las familias cristianas en su misión de dar cada día testimonio del amor reconciliador del Señor y de dar a conocer su poder redentor. Como señala la Exhortación Post-sinodal Ecclesia in Asia, la familia «no es simplemente objeto del cuidado pastoral de la Iglesia, sino también uno de los agentes más eficaces de evangelización» (n. 46).

Un objetivo significativo que el Plan Pastoral ha señalado, y que de hecho ha demostrado ser profético, es laopción por los pobres. La comunidad católica en Bangladesh puede estar orgullosa de su historia de servicio a los pobres, especialmente en las zonas más remotas y en las comunidades tribales. Lleva adelante este servicio cotidianamente a través de sus apostolados de educación, de sus hospitales, clínicas y centros de salud, y de sus múltiples obras de caridad. Sin embargo, especialmente a la luz de la actual crisis de refugiados, vemos lo mucho que queda aún por hacer. La inspiración para sus obras de asistencia a los necesitados debe ser siempre esa caridad pastoral que sabe reconocer en seguida las heridas humanas y que responde con generosidad a cada uno personalmente. Al trabajar para crear una «cultura de la misericordia» (cf. Misericordia et Misera, 20). En este trabajo, vuestras Iglesias locales demuestran su opción por los pobres, refuerzan la proclamación de la infinita misericordia del Padre y contribuyen en gran medida al desarrollo integral de su patria.

Un momento importante de mi visita pastoral a Bangladesh es el encuentro interreligioso y ecuménico que tendrá lugar inmediatamente después de nuestra reunión. En vuestra nación la diversidad étnica se refleja en una variedad de tradiciones religiosas. El compromiso de la Iglesia de llevar adelante la comprensión interreligiosa a través de seminarios y programas educativos, así como por medio de contactos personales e invitaciones, contribuye a la difusión de la buena voluntad y la armonía. Trabajad tenazmente en construir puentes y en fomentar el diálogo, ya que estos esfuerzos no sólo facilitan la comunicación entre los diferentes grupos religiosos, sino que también despiertan las energías espirituales necesarias para la construcción de una nación unida, justa y en paz. Cuando los líderes religiosos se pronuncian con una sola voz contra la violencia, que pretende hacerse pasar por religión, y tratan de reemplazar la cultura del conflicto con la cultura del encuentro, acuden a las raíces espirituales más profundas de sus diversas tradiciones. También brindan un servicio inestimable al futuro de sus países y de nuestro mundo al educar a los jóvenes en el camino de la justicia: «Es necesario acompañar y ayudar a madurar a las nuevas generaciones para que, ante la lógica incendiaria del mal, respondan con el paciente crecimiento del bien» (Discurso en la Conferencia Internacional para la Paz, Al-Azhar, El Cairo, 28 abril 2017).

Queridos hermanos obispos, agradezco al Señor estos momentos de conversación y de intercambio fraterno. También me siento contento de que este Viaje Apostólico, que me ha traído a Bangladesh, me haya permitido ser testigo de la vitalidad y el fervor misionero de la Iglesia en esta nación. Ofrecemos al Señor las alegrías y las dificultades de vuestras comunidades locales, y juntos le pedimos una nueva efusión del Espíritu Santo, que nos dé «la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), a alta voz y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente» (Evangelii Gaudium, 259). Que los sacerdotes, religiosos, consagrados y consagradas, y los fieles confiados a vuestro cuidado pastoral, encuentren siempre una renovada energía en sus esfuerzos para ser «evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios» (ibíd.). Os imparto a todos, con gran afecto, mi Bendición, y os pido, por favor, de rezar por mí.

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Encuentro interreligioso y ecuménico por la paz

Distinguidos invitados, queridos amigos:

Este encuentro, que reúne a los representantes de las diversas comunidades religiosas de este país, constituye un momento muy significativo de mi visita a Bangladesh. Nos hemos reunido para profundizar nuestra amistad y para expresar el deseo unánime del don de una paz genuina y duradera.

Mi agradecimiento al Cardenal D’Rozario por sus gentiles palabras de bienvenida y a cuantos me han acogido con afecto en nombre de las comunidades musulmana, hinduista, budista, cristiana y también de la sociedad civil. Agradezco la presencia del Obispo anglicano de Dhaka, de las diversas comunidades cristianas y de todos los que han contribuido para hacer posible esta reunión.

Las palabras que hemos escuchado, y también los cantos y las danzas que han animado nuestra asamblea, nos han hablado de modo elocuente del deseo de armonía, fraternidad y paz encarnado en las enseñanzas de las religiones del mundo. Que nuestro encuentro de esta tarde pueda ser un signo claro del esfuerzo de los líderes y de los seguidores de las religiones presentes en este país por vivir juntos con respeto recíproco y buena voluntad. Que este compromiso, aquí en Bangladesh, donde el derecho a la libertad religiosa es un principio fundamental, sea una llamada de atención respetuosa pero firme hacia quien busque fomentar la división, el odio y la violencia en nombre de la religión.

Es un signo particularmente reconfortante de nuestros tiempos que los creyentes y las personas de buena voluntad se sientan cada vez más llamados a cooperar en la formación de una cultura del encuentro, del diálogo y de la colaboración al servicio de la familia humana. Esto requiere más que una simple tolerancia. Nos estimula a tender la mano al otro en actitud de comprensión y confianza recíproca, para construir una unidad que considere la diversidad no como amenaza, sino como fuente de enriquecimiento y crecimiento. Nos exhorta a tener apertura de corazón, para ver en los otros un camino, no un obstáculo.

Permitidme explorar brevemente algunas características esenciales de esta «apertura del corazón», que es la condición para una cultura del encuentro.

En primer lugar, es una puerta. No es una teoría abstracta, sino una experiencia vivida. Nos permite entablar un diálogo de vida, no un simple intercambio de ideas. Requiere buena voluntad y capacidad de acogida, pero no debe ser confundida con la indiferencia o la reticencia al expresar nuestras convicciones más profundas. Implicarse fructuosamente con el otro significa compartir nuestra identidad religiosa y cultural, pero siempre con humildad, honestidad y respeto.

La apertura del corazón es también similar a una escalera que se eleva hacia el Absoluto. Recordando esta dimensión trascendente de nuestra actividad, nos damos cuenta de la necesidad de purificar nuestros corazones, para poder ver las cosas en su justa perspectiva. A cada paso nuestra visión se hará más clara y recibiremos la fuerza para perseverar en el compromiso de comprender y valorizar a los demás, con sus puntos de vista. De este modo, encontraremos la sabiduría y la fuerza necesarias para tender a todos una mano amiga.

La apertura del corazón es además un camino que conduce a la búsqueda de la bondad, la justicia y la solidaridad. Nos impulsa a buscar el bien de nuestros vecinos. En su carta a los cristianos de Roma, san Pablo exhorta: «No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien» (Rm 12,21). Este es un sentimiento que todos nosotros podemos imitar. La solicitud religiosa por el bien de nuestro prójimo, que emana de un corazón abierto, corre como un gran río, irrigando las tierras áridas y desiertas del odio, la corrupción, la pobreza y la violencia, que dañan las vidas humanas, dividen a las familias y desfiguran el don de la creación.

Las diversas comunidades religiosas de Bangladesh han abrazado este camino mediante el compromiso por el cuidado de la tierra, nuestra casa común, y la respuesta a los desastres naturales que han asolado la nación en los últimos años. Pienso también en la manifestación común de dolor, oración y solidaridad que ha acompañado el trágico derrumbe del Rana Plaza, que sigue impreso en la mente de todos. En estas diversas expresiones vemos cómo el camino de la bondad conduce a la cooperación para servir a los demás.

Un espíritu de apertura, aceptación y cooperación entre los creyentes no contribuye simplemente a una cultura de armonía y paz, sino que es su corazón palpitante. ¡Cuánto necesita el mundo de este corazón que late con fuerza, para combatir el virus de la corrupción política, las ideologías religiosas destructivas, la tentación de cerrar los ojos a las necesidades de los pobres, de los refugiados, de las minorías perseguidas y de los más vulnerables! ¡Cuánta capacidad de apertura se necesita para acoger a las personas de nuestro mundo, especialmente a los jóvenes, que a veces se sienten solos y desconcertados en la búsqueda del sentido de la vida!

Queridos amigos, os agradezco los esfuerzos que realizáis para promover la cultura del encuentro, y os ruego que, demostrando el compromiso común de los seguidores de las religiones por discernir el bien y ponerlo en práctica, ayudemos a todos los creyentes a crecer en la sabiduría y en la santidad, y a cooperar para construir un mundo cada vez más humano, unido y pacífico.

Abro mi corazón a todos vosotros y os reitero mi agradecimiento por vuestra acogida. Recordémonos unos a otros en nuestras oraciones.

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Encuentro con los sacerdotes, religiosos, consagrados, seminaristas y novicias en la iglesia del Santo Rosario

Queridos hermanos y hermanas:

Gracias al arzobispo Mosés Costa por su introducción y gracias por las intervenciones de ustedes. Acá les he preparado un discursode ocho páginas.

¡Pero nosotros vinimos aquí a escuchar al Papa, no a aburrirnos!

Por eso, para no aburrirnos, le voy a dar este discurso al señor Cardenal. Él lo va a hacer traducir al bengalí y yo les voy a decir lo que se me ocurre ahora.

No sé si será mejor o peor, pero les aseguro que va a ser menos aburrido. Cuando iba entrando y saludándolos a ustedes, me vino una imagen del profeta Isaías. Precisamente, la primera lectura que leeremos el próximo martes. En aquellos días surgirá un pequeño brote de la Casa de Israel. Ese brote crecerá, crecerá, y llenará con el Espíritu de Dios: Espíritu de sabiduría, de inteligencia, de ciencia, de piedad, de temor de Dios. Isaías, de alguna manera, describe ahí lo pequeño y lo grande de la vida de fe. De la vida de servicio a Dios. Y, hablando de vida de fe y servicio a Dios, les incluye a ustedes porque son hombres y mujeres de fe. Y que sirven a Dios.

Empecemos por el brote. Sí, brota lo que está adentro, lo que está dentro de la tierra. Y esa es la semilla. La semilla no es ni tuya, ni tuya, ni mía. La semilla la siembra Dios y es Dios el que da el crecimiento. Yo soy el brote, cada uno de nosotros puede decir. Sí, pero no por mérito tuyo, sino de la semilla que te hace crecer.

¿Y yo qué tengo que hacer? Regarla. Regarla. Para que eso crezca y llegue a esa plenitud del espíritu. Es lo que ustedes tienen que dar como testimonio. ¿Cómo se puede regar esta semilla? Cuidándola. ¡Cuidando la semilla y cuidando el brote que empieza a crecer! Cuidar la vocación que hemos recibido. Como se cuida a un niño, como se cuida a un enfermo, como se cuida a un anciano. La vocación se cuida con ternura humana. Si en nuestras comunidades, si en nuestros presbiterios falta esa dimensión de ternura humana, el brote queda chiquito, no crece, y quizá se seque. Cuidar con ternura. Porque cada hermano del presbiterio, cada hermano de la Conferencia Episcopal, cada hermano o hermana de mi comunidad religiosa, cada hermano seminarista, es una semilla de Dios. Y Dios la mira con ternura de padre. Es verdad que de noche viene el enemigo y tira otras semillas. Y se corre el riesgo de que la buena semilla quede ahogada por la mala semilla.

Qué fea que es la cizaña en los presbiterios… qué fea es la cizaña en las conferencias episcopales… qué fea es la cizaña en las comunidades religiosas y en los seminarios. Cuidar el brote, el brote de la buena semilla, e ir viendo cómo crece. E ir viendo cómo se distingue de la mala semilla y de la mala yerba. Uno de ustedes —creo que fue Marcel— dijo: «Ir discerniendo cada día para ver cómo crece mi vocación». Cuidar es discernir. Y darse cuenta de que la planta que crece, si va por este lado y la veo todos los días, crece bien. Si va por este otro lado y la descuido, crece mal. Y darme cuenta cuándo está creciendo mal o cuándo hay compañías o amigos o personas o situaciones que amenazan el crecimiento. Discernir… y solamente se discierne cuando uno tiene un corazón orante. Orar. Cuidar es orar. Es pedirle a quien plantó la semilla que me enseñe a regarla. Y si yo estoy en crisis, o me quedo dormido, que la riegue un tiempito por mí.

Orar es pedirle al Señor que nos cuide. Que nos dé la ternura que nosotros tenemos que dar a los demás. Esta es la primera idea que les quería dar. La idea de cuidar esa semilla para que el brote crezca hasta la plenitud de la sabiduría de Dios. Cuidarla con la atención, cuidarla con la oración, cuidarla con el discernimiento. Cuidarla con ternura. Porque así nos cuida Dios: con ternura de padre.

La segunda idea que me viene es que en este jardín del Reino de Dios no hay solamente un brote. Hay miles y miles de brotes; todos nosotros somos brotes. Y no es fácil hacer comunidad. No es fácil. Siempre las pasiones humanas, los defectos, las limitaciones, amenazan la vida comunitaria. Amenazan la paz. La comunidad de la vida consagrada, la comunidad del seminario, la comunidad del presbiterio y la comunidad de la Conferencia Episcopal tienen que saber defenderse de todo tipo de división. Nosotros ayer agradecimos a Dios por el ejemplo que da Bangladesh en el diálogo interreligioso. Y citamos… uno de los que habló citó una frase del cardenal Tauran, cuando dijo que Bangladesh es el mejor ejemplo de armonía en el diálogo interreligioso. [APLAUSO] El aplauso es para el cardenal Tauran. Si ayer dijimos esto del diálogo interreligioso, ¿vamos a hacer lo contrario en el diálogo dentro de nuestra fe, de nuestra confesión católica, de nuestras comunidades? Ahí también Bangladesh tiene que ser ejemplo de armonía.

Hay muchos enemigos de la armonía. Hay muchos. A mí me gusta mencionar uno, que basta como ejemplo. Quizás alguno me puede criticar porque soy repetitivo, pero para mí es fundamental: el enemigo de la armonía en una comunidad religiosa, en un presbiterio, en un episcopado, en un seminario, es el espíritu del chisme.

Y esto no es novedad mía. Hace dos mil años lo dijo un tal Santiago en una carta que escribió a la Iglesia. La lengua, hermanos y hermanas, la lengua. Lo que destruye una comunidad es el hablar mal de otros. El subrayar los defectos de los demás. Pero no decírselo a él, decírselo a otros, y así crear un ambiente de desconfianza, un ambiente de recelo, un ambiente en el que no hay paz y hay división. Hay una cosa que me gusta decirla como imagen de lo que es el espíritu del chisme: es terrorismo. Terrorismo.

Porque el que va a hablar mal de otro no lo dice públicamente. El que es terrorista no dice públicamente «soy terrorista». El que va a hablar mal de otro va a escondidas, habla con uno, tira la bomba y se va. Y la bomba destruye. Él se va lo más tranquilo, lo más tranquila, a tirar otra bomba. Querida hermana, querido hermano, cuando tengas ganas de hablar mal de otro muérdete la lengua. Lo más probable es que se te hinche, pero no harás daño a tu hermano o a tu hermana.

El espíritu de división. Cuántas veces en las cartas de san Pablo leemos el dolor que tenía san Pablo cuando en la Iglesia entraba ese espíritu. Claro, ustedes me pueden preguntar: «Padre, pero si yo veo un defecto en un hermano, en una hermana, y lo quiero corregir, o quiero decirle, y no puedo tirar la bomba, ¿qué hago?». Puedes hacer dos cosas, no te las olvides nunca: primera, si es posible —porque no siempre es posible— decírselo a la persona. Cara a cara. Jesús nos da ese consejo. Es verdad que alguno de ustedes me puede decir: «No, que no se puede, padre, porque es una persona complicada». Como vos, complicado. Está bien. Puede ser que no convenga por prudencia. Segundo principio: si no puedes decírselo a él, díselo a quien pueda poner remedio. Y a ninguno más. O lo decís de frente, o se lo decís a quien puede poner remedio, ¡pero en privado! Con caridad. Cuántas comunidades —no hablo de oídas… hablo de lo que vi—, cuántas comunidades he visto destruirse por el espíritu del chisme. Por favor, muérdanse la lengua a tiempo.

Y lo tercero que quisiera mencionar, por lo menos no es tan aburrido. Después, lo aburrido lo van a tener ahí en el texto. Es procurar tener —pedir y tener— espíritu de alegría. Sin alegría no se puede servir a Dios. Yo le pregunto a cada uno de ustedes, pero se lo contestan adentro, no en voz alta: «¿Qué tal tu alegría?». Les aseguro que da mucha pena cuando uno encuentra sacerdotes, consagrados, consagradas, seminaristas, obispos, amargados. Con una cara triste, que a uno le da ganas de preguntarle: «¿Cómo fue tu desayuno hoy? ¿Qué tomaste, vinagre?». Cara de vinagre. O esa amargura del corazón, cuando viene la semilla mala y dice: ¡ah, mira! A este lo hicieron superior, a esta la hicieron superiora, a este lo hicieron obispo, y a mí me dejan de lado. Ahí no hay alegría. Santa Teresa, la grande, santa Teresa tiene —es una maldición— una frase que es una maldición. Se la dice a sus monjas: ay de la monja que dice haciéronme sinrazón (injusticia). Usa una palabra castellana: sinrazón. O sea, me hicieron algo que no es razonable. Cuando ella, decía, encontraba monjas que estaban lamentándose porque no me dieron lo que me debían dar, o no me ascendieron, o no me hicieron priora… por mal camino va. Alegría. Alegría aún en los momentos difíciles. Esa alegría que si no puede ser risa, porque es mucho dolor, es paz. Me viene una escena de la otra Teresa, la chica. Teresa del Niño Jesús. Ella tenía que acompañar todas las noches al refectorio a una monja vieja inaguantable, de mal genio, muy enferma, pobrecita, que se quejaba de todo. Y que si la tocaba de acá, «no, que me duele»; que si la tocaba de allá, lo mismo… y así la tenía que acompañar al refectorio. Una noche, mientras la acompañaba por el claustro, sintió de un palacio vecino la música de una fiesta. La música de gente que se divertía bien, gente buena, como ella lo había hecho y lo había visto hacer a sus hermanas, y se imaginó a la gente que bailaba, y ella dijo: «Mi gran alegría es esta, no la cambio por otra». Aun en los momentos de problemas, de dificultad en la comunidad, tener que tolerar a veces a un superior o una superiora un poquito rara. Aún en esos momentos, decir: «Contento, Señor, contento». Como decía san Alberto Hurtado.

La alegría del corazón. Les aseguro que a mí me da mucha ternura cuando me encuentro con sacerdotes, obispos o monjas ancianos que han vivido con plenitud la vida. Los ojos son indescriptibles. Están llenos de alegría y de paz. Los que no vivieron así la vida, Dios es bueno, Dios los cuida, pero les falta ese brillo en los ojos que tienen los que fueron alegres en la vida. Traten de buscar —sobre todo se ve más en las mujeres—, traten de buscar en las monjas viejas, esas monjitas que toda su vida estuvieron sirviendo, con mucha alegría y paz, tienen unos ojos pícaros, brillantes. Porque tienen la sabiduría del Espíritu Santo. El pequeño brote, en esos viejos y esas viejas, se hizo la plenitud de los siete dones del Espíritu Santo. Acuérdense de esto el martes, cuando escuchen la lectura en la Misa. Y pregúntense a sí mismos: ¿Cuido el brote? ¿Riego el brote? ¿Cuido el brote en los demás? ¿Tengo miedo de ser terrorista y, por lo tanto, no hablo nunca mal de los demás y me abro al don de la alegría? A todos ustedes les deseo que, cuando —como el buen vino— la vida los madure hacia el final, los ojos brillen de picardía, de alegría y de plenitud del Espíritu Santo. Recen por mí, como yo rezo por ustedes.

Discurso del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas:

Estoy muy contento de estar con vosotros. Agradezco al Arzobispo Moses [Costa] el saludo afectuoso que me ha dirigido en nombre de todos. Doy las gracias especialmente a quienes han ofrecido su testimonio, compartiendo con nosotros su amor a Dios. Expreso también mi gratitud al Padre Mintu [Palma] por haber compuesto la oración que en unos momentos recitaremos a la Virgen. Como Sucesor de Pedro es mi deber confirmaros en la fe. Pero quisiera que sepáis que hoy, a través de vuestras palabras y vuestra presencia, también vosotros me confirmáis a mí en la fe y me dais una gran alegría.

La Comunidad católica en Bangladesh es pequeña. Pero sois como el grano de mostaza que Dios hace germinar a su tiempo. Me alegro de ver cómo este grano está creciendo y de ser testigo directo de la profunda fe que Dios os ha dado (cf. Mt 13,31-32). Pienso en los misioneros y fieles solícitos que han plantado y cuidado este grano de fe durante casi cinco siglos. En breve visitaré el cementerio y rezaré por estos hombres y mujeres que con tanta generosidad han servido a esta Iglesia local. Volviendo la mirada a vosotros, veo misioneros que continúan esta santa obra. Veo también muchas vocaciones nacidas en esta tierra; son un signo de las gracias con las que el Señor la está bendiciendo. Estoy particularmente contento por la presencia entre nosotros de las monjas de clausura, y por sus oraciones.

Es bueno que nuestro encuentro tenga lugar en esta antigua iglesia del Santo Rosario. El Rosario es una magnífica meditación sobre los misterios de la fe que son la savia vital de la Iglesia, una oración que forja la vida espiritual y el servicio apostólico. Tanto si somos sacerdotes, religiosos, consagrados, seminaristas o novicios, la oración del Rosario nos estimula a dar nuestra vida totalmente a Cristo, en unión con María. Nos invita a participar en la disponibilidad de María hacia Dios en el momento de la anunciación, en la compasión de Cristo por toda la humanidad cuando está clavado en la cruz y en la alegría de la Iglesia cuando recibe del Señor resucitado el don del Espíritu Santo.

La disponibilidad de María. ¿Ha existido en la historia una persona más disponible que María, como vemos en la anunciación? Dios la preparó para aquel momento y ella respondió con amor y confianza. Así también el Señor nos ha preparado a cada uno de nosotros y nos ha llamado por nuestro nombre. Responder a esa llamada es un proceso que dura toda la vida. Cada día estamos llamados a aprender a ser más disponibles al Señor en la oración, meditando sus palabras y buscando discernir su voluntad. Sé que el trabajo pastoral y el apostolado demandan mucho de vosotros, y que vuestras jornadas frecuentemente son largas y os dejan cansados. Pero no podemos llevar el nombre de Cristo o participar en su misión sin ser sobre todo hombres y mujeres enraizados en el amor, encendidos por el amor, a través del encuentro personal con Jesús en la Eucaristía y en la Sagrada Escritura. Padre Abel, tú nos has recordado esto cuando has hablado de la importancia de fomentar una relación íntima con Jesús, porque allí experimentamos su misericordia y obtenemos una energía renovada para servir a los demás.

La disponibilidad por el Señor nos permite ver el mundo a través de sus ojos y ser así más sensibles a las necesidades de aquellos a los que servimos. Comenzamos a comprender sus esperanzas y sus alegrías, sus miedos y sus dificultades, vemos más claramente los muchos talentos, carismas y dones que aportan para edificar la Iglesia en la fe y en la santidad. Hermano Lawrence, cuando hablabas de tu eremitorio, nos has ayudado a comprender la importancia de preocuparnos de las personas para saciar su sed espiritual. Que todos vosotros podáis ser, con la gran variedad de vuestros apostolados, una fuente de descanso espiritual y de inspiración para aquellos a los que servís, para que sean capaces de compartir cada vez más sus dones, haciendo así posible que avance la misión de la Iglesia.

La compasión de Cristo. El Rosario nos introduce en la meditación de la pasión y muerte de Jesús. Entrando más profundamente en estos misterios de dolor, llegamos a conocer su fuerza salvífica y somos confirmados en la llamada a participar en ellos con nuestras vidas, con la compasión y el don de sí. El sacerdocio y la vida religiosa no son carreras. No son vehículos para avanzar. Son un servicio, una participación en el amor de Cristo que se sacrifica por su grey. Conformándonos cada día con aquel que amamos, llegamos a apreciar el hecho de que nuestras vidas no nos pertenecen. No somos más nosotros que vivimos, sino Cristo que vive en nosotros (cf. Ga 2,20).

Encarnamos esta compasión cuando acompañamos a las personas, especialmente a quienes pasan por momentos de sufrimiento y de prueba, y les ayudamos a encontrar a Jesús. Padre Franco, gracias por haber puesto de relieve este aspecto: cada uno de nosotros está llamado a ser un misionero, llevando el amor misericordioso de Cristo a todos, de modo especial a cuantos se encuentran en las periferias de nuestra sociedad. Estoy agradecido particularmente porque de diversas maneras muchos de vosotros estáis comprometidos en distintas áreas de promoción social, sanidad y educación, sirviendo en sus necesidades a vuestras comunidades locales y a tantos inmigrantes y refugiados que llegan al país. Vuestro servicio a la comunidad humana más amplia, en particular hacia quienes se encuentran en mayor necesidad, es muy importante para edificar una cultura del encuentro y la solidaridad.

La alegría de la Iglesia. Por último, el Rosario nos llena de alegría por el triunfo de Cristo sobre la muerte, su ascensión a la derecha del Padre y la efusión del Espíritu Santo sobre el mundo. Todo nuestro ministerio está dirigido a proclamar la alegría del Evangelio. En la vida y en el apostolado, somos todos bien conscientes de los problemas del mundo y de los sufrimientos de la humanidad, pero no perdemos nunca la confianza en el amor de Cristo que con su fuerza prevalece sobre el mal y sobre el Príncipe de la mentira, que busca engañarnos. Nunca os dejéis desanimar por vuestras deficiencias o por los desafíos del ministerio. Si permanecéis disponibles al Señor en la oración y perseveráis ofreciendo la compasión de Cristo a vuestros hermanos y hermanas, entonces el Señor colmará vuestros corazones de la reconfortante alegría de su Espíritu Santo.

Hermana Mary Chandra, has compartido con nosotros el gozo que brota de tu vocación religiosa y del carisma de tu Congregación. Marcelius, también tú nos has hablado del amor que tú y tus compañeros de seminario tenéis por la vocación al sacerdocio. Ambos nos habéis recordado que todos estamos llamados a renovar y a profundizar cada día nuestra alegría en el Señor, esforzándonos por imitarlo cada vez más plenamente. Al principio nos puede parecer arduo, sin embargo colma nuestros corazones de alegría espiritual. Porque cada día se convierte en una oportunidad para recomenzar, para responder nuevamente al Señor. No os desaniméis nunca, porque la paciencia del Señor es para nuestra salvación (cf. 2 P 3,15). ¡Alegraos siempre en el Señor!

Queridos hermanos y hermanas, os agradezco vuestra fidelidad en el servicio a Cristo y su Iglesia a través del don de vuestra vida. Os aseguro a todos vosotros mi oración y os la pido por mí. Dirijámonos ahora a María Santísima, Reina del Santo Rosario, pidiéndole que nos alcance la gracia de crecer en santidad y de ser siempre testigos alegres de la fuerza del Evangelio, para llevar a nuestro mundo sanación, reconciliación y paz.

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Encuentro del Papa Francisco con los jóvenes en Bangladés

Queridos jóvenes, queridos amigos, ¡buenas tardes!

Os doy las gracias por vuestra cálida acogida. Agradezco a Mons. Gervas [Rozario] sus gentiles palabras, así como los testimonios de Upasana y Anthony. Los jóvenes tenéis algo único: vosotros estáis siempre llenos de entusiasmo, siempre. Y esto es bello. Y yo me siento rejuvenecer cada vez que os encuentro. Upasana, has hablado de esto en tu testimonio, has dicho que eres «muy entusiasta» y yo puedo verlo y también sentirlo. Este entusiasmo juvenil está relacionado con el espíritu aventurero. Uno de vuestros poetas nacionales, Kazi Nazrul Islam, lo ha expresado definiendo la juventud del país como «valiente», «acostumbrada a arrebatar la luz del vientre de la oscuridad». Esto es bonito. Los jóvenes están siempre listos para ir hacia adelante, hacer que todo suceda y arriesgar. Os animo a continuar con ese entusiasmo en las circunstancias buenas y malas. Ir hacia adelante, especialmente en aquellos momentos en los que os sentís oprimidos por los problemas y la tristeza y, mirando alrededor, parece que Dios no aparece en el horizonte.

Pero, avanzando, aseguraos de elegir el sendero justo. ¿Qué significa esto? Esto significa saber «viajar» en la vida, y no «vagar» sin rumbo. Os hago una pregunta: ¿vosotros viajáis o vagáis? ¿Qué hacéis: viajáis o vagáis? Nuestra vida tiene una dirección; tiene un fin, un fin que nos ha dado Dios. Él nos guía, orientándonos con su gracia. Es como si hubiese colocado dentro de nosotros un software, que nos ayuda a discernir su programa divino y a responderle con libertad. Pero, como todo software, necesita también ser actualizado constantemente. Tened actualizado vuestro programa, escuchando al Señor y aceptando el desafío de hacer su voluntad. El programa actualizado. Es triste cuando un programa no está actualizado; y más aún cuanto está roto y no sirve.

Anthony, te has referido a este desafío en tu testimonio cuando has dicho que sois hombres y mujeres que estáis «creciendo en un mundo frágil que exige sabiduría». Has usado la palabra «sabiduría» y, haciéndolo, nos has proporcionado la clave. Cuando se pasa de «viajar» a «vagar sin rumbo», toda la sabiduría se pierde. Lo único que nos orienta y nos hace ir hacia adelante en el sendero justo es la sabiduría, la sabiduría que nace de la fe. No es la falsa sabiduría de este mundo. Es la sabiduría que se vislumbra en los ojos de los padres y de los abuelos que han puesto su confianza en Dios. Como cristianos, podemos ver en sus ojos la luz de la presencia de Dios, la luz que han descubierto en Jesús, que es la misma sabiduría de Dios (cf. 1 Co 1,24). Para recibir esta sabiduría debemos mirar el mundo, nuestra situación, nuestros problemas, todo, con los ojos de Dios. Nosotros recibimos esta sabiduría cuando comenzamos a ver las cosas con los ojos de Dios, a escuchar a los demás con los oídos de Dios, a amar con el corazón de Dios y a valorar las cosas con los valores de Dios.

Esta sabiduría nos ayuda a reconocer y a rechazar las falsas promesas de felicidad. Y hay tantas. Una cultura que hace falsas promesas no puede liberar, sólo conduce a un egoísmo que nos llena el corazón de oscuridad y amargura. La sabiduría de Dios, en cambio, nos ayuda a saber cómo acoger y aceptar a aquellos que actúan y piensan de manera diferente a la nuestra. Es triste cuando comenzamos a cerrarnos en nuestro pequeño mundo y nos replegamos sobre nosotros mismos. Entonces hacemos nuestro el principio de «o como digo yo o adiós». Este es un mal principio: «se hace como digo yo o adiós». Esto no ayuda. Y cuando usamos este principio quedamos atrapados, encerrados en nosotros mismos. Cuando un pueblo, una religión o una sociedad se convierten en un «pequeño mundo», pierden lo mejor que tienen y caen en una mentalidad presuntuosa, la del «yo soy bueno, tú eres malo». Upasana, tú has evidenciado las consecuencias de este modo de pensar, cuando has dicho: «Perdemos la dirección y nos perdemos a nosotros mismos» y «la vida se nos vuelve absurda». Lo has dicho bien. La sabiduría de Dios nos abre a los demás. Nos ayuda a mirar más allá de nuestras comodidades personales y de las falsas seguridades que nos convierten en ciegos frente a los grandes ideales que hacen la vida más bella y digna de ser vivida.

Me alegra que junto a nosotros los católicos, estén muchos jóvenes amigos musulmanes y de otras religiones. Al encontraros juntos hoy aquí mostráis vuestra determinación de promover un clima de armonía, donde se tiende la mano a los otros, a pesar de vuestras diferencias religiosas. Esto me recuerda una experiencia que tuve en Buenos Aires, en una parroquia nueva situada en una zona sumamente pobre. Un grupo de estudiantes estaba construyendo algunos locales para la parroquia y el sacerdote me había invitado a ir a encontrarme con ellos. Entonces fui y cuando llegué a la parroquia el sacerdote me los presentó uno a uno, diciendo: «Este es el arquitecto –es judío–, este es comunista, este es católico practicante» (Saludo a los jóvenes del Centro cultural P. F. Varela, La Habana, 20 septiembre 2015). Esos estudiantes eran todos distintos, pero todos estaban trabajando por el bien común. Esto es importante. No lo olvidéis: diferentes, pero trabajando por el bien común, en armonía. ¿Lo habéis entendido? Esta es la armonía bella que se percibe aquí, en Bangladesh. Estos estudiantes, diferentes entre ellos, estaban abiertos a la amistad social y determinados a decir «no» a todo lo que hubiera podido desviarlos del propósito de estar juntos y de ayudarse los unos a los otros.

La sabiduría de Dios nos ayuda también a mirar más allá de nosotros mismos para contemplar la bondad de nuestro patrimonio cultural. Vuestra cultura os enseña a respetar a los ancianos. Esto es muy importante. Como he dicho antes, los ancianos nos ayudan a apreciar la continuidad de las generaciones. Llevan consigo la memoria y la sabiduría experiencial, que nos ayuda a evitar repetir los errores del pasado. Los ancianos tienen «el carisma de colmar las distancias», en cuanto aseguran que los valores más importantes se transmitan a los hijos y a los nietos. A través de sus palabras, su amor, su afecto, su presencia, comprendemos que la historia no ha iniciado con nosotros, sino que somos parte de un antiguo «viajar» y que la realidad es más grande que nosotros mismos. Hablad con vuestros padres y vuestros abuelos, ¡no os paséis todo el día con el teléfono, ignorando el mundo que os rodea! Hablad con los abuelos, ellos os darán sabiduría.

Upasana y Anthony, habéis terminado vuestros testimonios con palabras de esperanza. La sabiduría de Dios refuerza en nosotros la esperanza y nos ayuda a afrontar el futuro con valentía. Nosotros, cristianos, hallamos esta esperanza en el encuentro personal con Jesús en la oración y en los sacramentos, y en el encuentro concreto con él en los pobres, los enfermos, los que sufren y los abandonados. En Jesús descubrimos la solidaridad de Dios, que camina constantemente a nuestro lado.

Queridos jóvenes, queridos amigos, mirando vuestros rostros me lleno de alegría y de esperanza; alegría y esperanza por vosotros, por vuestro país, por la Iglesia y por vuestras comunidades. Que la sabiduría de Dios siga inspirando vuestro esfuerzo por crecer en el amor, en la fraternidad y en la bondad. Al dejar hoy vuestro país, os aseguro mi oración para que todos podáis continuar creciendo en el amor a Dios y al prójimo. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí.

¡Dios bendiga a Bangladesh! [Isshór Bangladeshké ashirbád korún!]

Libreria Editrice Vaticana / Rome Reports