Mi viaje desde la rebeldía hasta el altar

José Pablo Hernández relata su viaje desde la rebeldía hasta su ordenación diaconal. Superando desafíos personales, encontró en la fe el camino hacia su llamado divino, demostrando que la gracia de Dios y el compromiso pueden transformar vidas.

Desde pequeño me sentí llamado al sacerdocio… No recuerdo cuándo comenzó, pero podría decirse que la inquietud estuvo siempre. Mi niñez, fue una época muy buena, durante un tiempo fui monaguillo en una de las iglesias del Centro Histórico de la Ciudad de Guatemala, hasta que llegué a la adolescencia. Cuando cumplí los 15 o 16 años, me alejé de la iglesia y de Dios, y coincidió que en esa época tuve un primer encuentro con el Opus Dei, porque estudié un año en el colegio Kinal, y tuve la oportunidad de conocer a grandes amigos que me ayudarían a volver a la Iglesia más adelante.

Pasados mis años de “rebeldía”, entré a formar parte de la pastoral juvenil de la parroquia, y nuevamente redescubrí esa inquietud de ser sacerdote, que estaba ahí, pero quería acallar. Fue en el año 2014 cuando inicié el proceso de discernimiento para ingresar al seminario de Guatemala, y formalicé mi ingreso el 18 de enero de 2015, donde estuve dos años y medio en formación.

Hacia el 2017, tras unas dificultades personales, solicité un tiempo de discernimiento fuera del seminario, el cual me fue concedido. La experiencia de estar fuera de la formación fue un poco difícil, sobre todo al no tener un director espiritual que me fuera guiando en el camino. Ese año, por gracia de Dios, retomé contacto con mi antiguo profesor de religión de Kinal, Pedro de León, quien me ofreció ayudarme y me puso en contacto con un sacerdote de la Obra, el padre Mario Grazioso, para que tuviera dirección espiritual y este fue mi segundo encuentro con el Opus Dei.

Tuve algunos prejuicios acerca de la Obra

Durante mucho tiempo, antes de mi entrada a Kinal, y hasta mis diálogos con el padre Mario, tuve algunos prejuicios acerca de la Obra, porque pensaba que sólo se preocupaban de sus miembros, o que no eran cercanos con la gente y que eran estrictos. Sin embargo, en el mundo existe gente que juzga sin conocer, yo era de ese grupo respecto a la Obra y estaba equivocado.

En mis conversaciones con el padre Mario descubrí que todo aquello que se decía -y que yo creía- de la Prelatura era totalmente equivocado. Antes bien, me abrió un nuevo horizonte en la vida cristiana. Yo podía llegar a ser santo en lo ordinario, me dedicaban tiempo, me ayudaban y se preocupaban por mí. En los momentos complicados, fue un sacerdote de la Obra quien me ayudó a perseverar en mi vocación.

José Pablo junto a su familia el día de su ordenación diaconal

Después de algunos encuentros, el padre Mario me sugirió la posibilidad de continuar la formación fuera de Guatemala. Tras comentarlo con el Arzobispo de Guatemala, y luego de realizar el debido proceso, se me concedió la oportunidad de ingresar al Colegio Eclesiástico Internacional Bidasoa, en Pamplona, España, y durante este tiempo también conté con el apoyo de tantos fieles laicos que colaboran con la Asociación para los Estudios Humanísticos en Guatemala, y a quienes llevo en mis oraciones siempre en agradecimiento a su generosidad y permitirme hacer estudios en la Universidad de Navarra, España.

A pesar de la propia debilidad y miseria, se puede responder al Señor y que Él cuenta con nosotros siempre

En aquella casa de formación, conocí y recibí el ejemplo de muchos buenos sacerdotes del Opus Dei, quienes me cuidaron y “soportaron” durante cinco años, y a los que recuerdo con muchísimo cariño; ellos me enseñaron a tomarme más enserio la vida cristiana y mi futura vida sacerdotal. También me demostraron que, a pesar de la propia debilidad y miseria, se puede responder al Señor y que Él cuenta con nosotros siempre, a pesar de ser unas pobres criaturas.

Terminé la formación el año 2023, y volví a mi país en agosto. Desde el tres de septiembre hasta la fecha, me encuentro en la parroquia de Nuestro Señor Jesucristo de Esquipulas, y estoy super contento; descubro cada día que Dios me llama a amarle y por amor a Él, servir a su Iglesia, y gracias a Dios el pasado 16 de marzo recibí la ordenación diaconal en la Catedral metropolitana.

Si hoy me preguntaran cómo me ha ayudado la Obra en mi proceso vocacional, diría que después de Dios, y mi familia, han sido como la muralla de una ciudad. Ellos me han enseñado a querer a todos, sin distinción; el espíritu de la Obra me ha hecho caer en la cuenta de mi condición de hijo de Dios; también me han mostrado que puedo ser santo en lo más cotidiano: yo, como diácono me puedo santificar en el rezo del Oficio, en el servicio del altar, en el trato con las demás personas, y sobre todo sirviendo a la Iglesia desde la parroquia en la que trabajo. Además, también me han abierto un nuevo horizonte en la vivencia del ministerio y la necesidad de poner a donde vaya ambiente de familia.