En el 50 aniversario de la catequesis de san Josemaría en America, usted vuelve a visitar la región. ¿Cree que la realidad del Opus Dei en estos países se acerca al sueño de Escrivá?
Cuando san Josemaría estuvo en América, animó a soñar grandes aventuras de servicio cristiano. Sin obviar las dificultades y errores humanos, doy gracias a Dios por el desarrollo del Opus Dei en Colombia y en el resto del continente. Al mismo tiempo, la lógica de Dios permite mirar con más perspectiva los resultados humanos, los números y los éxitos o fracasos externos, pues lo esencial es facilitar que se produzca un encuentro con Jesucristo en el corazón de muchas personas, y eso solo Dios lo puede ver.
¿Qué espera del Opus Dei en los próximos 50 años?
Proyectado en el tiempo, me gustaría que el Opus Dei fuera propagador de amistad, de fe manifestada en obras, de libertad de espíritu y creatividad para llevar a cabo la misión evangelizadora de la Iglesia y colaborar en la construcción de una sociedad justa.
¿En qué consiste el servicio que un miembro de la Obra –como también se le dice al Opus Dei– le puede prestar a la Iglesia?
La vocación específica de los miembros del Opus Dei –que en su inmensa mayoría son laicos, solo 2 por ciento son sacerdotes– llama a un encuentro personal con Cristo en la familia, en el trabajo, en las relaciones sociales, sabiendo que la búsqueda de la santidad no es algo para supermujeres ni superhombres, sino para gente de carne y hueso, con aciertos y errores. La “santidad en medio de la calle” que predicaba san Josemaría impulsa a buscar soluciones dignas a los problemas de cada contexto y de cada tiempo.
¿Cuál es o debe ser el papel de los laicos en la Iglesia?
Como ha subrayado el Concilio Vaticano II, a los laicos pertenece por propia vocación la tarea de vivificar cristianamente los asuntos temporales: es decir, el trabajo, la familia, el comercio, la cultura, etcétera. Su papel es contribuir a la santificación del mundo, reflejando un poco el amor de Cristo en cada lugar y circunstancia; y aquí es donde queda mucho camino por recorrer. Pienso, por ejemplo, en la formación de los laicos en bioética o justicia social, en su conciencia de ser protagonistas en la evangelización. La misión del laico no se agota en la “ocupación de puestos” en estructuras eclesiales.
En 1946, cuando san Josemaría pidió la aprobación jurídica del Opus Dei, le dijeron que había llegado con un siglo de anticipación. Teniendo en cuenta la cercanía de la Obra a su primer centenario, ¿cree que la reforma a sus estatutos, pedida por la Santa Sede, se relaciona con aquella respuesta dada al fundador?
En 1946, el Opus Dei estaba establecido en cuatro países y hoy en 70. En ese momento resultaba sorprendente un mensaje dirigido especialmente a los laicos sobre la búsqueda de la santidad en medio del mundo y se veía anticipatorio, a pesar de su enraizamiento en el Evangelio. Puedo asegurarle que la actual modificación de los estatutos solicitada por el santo padre se está realizando, precisamente, con este criterio fundamental de ajustarse al carisma, que hoy es más comprendido y compartido. El derecho, tan necesario, sigue a la vida, al mensaje encarnado, para dar apoyo y continuidad a la vida.
La mayoría de los miembros del Opus Dei son mujeres, que en su mayoría están casadas. ¿Cómo dar más brillo a quienes entregan su vida a Dios desde el matrimonio?
El matrimonio es un camino de santidad: en el Opus Dei todos los miembros –casados, solteros o célibes– compartimos una misma vocación, misión y responsabilidad. Los casados viven con la conciencia de que su amor a Dios pasa a través de su familia, sus amistades y la labor que desempeñan en el mundo. Esto tiene un enorme potencial transformador de servicio. En cuanto a las mujeres, que como usted señala son mayoría, san Josemaría entendió que sin ellas la Obra estaba incompleta. No se entendería el Opus Dei sin su aporte insustituible, igual que no se entiende la familia, el mundo del trabajo o la vida social sin ellas.
El papa Francisco ha señalado la crisis de vocaciones como una “hemorragia para la Iglesia”. Usted le entregó su vida a Dios desde joven y luego se ordenó sacerdote. ¿Por qué hoy es más difícil que las personas consideren la vocación al celibato apostólico?
El mundo actual enfrenta el desafío de volver a creer en el compromiso; en un amor para toda la vida que llena de alegría y libertad. Para muchos, el compromiso aparece como un límite, cuando en realidad Dios siempre abre horizontes luminosos. Diría que es fundamental recuperar la virtud de la esperanza.
“En la Iglesia hay espacio para todos”, dijo el papa Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud 2023 en Lisboa. ¿Qué significa exactamente esa apertura y cómo puede el Opus Dei dar a entender ese mensaje?
El propio san Pablo afirma que Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. El papa ha señalado esta universalidad como un eje central de su magisterio. San Josemaría hablaba a sus hijos espirituales de tener los brazos abiertos a todos. En un tiempo de polarización, divisiones y muros, los seguidores de Cristo tenemos marcado un camino muy claro que recorrer.
En el Opus Dei hay gente de todas las edades. ¿Qué puede hacer usted, como padre y prelado, para fomentar la cooperación intergeneracional en la Obra?
En mi casa, en Roma, convivimos desde una persona de 102 años hasta otra que aún está en sus 30. Entre otras muchas cosas, los mayores aportan su experiencia, los jóvenes su ilusión y su vitalidad. Deberíamos afrontar la vivencia intergeneracional con cariño, sabiendo que a veces implica sacrificios por ambas partes.
A algunas personas del Opus Dei se les reconoce por sus aportes a la sociedad, como colegios, universidades y labores sociales. Sin embargo, también enfrentan narrativas en su contra. ¿Por qué cree que surgen estas narrativas y cómo contrarrestarlas?
A veces pienso que estas narrativas que usted menciona nos ayudan a purificarnos de la tentación de pensar que no necesitamos corregir nada y más aún de sentirnos satisfechos. Como todos, necesitamos reflexionar sobre el bien que queremos hacer y sobre qué realizamos en concreto. Nuestro fundador, de hecho, nos advertía de que la Obra debía vivir “sin gloria humana”.
Por otro lado, es natural que haya visiones diversas porque hay muchos modos de hacer y de entender las cosas. Las opiniones contrarias pueden ser una ayuda cuando son sinceras; nos permiten pedir perdón y corregirnos. Me gustaría que cualquiera que se acerque a esas actividades pudiera ver que allí se trata de sembrar paz y alegría.
Personalmente, me alegra comprobar que casi cada día del año recibimos alguna petición de admisión en el Opus Dei de personas que anteriormente han formado parte de la Obra y que, por la razón que sea, se desvincularon. Noticias como estas son una caricia del Señor, que en cierto sentido superan ciertas “narrativas” excesivamente dicotómicas.
El próximo año se realizará el Jubileo de los Jóvenes en Roma. ¿Cuál cree que es el mayor desafío que enfrentan los jóvenes en la actualidad para acercarse a Dios como un ideal atractivo?
Solo Cristo es la respuesta a todos los interrogantes que los jóvenes guardan hoy en sus corazones y que el amor de Dios Padre, cuando se abren a Él, es capaz de curar las heridas y fragilidades. Quizás somos más bien los adultos quienes tenemos que plantearnos si estamos siendo capaces de comprender a los jóvenes. Lógicamente, el testimonio de una vida coherente es también esencial para mostrar el atractivo de una vida junto a Cristo.