Tajamar y su historia

En este episodio de 'Fragmentos de historia', el historiador Julio Montero relata los inicios del colegio Tajamar, una de las primeras labores apostólicas del Opus Dei, que impulsó social y educativamente Vallecas, uno de los barrios más desfavorecidos de Madrid.

El colegio Tajamar, fundado en 1958 en el corazón de Vallecas por impulso del fundador del Opus Dei, nació como respuesta a las carencias de un barrio marcado por la pobreza y la falta de oportunidades. 

Desde sus inicios, fue mucho más que un centro educativo: ofreció formación académica y valores cristianos, acompañando el crecimiento del barrio y apostando por la educación como motor de transformación social.

En este episodio, Julio Montero, catedrático e investigador, nos relata los comienzos de esta institución, su desarrollo en el tiempo y su propuesta educativa.


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Entre las diez empresas norteamericanas con clientes más satisfechos, nos encontramos desde restaurantes de comida rápida a marcas de coches de lujo. También hay fabricantes de chocolate, grandes almacenes, empresas de comida para mascotas, pero no hay ningún centro educativo. 

Sin embargo, para un buen grupo de antiguos alumnos, Tajamar es, sencillamente, el mejor colegio del mundo. Probablemente, para una minoría, solo sea el lugar en que estudiaron y siempre habrá un grupo minúsculo que ni siquiera recuerde que ha pasado por él. Pero para los del primer bloque, los que lo han tenido como centro en algún momento de su vida, Tajamar no solo es único, es lo mejor.

Esto se basa, habitualmente, en una experiencia personal, profunda e intensa. Normalmente la comparten sus padres y suele tener que ver con profesores concretos que, cuando se evocan, se asocian a situaciones que los hicieron definitivamente mejorar mucho o a lecciones de vida que no olvidaron nunca, o casi.

La historia de Tajamar, como la de cualquier otra institución viva, empieza cada día al abrir sus puertas, pero no termina ahí. Cada jornada deposita, y ha depositado a lo largo de estos casi 70 años, recuerdos propios... de vida, de padres, de profesores, de alumnos. Pasan, de una u otra manera, a la memoria, a las conversaciones que los reducen a anécdotas, a evocaciones de tertulias, a ejemplos para ilustrar modos de ser y vivir.


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Otros muchos, la mayoría, se olvidan en los archivos. Son cartas, listas, informes, experiencias, fotos, vídeos. Y con todo eso se hace luego la historia.

Empezando Tajamar

La vida de Tajamar, como la de cualquiera, empezó antes de su nacimiento. El Centro Educativo, la sección filial número uno del Instituto Ramiro de Maeztu, que casi inmediatamente se llamó Tajamar, inició sus clases el 13 de febrero de 1958. Una fecha rara e impropia para empezar un colegio, pues normalmente se inicia el curso a principios de septiembre. 

Esto solo podía significar que había nacido o antes de tiempo o más tarde de lo previsto. No fue ese el caso de Tajamar. Nació justo cuando fue posible, ni un minuto después. Su prehistoria, a grandes rasgos, está vinculada al inicio de la actividad apostólica de los agregados del Opus Dei de Madrid, que decidieron poner en marcha una iniciativa social en Vallecas. Era uno de los distritos más críticos, problemáticos y económicamente deprimidos del momento.

Esa actividad se concretó en la puesta en marcha de un club deportivo y cultural. Se comenzó por lo primero, por lo deportivo, y esa actividad siempre se mantuvo. Pero lo segundo, lo cultural, daría paso luego a la sección filial Tajamar y acabaría por ser lo principal.

Vallecas tenía entonces unos 150.000 habitantes y crecía día a día. Apenas diez años después, había duplicado su población hasta casi el máximo posible. Abundaban las casas pequeñas y mal acondicionadas, frías en invierno y calurosas en verano, como el clima de Madrid. Un porcentaje no muy alto vivía en chabolas. 

Eran construcciones en descampados. En una noche, las familias levantaban los muros exteriores y se techaba. El resto se iba terminando poco a poco. En las cercanías de Tajamar había dos bloques de chabolas que flanqueaban, a una decena de metros, el camino, la cuesta, que conducía desde la avenida de la Albufera hasta la modesta cumbre en la que se situaba el colegio.

En 1958, si algo necesitaba Vallecas, era colegios. No había muchos y casi todos carecían de garantías académicas. Abundaban academias establecidas en pisos en los que se enseñaba lo básico, leer, escribir, cuentas, las cuatro reglas: sumar, restar, multiplicar y dividir, y poco más. Para dignificar aquello, los propietarios de las academias lo llamaban pomposamente Estudios de Cultura General. Como mucho, los contenidos de la enciclopedia Álvarez de nivel superior, u otra similar, como la de Dalmau Carles Pla.

La edad legal para incorporarse al trabajo eran los 14 años, pero era frecuente que chicos más pequeños fueran aprendices de las más diversas cosas en los pequeños y más diversos establecimientos comerciales, artesanales y mecánicos que abundaban en Madrid.

La atención pastoral era precaria. No se podían construir iglesias al ritmo de las viviendas, aunque el arzobispado procuraba que los nuevos barrios tuvieran parroquias nuevas.

La práctica religiosa no era alta. Las gentes se bautizaban, hacían la primera comunión, se casaban y les oficiaban funerales a su muerte. Pero fuera de estos momentos y de las ceremonias de amigos y familiares, no había mucha práctica religiosa. Esta indiferencia dominante se mezclaba a veces con tintes anticlericales, aunque apenas tenían repercusión externa en un Estado que se declaraba católico.

En los inicios del centro educativo de Tajamar, desde el segundo curso, que empezó siete meses después de inaugurar el primero, ya estaba constituido el primer equipo humano que sacó adelante el proyecto.

El director del colegio fue Bernardo Perea, catedrático de griego; Manolo Plaza, un joven filólogo, fue su primer secretario administrativo; Don Rodrigo Fernández Salas, don Rodri para más de 30 promociones, fue capellán y profesor de religión. Coordinaba toda aquella tarea del conjunto Jerónimo Padilla, un licenciado en Derecho que prefería la literatura y el arte. Completaba el equipo Pelegrín Muñoz, que hacía casi todo lo que no era estrictamente docente: gestor y administrador de recursos, director de relaciones externas, coordinador de esfuerzos para sacar económicamente adelante todo aquello, que cada vez era más. Desde finales de los años 60, Bernardo y Jerónimo dieron paso a otros que les sucedieron.

Antes, durante y después, fueron, y son muchos, los que dieron, dan y darán continuidad a Tajamar.

Este grupo de iniciadores asumió la tarea de trasladar el espíritu del Opus Dei a su trabajo educativo, en lo personal y en lo institucional. Se trataba, nada más y nada menos, que de una nueva forma de ver la vida y un modo normal, civil, de estar en el mundo.

Se buscaba que todos, padres, profesores, alumnos, mejoraran como personas. Luego, con libertad, cada cual se las apañaría para sacar lo que quería: la santificación del trabajo, la sinceridad de vida, el cuidado de las cosas pequeñas, el saberse hijos de Dios, el cariño en el trato con los demás, la formación académica, los valores deportivos, el cuidado de la familia.

Externamente, los primeros años de Tajamar parecen agotarse en la búsqueda de una sede definitiva y en su construcción. Primero, en ese 13 de febrero de 1958, en los locales prestados de una guardería para meter a aquellos pocos primeros alumnos. En octubre de ese mismo año y hasta diciembre, otra sede provisional: el gimnasio de Eduardo Requena acogió a los de primero por la tarde y a los de segundo por las mañanas.

Las mañanas o tardes sin clases se llenaron de actividades culturales. No quedó museo de Madrid que los alumnos de Tajamar no visitaran. Mientras, se acababa de acondicionar una casa de labor agrícola y una vaquería abandonada a las que se sumaron unos barracones prefabricados que daban un aire surrealistamente moderno a un paisaje de campo justo en el límite del límite de la ciudad. Eso era Vallecas en aquel Madrid.


Enlace relacionado: Historia de Tajamar, en la web del colegio.


A unos 800 metros de aquello se podía ver cómo comenzaba y avanzaba la construcción de los primeros pabellones definitivos. En medio del campo surgieron edificios de una planta, de ladrillo, cristal, hierro y piedra.

Del aula se pasaba una calle particular, la que formaban los pabellones del colegio, en un espacio único protegido de su principal enemigo, el barro, que les rodeaba por todas partes y se transformaba en polvo al llegar la brevísima primavera madrileña. En octubre de 1961 el curso se inauguró con una larga hilera de alumnos, profesores y demás empleados que llevaban sus pupitres de la vaquería y los pabellones prefabricados hasta lo que parecía el paraíso. Una puerta, mitad red metálica, mitad hierro forjado, daba paso a un espacio amplio adoquinado.

Enfrente y a la izquierda, los flamantes edificios de una sola planta con porches grandes que protegían de la lluvia y del sol. La otra pared, orientada al este, la conformaban unos enormes ventanales que llenaban de luz las aulas grandes, eran grandes. Hasta 65 estudiantes llegó a ver en una de ellas, excepcionalmente. Fue el inicio del trabajo en la sede actual.

Tajamar crecía con dos aulas cada año y pronto hubo que sumar los talleres para los de formación profesional. Los de nocturno, una treintena por curso, ocupaban de prestado por las tardes de siete a nueve un colegio municipal cerca del metro de Puente de Vallecas. En cuanto se urbanizó el acceso, se incorporaron a las nuevas instalaciones. En 1969 puede considerarse concluida la parte fundamental de Tajamar.

Casi todas las aulas, incluidas las de primaria; el edificio central, dirección, gerencia, secretaría de alumnos y profesores, sala de profesores, biblioteca y salas de usos variados; El bloque del salón de actos, oratorio, rematado con la torre. Luego, el edificio de artes gráficas y otro que se llamó, durante mucho tiempo, de forja y soldadura. Y, en fin, las instalaciones deportivas, campos de fútbol, baloncesto y balonmano y los correspondientes vestuarios. Puede decirse que Tajamar ha estado en obras casi siempre.

Las instalaciones han crecido y se han diversificado al ritmo de las necesidades crecientes y variadisimas hasta que no hubo ya más espacio. Las fotografías del conjunto muestran esta evolución y con ellas dos rasgos que definen su carácter. El primero es la opción por la magnanimidad desde el primer momento. Es significativo que, sin recursos, se optara por adquirir una parcela enorme, literalmente sin límites, en medio de la nada.

Si aquello iba a ser algo grande, no podía comenzar con estrecheces estructurales o ajustándose a los estrictamente necesario. Primero se utilizó el local prestado durante unos meses. Era una guardería en la única urbanización de Vallecas.

Luego, hasta 1961, pabellones prefabricados. Cada año se inauguraba uno nuevo junto a una vaquería y una casa de labor también prestadas y adaptadas. Desde ese año, 1961, los primeros pabellones, ya en la sede definitiva, eran los precisos y cada curso, al compás de las necesidades, los pabellones se abrían a las nuevas necesidades: talleres, despachos, secretaría, oratorio, residencia de profesores, salón de actos y, sobre todo, aulas. Siempre nuevas aulas.

Magnanimidad hubo también en el proyecto arquitectónico. Primero, porque lo hicieron dos de los mejores arquitectos españoles del momento, Ortiz-Echagüe y Echaide. Luego, porque aquello se concibió para que durase años, fuera fácil de mantener y arreglar. Fue uno de los primeros proyectos con galerías accesibles para los tendidos eléctricos, de agua, calefacción, etc., y se hizo con materiales sencillos: ladrillo, hierro y uralita. Aulas todas en una planta, despachos de profesores entre ellas, porches techados amplios para los días de lluvia y mucho calor. Los alumnos no tendrían patio de recreo. Todo el terreno era para el recreo, salvo las aulas.

La magnanimidad la marcaba el impulso de san Josemaría que no dejó de empeñarse en que empezara Tajamar y que facilitó y animó ese proyecto en las ampliaciones sucesivas. Durante su visita al colegio comentó: “se pasó el tiempo de dar perras gordas y ropa vieja, hay que dar el corazón y la vida”.

Para emprender esta iniciativa, los primeros promotores buscaron personas con una buena preparación académica. Al comienzo, contaron con unos ochenta alumnos de entre diez y once años atendidos por un pequeño grupo de profesores de calidad. De estos docentes, cuatro serían más adelante catedráticos de universidad. El director, además, era catedrático del Instituto de Enseñanza Media, uno de los cuerpos docentes más prestigiosos de entonces.

Los primeros tiempos

Tajamar no es una idea diseñada en un laboratorio que se puso en práctica como experimento de ingeniería social por parte de un grupo de personas bien intencionadas. Más bien, es el resultado de una iniciativa, de un echar a andar para prestar un servicio claro, práctico y de manera urgente a las gentes de un ámbito y una época bien precisos: el barrio de Vallecas desde finales de los años 50 del siglo pasado.

En fin, una labor social intensa con perspectiva de futuro. El actuar de los que iniciaron aquello lo guiaron principios sencillos y amplios. Hacer una urgente y necesaria labor social, prestar un servicio que no podía esperar. Consistió en llevar a cabo una promoción educativa en una barriada que carecía de los recursos más elementales en este ámbito. Luego, proporcionar formación cristiana a los que quisieran porque tampoco eso era fácil de conseguir para una población desarraigada, recién emigrada de todos los rincones del mundo rural español, que crecía día a día en oleadas sucesivas, que se acoplaban como podían en las viejas casas del barrio o en las que construían de noche.

El contexto, el barrio de Vallecas sobre todo, cambió mucho a lo largo de estos primeros años. En 1958 apenas había allí centros de enseñanza media y formación profesional. Tajamar fue durante muchos años la única opción, o una de las pocas, para acceder a esa formación. En 1975 ya hacía algún tiempo que las cosas habían cambiado. Tajamar era una oferta educativa más en un gran barrio que ya contaba con centros estatales y privados.

Esta primera etapa de la historia de Tajamar que llega hasta 1975 se puede dividir externamente en dos. La primera, ya se ha dicho, los inicios en sedes provisionales y la instalación en la sede definitiva. La fecha crucial fue 1961. En octubre de aquel año una caravana de estudiantes, profesores y el reducidísimo personal de apoyo trasladó los pupitres, pizarras, mesas de profesores y estanterías y la modesta dotación de la secretaría (unas pocas máquinas de escribir, una multicopista y algunos enseres mecánicos más de aquel entonces) a los cuatro pabellones recién construidos.

Primaria siguió de momento en los pabellones prefabricados en excelente estado de uso. Aquello supuso pues un primer límite al enemigo fundamental del colegio, el barro. Salvo el primer curso de febrero a julio de 1958, Tajamar se asentó literalmente al lado de las parcelas de su sede definitiva.

Se aprovechó una vieja vaquería y una casa que guardó en sus tiempos los equipos de labranza para instalar las primeras aulas y despachos. Como aquello no daba de sí lo necesario, se levantaron también los pabellones prefabricados que exigía cada año el crecimiento de los alumnos. Por dentro todo estaba bien, fuera había polvo, barro, campo.

Tajamar era una isla en aquel mar de tierra parda. Los problemas eran de acceso. Luego los guardabarros y los cepillos cumplían su función: impedir que el barro entrara en aulas y despachos y que los servicios estuvieran limpios se convirtió en el primer frente de batalla. Luego venían las matemáticas y la lengua.

Mientras tanto, la atención personalizada de alumnos con los tutores, llamados preceptores, las actividades para padres, la formación del profesorado y las jornadas de convivencia, muchas en buen día, crearon el clima de confianza que enseguida fue característico de Tajamar. Desde el principio Tajamar fue muchas cosas a la vez. Comenzó con estudiantes de 10 y 11 años como establecía la legislación española de entonces, pero también con una sección nocturna a la que acudían mayores de 14 años, la edad mínima para trabajar.

Unos ocupaban las aulas por la mañana y primera hora de la tarde, y los otros a partir de su salida del trabajo hacia media tarde, las 7 aproximadamente. Todos recibían la misma atención, pero unos tenían más tiempo que otros.

También se pensó desde el principio impartir formación para ejercer profesiones. Existía entonces el bachillerato laboral elemental hasta los 14 años y el superior de 15 a 17. En cuanto se pudo, curso 1961-1962, se comenzó a admitir a alumnos de ambos. Se optó por lo que entonces constituía la mejor oferta laboral en una España que empezaba a despegar: la electrónica. Los alumnos encontraban trabajo sin dificultad al terminar, pero también los que lo deseaban y superaban la correspondiente prueba de selección pudieron incorporarse a la universidad. Por entonces, la enseñanza superior, casi absolutamente estatal, era barata y asequible. El filtro seleccionador era el bachillerato, primero el elemental y sobre todo el superior.

Los cauces de estas enseñanzas laborales reguladas apenas podían abastecer las necesidades profesionales de un país metido en el desarrollo acelerado. Desde 1965 Tajamar empezó a impartir en régimen de tarde-noche cursos de formación profesional acelerada en diversas especialidades. Eran normalmente de breve duración, de 3 a 6 meses, sobre contabilidad, administración, delineación, mecánica, electrónica, radio y televisión. 

Fueron miles los adultos, jóvenes y no tantos, que adquirieron esta formación profesional básica. En 1967 aquello cuajó en el Centro de Educación Permanente de Adultos y cada año pasaron por allí unas 250 personas. En esa estela, en 1972 el Ministerio de Educación autorizó la impartición de estudios oficiales de Artes Gráficas. El sector estaba en una situación de profundo cambio y desarrollo en España y los impulsores de la iniciativa en Tajamar, especialmente su primer director, Martín Villa, supieron documentar las necesidades del sector y prever su crecimiento para desarrollar un plan que la implementara. 

La sección se convirtió, pocos años después, en el referente más importante del país en la formación profesional en esta área. El Instituto de Artes Gráficas de Tajamar fue innovador y supo no sólo adaptarse a las necesidades, sino también ofrecer soluciones eficaces a la industria. Los grandes beneficiados fueron tanto los alumnos como la industria gráfica española.

Ya se ha dicho que Tajamar comenzó con alma deportiva. Esa beta no se perdió, se integró en el proyecto educativo de una manera activa. El deporte fue esa primera palestra en la que los alumnos aprendieron a esforzarse, sin descuidar sus estudios, que siempre fueron lo primordial, a tener visión de equipo, a someterse a una disciplina básica para obtener resultados, en fin, a superarse, a mejorar en lo personal para reforzar el resultado del conjunto. 

Y el conjunto podía ser un tabla rítmica de gimnasia, su integración en un equipo de balonmano o de fútbol y sobre todo de atletismo. Pocas estrellas (3, 4 de atletismo) y muchísimo participante entusiasta y sacrificado para puntuar. Y Lázaro Linares animando, estudiando, impulsando año tras año el deporte en el colegio: desde su época de defensa cañero“leñero” de equipo de fútbol de barrio a la de seleccionador nacional de atletismo.

El 1 de octubre de 1967 san Josemaría visitó Tajamar por primera vez: iba sobre todo a ver a sus gentes. Estuvo luego en muchas ocasiones porque Tajamar pudo facilitar en sus instalaciones, que personas de toda España pasaran ratos inolvidables de tertulia con él en 1972 y 1975. Pero esa primera fue especial: el salón de actos lo llenaron familias de antiguos alumnos y alumnos del momento.

Sus palabras evocaron un deseo convertido en realidad: “Me da alegría decir que aquí en Tajamar, todo es Obra de Dios (…) el profesorado, la dirección; los sacerdotes que no piensan más que en vosotros, alguna prueba de cariño que se sale de lo ordinario os han dado”. Y antes, a los profesores y al personal que trabajaba allí, les animó en su tarea: “para que el dolor se lleve con alegría, para que la pobreza desaparezca, para que no falte trabajo (…) para que metamos a Cristo en la vida de cada uno, en la medida en que quiera, porque somos muy amigos de la libertad”.

En fin: hacia 1975, las gentes que se habían empeñado en sacar adelante el proyecto de Tajamar, los de la Obra y los que no lo eran, habían cumplido la primera parte de su sueño: enseñar al fundador de la Obra lo que habían hecho, consolidado, diverso y pujante. Y lo mejor: el fundador de la Obra, su primer impulsor, lo había bendecido. Casi nadie cayó en la cuenta de que se cerraría enseguida una época. El 26 de junio murió san Josemaría: como todo el Opus Dei, Tajamar cerró también su época fundacional. A final de ese año comenzó un nuevo proceso político y cultural que cambió España y se conocería como la Transición.

La consolidación de un proyecto

Entre 1976 y 1997, aproximadamente, la oferta escolar en Vallecas y en los barrios extremos de Madrid había mejorado considerablemente. España entera dio un paso enorme en nivel de vida material y de riqueza global. Un país de emigrantes comenzaba ahora a recibirlos. 

Vallecas siguió siendo un barrio de primera instalación: antes provenían del resto de España, ahora comenzaban a llegar de sitios variados de todo el mundo: Iberoamérica, Polonia, Marruecos, Filipinas. En el nuevo contexto, Tajamar pasó de ser la única solución para la escolarización de la zona a conformar una oferta más de educación, que se podía escoger entre otras muchas… y cercanas. Tajamar empezó a ser externamente un colegio más.

El año 1975 terminó la decimosegunda promoción de alumnos. Habían pasado por sus clases un total de 1960 de todo tipo: desde los que empezaron como niños y terminaron con 17 años, hasta los que se incorporaron a alguno de los programas de formación profesional regulares o acelerados. 

En sus aulas en aquel momento recibían formación 1.221 personas. Los viejos locales a los que antes se acudía a estudiar el que quería porque en los hogares era imposible, se dejaron y se promovieron algunos centros juveniles que ofertaban actividades complementarias variadas.

Las casas iban mejorando. Muchas fuera de Vallecas y allí marcharon los antiguos y algunos alumnos actuales. Los sitios libres los alquilaban a los recién llegados con escasos recursos como los anteriores. Pero también mejoraba el tono material de vida general para los que se quedaban.

Desde 1976, y hasta 1997, discurrieron los años de la consolidación. Tajamar ya existía. No era preciso “inventarlo”. No se trataba de plantear una operación de marketing, ni de montar una discusión de expertos en pedagogía. Sí que había que ajustarse a la nueva realidad social, cultural, política y económica, de España, de Madrid y de Vallecas… y de Europa, porque el colegio también “entró” en la Unión Europea, como se verá. Su entorno se amplió a la vez que profundizaba en su identidad.

Externamente, el Tajamar de estos veinte años centrales creció mucho en estudios profesionales. Más aún, puede hablarse del protagonismo fundamental de la formación profesional en el colegio. Fue una etapa de enormes avances en este ámbito. Tuvo un desarrollo acelerado y creciente en perfecta armonía con el sector empresarial y la administración educativa. Progresivamente, Tajamar fue, primero, centro de formación permanente de adultos, luego centro de formación profesional reglada. Al Instituto de Artes Gráficas se sumó el Instituto de Nuevas Tecnologías.

La presencia de Tajamar en ferias profesionales internacionales se convirtió en habitual; también su participación en proyectos europeos. Un pequeño indicador del prestigio del centro fueron las Jornadas de Formación profesional: dirigidas a los estudiantes de esta modalidad de toda España, y reunieron cada año en El Grado, al lado de Torreciudad, a unos 200 interesados.

Antes de que el bilingüismo en los colegios fuera un objetivo general de la administración, Tajamar ya lo había comenzado de un modo muy práctico y eficaz. Algunos profesores de toda la vida se trasladaron a Gales. Mejoraron su inglés y consiguieron así que hubiera un avance significativo en ese terreno.

En términos generales, el objetivo de Tajamar durante esta etapa intentaba conseguir que se mantuviera una labor social intensa, aunque ahora necesariamente debía adquirir otros tonos porque eran otras las necesidades.

Lo básico quedó fijado ya para siempre, formar a todos, padres, profesores, alumnos, en la libertad y en la responsabilidad. A los alumnos (primaria, EGB, bachillerato, COU, formación profesional de primer y segundo grado y cursos diversos de actualización o formación básica y avanzada para profesionales) enseñarles a vivir con sinceridad y a ser muy buenos en lo suyo, en sus estudios, en su futura actividad profesional. En fin, Tajamar se consolidó por su impulso decidido, constante y comprometido con la formación humana en todas las modalidades a que pudo atender.

Se ha hablado ya de la formación profesional y del inglés, pero fueron continuos los cursos de orientación familiar para padres y antiguos alumnos, colaboró de manera continuada con siete clubes juveniles, desarrolló programas de verano y tiempo libre; y hubo siempre espacio para la creación literaria con las jornadas humanísticas, la revista de poesía.

Este último aspecto, la formación cultural, el desarrollo y la dedicación posterior profesional en el ámbito de las humanidades, se venía cuidando desde los inicios del colegio. Hubo club de prensa y revista que publicaban los alumnos (con diversos nombres a lo largo de la historia). También club de teatro, que realizó algunas representaciones. Y no han faltado entre sus alumnos gentes dedicadas a las artes (pintura) o a la creación literaria y audiovisual. No dejó de sorprender, durante bastantes años, que una revista de creación poética la realizaran alumnos y profesores de Tajamar. No todo era formación profesional.

Tajamar, un colegio en mejora continua

A partir del curso 1997-1998, y hasta la actualidad, Tajamar entra en un proceso continuo de modernización y de consolidación. La Fundación Tajamar asume institucionalmente el protagonismo en la gestión de programas, subvenciones, becas y ayudas, en su sostenibilidad. Por dentro, el colegio se sube a unos cambios culturales que han transformado todo el mundo occidental y lo han hecho pasar, en poco más de una década, de la digitalización de la sociedad a la sociedad digital.

La normalización incluye, igualmente, el fluir normal de las personas en la dirección del centro, en la estabilidad de sus ejecutivos al frente de las diversas iniciativas que implican las necesidades educativas en las secciones, el tipo de enseñanzas, las actividades transversales.

Esta última etapa es la del crecimiento por dentro y hacia adentro. Físicamente se termina, o casi, el desarrollo de edificios: “solo” se construyen el edificio tecnológico y el polideportivo con la piscina cubierta. Además, la última franja de terreno disponible dejó sitio al centro de educación infantil. Se ha desterrado el barro definitivamente y se consolida la apertura al bilingüismo y a los periféricos digitales. Los 79 alumnos que empezaron en febrero de 1958 son ahora 1.914. En total, hasta 2024, han pasado por sus aulas 17.596 estudiantes que han cursado una gran variedad de estudios.

En 2007 se construye la nueva sede del colegio Los Tilos, cuyo proyecto complementa y perfecciona la oferta educativa a las familias del distrito. Se trata de una iniciativa educativa con experiencia pues comenzó en 1967 aunque en otra zona de Madrid. Su proyecto educativo es similar al de Tajamar y la razón de ser del colegio es convertirse en una ayuda para los padres en su tarea de primeros y fundamentales educadores de sus hijos.

La madurez de Tajamar se puede apreciar en varios indicadores. Ninguno de ellos define totalmente al centro educativo, pero cada uno traza un rasgo significativo que merece la pena considerar. Uno de ellos: una parte apreciable del profesorado actual del colegio, y eso se viene produciendo desde mediados de los años 70, son antiguos alumnos. Son alumni el 27 % de los que hoy trabajan en el centro. 

Este dato orienta sobre dos realidades. La primera, es que son muchos los que se deciden a hacer de la enseñanza su actividad profesional, porque además de estos que hoy trabajan en Tajamar hay casi una multitud que ejerce su actividad docente en colegios, institutos y centros de formación profesional. 

Los mayores ya se han jubilado, pero otros muchos siguen. Otro grupo, también significativo numéricamente, son profesores e investigadores en universidades o en el Centro Superior de Investigaciones Científicas. Muy probablemente esta dedicación sea el resultado, en buena parte, de una excelente experiencia como estudiantes a la que han querido dar continuidad porque la experiencia educativa de Tajamar marca una impronta normalmente muy fuerte y positiva.

El resto de profesiones presente entre los alumni son variadísimas. Es paradójico que siendo el deporte una actividad educadora fundamental en Tajamar no haya producido deportistas de élite en gran número. 

No han faltado algunos, pocos, campeones del mundo o de Europa de alguna especialidad atlética, pero son porcentualmente tan escasos como en cualquier otro colegio del mundo ni más ni menos, apenas son nada, frente por ejemplo al medio centenar de sacerdotes que son antiguos alumnos, y entre ellos se dan circunstancias muy diversas: pertenecientes a la prelatura del Opus Dei, incardinados en varias diócesis, mayoritariamente Madrid, varios religiosos, algún misionero. No se busca específicamente ni lo uno, ni lo otro, pero la formación cristiana que se ofrece cuaja igual en el sentido deportivo de la vida, y hasta en deportistas profesionales, que en un servicio cristiano, sacerdotal.

Hablemos un poco de Alumni, la asociación de antiguos alumnos. Antiguos hubo desde que terminaron los primeros en 1964, pero la continuidad y crecimiento se consolidó en estos años. Los encuentros y reuniones por promoción, especialmente con motivo de aniversarios “redondos” es una tradición viva. También los clubes, la actividad deportiva, las fiestas tradicionales: los belenes, el aniversario (los 13 de febrero) son ocasiones ya consolidadas para reunirse y charlar, y mantener vivos recuerdos y actitudes.

Para saber por qué llegan a Tajamar los alumnos habría que preguntar a los padres. Esa decisión la tomaron ellos. Quizá por eso el colegio fue tan de las familias desde el principio. El que luego estas se metieran en el colegio y el colegio en ellas ya fue cosa de los preceptores. Ese entramado de familias, profesores y alumnos fue característico desde los inicios. Lo inauguró con valentía su primer director al meter a su hijo en la misma aula que los de la primera promoción. No se puede pedir mayor confianza en un proyecto. La continuidad en ese entrelazamiento se afianzó desde que Tajamar fue cada vez más una opción y no una necesidad.

Hay otra medida de lo familiar en el centro: los hijos de antiguos alumnos que están matriculados indica hasta qué punto alguien es consciente de una vivencia tan positiva que no quiere que sus hijos, lo más querido, se la pierdan. Esta opción tiene relevancia numérica: el 10%. Esta cifra se complementa con otra de similar relevancia ya señalada: el 27 % del personal de Tajamar, son Alumni.

No faltan quienes prefieren experiencias educativas menos intensas para sus hijos, más ajustadas a las formas de vida dominantes en cada momento. Es el resultado de la libertad en que se educa; de la personalidad de cada uno, forjada en experiencias verdaderas e indudables en el horno de la cultura, del ambiente, de lo próximo y de lo significativo, y de las narrativas personales que construimos para contar a los demás quiénes somos.

Hay continuidad en la propuesta educativa que se ofrece a padres, profesores y estudiantes, porque no sólo se educa a los alumnos. Varían eso sí el resultado en cada uno de ellos. Algunos serán grandes hombres; otros grandes sabios y, todos en la medida en que colaboren con la gracia, podrán luchar para ser grandes santos, muchas veces sin que nadie se entere.