Estudiantes suecos construyen una escuela en Uganda

Buvuma, una isla situada al norte del lago de Victoria, ha estrenado escuela el pasado mes de julio. Un equipo de estudiantes suecos y ugandeses han colaborado en la construcción.

Todo sucedió en el mes de julio, en tan sólo cuatro semanas. "Un récord para lo que estamos acostumbrados", señala un habitante de Buvuma. Un mes puede ser poco tiempo para construir una escuela, pero los preparativos han comenzado hace más de un año. En el 2004, en efecto, se formó un comité en Estocolmo compuesto fundamentalmente por estudiantes de la residencia universitaria Lärkstadens Studiecentrum. El objetivo era promover una iniciativa de servicio en África: edificar una escuela.

El proyecto era ambicioso y necesitaba apoyo material y financiero. Los voluntarios suecos invirtieron muchas horas en una primera fase de promoción. Escribieron y visitaron empresas y comercios, así como familias y conocidos. Cualquier ayuda y colaboración era bien aceptada: material de construcción y utensilios de trabajo, dinero en metálico y ropa. En efecto, la generosidad de muchos suecos ha hecho posible este proyecto. Por su parte, los estudiantes han cooperado no sólo con la dedicación de tiempo y energías, sino también pagando una parte de los gastos.

Al llegar a Uganda, los voluntarios suecos se encontraron con la compañía de otros coetáneos ugandeses. Se trataba de estudiantes de Kampala, que frecuentan Bugala Study Center, un centro del Opus Dei. "En Suecia queríamos sumar fuerzas y encontramos en Uganda un grupo de estudiantes dispuestos a participar en la construcción de la escuela", explica Javier. "La ayuda resultó preciosa y verdaderamente útil, especialmente en el terreno comunicativo", puntualiza.

La vida en Buvuma

La mayoría de la población del lago de Victoria vive de la pesca y Buvuma, que cuenta con 20.000 habitantes, no es una excepción. La alimentación es escasa y el clima general es de pobreza. Los voluntarios tuvieron que adaptarse al entorno y a las posibilidades que ofrecía. Las comidas, por ejemplo, consistieron en arroz, legumbres, kasawa y boniatos.

Durante estas semanas en África, los voluntarios han aprendido muchas cosas, principalmente de su gente, y a valorar de otro modo la vida en Europa. Robert, estudiante sueco, dice que en este viaje ha aprendido también a valorar el tiempo y la importancia de trabajar con orden y en equipo. "Hemos seguido un programa y un horario precisos, y esto nos ha permitido realizar muchas cosas".

En efecto, los chicos llevaron un horario exigente, de ocho horas diarias de trabajo, de lunes a viernes. "No está mal, si se tiene en cuenta que somos estudiantes y son nuestras vacaciones", afirma Robert. La escuela dista del alojamiento unos 30 minutos, trayecto que los jóvenes realizaban todos los días en un viejo camión, que debía adaptarse continuamente a las variaciones del tiempo: si llovía, el camino se convertía en un auténtico lodazal. Si el tiempo era seco, en cambio, se levantaba de la tierra un polvo finísimo, que tragado puede producir altas fiebres. Por eso, en estos casos, los viajeros debían cubrirse la boca con una mascarilla.

La escuela se inauguró la última semana de julio con la celebración de la Santa Misa por parte de Father Anatoli, párroco de Buvuma y único sacerdote de la isla. Ese día, todo eran caras sonrientes, también entre los voluntarios. En su homilía, el párroco agradeció el testimonio cristiano de este grupo de jóvenes estudiantes. "Al rezar y asistir a Misa todos los días, vuestro voluntariado en esta pequeña ciudad de África ha alcanzado un sentido profundo y mucho más fecundo".