Lección inaugural del prof. Alberto Gil (en italiano)
Discurso del Gran Canciller de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz
Los Estatutos de esta Universidad establecen que "mediante la investigación, el estudio y la enseñanza de las Ciencias Eclesiásticas (...) la Universidad pretende servir a la Iglesia en plena y fiel unión con su Magisterio, cooperando así con el Romano Pontífice en la preocupación por todas las Iglesias"[1]. En estos días, en los que se está celebrando un sínodo que tiene que ver con la misión, es lógico considerar que todo el sistema universitario está estrechamente ligado a la misión evangelizadora de la Iglesia, llamada a expandirse no sólo a lo largo de la geografía, sino en el fondo de cada hombre y en el corazón de cada cultura[2].
Colaborar en este compromiso de servicio a la Iglesia es la raíz misma de la actividad docente y de todo el trabajo que realizan las distintas oficinas de la Universidad. La finalidad educativa de la Universidad consiste en llevar a cabo, a través de su doble misión de investigación y enseñanza, un proyecto intelectual y formativo a la luz de la Revelación cristiana, con el fin de hacer a las personas capaces de transmitir eficazmente la fe incluso en el contexto cultural y social actual.
"El sínodo tiene que ver con la misión de la Iglesia, a la que el sistema universitario está estrechamente ligado"
La Universidad Pontificia de la Santa Cruz ha aceptado la indicación del Papa -ya expresada en la Constitución Apostólica Veritatis gaudium- de promover una renovación de los estudios eclesiásticos, tal como la Iglesia exige hoy. Para lograr este objetivo, son necesarios algunos criterios básicos que el documento subraya. En primer lugar, la invitación a reforzar el diálogo entre las diferentes disciplinas: tanto entre las que son propiamente eclesiásticas, como entre éstas y las demás disciplinas del saber humano. El documento se refiere a una interdisciplinariedad entendida en un sentido fuerte, es decir, como una verdadera iluminación y fecundación de todo conocimiento, a través de la luz que emana de la Revelación divina[3].
Esta es una contribución importante que las facultades eclesiásticas pueden ofrecer al mundo universitario, a la sociedad y a la cultura en general[4]. Hoy, frente a la creciente fragmentación del conocimiento, vemos cómo el pensamiento posmoderno ha renunciado a las "grandes narrativas" o "visiones totalizadoras". Falta una visión sabia en todas las disciplinas, así como en la búsqueda de soluciones a los problemas que aquejan a la humanidad. En este contexto, un decreto recientemente firmado por el Presidente de la República Italiana, relativo al reconocimiento por el Estado de los títulos expedidos por las instituciones de enseñanza superior erigidas o aprobadas por la Santa Sede[5], parece abrir el camino a una relación más fructífera entre las instituciones pontificias romanas de nivel superior y las demás universidades italianas, con el fin de ofrecer aún más oportunidades de estudio a los laicos que deseen seguir un curso de formación en las facultades pontificias.
Todo esto puede tener efectos muy positivos en la relación entre universidad y sociedad, entre el mundo de los estudios y la investigación, y el mundo del trabajo y la producción. Es la tercera misión, además de la de investigación y docencia, característica de toda universidad. Es un desafío que la Universidad de la Santa Cruz asume poniendo al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia, especialmente el mensaje central del Opus Dei: la búsqueda de la plenitud de la vida cristiana en las realidades seculares y en la vida cotidiana. Una oportunidad, pues, para intensificar el diálogo fructífero con la cultura contemporánea. Los profesores de las distintas Facultades ya han puesto en marcha varias iniciativas de este tipo desde hace algún tiempo. Entre ellos se encuentran algunos Centros como el Centro de Estudios Jurídicos sobre la Familia; el Centro de Mercado, Cultura y Ética (MCE), que tiene por objeto desarrollar las bases culturales y morales necesarias para el funcionamiento de los mercados en el respeto de la dignidad de la persona humana, a la luz de la razón y de la fe. Otros proyectos son la Escuela Superior de Educación Interdisciplinaria (SISRI), cuyo objetivo es aumentar la cultura humanística y filosófico-teológica de los jóvenes licenciados, y la iniciativa Ciencia, Teología y Búsqueda Ontológica (STOQ), que, en colaboración con otras universidades romanas, trata de desarrollar el diálogo entre ciencia y fe, mediante programas de estudio e investigación. Existen otros grupos de investigación, como Family and Media, el Working Group on Relational Ontology Research y varios otros.
La aportación de la Universidad en su conjunto no depende únicamente del profesorado: es el resultado del trabajo sinfónico de todos los que la integran. En particular, junto a los diversos aspectos de la enseñanza formal, la impronta educativa de lo que se denomina el currículo oculto se considera cada vez más relevante. Es decir, esa comunicación informal, aparentemente invisible, difícil de conceptualizar, que pertenece a toda la comunidad universitaria. Esta acción pedagógica, compuesta de palabras, gestos y actitudes, crea un ambiente familiar rico en encuentros humanos y actúa como fuente de enseñanza-aprendizaje que entra en sinergia con la dimensión académica. No es raro que los alumnos subrayen cómo, junto con la belleza y la profundidad de la experiencia intelectual recibida, se han implicado poderosamente en la formación humana y espiritual a través de la amistad y la unidad de vida apostólica que comparte la comunidad académica. El tono familiar y el alto nivel académico son parte del precioso legado que recibimos de san Josemaría, continuado entonces por los dos primeros Gran Cancilleres de esta Universidad, el beato Álvaro del Portillo y el obispo Javier Echevarría.
Damos gracias a Dios por el trabajo realizado hasta ahora y seguimos pidiendo la ayuda del Espíritu Santo para continuar nuestra misión universitaria. A la intercesión maternal de María encomiendo el año académico 2019-2020, que ahora declaro abierto.
Homilía del prelado del Opus Dei
La primera lectura que hemos escuchado nos introduce en la gran fiesta judía de Pentecostés: en aquellos días, muchos israelitas peregrinaban a Jerusalén. Habían pasado casi dos meses desde la crucifixión. Era la primera vez que los discípulos de Jesús habrían pasado esa fiesta sin su Maestro. La ciudad estaba llena de extranjeros, gente desconocida, que venían "de todas las naciones bajo el cielo" (Hechos 2:5), incluso de Roma. Después de la narración de la venida del Espíritu Santo, los Hechos de los Apóstoles hacen referencia a un hecho que nos atañe a todos, también a los que estamos aquí reunidos: todos escucharon a los discípulos hablar de las "grandes obras de Dios" (Hch 2,11).
Hoy comienza un nuevo año académico -el trigésimo quinto- de esta universidad pontificia. Se podría decir que, como la gente que se reunió entonces en Jerusalén, venimos de todas las naciones bajo el cielo. También se podría decir que nuestro deseo, como el de los discípulos reunidos, es hablar de las grandes obras de Dios. Por eso, celebramos la Misa votiva del Espíritu Santo; porque, como Jesús nos dice en el Evangelio que acabamos de proclamar, es el Paráclito quien "nos enseñará todas las cosas" (Jn 14,26) para que nosotros, a su vez, podamos transmitirlas a los demás.
Recuerdo algunas de las palabras de san Pablo cuando, prisionero en esta ciudad de Roma, escribió a Timoteo: "Las cosas que has oído de mí (...) repítelas a personas de confianza, que a su vez sean capaces de enseñar a otros" (2 Tim 2,2). El Señor dirige las mismas palabras a todos los que estamos reunidos en esta celebración eucarística. Hoy el Señor nos llama -a todos y cada uno de nosotros- a formar parte de ese grupo de fieles encargados de transmitir la fe, con profundo conocimiento, cada uno en su propio ambiente: en seminarios, parroquias, congregaciones religiosas o en las muchas ocupaciones ordinarias del mundo.
Santo Tomás de Aquino, patrono de nuestra facultad de Teología, subrayó el valor apostólico de quienes se dedican al estudio y a la enseñanza de la "perfección de Dios"; aunque a menudo pueda parecer un trabajo bastante alejado de la pastoral, la realidad es que quienes forman a los formadores desempeñan un papel muy importante en el anuncio del Evangelio a muchos otros (cf. Quodlibet I, q. 7 a. 2 co). En realidad, hay mucha más gente en las aulas de lo que se puede ver a primera vista. El estudio profundo se convertirá más tarde en el alimento de muchas personas, que tal vez ni siquiera llegaremos a conocer.
Para llevar a cabo este apostolado de anunciar las "grandes obras de Dios", es indispensable, como recordaba el Papa Francisco, "ponernos de rodillas ante el altar de la reflexión" (Vídeomensaje 1-3/IX/2015). No basta con recitar una breve oración antes de empezar a estudiar, sino que hay que fundir ambas realidades en el corazón: "pensar orando y orar pensando" (Ibid.).
Cuando aislamos la reflexión intelectual sin integrarla en una relación de amor con Dios y con la vida de los demás, corremos el riesgo de que se convierta en un discurso que, en palabras de San Pablo, "hincha" pero no "construye" (cf. 1 Co 8, 2). Por eso, al recomendar a los cristianos que tengan "doctrina teológica", san Josemaría no ha dejado nunca de unirla a la necesidad de una "piedad de niños" -no menos importante- (cf. Es Cristo que pasa, n. 10). Pidamos al Señor que nos conceda un alma contemplativa, porque solo así podremos descubrir la verdadera profundidad y belleza de su doctrina.
El estudio de la Teología, la Filosofía, el Derecho canónico o la Comunicación institucional no puede permanecer desconectado de los problemas y cuestiones de la vida concreta de las personas que nos rodean. Al contrario: el estudio debe ser un servicio a la Iglesia. Benedicto XVI, refiriéndose a la teología de santo Tomás de Aquino, subrayó que hizo su trabajo "en el encuentro con las verdaderas cuestiones de su tiempo" (Audiencia, 23-VI-2010).
No nos separemos nunca de la gente, por inercia o por conveniencia. Las aspiraciones y preocupaciones de nuestro mundo también deben entrar en el estudio, la investigación y la oración. Jesucristo lo hizo: escuchó las preguntas espontáneas de los que iban a su encuentro (cf. Mt 19, 27; Mc 12, 18; y otros), fue a las casas de muchas personas (cf. Lc 19, 5 y otros), participó de cerca en sus alegrías (cf. Jn 2, 2 y otros) y en sus penas (cf. Lc 8, 42 y otros).
Pidamos, pues, al Espíritu Santo que nos recuerde, como hemos leído hoy en el Evangelio, todo lo que nuestro Señor ha dicho, y que nos anime a seguir su ejemplo.
Se dice a menudo que los santos son los verdaderos teólogos, en virtud del conocimiento de Dios alcanzado por el amor. La vida y los escritos de san Josemaría constituyen una fuente muy rica de reflexión académica. Os animo a conocer su figura durante vuestros años de estudio en esta universidad, que él mismo promovió: descubriréis, como en otros santos de la Iglesia, una armonía entre la vida de oración, el estudio profundo y la vibración apostólica.
Como los discípulos que, llenos del Espíritu Santo, proclamaron el mensaje de Cristo en todas las lenguas, también nosotros pedimos al Paráclito que nos ilumine en este nuevo año de estudio para conocer mejor a Jesús. Y en este compromiso, no podemos dejar de dirigirnos también a la Virgen, nuestra Madre: Ella es la que, llena del Espíritu Santo, mejor conoce a su Hijo.
Así sea.
[1] Statuti, 3 &1
[2] Cfr. Cost. Ap. Veritatis gaudium, 27 dicembre 2017, nn. 1-2.
[3] Cfr.Ibidem, n. 4 c).
[4] 4 Cfr. Ibidem, n. 5.
[5] Decreto del Presidente della Repubblica del 27 maggio 2019, pubblicato nella Gazzetta Ufficiale n. 160 del 10 luglio 2019.