Papa Francisco ha señalado cómo san Pablo no se avergüenza de admitir ante la comunidad que “en su carne no habita el bien” y que hace lo que no quiere.
“No siempre tenemos la valentía de hablar como lo hace san Pablo –ha dicho-. Siempre buscamos una justificación. Decimos: ‘Sí, claro, todos somos pecadores...’. Pero si no lo reconocemos, no tendremos el perdón de Dios. Si ser pecador es sólo una palabra, un modo de decir, entonces no necesitamos que Dios nos perdone. Pero si es una realidad, que nos esclaviza, entonces necesitamos esa liberación interior de Dios, esa fuerza”.
“Algunos dicen: ‘Ah, yo me confieso con Dios’. Sí, claro, es fácil... es como confesarte por mail, ¿no? Dios está allí, lejos, y yo Le digo las cosas pero no a la cara, no mirándole a los ojos. San Pablo, en cambio, confiesa su debilidad a los hermanos y lo hace cara a cara”.
“Otros dicen: “Yo me confieso”, pero se acusan de cosas tan peregrinas, tan genéricas, que no descienden a lo concreto. Y esto es casi como no confesarse. Confesar nuestros pecados no es como ir al diván del psiquiatra, ni a una sala de tortura. Es decir al Señor: “Señor, soy un pecador”, y decirlo a través de un hermano sacerdote para que este acusarse sea sobre cosas concretas: ‘Y soy pecador por esto y por aquello’”.
“Los niños tienen esa sabiduría: cuando vienen a confesarse no dicen jamás una generalidad. ‘Padre, he hecho esto, y también esta cosa a mi tía, al otro le he dicho esta palabra... y te dicen la palabra. Tienen la sencillez de la verdad. En cambio, los grandes tendemos a esconder la realidad de nuestra miseria".
"Pero hay una cosa hermosa: cuando confesamos nuestros pecados ante Dios, experimentamos la gracia de la vergüenza. Avergonzarse ante Dios es una gracia. Yo me avergüenzo y eso es una gracia,”.