Hace varios años conocí a Michelle, con quien recientemente me casé. Admiraba en ella, entre otras muchas cosas, la práctica de su fe católica. Yo había sido educado en la religión evangélica, pero esto no fue un impedimento para nosotros, porque teníamos un mutuo respeto por nuestro modo de vivir la relación con Dios.
Una de las cosas que llamaban mi atención era que ella me hablaba de la posibilidad de ser santos a través del trabajo. Esto me parecía novedoso, porque para mí lo único importante era tener fe y una relación personal con Dios.
Michelle, con cierta audacia, en algún momento me planteó que fuera a un centro del Opus Dei a conocer y participar de charlas de formación, para que yo entendiera un poco lo que ella vivía. Por un momento, no me interesó, pero ella fue perseverante, paciente y siempre respetuosa.
Aspiro a que mi matrimonio sea el camino hacia la santidad
Un día me hablaron de unas clases de teología que daba un sacerdote en el Club Universitario Balanyá en Guatemala y decidí asistir. Esa tarde, por coincidencias o ironías de la vida, el tema que estudiamos fue la reforma protestante y las enseñanzas de Martín Lutero.
Durante la clase, comprendí sin dificultades la exposición sin sentirme incómodo u ofendido en ningún momento, pues quien hablaba lo hacía con mucho respeto. Fue, simplemente, una clase de historia. El sacerdote no sabría hasta más tarde que yo era evangélico, pues continué asistiendo los lunes a ese curso de teología.
Al poco tiempo, me plantearon asistir a un curso básico de formación católica con un grupo de profesionales jóvenes. Poco a poco fui aprendiendo las enseñanzas de la Iglesia Católica y comprendía mejor lo que mi novia Michelle vivía.
El sacerdote no sabría hasta más tarde que yo era evangélico
Con el paso de los años, tenía claro que me quería casar con Michelle, pero sabía que ella quería hacerlo por la Iglesia Católica. Me empezó a rondar en la cabeza seriamente la posibilidad de dar el paso a la plenitud de la fe, pero quise tomar el tema con calma para que no fuera una decisión precipitada. La primera resolución fue vivir como católico: asistía a Misa y rezaba ante el Santísimo, entre otras prácticas.
En 2020, asistí a una actividad de varios días sobre noviazgo y matrimonio. En 2021 hice un curso de retiro espiritual, participaba con regularidad en los medios de formación y en los retiros mensuales que ofrece el Opus Dei.
Llegó el momento de dar pasos firmes en mi vida y me comprometí con Michelle. Comenzamos los preparativos de la boda, aunque yo seguía sin decidir hacerme católico, porque quería conocer mejor y estar más seguro.
Empecé a leer el Catecismo de la Iglesia Católica, continué asistiendo a los medios de formación en Balanyá, hice el curso prematrimonial y, leí El Regreso a Casa de Scott Hahn. Este libro me impactó. El autor relata la experiencia de su conversión a la Iglesia Católica y su búsqueda de la verdad, con lo cual me sentí identificado. Paso seguido, tomé la decisión de casarme con Michelle por la Iglesia Católica y por lo tanto tenía que bautizarme.
Llegó el momento de dar pasos firmes en mi vida
Durante esos años en los que me sumergí por primera vez en aguas desconocidas, en las que reflexioné y aprendí mucho de la fe católica, siempre me sentí muy libre, y sin ninguna clase de presiones. Era un pez evangelico en aguas católicas. Poco a poco, esas aguas se hicieron familiares y se convirtieron en mi hogar.
Con frecuencia hablaba con un sacerdote. En una de estas conversaciones de dirección espiritual le dije que quería ser católico y comenzamos un proceso de preparación que me llevó a ser bautizado en enero de 2022.
Fue una ceremonia a la que asistió sólo mi novia Michelle; mi madre, que es evangélica; Kevin, quien fue mi padrino; y el sacerdote, que celebró el sacramento. Todos estaban muy felices por mi bautismo. Dos meses más tarde, Michelle y yo celebramos el sacramento del matrimonio, con Dios y la Iglesia como centro de nuestro hogar.
Aspiro a que mi matrimonio sea el camino hacia la santidad, así como mi trabajo, que tanto me apasiona, como enseña san Josemaría. Doy gracias a Dios por haber puesto en mi camino a Michelle y al Opus Dei, quienes me ayudan cada día a ser una mejor persona y ahora un mejor hijo de Dios.