Sumario
- Bienaventurados los pobres de espíritu...
- ¿Qué es y cómo vivir la virtud cristiana de la pobreza?
- Pobreza de espíritu y deseo de felicidad
- ¿Es compatible la pobreza con la riqueza material?
- ¿Cómo han vivido la pobreza los primeros cristianos?
- ¿Cómo vivir esta virtud en el s. XXI?
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1. Bienaventurados los pobres de espíritu...
En el sermón de la montaña Jesús proclama las “Bienaventuranzas”, aquellas promesas de felicidad en circunstancias en que aparentemente no la hay. No es casual que la primera que pronuncia Jesús sea “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos” (Mt 5, 3). Esta es la clave para vivir todas las demás bienaventuranzas. En la pobreza de corazón se contiene el secreto de la vida plena del cristiano. “Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para que vosotros seáis ricos por su pobreza” (2 Cor 8,9). Es necesario adentrarse en la profundidad de estas palabras para penetrar en la esencia del Evangelio y de Jesús, y así insertarnos en la lógica cristiana.
Meditar con san Josemaría
Lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado. Surco, 795
Muchos se sienten desgraciados, precisamente por tener demasiado de todo. —Los cristianos, si verdaderamente se conducen como hijos de Dios, pasarán incomodidad, calor, fatiga, frío… Pero no les faltará jamás la alegría, porque eso —¡todo!— lo dispone o lo permite El, que es la fuente de la verdadera felicidad. Surco, 82
2. ¿Qué es y cómo vivir la virtud cristiana de la pobreza?
La pobreza es la virtud que armoniza y ordena la relación de la persona con los bienes. Es parte de la virtud cardinal de la templanza ya que, al vivirla, se busca gozar de los placeres sensibles de manera adecuada para que estos no nos desvíen de nuestro fin, que es la verdadera felicidad. La pobreza es atractiva y positiva porque invita a aspirar a un bien mayor y a no dejarse seducir por otros menores que impiden amar de verdad. En definitiva, es la virtud que nos permite tener un corazón libre para amar.
Cristo, modelo de todas las virtudes, es a quien miran todos los cristianos para aprender a vivir la pobreza. El Nuevo Testamento nos revela a un Dios que, siendo Rey y Señor de todo lo creado, elige la pobreza desde su nacimiento en un pesebre hasta su muerte en la Cruz. Meditando su vida los hombres de todos los tiempos redescubren con actualidad el llamado personal a vivir esta virtud, ya que la pobreza no puede medirse con parámetros externos, sino buscando en el corazón las ataduras que nos impiden seguir generosamente al Señor.
Meditar con san Josemaría
Para llegar a Dios, Cristo es el camino; pero Cristo está en la Cruz, y para subir a la Cruz hay que tener el corazón libre, desasido de las cosas de la tierra. Via Crucis X estación
Despégate de los bienes del mundo. —Ama y practica la pobreza de espíritu: conténtate con lo que basta para pasar la vida sobria y templadamente.
—Si no, nunca serás apóstol. Camino, 631
3. Pobreza de espíritu y deseo de felicidad
“El único bien es amar a Dios con todo el corazón y ser aquí abajo pobre de espíritu” (Teresa de Lisieux)
Cuando se reduce la virtud al sacrificio, carencia o desprendimiento, de alguna manera reducimos la virtud a los medios que se ponen para alcanzar el verdadero fin, que es tener libertad para amar de verdad, aspiración de felicidad de todo hombre.
“La pobreza de corazón es a fin de cuentas la libertad de recibirlo todo gratuitamente, sin que nuestro «ego», sus pretensiones y reivindicaciones, se interpongan ya. Supone una muerte a sí mismo, un desprendimiento radical, pero que conduce a una transparencia perfecta a la acción de Dios, a la alegría de recibir y de dar libremente.
Con todo, se necesita mucho tiempo y una larga lucha para llegar a esta libertad. Exige una transformación en profundidad de nuestra existencia, de nuestro modo de relacionarnos con Dios, con nosotros mismos y con los demás.”1
Meditar con san Josemaría
En la economía de la salvación, Nuestro Padre Dios cuida de cada alma con delicadeza amorosa: cada uno ha recibido de Dios su propio don, quien de una manera, quien de otra. Parecería inútil, por tanto, afanarse por presentar al Señor algo de lo que El tuviera necesidad; desde nuestra situación de deudores que no tienen con qué pagar, nuestros dones se asemejarían a los de la Antigua Ley, que Dios ya no acepta: Tú no has querido, ni han sido de tu agrado, los sacrificios, las ofrendas y los holocaustos por el pecado, cosas todas que ofrecen según la Ley.
Pero el Señor sabe que dar es propio de enamorados, y Él mismo nos señala lo que desea de nosotros. No le importan las riquezas, ni los frutos ni los animales de la tierra, del mar o del aire, porque todo eso es suyo; quiere algo íntimo, que hemos de entregarle con libertad: dame, hijo mío, tu corazón. ¿Veis? No se satisface compartiendo: lo quiere todo. No anda buscando cosas nuestras, repito: nos quiere a nosotros mismos. De ahí, y sólo de ahí, arrancan todos los otros presentes que podemos ofrecer al Señor.
Démosle, por tanto, oro: el oro fino del espíritu de desprendimiento del dinero y de los medios materiales. No olvidemos que son cosas buenas, que vienen de Dios. Pero el Señor ha dispuesto que los utilicemos, sin dejar en ellos el corazón, haciéndolos rendir en provecho de la humanidad.
Los bienes de la tierra no son malos; se pervierten cuando el hombre los erige en ídolos y, ante esos ídolos, se postra; se ennoblecen cuando los convertimos en instrumentos para el bien, en una tarea cristiana de justicia y de caridad. No podemos ir detrás de los bienes económicos, como quien va en busca de un tesoro; nuestro tesoro está aquí, reclinado en un pesebre; es Cristo y en Él se han de centrar todos nuestros amores, porque donde está nuestro tesoro allí estará también nuestro corazón. Es Cristo que pasa, 35
4. ¿Es compatible la pobreza con la riqueza material?
Vivir la virtud de la pobreza es compatible con poseer bienes materiales, ya que no se aspira a la pobreza material, sino a la pobreza de corazón, de espíritu. Se trata de estar desprendido de las cosas materiales, del dominio sobre las cosas. Dios desea que le entreguemos nuestro corazón, no cosas ni acciones meramente externas. Por eso no se trata simplemente de no tener, sino de no poner el corazón en lo que se tiene. Cuando los bienes ocupan el lugar de medios y no fines en la vida del hombre, entonces el corazón permanece libre para querer a Dios y a los demás. Ciertamente esta libertad de corazón exige tener una relación sana y ordenada con las cosas, y esto se consigue viviendo las virtudes de la templanza, el orden, el desprendimiento, el señorío y la generosidad, entre otras.
Meditar con san Josemaría
No consiste la verdadera pobreza en no tener, sino en estar desprendido: en renunciar voluntariamente al dominio sobre las cosas.
—Por eso hay pobres que realmente son ricos. Y al revés. Camino, 632
5. ¿Cómo vivieron la pobreza los primeros cristianos?
En el Evangelio, vemos cómo Jesús insiste en la virtud de la pobreza, cómo la vive Él mismo y da importancia a que los cristianos la vivan también. El Papa Francisco enseña que «cuando el Señor envía a sus setenta y dos discípulos, los envía “en pobreza”, les da consejos sobre la pobreza». Es «la pobreza del discípulo: el camino del discípulo, el Señor quiere que sea pobre». Luego el Papa sugiere «tres formas, tres modos de vivir la pobreza en la vida de los discípulos, pobrezas diversas, tres etapas —podemos decir— de pobrezas diversas». «La primera pobreza es: separación del dinero, de la riqueza», desprendimiento de los bienes materiales que, aunque buenos en sí mismos, pueden ocupar excesivo espacio en el corazón. El Señor envía a sus discípulos a predicar sin bolsa, ni alforja, ni sandalias. «La condición para comenzar el camino del discipulado es la pobreza» como vemos en el caso del joven rico que, escuchando el llamado de Jesús, «no pudo seguirlo porque tenía tantas riquezas y su corazón estaba apegado a las riquezas». «El segundo, recibir humildemente las persecuciones, tolerar las persecuciones», como las toleraron los primeros cristianos y tantos cristianos hoy en día de modos diversos. Y el tercer modo es la «pobreza de la soledad, del abandono: cuando el discípulo, que salió con tanta fuerza para predicar al Señor, también ha tolerado las persecuciones, al final de la vida se siente abandonado: abandonado por todos». Y esto sucedió al mismo Cristo, abandonado por todos en la Cruz.
«La pobreza como camino del discípulo» insiste el Papa. Sí, «el discípulo, pobre, porque su riqueza es Jesús. Pobre, porque no está apegado a la riqueza: primer paso. Pobre, porque es paciente frente a pequeñas o grandes persecuciones: segundo paso. Pobre, porque entra en este estado de ánimo al final de la vida que nos recuerda el de San Pablo: abandonado». Y «el mismo camino de Jesús que termina con esa oración al Padre: “Padre, Padre, ¿por qué me has abandonado?”»2
Meditar con san Josemaría
Yo te voy a decir cuáles son los tesoros del hombre en la tierra para que no los desperdicies: hambre, sed, calor, frío, dolor, deshonra, pobreza, soledad, traición, calumnia, cárcel… Camino, 194
6. ¿Cómo vivir esta virtud en el siglo XXI?
Así como los primeros cristianos vivían la virtud de la pobreza según las circunstancias específicas de su época, nosotros hoy en día estamos llamados a hacer lo mismo.
El Papa Francisco nos ilumina con las siguientes palabras: «Las Bienaventuranzas están dirigidas a los pobres, a los afligidos, a los hambrientos de justicia. Es un mensaje a contracorriente. El mundo, de hecho, dice que para ser feliz tienes que ser rico, poderoso, siempre joven y fuerte, tener fama y éxito. Jesús abate estos criterios y hace un anuncio profético —y esta es la dimensión profética de la santidad—: la verdadera plenitud de vida se alcanza siguiendo a Jesús, practicando su Palabra. Y esto significa otra pobreza, es decir, ser pobres por dentro, vaciarse de uno mismo para dejar espacio a Dios. Quien se cree rico, exitoso y seguro, lo basa todo en sí mismo y se cierra a Dios y a sus hermanos, mientras que quien es consciente de ser pobre y de no bastarse a sí mismo permanece abierto a Dios y al prójimo. Y halla la alegría. Las Bienaventuranzas, pues, son la profecía de una humanidad nueva, de un modo nuevo de vivir: hacerse pequeño y encomendarse a Dios, en lugar de destacar sobre los demás; ser manso, en vez de tratar de imponerse; practicar la misericordia, antes que pensar solo en sí mismo; trabajar por la justicia y la paz, en vez de alimentar, incluso con la connivencia, injusticias y desigualdades. La santidad es acoger y poner en práctica, con la ayuda de Dios, esta profecía que revoluciona el mundo.»3
Meditar con san Josemaría
Se anuncia el Evangelio a los pobres (Mt 11, 5), leemos en la Escritura, precisamente como uno de los signos que dan a conocer la llegada del Reino de Dios. Quien no ame y viva la virtud de la pobreza no tiene el espíritu de Cristo. Y esto es válido para todos: tanto para el anacoreta que se retira al desierto, como para el cristiano corriente que vive en medio de la sociedad humana, usando de los recursos de este mundo o careciendo de muchos de ellos. Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, 110
Haciéndome eco de una expresión del profeta Isaías —discite benefacere (1, 17)—, me gusta decir que hay que aprender a vivir toda virtud, y quizá muy especialmente la pobreza. Hay que aprender a vivirla, para que no quede reducida a un ideal sobre el que se puede escribir mucho, pero que nadie realiza seriamente. Hay que hacer ver que la pobreza es invitación que el Señor dirige a cada cristiano, y que es —por tanto— llamada concreta que debe informar toda la vida de la humanidad. Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, 110
1. Jacques Philippe, La felicidad donde no se espera