“Hace unos años, trabajaba en otra estación de servicio en la que estuve mucho tiempo. Un día de invierno en que llovía, después de atender a un cliente, me fui a refugiar bajo techo y en el trayecto vi un papel amarillo que recogí para echarlo al basurero. Era una cartulina amarilla con una fotografía que al principio no distinguí bien y bajo ella, unas palabras escritas; mientras la secaba frotándola por ambos lados contra mi ropa, la miré para ver de qué se trataba y me sorprendí al ver que la cara impresa en ella era la de un sacerdote. Mientras terminé de limpiar la estampa me di cuenta de que él estaba relacionado con el trabajo, y me remeció. Leí la oración y al leerla ya fue parte de mi vida.
Mientras terminé de limpiar la estampa me di cuenta de que él estaba relacionado con la labor del trabajo
La observé con más detalle y, no sé por qué, lo empecé a tratar de tú diciéndole: ¡Cómo te han tratado! ¡Pero si estás empapado! ¡Yo te cuidaré mejor! La seguía secando, cada vez con más cuidado y con cierto respeto, y me puse a leerla con calma y mucha curiosidad. Me di cuenta de que no era un papel cualquiera y empecé a tomarle cariño a esa persona de la fotografía, de la que nunca había oído hablar. La volví a leer varias veces aprovechando para pedirle distintas cosas que se me venían a la cabeza. Finalmente la pegué con scotch al lado de mis herramientas; así la vería con frecuencia y me sentiría acompañado.
Pequeños milagros
En mi trabajo, cada vez que no tenía 'pega' acudía a él. Le pasaba la mano y le decía “ayúdame” y me aparecían tres, cuatro y hasta cinco cambios de aceite.
Mi devoción a San Josemaría aumentaba cada vez más. Desde un principio me llamó la atención lo que se hablaba de la santificación del trabajo y, pensándolo bien, decidí que la mejor manera de acercarme a Dios en mi trabajo era siendo ordenado con las herramientas, manteniendo limpio el garaje, atendiendo bien a los clientes, siendo buen compañero de trabajo.
Mi devoción a San Josemaría aumentaba cada vez más
En una oportunidad llegó un cliente que había tenido un accidente gravísimo y estaba esperando el resultado de una operación. Me dijo que era muy probable que perdiera su brazo, pero yo le aseguré: - “no pues, amigo mío, usted no va a perder su brazo”.
Entonces me acordé de mi estampita de san Josemaría; le dije que me esperara mientras le iba a buscar algo. Me costó dársela, pero me parecía que si este santo me había acompañado y ayudado a mí, también podría ayudar a este señor en su dolor. Y se la entregué pidiéndole que le rezara, que estaba seguro lo iba a sanar. Al pasársela, no me miró con buena cara, pero después de contarle lo bien que se había portado conmigo, la recibió como para no desagradarme a mí. Y así, me quedé sin mi estampita preferida, pero feliz de que otra persona pudiera acudir a su intercesión.
A los pocos meses, llegó a la estación de servicio la misma camioneta del señor a quien le había dado la estampa tiempo atrás, manejada por él mismo. Pero esta vez no era para arreglar el auto: venía bien compuesto a agradecerme lo que yo había hecho por él. Se había curado de todas sus fracturas y sanado de los órganos de su cuerpo que se habían visto comprometidos en el accidente. Se le notaba muy feliz por haberme hecho caso rezando la oración de la estampita milagrosa.
¿Fueron casualidades? ¡La fe es tan grande! A mí me ha ayudado mucho. Yo con él me tuteo, él me entiende, cuando le pido algo él me lo concede. Ahora mismo me estoy dedicando a la pintura y espero que mi “compadre” me siga ayudando. Cada vez que necesito algo, me acompaña; siempre estoy rezando su oración y vivo agradecido de él. La verdad es que de repente me emociona… la fe es muy importante.
Yo con él me tuteo, él me entiende, cuando le pido algo él me lo concede
► Descargar en PDF la oración para pedir la intercesión de san Josemaría.
► Se ruega a quienes obtengan gracias por intercesión de san Josemaría Escrivá, que las comuniquen a la Prelatura del Opus Dei en Chile, Dunkerque 9133, Las Condes, Santiago, o escriban a ocs.cl@opusdei.org