¿Cómo conociste el Opus Dei?
A través de unos tíos míos que viven en Galicia. En 1998, mi tía Marina me habló del Opus Dei y me puso en relación con una persona de la Obra aquí en Valencia. Esta persona me invitó a la Jornada de la Juventud que tenía lugar en el santuario mariano de Torreciudad en mayo. Allí hice mi primera romería a la Virgen. Fue una sorpresa. Hasta ese momento no era consciente de lo que era la vida cristiana, pensaba como tantas personas que eso de rezar no se llevaba, que no era moderno. Descubrí la devoción al santo Rosario, y empecé a rezarlo con asiduidad, cuando podía...
¿Qué pasó después?
Nada especial. No volví a entrar en contacto con la Obra hasta unos años después. Mientras tanto, me hice militar profesional. Con la idea de ayudar a los demás, pensé que sería una buena idea participar en una misión internacional de la OTAN en Kosovo. Justo antes de esta decisión, volví a hablar con esa persona de la Obra, que tenía conocimiento de ese tipo de misiones. Pero fue un contacto superficial. Y de hecho mi conocimiento de la vida cristiana era muy superficial. En Kosovo estuve 4 meses. Allí me apoyé mucho en el Rosario. Entre las tareas que hice, escolté a un sacerdote ortodoxo, con el que trabé cierta amistad y, de hecho, nos intercambiamos los rosarios.
Entonces, ¿cuándo descubriste que el Opus Dei podía ser tu camino?
Eso fue a la vuelta de Kosovo, a finales del año 2001. Mi madre me dejó una biografía de San Josemaría que le había gustado mucho. El conocimiento de la vida del fundador del Opus Dei supuso el descubrimiento de que podía ayudar a la gente siempre, en mi propio ambiente, sin necesidad de ir a otros lugares. Comencé a hablar con un sacerdote de la Obra, a acudir a retiros espirituales, y a recibir clases de catecismo, pues no tenía idea de nada. También empecé a hacer oración.
¿Cambió tu vida?
Radicalmente. El espíritu del Opus Dei me mostró que el trabajo es mucho más que un medio de sustento: a través del trabajo, colaboro con los planes de Dios. Además, la formación me ayudó a ver que los prejuicios que tienen muchas personas sobre Jesucristo y la Iglesia –y que yo había tenido hasta hacía poco– procedían del desconocimiento de la realidad. La Obra me da formación, que es algo que necesitas para ti mismo y para ayudar a los demás. Tania –entonces mi novia, en la actualidad mi esposa– fue la que más notó el cambio.
¿Cómo es tu trabajo de estibador? ¿Es compatible con una vida de entrega a Dios en medio del mundo?
Los estibadores nos dedicamos a la carga y descarga de barcos. Se trata de un trabajo muy duro, porque los horarios están sujetos a cambios constantes, se saben de un día para otro, lo que supone trastornos importantes en el sueño y las comidas. Además, el manejo de grúas y otras tareas exigen mucha concentración durante las seis horas que dura cada turno. ¡Por supuesto que es compatible! En esas circunstancias, en la grúa, sé que me espera Jesucristo, cada día. Trato de hacer las cosas lo mejor posible y de ser un buen compañero.
¿Qué te dicen tus colegas y amigos cuando conocen tu planteamiento de la vida?
La gente me pregunta mucho sobre la Iglesia y la vida cristiana. Los prejuicios que pueda haber en el ambiente proceden del desconocimiento, como decía antes. Yo sólo tengo motivos para dar muchas gracias a Dios por haber encontrado el norte, y una manera de agradecérselo es ayudar a los demás y explicarles todo lo que sé y voy aprendiendo.
Si no es indiscreción, ¿qué le sueles pedir a San Josemaría?
Muchas cosas, de todo tipo, pero me gusta pedirle en ocasiones por la paz social en mi ambiente de trabajo, pues es conflictivo y con alguna frecuencia hay choques lógicos entre las propuestas de la patronal y el comité de empresa. Le pido que las relaciones sean más llevaderas. En cualquier caso, el nivel de profesionalidad de los estibadores es muy alto. En el trabajo se cumple. Cuando hay que ceder para lograr mejoras, se cede.