A raíz de la publicación de la encíclica Laudato Si’ [LS] del Papa Francisco, sobre el cuidado del medio ambiente, cabe preguntarse: ¿qué decía san Josemaría sobre el amor a la creación? Antes de esbozar una respuesta, es necesario aclarar que la encíclica desarrolla ampliamente temas y perspectivas que el fundador del Opus Dei no tuvo la oportunidad de tratar, al menos con la amplitud, el recorrido y las metodologías (cfr. LS, 15-16) de un documento actual de magisterio social.
Comencemos con algunos puntos de contacto. El Santo Padre se refiere al “cuidado de la casa común”[1], un término que puede aplicarse a varias realidades. Por ejemplo, san Josemaría aplicó la expresión “casa común” a la universidad. En el contexto de las injusticias y opresiones políticas o sociales de los años 1960, decía: “La Universidad es el lugar para prepararse a dar soluciones a esos problemas; es la casa común, lugar de estudio y de amistad; lugar donde deben convivir en paz personas de las diversas tendencias que, en cada momento, sean expresiones del legítimo pluralismo que en la sociedad existe”[2]. Por su parte, san Juan Pablo II, en la encíclica Evangelium vitæ, también utilizaba esta expresión cuando afirmaba que con la negación del derecho originario e inalienable a la vida, “el Estado deja de ser la «casa común» donde todos pueden vivir según los principios de igualdad fundamental”[3]. Si antes “casa común” nos hacía pensar en la paz y la igualdad en la sociedad, ahora el Papa Francisco nos invita a ampliar este concepto, hasta abarcar el mundo entero en clave ecológica (una palabra forjada a finales del siglo XIX a partir del griego “casa”). Es necesario llevar a cabo la reorientación del mundo (cfr. LS, cap III) y desterrar de éste los “pecados contra la creación” (LS, n. 8).
El amor apasionado a la Creación
San Josemaría invitaba a “amar al mundo apasionadamente”, título de una conocida homilía suya que incluye también, sin lugar a dudas, las cosas más materiales. No hay amor sin respeto. “El mundo es bueno –decía- porque las obras de Dios son siempre perfectas”; y más adelante: “somos los hombres los que hacemos malo al mundo por el pecado”[4]. Es una convicción que nace de la mirada de fe y amor dirigida hacia la Creación. Esta misma mirada es la que nos impulsa a seguir el Papa Francisco, a lo largo de la encíclica (cfr. por ejemplo LS, nn. 96-100): desde la donación originaria (cfr. LS, n. 5) hasta la apertura al estupor y a la maravilla (LS, n. 11), junto con la amarga constatación de la pobreza y la desigualdad. Al respecto, san Josemaría alertaba: “Los bienes de la tierra, repartidos entre unos pocos; los bienes de la cultura, encerrados en cenáculos. Y, fuera, hambre de pan y de sabiduría, vidas humanas que son santas, porque vienen de Dios, tratadas como simples cosas, como números de una estadística. Comprendo y comparto esa impaciencia, que me impulsa a mirar a Cristo, que continúa invitándonos a que pongamos en práctica ese mandamiento nuevo del amor”[5].
San Josemaría, fallecido en 1975, no se ocupó explícitamente de la cuestión ecológica, de la que hemos tomado una mayor conciencia en la actualidad. Sin embargo, sus enseñanzas sobre el amor cristiano al mundo, y la tarea humana de santificarlo, respetando sus leyes propias y llevando a la plenitud sus potencialidades, nos ofrecen un rico acervo desde el que reflexionar sobre el cuidado de nuestro entorno, a la luz de las perspectivas y propuestas que ofrece Laudato Si’.
La relación con el medio ambiente nos influye mucho, y la vuelta a ciertos lugares geográficos confirma nuestra identidad (LS, n. 84). Josemaría Escrivá amaba su tierra, Aragón. Compartía su amor por la naturaleza, por las plantas y las flores, hasta aquellas bellezas de la naturaleza que él había conocido siendo niño en las novelas de Julio Verne[6]. En tierra española, supo oír la canción del agua que riega las plantas, y contemplar el huerto que reverdece mientras el borrico, día tras día, año tras año, va dejando su vida en las vueltas de la noria. Manifestaba una predilección por ese animal, dócil, humilde y trabajador, y no dudaba en afirmar, por ejemplo, que “un caballo bonito me encanta, un pájaro, una flor; un perro también”[7].
Ser administradores y no malgastar
¿Cómo comportarse con los bienes de esa casa común del mundo? El Fundador del Opus Dei, comentaba el beato Álvaro del Portillo, invitaba “a estar bien desasidos de las cosas humanas -somos tan sólo administradores-, y a actuar con sentido común, sin malgastar, sin derrochar, administrando lo mejor posible cuanto hayamos de manejar”[8]. Se trata, antes que nada, de una actitud espiritual, más que una cuestión económica. Francisco ofrece algunas ideas concretas en su encíclica, que confirman la autenticidad de su vida desapegada: no malgastar papel (cfr. LS, nn. 22, 211), economizar la electricidad (cfr. LS, n. 211), por citar ahora solo esto.
Como tantos santos, también san Josemaría era concreto y acudía a este tipo de ejemplos que eran fruto de su experiencia vital. Su primer sucesor recuerda que “empleaba siempre hojas usadas por una cara para escribir por la otra apuntes o borradores; decía en broma que, si fuera posible, escribiría por el canto”[9], para no malgastar. Y en cuanto a la energía eléctrica, eran frecuentes consejos suyos como éste: “Mira, ahí encendieron las luces para abrir las ventanas, y como se llenó toda la habitación de luz natural, se olvidaron de apagar las lámparas. […] Sube por favor y dile con delicadeza que apague, porque se está gastando luz inútilmente”[10]. También animaba a estar atentos a las cosas pequeñas por un motivo de caridad, y en esto incluía detalles que ayudan a ahorrar y a evitar el despilfarro de recursos, que bien se pueden emplear para aliviar las necesidades de nuestros semejantes.
Trabajo, filiación y alabanza eucarística
San Josemaría no pretendía ofrecer un programa de acción social corporativo para el Opus Dei, pues queda fuera de la misión de esta prelatura, sino que se empeñó en difundir la llamada evangélica a la santidad y al apostolado en el trabajo profesional y en la vida cotidiana, en el respeto de la naturaleza, en el cumplimiento de los deberes cívicos. Después, decía, que cada uno se una a los demás, cristianos o no, para afrontar juntos los problemas de la sociedad (cfr. LS, n. 219), cumpliendo lo mejor posible todo lo que hace: “Nos es tan connatural el trabajo constante y ordinario, que nuestro hobby es también trabajo: con un trabajo, descansamos de otro”[11].
El tema del trabajo es otro de los ejes de la encíclica de Francisco (cfr. LS, nn. 98, 124-129). Como es conocido, se trata de un rasgo también esencial en el espíritu del Opus Dei, junto con la afirmación de la filiación divina en que todo se fundamenta, y la centralidad de la Eucaristía, misterio que de algún modo corona Laudato Si’ (cfr. nn. 236-237) .
Desde la hermosura de la Creación o desde la contemplación de Jesucristo, san Josemaría llega a la “locura de Amor de la Sagrada Eucaristía”[12]. Comentaba: “cuando digo Dominus vobiscum, aunque esté sólo con el que me ayuda, lo digo a toda la Iglesia, a todas las criaturas de la tierra, a la creación entera, también a los pájaros y a los peces”[13]. En el misterio, el trigo y las uvas simbolizan la naturaleza y el mundo; se han hecho pan y vino, y así se ofrece el trabajo y la cultura, para transformarlo todo en Cristo, Hijo de Dios y de Santa María, en alabanza a Dios. Esa acción litúrgica, que hace entrar la tierra en el Cielo y tiene una dimensión cósmica, anuncia la recapitulación de todas las cosas en Cristo (cfr. LS, 100): como dice santo Tomás de Aquino, “toda criatura sensible recibirá una cierta novedad de gloria”[14].
Por eso, después de celebrar la Eucaristía, el fundador del Opus Dei amaba rezar un himno tomado del libro de Daniel (cap. 3) unida al Salmo Laudate (Sal 150), el Trium puerorum o Benedicite, cuyo uso se remonta al menos al siglo tercero. Invita a toda la creación a bendecir al Señor: la mirada apunta hacia el sol, la luna, las estrellas; alcanza la inmensa extensión de las aguas; se eleva hacia los montes, contempla las más diferentes situaciones atmosféricas, pasa del frío al calor, de la luz a las tinieblas; considera el mundo mineral y vegetal; se detiene en las diferentes especies animales; culmina con el hombre. Todos los seres, por su simple existencia, bendicen y dan gloria a Dios (cfr. LS, 69). Como enseña Gaudium et spes, “uno en cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, reúne en sí los elementos del mundo material, de tal modo que, por medio de él, éstos alcanzan su cima y elevan la voz para la libre alabanza del Creador”[15].
A esa alabanza nos invita el Papa Francisco, haciéndose eco del Cántico de las criaturas de san Francisco de Asís. Es un canto que alaba al Creador en sus criaturas, de modo análogo a cómo es a Dios a quien alabamos en la vida de los santos, pues coronando sus méritos, corona sus propios dones[16]. No todo es Dios, tampoco el mundo es Dios, ni el devenir del mundo es el devenir de Dios. Pero, enseña el Catecismo, “las distintas criaturas, queridas en su ser propio, reflejan, cada una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad infinitas de Dios”[17].
Con un profundo sentido de su filiación divina, el Autor de Camino no tenía todavía 30 años cuando escribía en sus Apuntes íntimos: “Niño: acostúmbrate a elevar tu corazón a Dios, en acción de gracias, muchas veces al día. -Porque te da esto y lo otro. -Porque te han despreciado. -Porque no tienes lo que necesitas o porque lo tienes. Porque hizo tan hermosa a su Madre, que es también Madre tuya. –Porque creó el sol y la luna y aquel animal y aquella otra planta. -Porque hizo a aquel hombre elocuente y a ti te hizo premioso... Dale gracias por todo, porque todo es bueno”[18]. Una acción de gracias que no es pasiva, sino que nos lleva a actuar, como nos invita el Papa Francisco a lo largo de su encíclica (cfr. por ejemplo LS, nn. 13, 19, 189, 217). Si, como escribe el teólogo Fernando Ocáriz, “la creación es una realidad actual y permanente, y no solo ni esencialmente un inicio temporal absoluto”[19], desde nuestra condición radical de hijos de Dios encontramos en la belleza de la obra divina un lugar común de diálogo y de trabajo donde “nos unimos para hacernos cargo de esta casa que se nos confió” (LS, n. 244).
[1] Francisco, Encíclica Laudato Si’, 24 de mayo de 2015, título, y cfr. nn. 1, 3, 13, 17, 53, 61, 155, 232, 243.
[2] San Josemaría, Conversaciones, ed. crítico-histórica (José Luis Illanes), Rialp, Madrid 2012, nn. 76-77.
[3] San Juan Pablo II, Encíclica Evangelium vitae, n. 20.
[4] San Josemaría, Conversaciones, n. 70.
[5] San Josemaría, Es Cristo que pasa, ed. crítico-histórica (Antonio Aranda), Rialp, Madrid 2013, n. 111.
[6] Cfr. san Josemaría, Apuntes de una tertulia, 1 de abril de 1973 (AGP, biblioteca, P01).
[7] San Josemaría, Apuntes de una tertulia en Buenos Aires, 23 de junio de 1974 (AGP, biblioteca, P04).
[8] Beato Álvaro del Portillo, nota 94 a san Josemaría, Instrucción, mayo-1935/14-IX-1950, n. 56.
[9] Beato Álvaro del Portillo, Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei, 11, p. 186-187.
[10] San Josemaría, AGP, biblioteca, P01.
[11] San Josemaría, Carta 29-IX-1957, n. 73.
[12] San Josemaría, Camino, ed. crítico-histórica (Pedro Rodríguez), Rial, Madrid 20043, n. 432; cfr. n. 533.
[13] San Josemaría, Apuntes de la predicación oral, en Crónica, 1969, p. 63 (AGP, biblioteca, P01).
[14] Santo Tomás de Aquino, In Epist. ad Romanos, c.8, lect.4, citado en Fernando Ocáriz, Naturaleza, gracia y gloria, EUNSA, Pamplona 2000, p. 353. Cfr. Rm 8,19; Col 1,20; Ap 21,1.
[15] Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, n. 14.
[16] Cfr. Missale romanum, Prefatio I de sanctis.
[17] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 339.
[18] San Josemaría, Apuntes Íntimos, 28 de diciembre de 1931, cit. en Camino, ed. crít., comentario al n. 268, p. 450.
[19] Fernando Ocáriz, Sobre Dios, la Iglesia, el mundo, Rialp 2013, p. 43.