No sería sincera nuestra ansia de unión entre todos los cristianos, si no empezásemos por estar primero bien unidos entre nosotros, los católicos. ¡Cuántas divisiones hay, hijos míos, cuántas incomprensiones, cuánta falta de amor, cuánta falta de caridad!» (Notas de una reunión familiar, 21-II-1988).
En la oración sacerdotal de la Ultima Cena, Jesucristo rogó por todos los que habían de creer en su nombre, a fin de que permaneciéramos siempre consummati in unum (Jn 17, 23), consumados en la unidad: que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y Yo en ti, que así ellos sean uno en nosotros (Ibid., 21). La unidad de los cristianos entre sí se deriva, pues, como una participación de la inefable unidad de las divinas Personas. A la vez, dentro del Cuerpo Místico de Cristo, se da una comunión más estrecha entre aquellos miembros que, por razones de diversa índole, se hallan más próximos los unos a los otros» (Carta pastoral, 24-I-1990).
El primer día del año se celebra la solemnidad de la Maternidad divina de la Virgen. Ella, que está presente en cada paso de la historia de la Iglesia, sigue alentando ahora este esfuerzo evangelizador que debe abrirse camino entre millones de personas. Confiemos concretamente a su intercesión, durante el octavario por la unión de los cristianos, las conversaciones de la Santa Sede con los ortodoxos: que el Espíritu Santo mueva los corazones de cuantos se honran con el nombre de cristianos, de modo que finalmente haya un solo rebaño y un solo pastor (cfr. Jn 10, 16)(Carta pastoral, 1-I-1990).
Tenemos que rezar más y trabajar más, llenos de optimismo. Pero unión primero entre nosotros, los católicos. Querer a los demás, comprender a los demás. Y como nosotros sabemos por experiencia que hay gente que a nosotros no nos entiende, nosotros hemos de procurar entender a los demás (Notas de una reunión familiar, 18-I-1988).
Con toda la Iglesia intensifiquemos nuestras plegarias por la unión de los cristianos. ¡Que los corazones de todos sean dóciles a los suaves impulsos del Espíritu Santo! Para eso, pidamos a Dios, en primer lugar, que aumente en nosotros la fe. Esta virtud teologal constituye el fundamento de la existencia cristiana, la raíz de la fecundidad espiritual y apostólica (Carta pastoral, 1-I-1992).
Lee el Evangelio de San Juan, la Última Cena, el consummati in unum, y encontrarás que Jesús, antes de morir, se dirige a su Padre y pide que los Apóstoles estén unidos: sicut tu Pater in me et ego in te (Jn 17, 21): ¡nada menos, como Tú, Padre, en mí —dice San Juan—, y Yo en ti! Y la unión entre ellos es infinita porque son un solo Dios. Fijaos el grado de unidad, de intensidad, de caridad que pide Jesucristo para nosotros. Y el cor unum et anima una es semejante. Lo encuentras en los Hechos de los Apóstoles (Hch 4, 32), cuando se habla de los primeros cristianos. San Lucas cuenta que no tenían nada propio y que la muchedumbre de los creyentes formaban un solo corazón y una sola alma, porque estaban unidos, porque había caridad; y por eso no se criticaban unos a otros, sino que tendían al mismo fin: hablar de Cristo, predicar a Cristo (Notas de una reunión familiar, 22-VIII-1976).
¿Recordáis la oración sacerdotal de Nuestro Señor Jesucristo en la Última Cena, pocos momentos antes de encaminarse hacia el martirio? Ut sint unum sicut et nos unum sumus. Jesús se dirigía a Dios Padre. Fijáos qué unidad deseaba para nosotros. Jesús pedía que los cristianos estuviésemos tan unidos como Él con la primera Persona de la Santísima Trinidad; una unión inefable, indivisible(Notas de una reunión familiar, 15-IV-1979).
Vamos a pedir al Señor perdón y vamos a procurar que nosotros no seamos nunca causa de sufrimiento para nadie: sino al revés, que demos cohesión a los que trabajan por Cristo. Y para eso hace falta que estemos unidos a la vid, que es Cristo, a través del Papa (Notas de una reunión familiar, 11-III-1991).
Vamos a rezar por la unión de los cristianos, y recemos primero por la unión entre nosotros mismos, entre los católicos. La unión entre los miembros de la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, nace de la unión con la Cabeza: con Cristo; y esto se hace realidad por el Pan y la Palabra. Se fundamenta en la Eucaristía, que es vínculo de unidad, y se edifica sólo si hay vida interior, cuando meditamos las cosas de Dios bajo la guía auténtica del Magisterio de la Iglesia, depositario de la palabra revelada que es alimento de nuestra unión con Dios. Cuando los cristianos estamos en sintonía con el Papa, que por ser el Vicario de Cristo permanece como signo y fuente de la unidad, entonces estamos muy cerca de Nuestro Señor (Notas de una homilía, 18-I-1988).