Dos días después de su ingreso en el hospital, cuando pasé a verla, recé con su madre y con otras dos cuñadas la oración de la estampa. Para entonces Gloria había recibido 51 unidades de sangre y sus riñones estaban dejando de funcionar. Pocos minutos antes se le había administrado la unción de los enfermos: parecía que ya no había nada que hacer. A las ocho de la mañana del día siguiente, su marido me llamó para decirme, eufórico, que aquella noche las constantes vitales de Gloria habían vuelto a la normalidad.
En el hospital se hablaba de un milagro, pues ante un cuadro como aquél, las posibilidades de supervivencia eran inferiores al 1%. La rehabilitación ha sido larga pero satisfactoria. Me parece claro el poder del sacramento de la unción de enfermos y la intercesión de don Álvaro.
P.M.H. (Estados Unidos).