“Hijas e hijos míos, pensad que nuestra Madre del Cielo se merece todo el amor de nuestros pobres corazones. Ella no se olvida nunca de nosotros, está siempre pendiente de cada una y de cada uno, nos protege y ayuda, nos ampara y defiende. Y nosotros, ¿nos acordamos constantemente de la Virgen? Tan importante es la piedad mariana en el espíritu de la Obra, que nuestro Fundador [san Josemaría], en su humildad, no dudó en ponerse de ejemplo: ‘si en algo quiero que me imitéis, es en el amor que tengo a la Virgen.’
Vamos, pues, a imitarle con empeño en la piedad y devoción a María Santísima, particularmente en este mes de mayo, para que se haga más profundo en nosotros el hábito de ir y volver a Jesús constantemente por María. (…) Pregúntate, hija mía, hijo mío: (…) ¿Pongo amor nuevo cada día en el trato con la Virgen? ¿Me esfuerzo sinceramente para rezar bien el Santo Rosario, sin atropellos, contemplando cada uno de los misterios? ¿Rezo con atención el Ángelus o el Regina Coeli? ¿Saludo filialmente a mi Madre Santa María, cuando entro o salgo de mi habitación y cuando descubro su imagen por las calles de la ciudad? ¿Acudo a Ella a diario, pidiendo la limpieza de las almas? ¿Le encomiendo esa cruzada de pureza que necesita el mundo? ¿Difundo la devoción a la Virgen, aprendiendo de su humildad? ¿Procuro encomendar a nuestra Madre la paz y la unidad de los hogares?” (Carta, mayo 1985, 164)