1. "Es necesario pasar muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios" (Hech 14, 22).
A los dos discípulos que iban por el camino a Emaús, Jesús les dice: «¿No era preciso que el Mesías padeciese esto y entrase en su gloria?» (Lc 24, 26).
En la primera Lectura hemos visto a los apóstoles Pablo y Bernabé «confirmando las almas de los discípulos, exhortándoles a permanecer en la fe» (cfr Hech 14, 22). Ellos anuncian la misma verdad de que había hablado Cristo en el camino a Emaús; una verdad que su vida y su muerte habían confirmado: «Es necesario pasar muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios.» Por muchas generaciones a lo largo de los siglos, los discípulos de Cristo, crucificado y resucitado, abrazan el mismo camino que el Señor les había indicado. «Os he dado ejemplo» (Jn 13, 15).
2. Hoy se nos ofrece la ocasión de fijar una vez más nuestra mirada en esta vía de salvación: el camino hacia la santidad, y reflexionar sobre las figuras de dos personas que, de ahora en adelante, llamaremos Beatas: Josemaría Escrivá de Balaguer, sacerdote, Fundador del Opus DeI, y Josefina Bakhita, Hija de la Caridad, Canosiana.
La Iglesia desea servir y profesar la verdad completa sobre Cristo, ella quiere ser dispensadora del misterio completo de su Redentor. Si la vía hacia el reino de Dios pasa por muchas tribulaciones, entonces, al final del camino se encontrará también la participación en la gloria: la gloria que Cristo nos ha revelado en su Resurrección.
La medida de dicha gloria nos viene dada por la nueva Jerusalén, anunciada por las palabras inspiradas del Apocalipsis de San Juan: «Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos» (Apoc 21, 3).
«Ahora hago el universo nuevo» (Apoc 21, 5), dice el Señor glorioso. El camino hacia la «novedad» definitiva de todo lo creado pasa obligatoriamente aquí en la tierra por el mandamiento nuevo: «Que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 13, 34).
Este mandamiento nuevo ocupó el centro de la vida de dos hijos ejemplares de la Iglesia, que hoy, en la alegría pascual, son proclamados Beatos.
3. Josemaría Escrivá de Balaguer, nacido en el seno de una familia profundamente cristiana, ya en la adolescencia percibió la llamada de Dios a una vida de mayor entrega. Pocos años después de ser ordenado sacerdote dio inicio a la misión fundacional a la que dedicaría 47 años de amorosa e infatigable solicitud en favor de los sacerdotes y laicos de lo que hoy es la Prelatura del Opus Dei.
La vida espiritual y apostólica del nuevo Beato estuvo fundamentada en saberse, por la fe, hijo de Dios en Cristo. De esta fe se alimentaba su amor al Señor, su ímpetu evangelizador, su alegría constante, incluso en las grandes pruebas y dificultades que hubo de superar. «Tener la cruz es encontrar la felicidad, la alegría nos dice en una de sus Meditaciones tener la cruz es identificarse con Cristo, es ser Cristo y, por eso, ser hijo de Dios.»
Con sobrenatural intuición, el Beato Josemaría predicó incansablemente la llamada universal a la santidad y al apostolado. Cristo convoca a todos a santificarse en la realidad de la vida cotidiana; por ello, el trabajo es también medio de santificación personal y de apostolado cuando se vive en unión con Jesucristo, pues el Hijo de Dios, al encarnarse, se ha unido en cierto modo a toda la realidad del hombre y a toda la creación (cfr. Dominum et vivificantem, 50). En una sociedad en la que el afán desenfrenado de poseer cosas materiales las convierte en un ídolo y motivo de alejamiento de Dios, el nuevo Beato nos recuerda que estas mismas realidades, criaturas de Dios y del ingenio humano, si se usan rectamente para gloria del Creador y al servicio de los hermanos, pueden ser camino para el encuentro de los hombres con Cristo. «Todas las cosas de la tierra enseñaba , también las actividades terrenas y temporales de los hombres, han de ser llevadas a Dios» (Carta del 19 de marzo de 1954).
«Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi Rey.» Esta aclamación que hemos hecho en el salmo responsorial es como el compendio de la vida espiritual del Beato Josemaría. Su gran amor a Cristo, por quien se siente fascinado, le lleva a consagrarse para siempre a Él y a participar en el misterio de su Pasión y Resurrección. Al mismo tiempo, su amor filial a la Virgen María le inclina a imitar sus virtudes. «Bendeciré tu nombre por siempre jamás»: he aquí el himno que brotaba espontáneamente de su alma y que le impulsaba a ofrecer a Dios todo lo suyo y cuanto le rodeaba. En efecto, su vida se reviste de humanismo cristiano con el sello inconfundible de la bondad, la mansedumbre de corazón, el sufrimiento escondido con el que Dios purifica y santifica a sus elegidos.
4. La actualidad y transcendencia de su mensaje espiritual, profundamente enraizado en el Evangelio, son evidentes, como lo muestra también la fecundidad con la que Dios ha bendecido la vida y obra de Josemaría Escrivá. Su tierra natal, España, se honra con este hijo suyo, sacerdote ejemplar, que supo abrir nuevos horizontes apostólicos a la acción misionera y evangelizadora. Que esta gozosa celebración sea ocasión propicia que aliente a todos los miembros de la Prelatura del Opus Dei a una mayor entrega, en su respuesta a la llamada a la santificación y a una más generosa participación en la vida eclesial, siendo siempre testigos de los genuinos valores evangélicos, lo cual se traduzca en un ilusionado dinamismo apostólico, con particular atención hacia los más pobres y necesitados.
5. En la Beata Josefina Bakhita encontramos también un testimonio eminente del amor paternal de Dios y un signo esplendoroso de la perenne actualidad de las bienaventuranzas. Nacida en el Sudán, en 1869, raptada por negreros cuando aún era niña y vendida varias veces en los mercados africanos, conoció las atrocidades de una esclavitud que dejó en su cuerpo señales profundas de la crueldad humana. A pesar de estas experiencias de dolor, su inocencia permaneció íntegra, llena de esperanza. «Siendo esclava nunca me he desesperado decía , porque en mi interior sentía una fuerza misteriosa que me sostenía.» El nombre Bakhita como la habían llamado sus secuestradores significa Afortunada, y así fue efectivamente, gracias al Dios de todo consuelo, que la llevaba siempre como de la mano y caminaba junto a ella.
Llegada a Venecia por los caminos misteriosos de la divina Providencia, Bakhita se abrió muy pronto a la gracia. El Bautismo y, después de algunos años, la profesión religiosa entre las hermanas Canosianas, que la habían acogido e instruido, fueron la consecuencia lógica del descubrimiento del tesoro evangélico, para lo cual sacrificó todo, incluso el regreso ya siendo libre, a su tierra natal. Como Magdalena de Canosa, ella también quería vivir sólo para Dios, y con constancia heroica emprendió humilde y confiadamente el camino de la fidelidad al amor más grande. Su fe era firme, transparente, fervorosa. «Sabéis qué gran alegría da conocer a Dios», solía repetir.
6. La nueva Beata transcurrió 51 años de vida religiosa Canosiana dejándose guiar por la obediencia en un compromiso cotidiano, humilde y escondido, pero rico de genuina caridad y de oración. Los habitantes de Schio, donde residió casi todo el tiempo, muy pronto descubrieron en su «madre morenita» así la llamaban una humanidad rica en el dar, una fuerza interior no común que arrastraba. Su vida se consumó en una incesante oración con intención misionera, en una fidelidad humilde y heroica por su caridad, que le consintió vivir la libertad de los hijos de Dios y promoverla a su alrededor.
En nuestro tiempo, en que el recurso desenfrenado al poder, al dinero y al placer causa tanta desconfianza, violencia y soledad, el Señor nos presenta a sor Bakhita como hermana universal, para que nos revele el secreto de la felicidad más auténtica: las bienaventuranzas.
El suyo es un mensaje de bondad heroica a imagen de la bondad del Padre celestial. Ella nos ha dejado un testimonio de reconciliación y de perdón evangélico, que llevará ciertamente consuelo a los cristianos de su patria, Sudán, tan duramente probados por un conflicto que dura desde hace muchos años y que ha provocado tantas víctimas. Su fidelidad y su esperanza son motivo de orgullo y de acción de gracias para toda la Iglesia. En este momento de grandes tribulaciones, sor Bakhita les precede por el camino de la imitación de Cristo, de la intensificación de la vida cristiana y de la adhesión inquebrantable a la Iglesia. Al mismo tiempo, deseo una vez más dirigir una cálida exhortación a los responsables de la situación del Sudán, a fin de que lleven a término los ideales afirmados de paz y concordia; a fin de que el respeto de los derechos fundamentales del hombre y en primer lugar el derecho a la libertad religiosa sea garantizado para todos, sin discriminaciones étnicas o religiosas.
Preocupa enormemente la situación de cientos de miles de prófugos de las regiones meridionales, forzados por la guerra a abandonar casa y trabajo; recientemente han sido obligados a dejar también los campos, donde habían encontrado una cierta forma de asistencia, y han sido deportados a lugares desérticos e incluso se ha impedido el paso libre a los convoyes de ayudas de los organismos internacionales. Su situación es trágica y no puede dejarnos insensibles.
Exhorto vivamente a los organismos internacionales de asistencia que sigan enviando su ayuda benévola, necesaria y urgente.
Al saludar a la delegación de la iglesia del Sudán, presente en esta celebración, dirijo mi afectuoso recuerdo, junto con mi plegaria, a toda la Iglesia de aquel país: a los Obispos, al clero diocesano y misionero, a los laicos comprometidos en la pastoral, y también a los catequistas, colaboradores generosos y necesarios para la propagación de la verdad, de la palabra y del amor de Dios. Las poblaciones del Sudán siempre están presentes en mi corazón y en mis plegarias: las encomiendo a la intercesión de la nueva Beata Josefina Bakhita.
7. «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os améis unos a otros» (Jn 13, 34-35). Con estas palabras de Jesús concluye el Evangelio de la Misa de hoy. En esta frase evangélica encontramos la síntesis de toda santidad; la santidad que han alcanzado, por caminos diversos pero convergentes en la misma y única meta, Josemaría Escrivá de Balaguer y Josefina Bakhita. Ellos han amado a Dios con toda la fuerza de su corazón y han dado prueba de una caridad que ha llegado hasta el heroísmo mediante las obras de servicio a los hombres, sus hermanos. Por eso la Iglesia los eleva hoy al honor de los altares y los presenta como ejemplos en la imitación de Cristo, que nos ha amado y se ha dado a Sí mismo por cada uno de nosotros (cfr Gal. 2, 20).
8. «Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él» (Jn 13, 31): el misterio pascual de la gloria.
Por medio del Hijo del hombre esta gloria se extiende a todo lo visible y lo invisible: «Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado» (Ps 144, 10-11).
Dice el Hijo del hombre: «¿No era necesario que... soportase estos sufrimientos para entrar en su gloria?» Estos son los que de generación en generación han seguido a Cristo: «A través de muchas tribulaciones, ellos han entrado en el reino de Dios.»
«Tu reinado es un reinado perpetuo» (Ps 144, 13). Amén.
Texto original publicado en L'Osservatore Romano, Año CXXXII, nº 115 (40.053)
Texto en español publicado en Beatificación de Josemaría Escrivá. Crónica y homilías, Palabra, Madrid 1992
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