Herodes La libertad del amor
Maravilla inefable de Dios que se humilla hasta hacerse hombre, y que no se siente degradado por haber tomado carne como la nuestra, con todas sus limitaciones y flaquezas, menos el pecado; y esto, ¡porque nos ama con locura! Él no se rebaja con su anonadamiento; en cambio, a nosotros, nos eleva, nos deifica en el cuerpo y en el alma. Responder que sí a su Amor, con un cariño claro, ardiente y ordenado, eso es la virtud de la castidad (Amigos de Dios, 178).
Durante el simulacro de proceso, el Señor calla. «Iesus autem tacebat» (Mt 26, 63). Luego, responde a las preguntas de Caifás y de Pilato... Con Herodes, veleidoso e impuro, ni una palabra (cf. Lc 23, 9): tanto deprava el pecado de lujuria que ni aun la voz del Salvador escucha (Vía crucis 1, 3).
Pilato envía a Jesús al palacio de Herodes. Herodes quería ver milagros, Jesús le atraía. «Herodes se alegró mucho al ver a Jesús» (Lc 23, 8). Alegría de pacotilla, fuegos de artificio, falso regocijo. Nosotros queremos mirar con ojos limpios, animados por la predicación del Maestro: «Bienaventurados los que tienen puro su corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8). La Iglesia ha presentado siempre estas palabras como una invitación a la castidad (Amigos de Dios 175). Herodes no reconoce a Jesús, le mira sin verle. Le hace muchas preguntas, pero Jesús no responde. El corazón de Herodes está disperso, inquieto. Herodes vive con la mujer de su hermano, pero no ama.
Este corazón nuestro ha nacido para amar. Y cuando no se le da un afecto puro y limpio y noble, se venga y se inunda de miseria. El verdadero amor de Dios –la limpieza de vida, por tanto– se halla igualmente lejos de la sensualidad que de la insensibilidad, de cualquier sentimentalismo como de la ausencia o dureza de corazón (Amigos de Dios 183).
La castidad de una persona, esté casada o no, es una afirmación gozosa, decía Josemaría. Es decir que sí al amor de Dios y no traicionar la sangre de tantos mártires que han defendido su santa pureza. Es entrar en la comunión de amor de la Trinidad. Es tener un corazón lleno de amor verdadero, abierto a la entrega de uno mismo. La pureza da alas al amor. Nos hace libres. Decir que sí a Dios es seguir el ejemplo de santa María. Es decir con ella: «Hágase en mí según tu palabra». La libertad de la gloria de los hijos de Dios (Es Cristo que pasa 130, cf. Rm 8, 2) es la libertad del amor, de la que se nos concede un anticipo aquí abajo con la gracia de Dios. Dios toma la iniciativa, espera de nosotros una respuesta de amor, y por lo tanto libre.
Los cristianos estamos enamorados del Amor: ¡el Señor [...] nos quiere impregnados de su cariño! (Amigos de Dios 183). Para esto es necesario rezar, recibir la Eucaristía, presencia amorosa de Cristo que se entrega; trabajar, evitar la ociosidad, saberse débil y por tanto ser prudente, evitando toda ocasión de pecado: El pudor y la modestia son hermanos pequeños de la pureza (Camino 128). El respeto por el propio cuerpo, templo del Espíritu, permite decir sinceramente a Dios, nuestro Padre, bajo cuya mirada amorosa nos encontramos constantemente: no permitas que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas (cf. 1Co 10, 13).
Agradecemos a la editorial Ciudad Nueva que nos haya permitido reproducir algunos párrafos del libro “15 días con Josemaría Escrivá”, escrito por D. Guillaume Derville.
- 15 días con Josemaría Escrivá (textos anteriormente publicados)