En el nº 16 de la calle Ferraz se encontraba la Residencia DYA, primera labor apostólica corporativa del Opus Dei, que no llegó a inaugurarse a causa de la guerra.
Se trajeron aquí los muebles de la Residencia anterior, que estaba en esta misma calle de Ferraz, en el nº 50, durante los primeros días de julio de 1936.
El 13 de julio terminó la mudanza. La Residencia estuvo funcionando en el nº 16 por tanto, sólo desde finales de junio hasta el 20 de julio de 1936, cuando comenzó el asedio al Cuartel de la Montaña.
Como puede observar el paseante, esta residencia estaba frente del Cuartel de la Montaña, y por esta proximidad, los disparos que salían el 20 de julio de 1936 desde el Cuartel, para repeler los ataques de sus agresores, llegaban hasta las paredes y cristales de la Residencia DYA.
San Josemaría permaneció en la Residencia, hasta la una de la tarde del día 20, hora en la que se dirigió hacia casa de su madre, en la vecina calle Rey Francisco, entre la euforia de los vencedores en el asedio.
De la calle Ferraz 50 a la nueva Academia Residencia de la calle Ferraz 16
Cuenta Vázquez de Prada: "El domingo, 19 de julio, estaba el Padre con los suyos trabajando en la nueva Residencia de Ferraz 16.
Desde sus balcones podían observar un creciente ir y venir de guardias y curiosos por delante de la casa. Esa parte de la calle de Ferraz no tenía edificios enfrente, sino un ensanche con vistas a la explanada del Cuartel de la Montaña, que estaba a doscientos pasos de la Residencia.
A últimas horas de la tarde llegaba hasta allí la bulla de las milicias populares que, puño en alto, recorrían, con armas y banderas, el centro de la capital.
Hacia las diez de la noche el Padre envió a casa a quienes vivían con sus familias en Madrid, encargándoles que le telefoneasen al llegar, para su tranquilidad. Isidoro Zorzano y José María González Barredo se quedaron con él aquella noche.
Entretanto, el cuartel permanecía cerrado tras sus altos muros, en amenazador silencio. Por la noche se oyeron a deshoras tiroteos intermitentes. Y, apenas amaneció, comenzó a notarse cierta actividad por los alrededores. Se hacían los preparativos para la toma del cuartel, que fueron precedidos de fuerte cañoneo. Los sitiados respondían a su vez con fusiles y ametralladoras.
Las balas perdidas rebotaban contra la fachada de la residencia y astillaban los balcones, obligando al Padre y a los suyos a refugiarse en el sótano de la casa. A media mañana se produjo el asalto. El patio del cuartel quedó sembrado de cadáveres. Las masas de milicianos que irrumpieron en el cuartel salían armadas con fusiles, vociferando y exaltadas.
El Padre, que de meses atrás venía oyendo hablar de asesinatos de curas y monjas, y de incendios y asaltos y horrores, vio llegado el momento en que llevar sotana era tentar a la divina Providencia. Más que imprudente, resultaba temerario. Dejó, pues, la sotana en su cuarto y se puso un mono azul de trabajo, que utilizaban esos días al hacer arreglos.
Era pasado el mediodía cuando el Padre, Isidoro y José María González Barredorezaron a la Santísima Virgen, se encomendaron a los Ángeles Custodios y, separadamente, salieron por la puerta de atrás. Con las prisas olvidó el sacerdote cubrirse la cabeza, cuya amplia tonsura delataba de lejos su condición clerical. Atravesó así entre grupos de milicianos que, excitados por el reciente combate, no le prestaron la menor atención".
Con la guerra se interrumpieron los sueños de expansión apostólica por otras ciudades y países.
Pocos días antes, en julio de 1936, escribía el Fundador en sus Apuntes íntimos:
¿Madrid? ¿Valencia..., París?... ¡El mundo!
Más adelante, en el nº 50 de la calle Ferraz, funcionó la Academia Residencia DYA, desde octubre de 1934 hasta el 6 julio de 1936, fecha en la que el Fundador celebró su última Misa en este lugar.
El primer sagrario
En el centro del Opus Dei de la calle Ferraz, nº 50 tuvieron lugar muchos episodios importantes de la vida de san Josemaría. Se acrecentó su devoción a San José tras recibir un paquete con todos los ornamentos y objetos del oratorio que necesitaba el 18 de marzo de 1935.
Seis años hubieron de transcurrir antes de que se realizara el sueño de San Josemaría de tener un oratorio con el correspondiente Sagrario en el primer centro del Opus Dei. Para superar los obstáculos, recurrió a San José:
«En el fondo de mi alma tenía ya esta devoción a San José, que os he inculcado. Me acordaba de aquel otro José, al que —siguiendo el consejo del Faraón— acudían los egipcios cuando padecían hambre de buen pan: ite ad Joseph! (Génesis, 41, 55), id a José a que os dé el trigo. Comencé a pedir a San José que nos concediera el primer Sagrario».
El 31 de marzo de 1935 celebró la Santa Misa con el oratorio lleno de jóvenes. Escribió: y se quedó su divina Majestad reservado, dejándonos bien cumplidos los deseos de tantos años (desde 1928)
Los residentes y amigos de DYA
La foto corresponde al curso escolar 1935-1936 de la academia-residencia DYA. El Fundador aparece rodeado por un grupo de residentes y otros estudiantes que frecuentaban la casa. Álvaro del Portillo, que se incorporó al Opus Dei en julio de 1935 y llegaría a ser el sucesor de Don Josemaría, es el que está de pie, a la derecha, en la tercera fila. Contaba del Portillo: “un día el Padre me esperaba en el comedor de la Residencia de Ferraz. Al entrar me dijo: ya ves como están las cosas. A mí me pueden matar en cualquier momento sólo por ser sacerdote. Tú, ¿jurarías libremente que, si me matan a mí, seguirías adelante con la Obra? —Sí, Padre, desde luego, respondí”.
En esta casa comenzó el Fundador la labor apostólica con hombres casados.
El 28 de marzo de 1939 cuando el fin de la guerra era inminente, san Josemaría regresó a Madrid. En la foto aparece con su hermano Santiago, contemplando las ruinas de la residencia de Ferraz. Había recibido los impactos de las bombas y de la artillería.
Un mandamiento nuevo os doy...
En su predicación y en sus conversaciones, uno de los temas preferidos de san Josemaría era la caridad: fraternidad, comprensión, servicio, amistad, «hechos»...
Solía decir que el Mandamiento Nuevo que Cristo dio a sus discípulos en la última Cena seguía siendo nuevo para muchos. Para que los demás lo tuvieran presente, lo mandó colgar, enmarcado, en una pared del primer centro del Opus Dei.
Aquí se muestra el segundo cuadro, con el texto en latín, que mandó confeccionar para la residencia de Ferraz. Fue una de las pocas cosas que se encontraron, al final de la guerra, entre las ruinas del edificio.
Una de las calles perpendiculares de la calle Ferraz es la calle del Rey Francisco, que durante la II República Española se denominó del Doctor Cárceles. El paseante comienza a caminar por esta calle, dejando a su derecha, sucesivamente, la calle Alvárez Mendizábal, y luego, la de Martín de los Heros.
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