Oír a Dios
"Allá, en lo más recóndito del alma de cada uno, Dios está hablando", afirma Mons. Álvaro del Portillo.
Montse: con la fuerza de la juventud
Montse Grases fue una muchacha que percibió, en plena juventud, la llamada de Dios a servirle en la vida ordinaria. Transmitió a sus amigos y parientes la paz de la cercanía a Dios, manifestada con ejemplaridad a raíz de la dura enfermedad que le produjo la muerte.
100 años de Dora: la felicidad del mundo empieza en casa
Dora del Hoyo nació en 1914. Con motivo del centenario de esa fecha, se ha celebrado en Boca del Huérgano, su pueblo natal, un acto conmemorativo. Dora dedicó su vida a cuidar de su familia.
Los hijos, don de Dios
En 1983, don Álvaro viajó a Estados Unidos. Durante un encuentro con familias, recordó que cada hijo es un regalo de Dios.
Pedir a la Virgen por la Iglesia
“Supliquemos a Nuestra Señora -pide don Álvaro- que sean muchas, muchísimas, las almas que entren en la Iglesia Santa, o que a Ella vuelvan si se habían alejado.”
“Álvaro del Portillo fue un sacerdote ejemplar y su vida un ejemplo de fe y alegría”
El cardenal Manuel Monteiro de Castro, penitenciario mayor emérito de la Santa Sede, se ha referido al futuro beato Álvaro del Portillo como "un sacerdote ejemplar, que llevó la palabra de Dios por todo el mundo, con una gran preparación y una vida que fue un ejemplo de fe y alegría”.
El milagro de don Álvaro: la recuperación de José Ignacio
La Santa Sede atribuye a la intercesión de don Álvaro la recuperación del niño José Ignacio Ureta Wilson tras un paro cardíaco de más de media hora, acaecido el 2 de agosto de 2003.
¿No es para gritar una y mil veces "vale la pena"?
Ante la Resurrección del Señor, Álvaro del Portillo anima a fomentar la esperanza de alcanzar el Cielo, que saciará "plenamente las ansias de felicidad del corazón humano".
África en el corazón de san Josemaría
Monseñor Álvaro del Portillo, que llevaba África en el corazón, cuenta cómo san Josemaría decidió que el trabajo del Opus Dei en ese continente empezara en Kenia.
El trabajo del Papa
Juan Pablo II se entregaba totalmente a la misión que Dios le había encomendado. Una anécdota contada por Mons. Álvaro del Portillo lo ilustra muy bien.