Pedro Casciaro: la aventura de un hombre sensible

Pedro Casciaro fue uno de los primeros miembros del Opus Dei. Conoció a san Josemaría cuando estudiaba Matemáticas y Arquitectura en Madrid. Aquel joven inquieto, sensible y algo frío, religiosamente hablando, empezó a tratar a Dios con más cercanía y descubrió su vocación. Fue el inicio de una apasionante aventura y el camino que le llevó a una vida plena, como relata José Carlos Martín de la Hoz.

En la historia de las instituciones de la Iglesia Católica, como es la prelatura del Opus Dei, lógicamente ocupa una prioridad -tanto en las líneas de estudio como de investigación- la vida y la obra del fundador de san Josemaría Escrivá de Balaguer.

Pero asimismo es importante para el conocimiento de la historia de la Iglesia y de la historia de la prelatura del Opus Dei conocer también la personalidad humana espiritual de aquellos primeros fieles de la Prelatura que siguieron al fundador en los primeros años, cuando todo estaba por hacer, cuando en realidad lo único que había en el Opus Dei era la santidad de su fundador. Esas personas, esos jóvenes, fueron merecedores por su fidelidad y por su lealtad de la confianza de Dios y de san Josemaría.

Una de esas personas es Pedro Casciaro Ramírez, un joven murciano que estaba asentado en Albacete, donde su padre era miembro de la corporación municipal y era catedrático de Historia del Arte de la ciudad. El padre de Pedro Casciaro era uno de los más activos miembros de la izquierda republicana, el partido de Manuel Azaña y llegó a ser durante la Guerra Civil, el presidente de la Diputación y el presidente del Frente Popular en la ciudad de Albacete. Un hombre catedrático de Historia del Arte de una gran sensibilidad social, un hombre político que era agnóstico y era, en general, bastante frío para las cosas de Dios, pero que estaba profundamente unido a su mujer, que era una mujer de una gran cultura y de una gran piedad.

Descubrimientos de Pedro Casciaro en Madrid

Cuando Pedro Casciaro se traslada a Madrid en 1934 para comenzar sus estudios en orden a ingresar en la Escuela de Arquitectura de Madrid, trae el bagaje de unos años de estudio, de vida, de juventud en Albacete, también en La Manga del Mar Menor, donde pasaban los veranos junto a su abuelo, un inglés afincado en Alicante. Pedro llega a Madrid con el bagaje de toda una vida intelectual, de curiosidad. Por tanto, Pedro es un nombre muy inquieto por todas las cuestiones culturales, artísticas. A la vez por su madre, pues tiene una cierta vida espiritual, un cierto conocimiento de Dios.

Cuando llega a Madrid y entra en la vida de la capital de España, es muy interesante cómo se van abriendo los horizontes de aquel joven que tiene que estudiar matemáticas dos años para poder después entrar en la Escuela de Arquitectura y a la vez tiene que preparar el examen de ingreso con las famosas pruebas de dibujo artístico y de dibujo lineal, que no eran nada fáciles y que requerían tiempo de preparación en la academia.

Pedro Casciaro conoce a mucha gente en la capital de España. Son tiempos de la vida republicana, de la Segunda República, de un gran hervor, de una activa vida cultural, de arte, de poesía, de literatura. Hay como una explosión de la vida de la capital, a la vez que hay todo un mundo político que va surgiendo: diatribas, discusiones, modelos diversos de sociedad.

Pedro, un hombre, ya digo, sensible, va acercándose a Dios en ese mundo. Descubre a san Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. Descubre la residencia de estudiantes de la calle Ferraz, donde se le abre un panorama completamente nuevo.

El trato con san Josemaría, con los estudiantes de aquella residencia, hace que le entre un ansia de Dios, una gran curiosidad de Dios. Podríamos decir que sufre el impacto del encuentro personal con Jesucristo. San Josemaría era un gran maestro, gran guía de almas, un gran director espiritual, y supo meter en el alma de Pedro ese afán por encontrar a Jesucristo en la vida cotidiana, en la vida corriente, en el día a día, en el affaire del arte, de la matemáticas, del estudio.

Pocos meses después de conocer al fundador del Opus Dei, de entrar en contacto con ese mundo para él nuevo de Jesucristo, de la vida cristiana en profundidad, acaba por tener una gran conversión a la vida espiritual y por descubrir su vocación al Opus Dei.

En ese sentido, todas sus ilusiones, todas sus aspiraciones intelectuales, artísticas, con la vocación sufren es una gran amplitud de horizontes. Un todavía ir más allá de donde nunca había soñado.

Valencia: deslumbramiento y sufrimiento

Por eso, cuando termina la Guerra Civil española, donde Pedro, como todos los demás, como todos los jóvenes de su generación, ha sufrido una gran transformación, una gran maduración humana y espiritual. San Josemaría, al término del conflicto, tiene un grupo de personas a su alrededor que han salvado la vida, que han salido indemnes de la guerra civil con los que puede contar.

Uno de ellos es Pedro. Pedro, que ha vivido en aquella pequeña residencia de estudiantes de Ferraz, va a ser enviado por el fundador a comenzar la nueva residencia de estudiantes que se va a poner en marcha en Valencia. A la vez ha terminado la carrera de matemáticas que había incoado como medio para entrar en arquitectura y ha decidido, por la escasez de personas y la necesidad urgente de brazos para hacer el Opus Dei y también para sacar adelante materialmente la vida de la residencia, dejar los estudios de arquitectura, terminar matemáticas y por tanto se traslada a vivir a Valencia para dirigir la residencia, a la vez que da clase de matemáticas en la Universidad.

La ciudad de Valencia deja en su alma un gran impacto. Él, que era un hombre que pasaba sus veranos en la Manga del Mar Menor, y por tanto en Alicante, en el conocimiento del mar de toda esa costa levantina, la ciudad de Valencia le fascina por su color, por su luz, por la alegría de sus gentes.

Pedro es un hombre de una gran sentido del humor, una persona muy fina e intelectualmente. Hay una parte del carácter de Pedro que es un nombre, podríamos llamar sufridor. Son de esas personas tan sensibles que las cosas le tocan, le afectan más de lo normal. También es verdad que, como todos los artistas, disfrutan más que los demás en la contemplación, en las relaciones personales. Para él, dirigir una residencia de estudiantes en Valencia, tratar directamente, formar a aquellos jóvenes universitarios como él había sido formado antes de la guerra por san Josemaría, es una aventura apasionante, pero a la vez es un gran sufrimiento.

Disfruta con los avances, con el crecimiento de aquellos jóvenes estudiantes, a la vez que sufre y a veces indeciblemente, porque a veces no utilizan bien su libertad, o porque a veces, precisamente porque son jóvenes, no saben tener esa categoría en el trato, en la conversación y a veces son poco delicados o bruscos.

Puesta en marcha del Colegio Mayor Moncloa y ordenación sacerdotal

Pedro será llamado por san Josemaría a Madrid al poco tiempo para poner en marcha una gran residencia de estudiantes con 100 plazas en la Ciudad Universitaria, la Avenida de la Moncloa número 3, que con el tiempo será el Colegio Mayor Moncloa, que todavía sigue siendo una de las grandes instituciones universitarias de la Complutense de Madrid.

Trae de Valencia una costumbre divertida que es Las Fallas, y de hecho en ese colegio mayor todavía se queman las fallas durante las fiestas de San José. De Valencia a Madrid. De Madrid pasa tiempo en Bilbao instalando el Colegio Mayor Abando, la primera residencia grande que el Opus Dei pone en el País Vasco, en Bilbao. Y al poco tiempo, en el año 46, mientras ha ido preparando sus clases en la universidad o en el Ramiro de Maeztu en Madrid, a la vez que ha ido ayudando al fundador en los diversos encargos que le va dando y sacando adelante esas residencias que he mencionado, ha ido haciendo sus estudios sacerdotales necesarios. En el año 46 se ordena sacerdote y pasará a vivir en Madrid y ocupará un cargo importante de gobierno en el Opus Dei porque san Josemaría, que ha trasladado su residencia a Roma para dirigir la expansión del Opus Dei desde Roma en el mundo entero, descarga en él el gran peso ordinario del Opus Dei en la ciudad de Madrid y por tanto, en España, que es el lugar donde está más desarrollada la Obra.

Expansión del Opus Dei. México, 1948

A partir del año 48 comenzará una nueva aventura humana y espiritual en la vida de Pedro Casciaro. Es el momento en el que san Josemaría le confía la tarea de poner en marcha el Opus Dei en México. Es la gran expansión del Opus Dei en Hispanoamérica. En primer lugar en Latinoamérica, en primer lugar en México y desde México el Opus Dei será extendiendo por todos los países del continente americano hasta el final, desde Canadá hasta Chile.

Pedro tiene mucho que ver con la implantación del Opus Dei en América. Porque comienza en el primero de sus países, que es México. Es interesante porque la apertura del Opus Dei a todo ese mundo latinoamericano lo que le va a pedir a Pedro es que esa sensibilidad de la que hablábamos antes, esa sensibilidad que se nota en el sentido de que a veces Pedro tiene una gran confianza en Dios, una gran abandono en las manos de Dios, porque san Josemaría le ha inculcado ese punto capital del espíritu de la obra, que es la filiación divina.

Pero es un hombre sufridor, es un nombre que le afectan las cosas y tiene jaquecas tensionales y de vez en cuando, la figura de Pedro retirado en una habitación a oscuras es algo habitual, no muy habitual, pero varias veces al año sucede que Pedro está en una habitación encerrado porque tiene jaqueca. Es interesante porque se puede ser santo teniendo jaquecas, evidentemente. Y Pedro lo llevará con buen humor y le quitará importancia a esas periódicas desapariciones por el dolor de cabeza.

Un punto interesante también del mundo de México es el mundo de otra cultura, de otra sensibilidad, de otro modo de ver las cosas. El mundo mexicano, el mundo latinoamericano, la sensibilidad de aquellos hombres y mujeres es distinta de la que él ha conocido hasta el momento y eso producirá una gran tensión a veces en Pedro porque puede hablar tableteado, porque puede ser cortante, porque puede ser impositivo, cosas que él no quiere ser, pero es el modo de el carácter español que a veces le brota y que tiene que dominar y tiene que pedir perdón. A la vez no puede dejar que lo puse de languidez o que el Opus Dei ralentice su marcha. Por eso esa mezcla entre saber decir las cosas suavemente y a la vez estar encima hasta que salga, hasta que las cosas se hagan bien, que forma parte del espíritu del Opus Dei: santificar el trabajo, es decir, hacer ese trabajo con perfección humana y sobrenatural en el tiempo, en el momento en el que Dios lo espera. Al paso de Dios, decía su fundador.

Montefalco, una llamada del Espíritu Santo para atender a los necesitados

Hay una anécdota que es muy significativa de los diez años primeros que pasó Pedro en México, que coincide precisamente con esa etapa de la madurez profunda espiritual de una persona. A los pocos meses de llegar a la Ciudad de México, ese inmenso Distrito Federal, salió un día de excursión. Estaban echando gasolina en una gasolinera cuando se acercó un niño de 10-12 años y lógicamente habló con ese deje mexicano tan simpático. Le dijo a don Pedro que lo llevara con él. Le explicó que él no tenía familia, que no tenía nada, que no tenía futuro. Y le decía: "Lléveme con usted". Don Pedro evidentemente no se llevó al niño con él, pero intuyó, se dio cuenta de que era una llamada del Espíritu Santo para que el Opus Dei pronto creciera, se desarrollara y pudiera llegar al mundo del campo, al mundo de los descartados, como dice el Papa Francisco.

Por eso, cuando al cabo de unos meses le regalaron unas los restos de una hacienda quemada llamada Montefalco, a unos kilómetros de México, él pensó que aquello era la respuesta y efectivamente se puso en marcha. Y aquello que era una hacienda quemada en la revolución zapatista, poco a poco se fue convirtiendo en un vergel, en un pequeño vergel. Fue desapareciendo la maleza, después se fue instalando una residencia de estudiantes de femenina, una masculina, un colegio de chicos, de chicas, centros de formación profesional, una casa de espiritualidad.

Es Montefalco, la gran aventura de Montefalco, que después sucederá a la aventura del Instituto Tultepec de Guadalajara y tantas iniciativas sociales educativas, la Universidad Panamericana, la Escuela de Negocios del IPADE, donde don Pedro fue capellán. Tantas cosas que Dios quiso que se pusieran en marcha con su gracia y con su impulso.

Vuelta a la vida cotidiana

Los últimos treinta años de la vida de Pedro transcurrieron en la Ciudad de México. Es muy interesante plantearse en qué consiste la vida de Pedro Casiano durante los treinta años finales. A mí me llama mucho la atención después de ver esa trepidación de la vida en el Opus Dei en sus comienzos, en la Guerra Civil, en la puesta en marcha de esas residencias, la puesta en marcha del Opus Dei en la expansión a diversos países, cómo acaba volviendo a esa vida cotidiana, a ese ser Opus Dei día a día, a santificar el trabajo, a convertir las relaciones humanas en relaciones de amistad, de profunda comprensión, cariño a los demás.

De modo que, efectivamente, parece que la historia del Opus Dei, en la historia de Pedro Casciaro, en la historia de cada uno de los fieles de la Prelatura, se vuelve a reproducir la vida real de los hombres: que hay un momento de nacimiento y un momento de expansión, de maduración, y finalmente se llega, como los ríos, al cauce final, a la desembocadura. Si uno se sitúa en el Ebro, en la parte final de la desembocadura del río Ebro, en Tortosa, y uno ve cómo llega el agua ancha, mansa, un cauce profundo, se puede asimilar a la vida del hombre. Nacimiento, crecimiento y finalmente el agua que fluye hacia la desembocadura.

Treinta años de Pedro Casciaro, desde el año 1965 hasta 1995, en los que parece que todo es rutinario. Es sacerdote de un centro del Opus Dei, colabora con la Universidad Panamericana como capellán, trabaja en el IPADE, trabaja en otras instituciones, en otras ciudades, dirige almas. Parece como una vida aburrida, en contraste con los primeros años de su juventud y de su primera madurez. Y es todo lo contrario. Es la fecunda vida de una persona que lo que hace al final, en esos últimos treinta años, es muy importante, porque lo que hace es gastarse día a día en el servicio a Dios, en el servicio a los demás. Porque el amor a Dios y el amor a los demás van a confluir en esa riqueza maravillosa de la vida de la gracia, en el alma de una persona, que concluye con la santidad y con la fecundidad de una vida apostólica.