Encarnita Ortega: su vida en cinco trazos

El 5 de mayo de 1920, hace ahora 100 años, nacía Encarnación Ortega. Encarnita, como todos la llamaban, fue una de las primeras mujeres del Opus Dei. Conoció a san Josemaría en el año 1941 y pronto pidió la admisión como numeraria. El historiador José Carlos Martín de la Hoz, vicepostulador de la Causa, relata en este podcast algunos sucesos de la vida de Encarnita que ayudan a conocer su valía humana y espiritual.

Encarnación Ortega Pardo, también llamada Encarnita, nació en Ponte Candelas, Pontevedra, el día 5 de mayo de 1920. Ese es el lugar concreto. Luego ella siempre se consideraría aragonesa. Su padre se había casado allí en Ponte Candelas, era el jefe de telégrafos de la localidad, que entonces era como un pequeño nudo de comunicaciones. Allí transcurrieron, por tanto, los primeros años de su vida de infancia, junto a su hermana Teresa y a su hermano Gregorio. Pero pronto aquella tranquilidad apacible de esas tierras gallegas fue sustituida por Teruel, la ciudad aragonesa a la que su padre accedió en un ascenso como jefe de telégrafos de la localidad.

Evidentemente, al ser Teruel capital de una provincia y de una provincia señera de gran historia en Aragón, recibió un trato de favor y, por tanto, pasó a ser la familia de una autoridad que se trasladaba a vivir en esa zona aragonesa. Por eso es conmovedor cómo Encarnita arrancó toda su vida con ese espíritu gallego suave, delicado y lo unió maravillosamente, armoniosamente, con esa entereza aragonesa, con ese temple aragonés que nunca le abandonó.

Su madre falleció al poco tiempo de haber hecho la primera comunión Encarnita y su hermana Teresa, que se llevaban casi un año, pues eran muy próximas. Su madre falleció en el parto del cuarto hijo y eso produjo que los tres hermanos se unieran estrechamente a su padre y a sus tías por parte paterna, que se trasladaron a vivir a la localidad de Teruel, formando una familia muy apiñada, muy aragonesa. Por eso, cuando se querían tomarle el pelo, cuando querían meterse con Encarnita, sus amigas, sus personas, las personas conocidas le recordaban su ascendencia gallega y ella siempre reaccionaba con gran amor a Galicia, por supuesto, pero dejando claro que ella se sentía profundamente aragonesa.

Cerco de Teruel y campo de concentración

Transcurrieron los veranos en Daroca, los estudios en el colegio de las Concepcionistas Franciscanas de Teruel, después sus estudios de piano, de francés. Llegó el 18 de julio de 1936. La vida apacible de aquella aquella familia muy unida en esa pequeña ciudad de Teruel, se vio completamente alterada de la noche a la mañana, porque Teruel quedó como un enclave nacional -así se llamaba entonces- dentro de la zona republicana quedó como un enclave, de tal manera que las autoridades militares de la ciudad se habían unido al alzamiento. Se habían unido, por tanto, a la obediencia de ese gobierno que se instituyó y se instauró en Burgos. Lógicamente, las autoridades de la República, que primero tenían su sede en Madrid y después la trasladaron a Valencia, tomaron gran diligencia en los primeros meses del conflicto bélico en conquistar la ciudad de Teruel, a la que sometieron a un cerco estrechísimo.

Encarnita y su hermana Teresa habían pasado de ser las jóvenes de dieciséis, diecisiete años, hijas del jefe de telégrafos, llevando una vida de amistades, de salir, de entrar, también de estudio lógicamente, pasaron de golpe a convertirse en enfermeras militares y empezar a atender a enfermos y moribundos, porque el cerco de Teruel se fue estrechando y pronto se fue convirtiendo en una auténtica masacre. Especialmente duras fueron las últimas jornadas del llamado Cerco de Teruel, que son los primeros días del año treinta y siete, con temperaturas cercanas a los 30 bajo cero, con muchos días de ventisca, de una gran nevada, donde las tropas republicanas iban conquistando casa a casa. Llegó un momento en el que las autoridades militares de la ciudad decidieron la rendición de la plaza.

Los siguientes meses los pasó Encarnita, separada de su hermana Teresa y de su padre, metida en un campo de concentración. Lo que sucedió en aquel tiempo de encerramiento se desvelaba muy pocas veces porque Ercarnita era una mujer muy discreta para hablar de las cosas que habían pasado en aquel tiempo.

Dolores de estómago y jaquecas

Lo que sí sabemos es que la guerra civil y la estancia en ese campo de concentración de confinamiento le dejó dos problemas, dos grandes secuelas que le durarían toda la vida. La primera de ellas es el estómago. Se le cierra y le resulta muy difícil alimentarse. Durante toda su vida la alimentación, la comida, era más una cuestión de cabeza, de la necesidad fisiológica, de estar fuerte, de estar bien alimentada para poder rendir, pero sin la más mínima apetencia. Y el segundo problema era el problema de las jaquecas. Normalmente las personas que conocían bien a Encarnita, que convivían con ella extensamente, que sabían de su fuerza de voluntad, de su madurez humana y espiritual, distinguían cuando estaba aflorando la jaqueca porque entornaba un poco los ojos y porque su sonrisa se hacía más tersa. Se esforzaba porque no se notara por fuera ese dolor intenso de cabeza.

En abril de 1941 ha terminado la Guerra Civil. Encarnita está con su familia en Valencia, donde su padre está trabajando en el servicio de telégrafos, antes de ser ascendido al jefe de Telégrafos de Zaragoza, que será el último destino de su padre, donde ya fallecerá. Encarnita en ese año 1941 está preparando el examen de bachillerato para poder acceder a la universidad y recuperar el tiempo perdido durante la guerra. Está sacando adelante con su hermana Teresa la casa familiar y ayudando a su padre en todo lo que necesita. Lleva una vida normal. Las dos hermanas trabajan también en la Acción Católica de la ciudad, y es precisamente la Acción Católica Femenina de Valencia, cuyo consiliario era don Antonio Rodilla, muy amigo de San Josemaría y vicario general de la diócesis de Valencia, quien le sugiere a la Junta Directiva de las Jóvenes de Acción Católica de la Ciudad que inviten a san Josemaría Escrivá y les anuncia que es el autor de un libro llamado Camino. El libro que ellas ya había leído, muchas de ellas, y estaban experimentadas ya en el arte de la oración mental con ese pequeño libro de espiritualidad que les había golpeado profundamente.


Vídeo sobre Encarnita Ortega


Cristo ha hecho por ti esto. Tú ¿qué haces por él?

La primera noche de aquellos ejercicios espirituales, de aquellos días de retiro que predicó san Josemaría en Alacuás, como consecuencia de la invitación de aquellas jóvenes de Acción Católica, tiene lugar el primer encuentro de san Josemaría con Encarnita. Aquella noche, cuando san Josemaría llega a la Casa de Alacuás un grupo de jóvenes se acercan a saludarle. San Josemaría llega con don Antonio Rodilla, su gran amigo, que les presenta a aquellas personas, y cuando llega el momento de la presentación de Encarnita, ésta se adelanta para decirle que es hermana de Gregorio, que acudía a la residencia del Opus Dei en la calle Samaniego de Valencia. San Josemaría, muy sonriente, iba saludando todas. Pero ante ese saludo cordial de Encarnita, le responde de una manera muy conmovedora. Le dice: "Dios necesita un grupo de mujeres valientes".

Aquellas palabras golpearon el alma de Encarnita y fueron como leitmotiv, el punto de arranque de la vida de oración de aquellos días de retiro espiritual, a la vez que iba naciendo en ella la ilusión de estar muy cerca de Jesucristo, de vivir una vida de intimidad como estaba predicando y estaba mostrando san Josemaría en aquellos días de retiro. A la vez iban naciendo en ella el miedo, el temor al compromiso. De modo que, como ella decía con mucha gracia, cada día que pasaba del retiro espiritual iba ocupando un banco cada vez más atrás, hasta ya hasta el último día en el que la última plática ella ya estaba en el último banco de la capilla, y tenía en el hall la maleta. Es decir, que según terminara aquella plática y la misa, podría regresar a sus actividades ordinarias. Pero en aquella última plática, san Josemaría, recordando aquella escena de la Pasión del Señor y mostrándoles a las participantes de aquella plática lo que Cristo había hecho por ellas, por cada uno de nosotros y siempre, porque la redención continúa en un hacerse eterno, le preguntaba: "Cristo ha hecho por ti esto. Tú ¿qué haces por él?". Esas palabras calaron hondamente en Encarnita y fueron el detonante de una decisión para siempre. Encarnita, al terminar la plática y la misa, no sólo no se marchó, sino que le pidió a san Josemaría formar parte del Opus Dei.

Desde entonces comienza una vida nueva de convertir las actividades que tenía entre manos: sus estudios, ayudar en casa, las amigas, las actividades con las otras jóvenes de Acción Católica, las acciones de caridad, de solidaridad que llevaban entre manos, tenían un sentido nuevo: la santidad en lo ordinario, convertir lo pequeño, lo de cada día, los quehaceres, nuestras pequeñas obligaciones en actos constantes de amor.

San Josemaría comenzó a viajar todos los meses a Valencia, primero porque allí estaba la residencia de la calle Samaniego, y también porque, fruto de aquel retiro espiritual Encarnita Ortega pidió la admisión en el Opus Dei y junto con ella, algunas más. En uno de aquellos meses siguientes de repente a Encarnita se le apagó la luz, como ya solía comentar cuando recordaba aquella escena. Empezó a pensar que todo aquel ideal era maravilloso: convertir el mundo en un camino divino, convertir las actividades ordinarias en instantes de santidad. Todo aquello era conmovedor, muy bonito, podía constituir un ideal maravilloso para toda la vida. Pero la falta de correspondencia de algunas personas a las que ella iba invitando al seguimiento de Jesucristo, unido también a su inconstancia, sus momentos de bajón de ánimo, le llevó a considerar que todo aquel ideal era conmovedor, pero que quizás no era para ella.

En el siguiente viaje no vino san Josemaría a Valencia, sino que vino el secretario general del Opus Dei entonces, que era Álvaro del Portillo. Ella fue a hablar con don Álvaro y le dijo: "Dile a san Josemaría, al Padre, que estoy profundamente agradecida, pero que pienso que este no es mi camino". Álvaro del Portillo tuvo una luz de Dios mientras escuchaba el desahogo de Encarnita, que le enseñaba el billete de tren que había comprado de Valencia a Santiago con la intención de pasar unos meses, para conocer a su familia gallega por parte de su madre, conocer sus raíces de Ponte Candelas en Pontevedra y también como una manera de no hacer daño a las otras personas del Opus Dei de la ciudad. Don Álvaro la escuchó y al término de la conversación le dijo: "Bueno, y y cuando dejas la virtud de la fidelidad, ahora que te has quedado a oscuras, ahora que está siendo tu fe purificada, ahora que la intención está siendo elevada y andada, ahora es el momento de mostrarle a Dios tu fidelidad apoyándote en Él y no en motivos humanos".

Encarnita se quedó parada, tuvo un instante de oración y rompió a llorar. Rompió el billete y decidió volver otra vez a empezar. La fidelidad a Dios a lo largo de su vida fue poco a poco madurando también, también como acabamos de ver, por la prueba de la cruz, por la prueba de la oscuridad. Es interesante que tras unos años de colaboración en las tareas de la puesta en marcha de los primeros centros del Opus Dei, tanto en Madrid como en otras ciudades, en 1946 Encarnita viaja a Roma para vivir allí y colaborar en la sede central del Opus Dei en la expansión de la obra en el mundo entero.

Encarnita regresa a España

Al cabo de los años, a pesar de los consejos médicos, ninguna de esas secuelas que hablábamos antes de la Guerra Civil habían disminuido. Tras todos los intentos fallidos, sus dolores de cabeza seguían aumentando y el ritmo de vida de aquella casa de Roma era muy fuerte. De modo que se determina que Encarnita lleve un plan de trabajo, un plan de vida un poco más sereno, un poco más relajado, y se decide -y ella misma lo toma como tal- regresar a España vivirá primero en Barcelona, donde será la directora de una institución académica que se había puesto en marcha, que se llama Llar, y luego pasa a vivir en Oviedo y en Valladolid.

En realidad, sus dolores de cabeza continuaron igual que sus problemas alimenticios, pero ella murió con la amor de Dios, con su fortaleza, con su buen humor, consiguió desplegar a lo largo de los siguientes años, desde 1961 que tuvo lugar su regreso hasta el año 1995, en el que falleció, consiguió desplegar una gran actividad, no sólo humana y espiritual, sino también cultural, social y educativa. Cuando uno repasa las tareas y las iniciativas en las que ella colaboró o que puso en marcha, que impulsó, verdaderamente produce vértigo: la escuela Llar ya que hemos mencionado, Montealegre en Oviedo, el colegio Alcázaren Valladolid, clubes juveniles como Trechel en Valladolid o el Colegio Mayor Los Arces, esa casa de retiros llamada El Rincón en Valladolid, y tantas y tantas cosas. A la vez que puso en marcha también con la Cámara de Comercio de Gijón y después a través de los organismos competentes de la Junta de Castilla y León en la época que vivió en Valladolid muchas eh actividades en el ámbito de la moda, desde certámenes, cursos para jóvenes creadores, formación para boutiques, para tiendas de moda infantil en las que a través de esas actividades dinamizaba las ilusiones de muchas personas en el campo de la moda, no sólo para contribuir a la dignidad de la persona humana, de la mujer, sino también para promover empleo, para promover el trabajo, para promover ocupación.

A comienzos de los años 80 le descubrieron un cáncer y tuvieron que amputar las dos mamas. Recuerdo cuando conocí al uno de los médicos, entonces un joven médico, que había sido encargado por parte del departamento para decirle la realidad de su cáncer y por tanto, el alcance de los medios que habría que poner y de las sesiones de quimioterapia, de radioterapia y las esperanzas de vida, etcétera. Me acuerdo que comentaba aquel médico que cuando él terminó de explicarle a Encarnita lo que pasaba y las esperanzas de vida que tenía, ella simplemente le hizo una pregunta: "Bueno, entonces ¿podré hacer vida normal?" El médico le dijo: según la posible evolución, pues más o menos, no mucho. Y entonces ella, con mucha gracia le dijo: "No se preocupe, usted haga su trabajo y dejemos en las manos de Dios el futuro". Todavía viviría en carnita 15 años más después de aquella durísima operación y después de algunas recaídas y de algunas rebrotes de aquel cáncer.

Esa fortaleza de Encarnita es también la fortaleza, no sólo personal, sino también para ayudar, para atender a las personas con las que se iba relacionando. Encarnita era una mujer de un gran corazón y a la vez una mujer que sabía amar y amar hasta el final.

Amiga de sus amigas, hasta el final

Una anécdota ilustrativa podría ser la siguiente de entre las muchas que se podrían contar, un día una madre de familia se confió a Encarnita y le habló de un problema muy serio que que la aquejaba, que la tenía muy preocupada. Y es que una hija suya de 15, 16 años le acababan de comunicar que tenía un tumor en un pecho con un pronóstico muy difícil. Enseguida Encarnita se ofreció a hablar con esa joven, no sólo desde el ángulo de la experiencia sobrenatural de haber llevado la enfermedad, la misma enfermedad del cáncer, sino también desde la perspectiva humana de encajar ese golpe. Empezó a hablar con aquella joven, de corazón a corazón, de alma a alma, poniéndose con toda la comprensión en el lugar de aquella joven. Le ayudó a rectificar y a rehacer su vida espiritual, y le ayudó también a llevar una vida lo más normal posible en ese tiempo, de amistades, de estudios. De modo que la fue acompañando, porque esa es la caridad de Encarnita. No sólo era una conversación. Encarnita era amiga de sus amigas, independientemente de la edad que tuvieran o de la clase social que fueran o de la formación que tuvieran. Las amigas eran amigas siempre y en todo momento y hasta el final.

Por eso la historia termina cuando la operación fue llevada hasta el final, el cirujano salió a saludar a la familia con una sonrisa de oreja a oreja. Les explicó que efectivamente había podido extirpar aquel nódulo, que no había quedado el más mínimo rastro, había podido conservar la mama intacta y la enferma estaba recuperándose en la sala de reanimación. Y añadió: "Ahí ya la he dejado serena y contenta junto a su abuela y a la enfermera". En ese momento, la abuela, que estaba junto con el resto de la familia escuchando la explicación del cirujano, protestó, dijo: "un momento la abuela soy yo." En ese momento el médico dijo "es que había una señora mayor allí en la sala de reanimación y pensé que era la abuela. Lo siento". Efectivamente, era Encarnita, que ya entonces tenía aspecto de abuela, sobre todo comparado con la joven. Encarnita había aprovechado algunas amistades en el hospital y en concreto algunas personas que trabajaban en ese equipo médico, que le habían autorizado con la debida vestimenta y las condiciones higiénicas necesarias para estar allí en la sala de reanimación. Porque pensó Encarnita que le alegraría a aquella joven que al abrir los ojos después de la operación encontrara un rostro conocido y sonriente.

Encarnita murió con fama de santidad el día 1 de diciembre de 1995. Su proceso de canonización se realizó entre 2009 y 2013 y ya está en su fase romana. La Congregación para las Causas de los Santos tiene en su poder la Positio sobre la vida, virtudes y fama de santidad de la sierva de Dios Encarnita Ortega Pardo. Por tanto, lo que nos queda a nosotros ahora es seguir aprendiendo de su vida, de su virtudes, seguir tomando ejemplo de ella como modelo de santidad en medio del mundo, y a la vez podemos aprovechar y hacernos amigos de ella. Y como tantas personas en el mundo entero, que ya han obtenido gracias del cielo por su intercesión, también nosotros podemos acudir a ella y apoyarnos en ella en los momentos de dificultad de nuestra vida, para como ella, ser una mujer fuerte y valiente a los pies de Jesús.