Evangelio del domingo: Cuando declina el día

Comentario del domingo 18.º del Tiempo Ordinario (Ciclo A). “Al desembarcar vio una gran muchedumbre y se llenó de compasión”. Al final de la jornada, cuando estemos cansados, acudamos a Jesús para cuidar de las personas que necesitan de nosotros en esas últimas horas del día.

Evangelio (Mt 14,13-21)

Al oírlo Jesús se alejó de allí en una barca hacia un lugar apartado él solo. Cuando la gente se enteró le siguió a pie desde las ciudades. Al desembarcar vio una gran muchedumbre y se llenó de compasión por ella y curó a los enfermos. Al atardecer se acercaron sus discípulos y le dijeron:

— Éste es un lugar apartado y ya ha pasado la hora; despide a la gente para que vayan a las aldeas a comprarse alimentos.

Pero Jesús les dijo:

— No hace falta que se vayan, dadles vosotros de comer.

Ellos le respondieron:

— Aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.

Él les dijo:

— Traédmelos aquí.

Entonces mandó a la gente que se acomodara en la hierba. Tomó los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos hasta que quedaron satisfechos, y de los trozos que sobraron recogieron doce cestos llenos. Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.


Comentario

Dice el evangelio de san Mateo que, al oír Jesús que habían apresado a Juan el Bautista, “se alejó de allí en una barca hacia un lugar apartado él solo” (v. 13). Jesús busca un momento de soledad para su oración, como en otras ocasiones. Pero las gentes de los contornos deseaban tanto escuchar su palabra y beneficiarse de sus curaciones que no lo dejaban descansar. Jesús no se enfada ante su importunidad. Al contrario, se conmueve ante la fe sencilla de aquellas gentes y pasa toda la jornada con ellos. Cuando declina el día no quiere dejarlos marchar sin haberles ofrecido antes algo de comer, porque estaban lejos de sus casas y llevaban muchas horas sin tomar nada.

Llama la atención, en primer lugar, su paciencia y compasión. “Ante la multitud que lo seguía y –por decirlo así– ‘no lo dejaba en paz’ –comentaba el Papa Francisco-, Jesús no reacciona con irritación, no dice: ‘Esta gente me molesta’. No, no. Sino que reacciona con un sentimiento de compasión, porque sabe que no lo buscan por curiosidad, sino por necesidad. Pero estemos atentos: compasión –lo que siente Jesús– no es sencillamente sentir piedad; ¡es algo más! Significa com-patir, es decir, identificarse con el sufrimiento de los demás, hasta el punto de cargarlo sobre sí. Así es Jesús: sufre junto con nosotros, sufre con nosotros, sufre por nosotros”[1].

También los discípulos se dan cuenta de lo avanzado de la hora y de la urgencia de esas personas por alimentarse, pero se desentienden de las necesidades de esas gentes y piden a Jesús que los despida “para que vayan a las aldeas a comprarse alimentos” (v. 15). Sin embargo, el Maestro no mira para otro lado ni los abandona a su suerte, sino que reclama a los suyos que ofrezcan todo lo que tengan, aunque sea bien poco, para paliar el hambre de tantos hombres, mujeres y niños. ¡Qué modo tan distinto de reaccionar ante las necesidades de los demás!

Vale la pena observar, como lo hace san Josemaría, que Jesús podía sacar el pan de donde le pareciera..., pero busca la cooperación humana: “Necesita de un niño, de un muchacho, de unos trozos de pan y de unos peces. Le hacemos falta tú y yo, hijo mío: ¡y es Dios! Esto nos urge a ser generosos en nuestra correspondencia. No necesita para nada de ninguno de nosotros, y –al mismo tiempo– nos necesita a todos. ¡Qué maravilla! Lo poco que somos, lo poco que valemos, nuestros pocos talentos nos los pide, no se los podemos escatimar. Los dos peces, el pan: todo”[2].

Los discípulos fueron generosos y le ofrecieron la escasa comida de que disponían. Dice el Evangelio que Jesús “tomó los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los dio a los discípulos y los discípulos a la gente” (v. 19). Son expresiones análogas a las que emplean los evangelistas al narrar la institución de la Eucaristía en la última cena: “cuando estaban juntos a la mesa tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio” (Lc 24,30). De este modo, en la magnitud con la que multiplica aquellos pocos panes y peces se prefigura “la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía”[3], como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica.

La generosidad de Jesús que se nos ofrece como alimento en la Hostia santa manifiesta la grandeza de su amor. “Corresponder a tanto amor -invita a considerarlo san Josemaría- exige de nosotros una total entrega, del cuerpo y del alma: oímos a Dios, le hablamos, lo vemos, lo gustamos. Y cuando las palabras no son suficientes, cantamos, animando a nuestra lengua –Pange, lingua!– a que proclame, en presencia de toda la humanidad, las grandezas del Señor”[4].


[1] Papa Francisco, Ángelus 3 de agosto de 2014.

[2] San Josemaría, En diálogo con el Señor, hom. 5: Que se vea que eres tú, n. 4 (cf. Forja, n. 674)

[3] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1335.

[4] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 87.

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Francisco Varo