Evangelio del jueves: amar a Dios y a los hombres

Comentario del jueves de la 9.° semana del tiempo ordinario. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. Para amar a Dios con todo el corazón, debemos desterrar los ídolos que nos esclavizan y empobrecen nuestra capacidad de querer.

Evangelio (Mc 12,28b-34)

En aquel tiempo, se acercó uno de los escribas, que había oído la discusión y, al ver lo bien que les había respondido, le preguntó:

— ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?

Jesús respondió:

— El primero es: Escucha, Israel, el Señor Dios nuestro es el único Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.

Y le dijo el escriba:

— ¡Bien, Maestro! Con verdad has dicho que Dios es uno solo y no hay otro fuera de Él; y amarle con todo el corazón y con toda la inteligencia y con toda la fuerza, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

Viendo Jesús que le había respondido con sensatez, le dijo:

— No estás lejos del Reino de Dios. Y ninguno se atrevía ya a hacerle preguntas.


Comentario

En el evangelio de hoy, el Señor responde a un escriba acerca de cuál es el primer mandamiento de la ley de Dios. Y, acto seguido, queriendo mostrar su unidad con el anterior, añade el segundo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (v. 31).

Ambos preceptos constituyen el núcleo de la moral cristiana, tan unidos que no pueden disociarse si se quiere alcanzar la plenitud a la que nos llama el Señor. El papa Benedicto explicaba este doble precepto sirviéndose de la imagen de la mirada: «Aprendemos a mirar al otro no sólo con nuestros ojos, sino con la mirada de Dios, que es la mirada de Jesucristo. Una mirada que parte del corazón y no se queda en la superficie; va más allá de las apariencias y logra percibir las esperanzas más profundas del otro: esperanzas de ser escuchado, de una atención gratuita; en una palabra: de amor. Pero se da también el recorrido inverso: que abriéndome al otro tal como es, saliéndole al encuentro, haciéndome disponible, me abro también a conocer a Dios, a sentir que Él existe y es bueno. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables y se encuentran en relación recíproca»[1].

Precisamente al introducir este precepto de amar a los demás, Jesús nos enseña que el amor que Dios Padre tiene por cada hombre y por cada mujer –y al que estamos invitados a corresponder– no es una cuestión teórica o idealista, sino que está llamado a traducirse en una entrega desinteresada de nosotros mismos hacia Dios y hacia los demás.

Jesús no se queda en las palabras, sino que, a lo largo de toda su vida, vivió esta entrega, esta donación total al Padre y a los hombres, hasta su consumación final en el Calvario, invitándonos a nosotros a imitarle hasta convertirnos en fieles discípulos suyos.

San Josemaría, en una homilía titulada “Con la fuerza del Amor”, así lo recoge: «El anuncio y el ejemplo del Maestro resultan claros, precisos. Ha subrayado con obras su doctrina (…) [Los cristianos] si profesamos esa misma fe, si de verdad ambicionamos pisar en las nítidas huellas que han dejado en la tierra las pisadas de Cristo, no hemos de conformarnos con evitar a los demás los males que no deseamos para nosotros mismos. Esto es mucho, pero es muy poco, cuando comprendemos que la medida de nuestro amor viene definida por el comportamiento de Jesús»[2].


[1] Benedicto XVI, Ángelus, 4-XI-2012.

[2] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 223.

Pablo Erdozáin // Pexels - Alexandr Podvalny