«Todavía espero ver algunas cositas más»

Victoria López-Amo es la mujer que lleva más tiempo en el Opus Dei. En mayo de 2019 cumplió cien años. Española de origen y guatemalteca de nacionalidad, ama con intensidad la vida, de la cual espera todavía más. Al cumplirse el 90 aniversario del 14 de febrero de 1930, recogemos algunas impresiones de una de las primeras que siguió a san Josemaría.

Victoria en Nápoles, abordando el Marcopolo rumbo a Guatemala.

Esta alicantina, después de residir 11 años en Italia, desembarcó en Guatemala el 9 de mayo de 1958. Tres años antes habían llegado las primeras mujeres a empezar el trabajo apostólico del Opus Dei en Centroamérica. Ese mismo año adquirió la nacionalidad guatemalteca con todas sus consecuencias. No perdona por lo menos un tamal a la semana, las tortillas diarias y los frijoles negros, mejor si son colados. Conoce la gastronomía del país tan bien como la de su patria y la italiana.

Victoria se lanzó a hacer cosas que Dios le pedía y que ella nunca se hubiera imaginado

Se trata de una mujer con ánimo jovial, chispa en los ojos e ilusión por vivir. Proviene de una familia longeva. Sus padres –maestros– decidieron mudarse a Valencia para que los hijos pudieran acceder a una mejor educación, sobre todo universitaria. Hace nueve meses arribó al centenario de vida. Gozó la preparación, las vísperas, el mismo día y los siguientes.

Victoria disfruta con pasión el presente. Acaba de haber cambio de gobierno en Guatemala. Contaba en regresiva los días para poder ver el acto solemne por la televisión. Si sigue así acontecimientos civiles de su país, aún más los eventos significativos de su familia. Ahora se prepara para el 90 aniversario de cuando san Josemaría entendió que Dios le pedía que hubiera mujeres en el Opus Dei.

¡Qué victoria vamos a conseguir!

Recuerda como si fuera ayer el 23 de marzo de 1944. Aquel día su hermano Ángel le presentó a san Josemaría y, tras escuchar de sus labios en qué consistía la vocación a santificar la vida ordinaria, poco después pidió la admisión en la Obra. Nada más presentarse, haciendo referencia a su nombre, san Josemaría le comentó con una chispa de buen humor: “¡Qué victoria vamos a conseguir!”. A la mañana siguiente san Josemaría celebró una Misa en acción de gracias por su vocación, en el altar de la Virgen de los Desamparados, a la que solo asistieron ella y su hermano. Los meses siguientes se ocupó de la Administración de la residencia universitaria que estaba en la calle de Samaniego.

Victoria con un grupo de jóvenes.

Victoria pidió la admisión cuatro días después de la beata Guadalupe Ortiz de Landázuri y, desde entonces, ha dedicado su vida a hacer el Opus Dei. Como buena maestra, desarrolló una capacidad extraordinaria para impartir clases de formación espiritual, doctrinal y profesional -especialmente culinaria-. Tiene un don para relatar los sucesos más variados, de tal manera que los oyentes tienen la sensación de haber vivido la escena, por los detalles que trasmite, por el tono vibrante y emotivo con que lo cuenta, y por el agradecimiento con que los recuerda. En todos los lugares en que ha estado, ha ejercido la docencia tanto con jóvenes, como con mujeres casadas, de todas las edades y condiciones sociales.

Victoria se lanzó a hacer cosas que Dios le pedía y que ella nunca se hubiera imaginado. Así puso en práctica aquel soñad y os quedaréis cortos del que san Josemaría les hablaba. Ya en Madrid, trabajó en la Administración del Colegio Mayor Moncloa, en el que se alojaban 118 universitarios. Se encargó, dentro de la gestión de los diferentes servicios, de la cocina: “¡Dar de comer a 118 jóvenes hambrientos tres veces al día!”. Al principio tardaba varios minutos en pelar una patata; al poco tiempo fue adquiriendo experiencia hasta que le bailaban en las manos. Enseña muy divertida el bíceps o “gato” que aún puede hacer brincar en sus brazos: no había electrodomésticos y los pasteles los batían a mano.

Retrato de Victoria.

Regresó por segunda vez a este trabajo en Salto di Fondi, una finca en la costa italiana. Había ido a empezar las actividades apostólicas en Nápoles, que ya marchaban normalmente. En esta casa, por iniciativa del beato Álvaro del Portillo, se buscaba, entre otros objetivos, que algunas personas de la Obra pasaran un período de formación más intenso para las personas que llegaban a Roma.

“Uno no se asusta de nada”

Pronto entendió que en la Obra “uno no se asusta de nada. Dios pide, da la gracia, y las cosas salen adelante de una manera admirable”. Cuando no había más que un centro en Madrid, Jorge Manrique, Victoria escuchó decir a san Josemaría que ellas -un puñado de mujeres jóvenes- verían surgir casas de moda, escuelas para campesinas, universidades, dispensarios médicos y otras muchas iniciativas, allí donde fueran las personas del Opus Dei. Nunca dudó de que eso que afirmaba el fundador llegaría a ser una realidad; trataba de ilusionarse con el afán que san Josemaría tenía de extender el reino de Cristo en el mundo entero.

Victoria haciendo un puzzle.

Cuando llegó a Guatemala en 1958 se encontró con que sólo había una pequeña residencia en el centro de la ciudad. Sesenta y un años después, ha visto crecer el trabajo apostólico y cómo lo que oyó a san Josemaría se ha hecho realidad: la expansión educativa y formativa en Centroamérica para niñas, campesinas y profesionales, la Universidad del Istmo y tantas otras iniciativas. Le preguntamos qué piensa al ver esos frutos de evangelización y recordar los inicios en que no había prácticamente nada. Victoria comenta con sencillez: “aunque al principio todo eso no estaba… ¡ya estaba!”.

A sus cien años, confía en que aún le dará tiempo de ver “algunas cositas más” del crecimiento del Opus Dei en la región. “La Obra es un mar sin orillas”, no duda en afirmar con palabras de san Josemaría. A quienes tenemos la suerte de conocerla, Victoria nos enseña que se puede recordar y agradecer el pasado, vivir con pasión el presente y tener ilusión por cada día que Dios nos quiera regalar.