El Sábado de Témporas, 28 de marzo de 1925, se celebró en la iglesia de San Carlos la ceremonia de la ordenación sacerdotal, confiriéndole el presbiterado don Miguel de los Santos Díaz Gómara.
El ordenado siguió con los cinco sentidos las ceremonias litúrgicas: la unción de las manos, la traditio instrumentorum, las palabras de la consagración... Emocionado y confuso ante la bondad del Señor, tuvo en nada las dificultades pasadas desde el día de su llamamiento, dando gracias como un tierno enamorado.
Hizo los preparativos de su primera Misa. No cabía calificarla de solemne; iba a ser una misa rezada, el lunes de la Semana de Pasión, con ornamentos morados y ofrecida en sufragio por su padre. El recién ordenado envió recordatorios a muy pocas personas, a causa del luto. Celebrarían la fiesta en la intimidad. Unas estampas de Nuestra Señora llevaban impreso por detrás el texto del recordatorio:
«El Presbítero José María Escrivá y Albás celebrará su primera Misa en la Santa y Angélica Capilla del Pilar de Zaragoza, el 30 de Marzo de 1925, a las diez y media de la mañana, en sufragio del alma de su padre D. José Escrivá Corzán, que se durmió en el Señor el día 27 de Noviembre de 1924. A.M.D.G. Invitación y recuerdo»
No le había sido fácil conseguir que le cediesen la Santa Capilla; pero su vivo deseo era celebrar allí, en el lugar que visitaba a diario y donde clamaba su Domina, ut sit! Por lo demás, la misa fue más dolorosa de lo que el celebrante podía prever, aunque escondiera la memoria y circunstancias del acto en una frase muy simple: en la Santa capilla ante un puñado de personas, celebré sin ruido mi Primera Misa.
Su hermano Santiago, que contaba seis años, recuerda la sencillez de la ceremonia y la escasa compañía: «fue Misa rezada, a la que asistimos mi madre, mi hermana Carmen, yo y pocos más». Su prima, Sixta Cermeño, hace una relación más explícita:
«Mi marido y yo fuimos los únicos de la familia Albás que, acompañando a su madre, asistimos a aquella Primera Misa [...].
Estábamos la madre de Josemaría —la tía Lola—, su hermana, el chico —que tendría entonces seis años—, nosotros —mi marido y yo—, dos vecinas de Barbastro que se llaman las de Cortés y eran íntimas amigas de su hermana Carmen —tendrían la misma edad que ella— y alguien más que yo no conocía: me parece recordar a dos o tres sacerdotes y posiblemente estarían también algunos amigos de la Universidad o del Seminario. Es difícil decirlo porque es sabido que aquella Capilla del Pilar está siempre llena de gente».
Con las ausencias de los sacerdotes de la familia de doña Dolores, el corto número de los allí presentes daba impresión de soledad. «Sus tíos Carlos, Vicente y Mariano Albás —refiere Amparo Castillón—, no estuvieron en su primera misa, en 1925, a la que yo asistí y me di cuenta que estaba muy solo».
El Rector, don José López Sierra, añade que dos sacerdotes amigos de la familia hicieron de padrinos de altar y, movido de patetismo, describe la escena en la Santa Capilla: la madre estaba «hecha un mar de lágrimas, que a veces parecía desmayarse», mientras de rodillas, «sin pestañear siquiera, inmóviles toda la misa, contemplábamos los ademanes sagrados de aquel ángel en la tierra».
La emoción de doña Dolores, que se había levantado enferma esa mañana, se avivaba al considerar los muchos sacrificios que ella y su marido habían pasado para ver la ceremonia a la que asistía. Este pensamiento debió de cruzar por la mente de su sobrina, Sixta Cermeño, allí presente, cuando dice recordar que, «junto a la intimidad del momento, había una nota triste» y que la madre lloraba, «posiblemente porque recordaba la reciente pérdida de su marido».
El nuevo presbítero tenía la ilusión filial de que su madre fuese la primera persona que recibiera de sus manos una de las Formas por él consagradas. Se vio privado de esa alegría. Una señora se adelantó a doña Dolores para arrodillarse en el reclinatorio cuando iba a repartir la comunión, por lo que el sacerdote se vio obligado a dar de comulgar primero a esa buena mujer, para evitar un desaire. Acabada la misa hubo un besamanos, los parabienes de costumbre en la sacristía, y la despedida del pequeño grupo de asistentes. De aquella primera misa guardó Josemaría un sabor de sacrificio. Se la imaginaba como una estampa del dolor, con su madre vestida de luto.
Sobre el altar, al celebrar la Santa Misa ejerce el sacerdote su ministerio litúrgico del modo más excelso. Allí se inmola aquella misma Víctima que se ofreció en la Cruz para redimir a toda la humanidad. Josemaría, identificado personal y definitivamente con Cristo en virtud del sacramento del Orden, hizo del Sacrificio Eucarístico el centro de su vida interior. Y, así como la víspera de su primera Comunión había recibido como recordatorio la dolorosa caricia de una quemadura provocada por un descuido del peluquero, así también ahora le quedó impreso en la memoria el sacrificio de una piadosa ilusión: dar de comulgar a su madre, antes que a ninguna otra persona, en su primera misa. El Señor, claramente, le atraía más y más hacia la Cruz con estas pequeñas muestras de predilección.
En el piso de la calle Rufas estaban invitados a comer los sobrinos de doña Dolores, las dos amigas de Carmen venidas de Barbastro y alguna otra persona de confianza. El modesto agasajo combinaba la pobreza y el buen gusto. El ama de casa había preparado un excelente plato de arroz.
Cuando terminaron de comer, el sacerdote se retiró a su cuarto. Le acababan de notificar su primer nombramiento en la carrera eclesiástica. Repasó los sucesos de los últimos meses y los recientes golpes de la jornada. Razón tenía para pensar que el Señor continuaba el consabido martilleo: una en el clavo y ciento en la herradura. Desconsolado y sollozando protestaba filialmente al Señor: ¡Cómo me tratas, cómo me tratas!
Texto tomado de El Fundador del Opus Dei.
Para saber más
— Los años del seminario de san Josemaría Escrivá. Breve relato biográfico.
— Una amistad de 43 años. Artículo en el que Mons. Pedro Altabella, que conoció a san Josemaría al principio de los años 20 en Zaragoza, evoca algunos recuerdos de su amistad con el fundador del Opus Dei.
— San Josemaría, sacerdote diocesano. Mons. José María Yanguas menciona algunos de los rasgos del sacerdocio de san Josemaría que han modelado aspectos fundamentales de su vida como sacerdote diocesano.
— 18 frases de San Josemaría sobre los sacerdotes : Selección de frases de San Josemaría sobre la vida y la vocación de los sacerdotes.
— Una placa de san Josemaría en el lugar donde “vivió, se formó y se ordenó” (Zaragoza, diciembre de 2018)
— Breve vídeo sobre la ordenación sacerdotal de san Josemaría.