Abuna: así llaman los feligreses a los sacerdotes en el Líbano y en Medio Oriente en general. Una palabra árabe que significa “nuestro padre” y que manifiesta la cercanía del pastor con su pueblo… Así también es llamado Fadi Sarkis.
El abuna nació en un pueblo del Chouf libanés –una zona del país al sur de la capital–, llamado Mazmoura, muy cerca de Sidón, en el seno de una familia profundamente cristiana católica de rito maronita, uno de los ritos orientales más practicados en el Líbano.
Desde pequeño sentía como Dios guiaba su caminar. En este testimonio, cuenta cómo llegó a responder a su llamada al sacerdocio en medio de la larga guerra civil libanesa.
Un pastor entre la gente
“Desde pequeño, me fascinaba la vida de Jesús y siempre he sentido una gran devoción por el Santísimo Sacramento. A los diez años, tuve un accidente muy grave y los médicos aseguraron a mis padres que no podrían hacer nada más por mí. Todos esperaban mi fallecimiento. Estuve una semana en coma, pero al fin, con el sonido de unas campanas de una iglesia cercana, me desperté. Uno de mis tíos, dijo a mi madre: ‘¡Quién hubiera dicho que volveríamos a tener a Fadi aquí con nosotros! Seguramente, Dios quiere algo de él’. Al oír eso, empecé a preguntarme qué quería Dios de mi vida”.
“Fui al seminario siendo ya mayor de edad. Siempre he creído que mi vocación se debe a las oraciones de una monja que durante 30 años visitaba las parroquias de Sidón para pedir explícitamente por las vocaciones sacerdotales”.
“A los 22 años, se me preguntó si elegía el camino del celibato o el de ser un sacerdote casado, porque tenía que tomar la decisión antes de recibir los sacramentos” (en las iglesias orientales católicas se confiere el sacramento del Orden sagrado también a hombres casados).
“Pedí un año para pensarlo bien, y en aquel año descubrí la importancia de dedicarse plenamente al servicio parroquial, porque viví experiencias únicas durante la dura guerra civil. Hacían falta sacerdotes dedicados completamente a su ministerio. Decidí entonces volver al seminario y dedicarme exclusivamente al sacerdocio”.
Fadi Sarkis se ordenó diacono el 28 de junio de 1988 y sacerdote el 1 de octubre del mismo año. Celebró su primera misa el 2 de octubre de 1988, y después descubrió que esta fecha coincidía con el 60 aniversario de la fundación del Opus Dei.
Secuestrado y liberado
Sus primeros meses no fueron sencillos. El Líbano vivía sus últimos años de guerra y el joven sacerdote fue secuestrado cuando solo habían pasado nueve meses desde su ordenación.
“Al principio, pensé que Dios sólo quería de mí aquellos 9 meses de sacerdocio. Le daba gracias por todo lo que había vivido… esperando el momento de mi ejecución”.
¿Por qué fue secuestrado?: “Era un sacerdote joven y con mucho entusiasmo. Hacía muchas actividades con las familias y los jóvenes. Quizá no estaban acostumbrados en la región a sacerdotes así”.
Después de un tiempo, le liberaron y volvió enseguida a su trabajo sacerdotal habitual. Su padre le aconsejó que cambiase de zona, porque “el hombre sabio no se deja probar dos veces”, pero su madre le animó a seguir adelante diciéndole: “No hijo mío, vete a tu labor y que Dios te proteja. Pero no te expongas al peligro y no dejes a tu gente sola, porque te necesitan”.
Siguió su servicio a la parroquia en Sidón durante 3 años, y más tarde viajó a Francia para especializarse en Teología pastoral. Después volvió a la diócesis de Sidón y fue nombrado secretario general hasta el 2006. Ahora es párroco en el Chouf y da clases de catequesis en un colegio de la diócesis de Beirut.
Su encuentro con san Josemaría
“Conocí el Opus Dei mucho antes de que llegaran los primeros miembros al Líbano. Fue en 1986, cuando un primo mío me contó que frecuentaba sus actividades de formación en Italia. Doce años más tarde, en 1998, vinieron unos jóvenes españoles que también recibían formación cristiana gracias al Opus Dei. Se quedaron diez días con nosotros y nos ayudaron en la reconstrucción de la iglesia del pueblo”.
“Poco después, un sacerdote de la prelatura vino varias veces a visitar al obispo maronita de Sidón. Ponía siempre unas estampas de san Josemaría sobre mi mesa de trabajo, pero yo las guardaba siempre en el cajón del obispo, sin darle más importancia.
“Nueve años más tarde, cuando empecé mi labor pastoral en Beirut, recibí una llamada de aquel sacerdote. Pocos días después, vino a visitarme al colegio donde trabajaba y desde entonces charlamos con frecuencia. En uno de esos encuentros, me pidió corregir el preámbulo del libro ‘Es Cristo que pasa’, recientemente traducido al árabe. Acepté. Más adelante, me pidió la corrección del primer capítulo y también la hice. Después me dijo: ‘Francamente, necesitaría que me ayudara a corregir todo el libro’. Acepté porque el verano estaba comenzando y tenía menos trabajo”.
“Cuando miro algunas cosas de la vida de san Josemaría, siento como si estuviera viéndome a mí mismo en el espejo”
Mientras leía el libro, abuna Sarkis descubrió “una personalidad sacerdotal especial: san Josemaría Escrivá, que iluminó la Iglesia con grandes luces en lo que se refiere a la búsqueda de la santidad en la vida ordinaria”.
Abuna Sarkis explica que “muchos santos han hecho grandes cosas por la iglesia, pero lo que distinguió a san Josemaría es el hecho de que haya recordado a la gente la importancia de santificar sus vidas corrientes. Este hecho surgió en mi vida personal como un amanecer, y expresó aquello que creía yo en mi interior. Es algo indescriptible. Josemaría me confirmó en lo que ya creía y practicaba, pero se trataba de ideas que reservaba en mi interior. Cuando descubrí que un santo hablaba, y enseñaba aquella espiritualidad sencilla y fructífera, me confirmé más aún, y me propuse seguir las huellas del santo de la vida ordinaria”.
Entre aquellas convicciones confirmadas en la vida de Abuna Sarkis destaca la centralidad de la Eucaristía y la importancia del rezo del rosario, del retiro mensual, de la lectura de un libro piadoso y del orden en la vida espiritual, así como de la importancia del sacramento de la confesión… “Son cosas maravillosas, que ayudan a las almas para caminar con claridad sin perderse”. El espíritu del Opus Dei le ayudó en su vida sacerdotal. Un poco más adelante, pidió la admisión en la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz.
“Cuando miro algunas cosas de la vida de san Josemaría, siento como si estuviera viéndome a mí mismo en el espejo”. El grave accidente en su niñez; la centralidad de la Eucaristía en su vida; el trabajar con un crucifijo al lado de la mesa para mantener la presencia de Dios.
Resumiendo su encuentro con la Obra, dice: “Todo empezó con una estampa; luego con el capítulo de un libro; y luego ya me lancé a bucear en un espíritu, y aquello era maravilloso, porque encontré la indescriptible realidad del dejarse llevar por la filiación divina”. Para él, la sociedad sacerdotal de la Santa Cruz “tiene un dimensión sacerdotal pura y no tiene otro fin que el sacerdotal”.