“No somos mejores que los que están en la cárcel”. Eso le dijo a don Francesco el que fue primer capellán de la cárcel. Estas palabras aún hoy le sirven de inspiración.
Desde hace tres años, las puertas de la casa de don Francesco Pirrera, párroco de Valderice (en la provincia de Trapani, Italia), están abiertas a las personas que, al salir de la cárcel tras cumplir una condena, no tienen planes de futuro ni nadie que las acoja.
Para don Francesco, que pertenece a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, acoger en su casa a los que salen de la cárcel es algo habitual, pero todo surgió poco a poco. “Un día el jefe del área educativa de la prisión me pidió que recibiera a un chico que iba a salir. Luego se unieron otros chicos que estaban disfrutando de unos permisos. Se trataba de pasar un día con ellos: veríamos algo de la ciudad juntos, haríamos pequeñas excursiones por los alrededores, etcétera”.
Sin embargo, algo ocurrió en don Francesco cuando un día que había ido a un Centro de Repatriación, comúnmente llamado Centro de Expulsión, le sucedió lo siguiente: “Vi a un joven apoyado en una columna. No estaba haciendo nada y le pregunté qué estaba esperando. Era de Gambia y no sabía dónde iba a dormir. Decidí dejarle mi número de teléfono. Cuando llegué a la parroquia ya me había llamado”.
De la cárcel a una nueva familia en la casa de don Francesco
Detrás del nuevo “invitado” llegaron muchos otros. Algunos encuentran trabajo, otros se marchan en busca de nuevas oportunidades, “a veces con demasiada prisa porque no tienen paciencia”, observa don Francesco con un poco de pena.
La vida en la casa se convierte para los recién llegados en vida familiar: “En las comidas y cenas nos reunimos y cada uno tiene una pequeña tarea doméstica: abrir o cerrar ventanas, apagar o encender las luces, preparar la comida, etc.”.
“Paralelamente a la vida en el hogar, continúa la búsqueda, muy difícil, de un trabajo regular. Cuando me parece que tengo prisa, que quiero cambiarlo todo inmediatamente, vuelvo a recordar lo que decía san Josemaría: No me olvides que en la tierra todo lo grande ha comenzado siendo pequeño. Lo que nace grande es monstruoso y muere (Camino, 821)”.
“Cada día es un momento hermoso —concluye don Francesco— porque cada día encuentro, en los hermanos, a Cristo Jesús. No hay ningún día diferente, en el que pueda decir que hoy ha sido menos bonito. Cada vez que salgo de la cárcel y vuelvo a casa, con alegría en el corazón por haber dado una palabra de esperanza, entiendo que el Espíritu Santo ponía en mi boca esas palabras”.