Índice
- Considerando lo que es la fe ¿puedo hacer algo para aumentarla?
- ¿Qué relación tiene Jesús con el aumento de la fe?
- ¿Qué papel juega la libertad en el acto de fe?
- La Virgen, Maestra de fe
1. Considerando lo que es la fe ¿puedo hacer algo para aumentarla?
La fe de un cristiano no es la creencia en una ideología o en un cúmulo de preceptos morales. El contenido de la fe cristiana es Dios mismo y Dios es infinito. Desde este punto de vista no hay límites para crecer en la fe en cuanto a las bases que sustentan la certeza del cristiano. “La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 150)
Lo que ocurre es que los seres humanos somos limitados y nuestra capacidad para buscar a Dios, para encontrar a Dios y para amar a Dios y creer en Él se ve obstaculizada por nuestra debilidad. Por esta razón, Dios viene en ayuda de aquel que lo busca con sincero corazón y le regala la fe como un don. Vivir de fe es tener una certeza mayor que la que nos brindan nuestros razonamientos humanos. Dios es un Dios de vivos y es una trinidad de personas, por lo tanto, la fe aumentará en la medida que tengamos una relación personal y vital con cada una de las personas de la Trinidad. La oración es fundamental para crecer en la fe. La oración, como decía santa Teresa de Jesús “Es tratar de amistad estando a solas muchas veces con quien sabemos nos ama”, pero esto no es un clic que automáticamente abre un link: «La fe, por su propia naturaleza, requiere renunciar a la posesión inmediata que parece ofrecer la visión; es una invitación a abrirse a la fuente de la luz, respetando el misterio propio de un Rostro, que quiere revelarse personalmente y en el momento oportuno» (Lumen Fidei, n. 13)
Meditar con san Josemaría
La fe es virtud sobrenatural que dispone nuestra inteligencia a asentir a las verdades reveladas, a responder que sí a Cristo, que nos ha dado a conocer plenamente el designio salvador de la Trinidad Beatísima. Dios, que en otro tiempo habló a nuestros padres en diferentes ocasiones y de muchas maneras por los profetas, nos ha hablado últimamente en estos días, por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por quien crió también los siglos. El cual, siendo como el resplandor de su gloria, vivo retrato de su substancia, y sustentándolo todo con su poderosa palabra, después de habernos purificado de nuestros pecados, está sentado a la diestra de la Majestad en lo más alto de los cielos. (Amigos de Dios, 191)
«Omnia possibilia sunt credenti» —Todo es posible para el que cree. —Son palabras de Cristo. —¿Qué haces, que no le dices con los apóstoles: «adauge nobis fidem!» —¡auméntame la fe!? (Camino, 588)
Nuestra fe no es una carga, ni una limitación. ¡Qué pobre idea de la verdad cristiana manifestaría quien razonase así! Al decidirnos por Dios, no perdemos nada, lo ganamos todo. (Amigos de Dios, 38)
2. ¿Qué relación tiene Jesús con el aumento de la fe?
Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en Aquel que él ha enviado, «su Hijo amado», en quien ha puesto toda su complacencia (Mc 1,11) en palabras de Benedicto XVI “Jesús es el centro de la fe cristiana. El cristiano cree en Dios por medio de Jesucristo, que ha revelado su rostro. Él es el cumplimiento de las Escrituras y su intérprete definitivo.” (Misa de Inauguración del año de la Fe)
Jesús, el Hijo de Dios, ha venido al mundo y se ha encarnado para mostrarnos el rostro de Dios, que es amor: «El que me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14, 9). La fe cristiana irá creciendo si le dejamos actuar y si estamos dispuestos a reconocer su obrar en nuestras vidas y en la historia. Jesús está presente de manera performativa en la vida del cristiano. Su mensaje no es solo informativo, es vivificante, es palabra que se hace Vida «Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo» (Jn 5, 17). En este sentido se entiende que la convicción profunda del creyente pueda aumentar al reconocer el actuar de Dios en su propia vida. Como aquellos discípulos de Emaús, el cristiano puede reconocer a Jesús en el Pan y en la Palabra e ir creciendo en la fe, que es adherirse al mismo Cristo y, por Él, al Padre. En este camino de aumentar la fe el Espíritu Santo va haciendo su obra en el interior de los corazones. “Este encuentro entre Dios y sus hijos, gracias a Jesús, es el que da vida precisamente a nuestra religión y constituye su singular belleza” (Francisco, Admirabile signum, n. 5)
Meditar con san Josemaría
"En Cristo habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Cristo es Dios hecho hombre, hombre perfecto, hombre entero. Y, en lo humano, nos da a conocer la divinidad. Al recordar esta delicadeza humana de Cristo, que gasta su vida en servicio de los otros, hacemos mucho más que describir un posible modo de comportarse. Estamos descubriendo a Dios. Toda obra de Cristo tiene un valor trascendente: nos da a conocer el modo de ser de Dios. (Es Cristo que pasa, 109)
Todo el poder, toda la majestad, toda la hermosura, toda la armonía infinita de Dios, sus grandes e inconmensurables riquezas, ¡todo un Dios!, quedó escondido en la Humanidad de Cristo para servirnos. El Omnipotente se presenta decidido a oscurecer por un tiempo su gloria, para facilitar el encuentro redentor con sus criaturas. (Amigos de Dios, 111)
Cristo vive. Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado, ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia. (Es Cristo que pasa,102)
Se oye a veces decir que actualmente son menos frecuentes los milagros. ¿No será que son menos las almas que viven vida de fe? Dios no puede faltar a su promesa: pídeme y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los confines de la tierra. Nuestro Dios es la Verdad, el fundamento de todo lo que existe: nada se cumple sin su querer omnipotente.
Como era en un principio y ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. El Señor no cambia; no necesita moverse para ir detrás de cosas que no tenga; es todo el movimiento y toda la belleza y toda la grandeza. Hoy como antes. Pasarán los cielos como humo, se envejecerá como un vestido la tierra (...) Pero mi salvación durará por la eternidad y mi justicia durará por siempre.
Dios ha establecido en Jesucristo una nueva y eterna alianza con los hombres. Ha puesto su omnipotencia al servicio de nuestra salvación. Cuando las criaturas desconfían, cuando tiemblan por falta de fe, oímos de nuevo a Isaías que anuncia en nombre del Señor: ¿acaso se ha acortado mi brazo para salvar o no me queda ya fuerza para librar? Con solo mi amenaza, seco el mar y torno en desierto los ríos, hasta perecer sus peces por falta de agua y morir de sed sus vivientes. Yo revisto los cielos de un velo de sombra y los cubro como de saco (Amigos de Dios, 190)
3. ¿Qué papel juega la libertad en el acto de fe?
La fe que profesamos los cristianos es la certeza profunda de un Dios que ha llegado a dar la Vida para mostrarnos la realidad gratuita e infinita de su amor por nosotros. Los seres humanos podemos acoger esta acción de Dios haciendo uso de nuestra libertad.
Ante la dificultad para perdonar sin límite, los apóstoles rogaron al Señor: «Auméntanos la fe» (Lc 17, 5). Ellos querían creer con más fuerza y convicción para actuar como el Señor les pedía. Un acto de voluntad libre es necesario para que Dios derrame sin medida su amor en nuestros corazones y ese Amor refuerza la Fe, por la acción de Dios Espíritu Santo en el alma: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1Jn 4, 16). Dios quiere hijos, no quiere esclavos y es por eso que quiere contar con el querer humano y personal de cada uno para hacer crecer sus frutos. La fe de los discípulos crecerá sin duda a lo largo de sus vidas incluso algunos llegarán al martirio por el amor y la fe en su Maestro, al que no están dispuestos a negar.
Meditar con san Josemaría
Sin libertad, no podemos corresponder a la gracia; sin libertad, no podemos entregarnos libremente al Señor, con la razón más sobrenatural: porque nos da la gana. (Es Cristo que pasa, 184)
Os lo repito: no acepto otra esclavitud que la del Amor de Dios. Y esto porque, como ya os he comentado en otros momentos, la religión es la mayor rebeldía del hombre que no tolera vivir como una bestia, que no se conforma –no se aquieta– si no trata y conoce al Creador. Os quiero rebeldes, libres de toda atadura, porque os quiero –¡nos quiere Cristo!– hijos de Dios. Esclavitud o filiación divina: he aquí el dilema de nuestra vida. O hijos de Dios o esclavos de la soberbia, de la sensualidad, de ese egoísmo angustioso en el que tantas almas parecen debatirse.
El Amor de Dios marca el camino de la verdad, de la justicia, del bien. Cuando nos decidimos a contestar al Señor: mi libertad para ti, nos encontramos liberados de todas las cadenas que nos habían atado a cosas sin importancia, a preocupaciones ridículas, a ambiciones mezquinas. Y la libertad –tesoro incalculable, perla maravillosa que sería triste arrojar a las bestias– se emplea entera en aprender a hacer el bien. (Amigos de Dios, 38)
4. La Virgen, Maestra de fe
El camino de la fe se vive como un peregrinar en esta vida, con la esperanza de llegar a participar plenamente del amor de Dios al final de este camino. “Este símbolo de la peregrinación en la fe ilumina la historia interior de María, la creyente por excelencia, como ya sugirió el concilio Vaticano II: "la bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz"”. (Juan Pablo II, Audiencia General, 21-III-2001)
La Madre de Jesús, Maestra de fe, será sin duda el camino más corto para llegar a creer en su Hijo. Ella, que recorrió el camino de la fe, es para el cristiano modelo y socorro. María está siempre al lado de sus hijos para interceder y mediar en aquellas gracias que sabe que podemos necesitar, como el aumento de nuestra fe. Sin duda, esto es algo que le agradará mucho: acompañar a sus hijos en el camino que los llevará a la felicidad en este mundo y en la eternidad.
Meditar con san Josemaría
“No estás solo. –Ni tú ni yo podemos encontrarnos solos. Y menos, si vamos a Jesús por María, pues es una Madre que nunca nos abandonará”. (Forja, 249)
Se lo decimos con las mismas palabras nosotros ahora, al acabar este rato de meditación. ¡Señor, yo creo! Me he educado en tu fe, he decidido seguirte de cerca. Repetidamente, a lo largo de mi vida, he implorado tu misericordia. Y, repetidamente también, he visto como imposible que Tú pudieras hacer tantas maravillas en el corazón de tus hijos. ¡Señor, creo! ¡Pero ayúdame, para creer más y mejor!
Y dirigimos también esta plegaria a Santa María, Madre de Dios y Madre Nuestra, Maestra de fe: ¡bienaventurada tú, que has creído!, porque se cumplirán las cosas que se te han anunciado de parte del Señor. (Amigos de Dios, 204)