¿Cuándo oíste hablar de Dios por primera vez?
Nací en Italia, en una familia católica, fui bautizada y con 8 años hice mi primera comunión. A pesar de recibir una educación cristiana en el colegio de las Salesianas, no recibí el sacramento de la confirmación hasta poco antes de casarme. Tenía 19 años.
¿Cómo transmitiste la fe a tus hijos?
Un año después de casarnos, tuvimos un precioso niño al que bautizamos. Íbamos a Misa los domingos y mi marido y yo nos confesábamos de vez en cuando. También nuestro hijo recibió los sacramentos del bautismo, la confirmación y la comunión.
¿Decidisteis tener un solo hijo?
Hablo de “nuestro hijo” porque mi marido y yo habíamos decidido no tener más —cosa que ahora, con más formación cristiana, lamento amargamente—. No teníamos razones serias para no tener más niños.
En vez de fiarme de Dios, tomé la decisión equivocada: me alejé del problema
Aquello me fue alejando de la Eucaristía. Era difícil confesarse, domingo tras domingo, repitiendo siempre el mismo pecado, sabiendo que haría poco por cambiar aquella decisión. En vez de fiarme de Dios, tomé la decisión equivocada: me alejé del problema, de los sacramentos y de la Iglesia.
¿Cómo sucedió tu encuentro con el budismo?
Durante un crucero en el Mar Rojo, en un momento en que atravesaba una crisis existencial —me acercaba a los cuarenta años— conocí a dos hermanas budistas de Milán. Por la noche, después de la cena, bajo un cielo estrellado, me hablaron del budismo y escuché con atención, tanto que a mi regreso pregunté si había algún grupo para profundizar en el tema.
Cerca de mi casa había un grupo budista, así que comencé a asistir a sus reuniones todos los jueves, aprendiendo las fórmulas en japonés antiguo y recitando el mantra mañana y tarde.
¿Cómo funciona la práctica budista?
Hay cuatro encuentros por mes, que consisten en dos reuniones —llamadas Zadankai—, en los que se debate sobre un tema de la vida cotidiana visto desde la perspectiva del budismo.
El objetivo de la práctica budista es lograr la “Budeidad” —la iluminación— para uno mismo y para los demás, a través de un proceso de transformación interna que parte de ti y llega a la comunidad, reconociendo y respetando la potencial “Budeidad” presente en toda forma de vida. El estudio es la brújula que guía este camino. Estudié, me preparé y llegué a ser jefe de grupo durante 10 años.
¿Qué pasó al final de estos 10 años?
En un cierto momento, noté que me faltaba entusiasmo. Yo, que había acercado al budismo a docenas de personas, empezaba a dudar. Pensé que tal vez era porque, después de tantos años, los temas y el estudio eran siempre los mismos. ¿Por qué no hablaba con espontaneidad en las reuniones? ¿Por qué ya no las preparaba con tanta atención? Hablé con el responsable y pedí que me dieran un tiempo de reflexión.
¿Pudiste entender el porqué de tu inquietud?
Mientras tanto, mi esposo, gracias a la invitación de un querido amigo, había sido nombrado cooperador del Opus Dei. Él respetaba mucho mis convicciones religiosas, de hecho compartíamos amigos: yo le presenté a mis amigos budistas y él me presentó a los amigos que frecuentaban con él los medios de formación cristiana del Opus Dei.
Conocí a un sacerdote del Opus Dei, con quien mantenía unas conversaciones muy entretenidas. Nunca fue un problema el hecho de que yo fuera budista. Los amigos de mi marido y sus familias eran muy alegres. Era una alegría que quizá no se expresaba con palabras, sino con los gestos y especialmente con los ojos. Me alegró no ser ya la única casada en un mar de solteros y separados, sino que allí había familias unidas y felices. Pensé: “¡Pero entonces realmente existen!”.
¿Entonces decidiste acercarte a la fe cristiana?
“A ti, ¿qué te importa del Papa Francisco? ¿No eres budista?”
En la Navidad de 2014, sentí un fuerte deseo de acudir al Ángelus del Papa Francisco en la Plaza de San Pedro. Se lo dije a mi marido que, bromeando, me dijo: “Pero a ti, ¿qué te importa del Papa Francisco? ¿No eres budista?”. Obviamente, estaba feliz y, por eso, fuimos juntos a San Pedro.
Nos colocamos en medio de la plaza, junto a otros muchos peregrinos de todo el mundo. En un momento dado, el Santo Padre apareció en la ventana. Se hizo el silencio. Yo estaba hipnotizada. Cada palabra era un golpe en mi corazón. Terminado el Ángelus, el Papa recorrió la plaza para bendecir a los presentes. No olvidaré nunca ese día.
¿Qué fue lo que te convenció para volver a la fe?
Regresé a casa feliz. El budismo es una hermosa filosofía de la vida y enseña muchas cosas, sí, pero le falta lo fundamental del cristianismo: Dios. Y yo necesitaba a Dios.
Pocos días después, llamé por teléfono al sacerdote ese tan simpático y le expliqué lo sucedido: quería volver a la Iglesia católica. Él me explicó que, después de haber practicado otra religión durante tantos años, tendría que pedir la readmisión al obispo. ¡Me dio un baño de agua fría!
Afortunadamente, todo salió bien y pronto llegaron las buenas nuevas: podría regresar a la gran familia cristiana. Me preparé con una hermosa confesión y participé con emoción en la ceremonia de mi profesión de fe en la catedral de Albano, acompañada de mi esposo, el sacerdote y mis amigos.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde tu conversión?
Han pasado ya cuatro años. Al igual que mi marido, también acudo a las clases de formación cristiana que ofrece el Opus Dei. Ahora soy catequista de los niños que se preparan para la primera comunión en mi parroquia.
Cuando pienso en mi recorrido, doy gracias a todas las personas que me han acompañado: mi esposo, que siempre me ha respetado; don Francesco, el sacerdote; y tantos amigos que, según supe más tarde, rezaron por mí.
De mi pasado en el budismo he aprendido que también en la vida espiritual hay que estudiar para no quedarse en la superficie. Ahora sigo profundizando en mi fe cristiana.
Durante muchos años fui cristiana, pero no veía la luz que tenía delante de mis ojos. Ahora, con un largo recorrido, Dios me ha ayudado a ver. Por eso, quiero que mucha gente conozca mi historia para que sepan que no hay mayor alegría que buscar, encontrar y tratar a Dios.