Catequesis sobre la oración. Papa Francisco
38 intervenciones, entre mayo de 2020 y junio de 2021, en las que ha querido resaltar que “somos acogidos en el diálogo de Jesús con el Padre en la comunión del Espíritu Santo. Hemos sido queridos en Cristo Jesús, y también en la hora de la pasión, muerte y resurrección todo ha sido ofrecido por nosotros. Y entonces, con la oración y con la vida, no nos queda más que tener valentía, esperanza y con esta valentía y esperanza sentir fuerte la oración de Jesús e ir adelante: que nuestra vida sea un dar gloria a Dios conscientes de que Él reza por mí al Padre, que Jesús reza por mí”.
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Escuela de oración. Benedicto XVI
Se recogen, agrupados, los textos de las catequesis que el papa Benedicto XVI impartió durante casi un año y medio en las audiencias de los miércoles, desde mayo de 2011 a octubre de 2012. Son en total 43 alocuciones, que constituyen un ciclo completo dedicado a la oración o, mejor, a enseñar a orar.
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Prólogo del libro «Escuela de oración»
En otras ocasiones, la predicación de Benedicto XVI ha sido puesta como modelo, y comparada con la homilética, sencilla, precisa y eficaz del papa san León Magno. Homilías que han servido para ilustrar los misterios sagrados celebrados en la acción litúrgica. Homilías donde la verdad sobre Jesucristo iba de la mano con el bien de los creyentes y la belleza y sobriedad de la exposición. Homilías que no quedaban en frases abstractas o difíciles, sino que explicaban la fe de los sencillos, que hacían memoria de las maravillas de Dios en su Pueblo y llenaban el corazón de esperanza cierta y alegre.
En esta entrega sobre las catequesis de Benedicto XVI, presentamos sus enseñanzas sobre la oración. Otro subgénero de la ‘retórica’, el catequético, muy importante para la transmisión de la fe. Se puede decir que sin catequesis la Iglesia no crece, ni hacia afuera, haciendo discípulos que crean que Jesucristo es el Señor, el Hijo de Dios encarnado; ni hacia adentro, para profundizar en el conocimiento de su doctrina salvadora “de modo orgánico y sistemático”, con miras a que todos “lleguen a la plenitud de la vida cristiana” (cf. san Juan Pablo II, Catechesi Traendae, 18).
Si más arriba decíamos que el papa Benedicto ha sido modelo de predicador, y que −se puede añadir− la compresión de su magisterio quedaría mermada si faltara una adecuada atención al conjunto de sus homilías; algo similar se ha de decir de sus catequesis, donde se muestra como modelo de Pastor de almas, a las que desea atraer a Cristo. El pastor muestra el camino, busca el alimento bueno y verdadero, sana las heridas, da su vida: es pastor con el único Pastor, camino, verdad y vida (cf. Jn 14, 6); y eso encontramos en sus catequesis, un camino verdadero que se ha hecho vida.
Este ciclo quiso el papa titularlo “Escuela de oración”, y tiene como punto de referencia la parte cuarta del Catecismo de la Iglesia católica, dedicada a «La oración cristiana». Pienso que no nos encontramos simplemente ante un lema o una etiqueta, más o menos sonora o, incluso, grandilocuente en su llaneza. De las definiciones, escuetas, que encontramos en el Diccionario de la Real Academia sobre el término ‘escuela’, he escogido dos, que pueden ayudarnos a entender mejor lo que intento expresar.
La primera es “Enseñanza que se da o se adquiere”, algo que me parece de primer orden: lo que transmite una catequesis es una enseñanza, un conocimiento. Pero el conocimiento cristiano −o, mejor, el conocimiento de Cristo− no es un conocimiento puramente intelectual, es también y sobre todo un conocimiento del corazón, por connaturalidad, que tiene mucho de empático, algo que se realiza en el personal encuentro con la Verdad personal, Jesús, Señor y Maestro, pero que recibimos a través de sus instrumentos limitados. De tal modo que, para el cristiano, la formación es siempre autoformación: deseo de adquirir, incorporando a la propia vida, esa enseñanza: y así se hace camino y luz con Cristo−Camino y Luz.
La segunda es “Método, estilo o gusto peculiar de un maestro para enseñar”. De aquí resaltaría tres aspectos que no juzgo accidentales para la eficacia de una catequesis. El método, es decir, la vía de acceso al conocimiento −y al seguimiento− de la vida cristiana que propone Benedicto XVI es habitualmente la Sagrada Escritura, la palabra que nos lleva al encuentro de la Palabra que se ha hecho hombre, y luego Pan eucarístico. El estilo o gusto tiene mucho que ver con lo que acabamos de decir, y de ahí la importancia de transmitir bellamente la verdad sobre el vivir cristiano; sintomático de esta preocupación pastoral es que dedica una catequesis al tema “Arte y oración”, en la cual el arte es presentado como vía hacia Dios.
Por último, quisiera detenerme un momento sobre la palabra maestro; en algunos lugares, despreciada, en otros, relegada o casi proscrita. Sin embargo, quizá, la llamada crisis de la educación a la que el mismo papa Benedicto se refirió en distintas ocasiones tenga que ver con la falta de verdaderos maestros: maestro no es el que instruye, el que meramente transmite unas habilidades, el académico, el erudito, sino el que enseña con su vida, es decir, el que ha hecho de su enseñanza vida. Maestro es quien aprende enseñando, necesita seguir enseñando para seguir formándose: para ser buen maestro hay que volver a entrar en la escuela, hacerse discípulo y así seguir aprendiendo; −y, ¿qué aprende?, podemos preguntar: −Vida, responde: el enseñar del maestro es siempre una ganancia, la mejor, tiempo compartido, tiempo vivido.
Pienso que en estas catequesis Benedicto XVI nos ofrece la oportunidad de entrar en una escuela de vida, porque la oración no es otra cosa que vida del espíritu, aliento, alimento, gracia de Dios y combate contra nosotros mismos, don y respuesta (cf. Catecismo de la Iglesia católica, 2725). La oración es necesaria para tener vida en Cristo, como necesario es el corazón para el bullir de la sangre, y no caben excusas o componendas. En este sentido, el Catecismo de la Iglesia católica en el n. 2729, con realismo, señala: “La dificultad habitual de la oración es la distracción. (…) Salir a la caza de la distracción es caer en sus redes; basta volver a concentrarse en la oración: la distracción descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado. Esta humilde toma de conciencia debe empujar al orante a ofrecerse al Señor para ser purificado. El combate se decide cuando se elige a quién se desea servir (cf. Mt 6, 21−24)”.
La oración también es necesaria porque es la genuina respuesta de la fe, el lugar donde cada uno puede tomar consciencia de su libertad: no de esa libertad que se manifiesta en decisiones puramente triviales, ¿qué me compro, o qué voy a comer hoy?; sino de la libertad que configura nuestro ser y nos hace crecer como personas, allí donde se produce el íntimo encuentro con nuestro Creador y Redentor. De esta suerte lo describe san Josemaría, con la plasticidad del lenguaje poético: “Nos libramos de la esclavitud, con la oración: nos sabemos libres, volando en un epitalamio de alma encariñada, en un cántico de amor, que empuja a no apartarse de Dios. Un nuevo modo de pisar la tierra, un modo divino, sobrenatural, maravilloso” (Amigos de Dios, 297; de la homilía “Hacia la santidad”).
José Manuel Martín Q.