Aparecida do Norte es una pequeña ciudad construida sobre una colina, a 175 km de Sao Paulo, camino a Río de Janeiro. A su lado discurre el río Paraiba, ancho y caudaloso, que en ese lugar hace una gran curva con una ensenada en el lado derecho. La historia se remonta a 1717. Cuentan las crónicas que tres pescadores, llamados Joao, Felipe y Pedro trabajaban con sus redes en el río, sin obtener ningún resultado. Don Pedro Almeida, conde de Assumar, Gobernador de Minas Gerais y de Sao Paulo, iba a pasar por aquellas tierras, y los pescadores habían recibido la orden de llevar todo lo que cayera en sus redes para el banquete en honor del Gobernador, y para exhibir los recursos del rico valle del Paraiba. Las horas pasaban y, en las aguas del río, la red iba y venía sin atrapar ni un solo pez entre sus mallas. Al llegar al puerto de Itaguassú, rendidos y agotados, Joao lanzó de nuevo su red y, con gran sorpresa, recogió una pequeña imagen de Nuestra Señora. Los tres besaron la imagen y confiados echaron otra vez sus redes al agua. Y cuenta el cronista que a partir de ese momento, fue muy abundante la pesca.
Si Joao encontró la imagen aparecida en el fondo del río, fue Felipe quien la conservó en su casa. Estuvo allí quince años hasta que su hijo construyó una capilla en el puerto de Itaguassú, porque ya no había sitio en la casa para acoger a tantas gentes como acudían a saludar a Nuestra Señora. En 1745 fue inaugurada una nueva iglesia en lo alto del morro dos coqueiro, una colina próxima que domina todo el valle del Paraiba. Una ciudad se fue formando con el nombre de Aparecida, alrededor de la primera iglesia que se construyó, varias veces derribada y construida de mayor tamaño, a medida que el número de peregrinos aumentaba. Actualmente, la página web del santuario de Nuestra Señora de Aparecida permite visitarlo virtualmente.
Josemaría Escrivá en Aparecida
El martes 28 de mayo de 1974 san Josemaría fue en helicóptero hasta el santuario de la patrona de Brasil, Nuestra Señora de Aparecida. Bajando por la escalerilla, una señora se adelantó y le entregó un ramo de rosas blancas: “Son para la Virgen”, dijo el Padre, cogiéndolas en sus manos. Posteriormente, entró en la basílica, donde centenares de personas le esperaban para acompañarle en el rezo del rosario. El fundador del Opus Dei se arrodilló en el suelo del presbiterio y se empezó a rezar, en portugués, el Rosario.
Con la mirada fija en la pequeña imagen, san Josemaría respondía en voz baja a las oraciones. Pausadamente, al unísono, rezaba toda la iglesia en voz alta. Cuando terminó, el fundador del Opus Dei se levantó y rodeó el altar por el lado derecho, para subir hasta el camarín de Nuestra Señora Aparecida. Miró unos instantes a la Virgen y besó el escudo mientras decía en voz baja: “¡Madre!”. Las rosas se quedaron a los pies de la imagen. Al día siguiente, comentó: «¡Con qué alegría fui a la Aparecida! ¡Con qué fe rezabais todos! Yo le decía a la Madre de Dios, que es Madre vuestra y mía: Madre mía, Madre nuestra, yo rezo con toda esta fe de mis hijos. Te queremos mucho, mucho... Y me parecía escuchar, en el fondo del corazón: ¡con obras!».