La lectura espiritual

¿En qué consiste la lectura espiritual y qué objetivos tiene? ¿Cuál es su origen? ¿Por qué san Josemaría incluyó esta práctica entre las normas aconsejadas para conformar el plan de vida espiritual que solía proponer a los cristianos?

Sumario
1. Contexto histórico de la lectura espiritual
2. El lugar de la lectura espiritual en las enseñanzas de san Josemaría


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La espiritualidad cristiana entiende por lectura la práctica regular de la lección de la Sagrada Escritura y otros libros adecuados para nutrir y avivar la vida espiritual. San Josemaría incluyó esta práctica entre las normas aconsejadas para conformar el plan de vida espiritual que solía proponer y la recomendaba como un medio importante para alcanzar el trato continuo con Dios en las circunstancias de la vida ordinaria y para tener criterio a fin de orientar adecuadamente las diversas tareas.

1. Contexto histórico de la lectura espiritual

El origen de la lectura espiritual se encuentra en la lectio divina. Con esta expresión se designa una lectura meditada de la Palabra de Dios, que requiere una actitud activa en el sujeto. Éste ha de orar, meditando el texto bíblico y haciéndolo propio, comprometiendo su ser y su existir. “Aplícate, te lo ruego, a meditar cada día las palabras de tu Creador. Aprenderás a conocer el corazón de Dios en las palabras de Dios” (San Gregorio Magno, Ep. 4, 31). Los Padres de la Iglesia propusieron la lectura de la sacra pagina –o de la Biblia– a todos los cristianos. En la práctica la lectio divina se concretó fundamentalmente en los monasterios, donde ocupó un lugar principal entre los medios ascéticos (cfr. Rousse, 1974, col. 475).

Se puede afirmar que la lectura tiene como objetivos edificar, consolar y fortalecer el ánimo

Durante los siglos XIV y XV, la práctica de la lectura alcanzó mayor difusión entre el pueblo cristiano gracias a la devotio moderna, una corriente que promovía una “piedad práctica y metódica” a la que, acudiendo a una expresión antigua, llamaron devoción (cfr. Sesé, 2005, p. 179). Su ascetismo, centrado en la imitación de Cristo, y en la interioridad, hizo de la lectio “un ejercicio espiritual autónomo y específico” (Boland, 1974, col. 490).

Se puede afirmar que la lectura tiene como objetivos edificar, consolar y fortalecer el ánimo; es alimento que orienta hacia la oración, alumbra la caridad e incita a rezar (cfr. Boland, 1974, col. 497). Aúna, pues, dos dimensiones inseparables: fomenta el amor por Jesucristo (affectus), y mejora el conocimiento de la doctrina cristiana (intellectus).

2. El lugar de la lectura espiritual en las enseñanzas de san Josemaría

Al incorporar la lectura espiritual a las prácticas de piedad (cfr. AVP, II, p. 453), san Josemaría extendió este medio ascético entre cristianos de todos los ambientes y categorías sociales. Recomendaba dedicar de modo constante, a ser posible diariamente, unos minutos a esta práctica. En esa recomendación incluía la lectura de la Biblia, especialmente el Nuevo Testamento, y también otros libros de espiritualidad cristiana. Consideraba esencial que se hiciera con verdadero recogimiento, y procurando sacar provecho del texto para el propio diálogo con Dios y para la mejora de la conducta.

Según recuerda Álvaro del Portillo, su colaborador más inmediato, san Josemaría diariamente “dedicaba un tiempo a la lectura meditada del Nuevo Testamento. Con frecuencia anotaba alguna frase, nada más leerla, y la utilizaba en la predicación, en sus escritos, o en la oración mental de la tarde” (Del Portillo, 1993, p. 53). En la selección de textos, “hacía la lectura espiritual preferentemente con obras de los Padres y Doctores de la Iglesia. Era raro el día en que no se detuviese al terminar para anotar expresiones o ideas que le habían impresionado: signo no sólo de la atención con que hacía esa práctica de piedad, sino sobre todo de la importancia que le concedía” (ibidem, p. 148).

La relevancia de la lectura espiritual está en función del encuentro personal con Cristo y la identificación con Él

La relevancia de la lectura espiritual está en función de una realidad central en la vida cristiana: el encuentro personal con Cristo y la identificación con Él. A este fin, es indispensable la lectura del Nuevo Testamento, con los relatos evangélicos de la vida del Señor, los Hechos y las Cartas apostólicas. Su lectura meditada conduce a incorporar la vida de Cristo a la propia existencia y se refleja necesariamente en el comportamiento: “Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de Jesucristo” (C, 2; cfr. CECH , p. 218). Por eso tiene también una gran importancia para la actividad apostólica, como refleja un consejo que, según narra Mons. Álvaro del Portillo, san Josemaría dio a los primeros sacerdotes del Opus Dei y que tiene un valor universal: les inculcó vivamente que dedicaran tiempo “a leer y meditar atentamente la Escritura; nos recomendaba con insistencia que nos acercásemos a ella con mucha fe, porque sólo así, sólo llevando el alma al dulce encuentro con Cristo, podríamos contagiar a los demás el amor y el deseo de identificarse con Él” (Del Portillo, 1993, p. 150).

La lectura de otras obras espirituales, aunque tiene diversas dimensiones, debe guardar siempre relación con el núcleo de la vida cristiana y, por tanto, con el Evangelio, con Cristo. “Para acercarnos a Dios hemos de emprender el camino justo, que es la Humanidad Santísima de Cristo. Por eso, aconsejo siempre la lectura de libros que narran la Pasión del Señor. Esos escritos, llenos de sincera piedad, nos traen a la mente al Hijo de Dios, Hombre como nosotros y Dios verdadero, que ama y que sufre en su carne por la Redención del mundo” (AD, 299). Uno de los primeros fieles del Opus Dei, Ricardo Fernández Vallespín, refirió que en su primera entrevista con san Josemaría “cogió un libro que estaba usado por él y en la primera página puso, a modo de dedicatoria, estas tres frases: + Madrid – 29-V-1933. Que busques a Cristo. Que encuentres a Cristo. Que ames a Cristo. El libro era «La Historia de la Pasión» del Padre Luis de la Palma” (CECH, p. 553; cfr. C, 382).

La lectura constituye un alimento del diálogo con Dios y medio para alcanzar la presencia de Dios en la vida ordinaria

Con el mejor conocimiento de Cristo, la lectura constituye un alimento del diálogo con Dios y medio para alcanzar la presencia de Dios en la vida ordinaria, y para orientar debidamente esa vida. “En la lectura –me escribes– formo el depósito de combustible. –Parece un montón inerte, pero es de allí de donde muchas veces mi memoria saca espontáneamente material, que llena de vida mi oración y enciende mi hacimiento de gracias después de comulgar” (C, 117). Por eso, aconsejaba, también en circunstancias difíciles: “No dejes tu lección espiritual. –La lectura ha hecho muchos santos” (C, 116; cfr. CECH, p. 319).

San Josemaría recomendó la lectura como medio para la formación doctrinal-religiosa porque se dirige tanto al corazón como a la inteligencia. Subrayó que la búsqueda de la santidad y el apostolado en el Opus Dei han de fundamentarse en la doctrina, en la fe de la Iglesia, y para adquirir esa doctrina, se precisa tiempo y estudio. A través de este medio, el cristiano madura conocimientos y actitudes que le convierten en una persona sólida en sus convicciones y en su amor por Cristo (cfr. CECH, p. 535).

José Manuel Martín

Voz del Diccionario del «Diccionario de San Josemaría»


Bibliografía: Benedicto XVI, Exhort. Ap. Verbum Domini, 2010; Lucio Coco, L’atto del leggere. Il mondo dei libri e l’esperienza della lettura nelle parole dei Padri della Chiesa, Milano, Qiqajon, 2004; Id., La lettura spirituale. Scrittori cristiani tra Medioevo ed età moderna, Milano, Sylvestre Bonnard, 2005; Réginald Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior, I, Madrid, Rialp, 19958 ; Álvaro del Portillo, Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei, Madrid, Rialp, 1993, pp. 45-58, 136-151; Jacques Rousse - Hermann Josef Sieben - André Boland, “Lectio divina et lecture spirituelle”, en DSp, VIII, 1974, cols. 470-510; Javier Sesé, Historia de la espiritualidad, Pamplona, EUNSA, 2005.