Raquel Escudier es de San Fernando (Cádiz), está casada y es madre de dos hijos. Su vida dio un giro radical el día que un lama, un maestro espiritual del budismo, le dijo que tenía que ir a Misa todos los días...
Raquel pensó que no había comprendido su historia. Una historia que se remonta a sus años de estudiante, en los que no pasaba mucho tiempo delante de los libros y eso se veía reflejado en las notas.
Para solucionarlo, sus padres decidieron darle lo que Raquel ahora recuerda como un “bendito escarmiento” y la mandaron a un colegio interno. La adolescente recuperó las seis asignaturas que había suspendido y sus padres decidieron que un cambio de colegio le vendría bien para mantener su nivel académico.
Cuatro años de budismo
Así es como Raquel llegó al colegio Grazalema. Sin embargo, fue prevenida: “Ojo, que es del Opus Dei”. Raquel pasó el resto de su etapa escolar “esquivando todo lo que tenía que ver con el Opus Dei”.
Durante su época del colegio conoció a su futuro marido, y más tarde se casaron y tuvieron dos hijos. Raquel era feliz, pero asegura que tenía mucha “inquietud”, así que aceptó la invitación de una amiga a acudir a clases de yoga para encontrar el equilibrio y la paz.
Raquel disfrutaba del yoga y su monitor le introdujo en el budismo. Empezó también a meditar y a acudir a charlas con los lamas.
“Es una etapa de mi vida en la que fue muy feliz, tenía mucho equilibrio y todo fluía…”, recuerda Raquel de sus cuatro años en el budismo. Sin embargo, de repente, esa paz desapareció y la inquietud original se intensificó.
Yoga, misa y ningún sentimiento
Raquel comenzó a sentir que alguien le ofrecía su mano, una presencia que estaba delante de ella haciéndole una invitación. Pudo compartir su inquietud con un lama, al que además le explicó que ella, aunque no practicaba, se consideraba católica.
La respuesta del lama le sorprendió: “Tienes que ir a Misa”. Raquel intentó volver a explicarle que dónde ella encontraba la paz era en el budismo, pero el lama insistió: “Tienes que ir a Misa todos los días”.
Así es como Raquel empezó a sentarse todos los días en el último banco de la Iglesia Mayor, mientras seguía yendo a yoga y se sentía muy confundida: “El lama no me había entendido y el de la Cruz tampoco me entendía. Yo todo el rato esperaba sentir, porque el quid del budismo es sentir”.
Otra sugerencia sorprendente
En aquella época, su hija empezó la catequesis de comunión y, antes de hacer la primera confesión, los padres pasaban a confesarse también. Raquel aprovechó para compartir su inquietud con el sacerdote también: “Yo estoy aquí dentro del confesionario porque es lo que toca, pero es que yo soy budista”.
El sacerdote, muy amablemente, le invitó a compartirle su historia y, de nuevo, llegó otra sugerencia sorprendente: “¿Te has planteado que quizá Dios está detrás de todo esto?”.
Raquel siguió yendo a Misa sin entender, pero en un momento dado empezó a sentir que bajaba la guardia: “Ahí es cuando identifiqué quién es esa persona que me ofrece su mano: esa persona era... Cristo. Lo que quiere es que le siga y lo que yo estaba haciendo era resistirme”.
Gracias a la formación que su hija recibía en catequesis, Raquel empezó también a aprender más sobre la fe: “Algo que yo había esquivado tanto, de repente era mi vocación”.
Muy acompañada en todo momento por su marido, Raquel vive ahora su vocación como supernumeraria del Opus Dei y asegura que todo se ha puesto en orden.
“Lo más bonito siempre fue el pensar que Él fue el que vino a mí”, señala.