¡Que nadie se sienta solo!

María Jesús Iriarte ha tratado hacer, a lo largo de su etapa profesional, más humana la vida a los pacientes y el personal de la Clínica Universidad de Navarra. Tenía claro que la jubilación no supondría el final de esta tarea. Cuarta entrega de la serie 'Jubilados'.

Mª Jesús Iriarte Nació en Aibar, un precioso pueblo medieval de Navarra, conocido también como “el pueblo de los duendes”. Al nacer su hermano gemelo, a ella la tiraron a un barreño porque la comadrona no sabía que venían dos. Al ver que algo se movía en el fondo, se dieron cuenta de que había otro bebé y la sacaron. Pesaba 1,2 kg, por lo que la tuvieron un año “entre algodones”, pero fue creciendo sin mayor complicación. 

Cuando creció estuvo interna en un colegio de las carmelitas, posteriormente estudió secretariado y al terminar, comenzó a trabajar en la Clínica Universidad de Navarra hasta los 66 años —primero en dirección de enfermería y después en el servicio de admisión—.

Ver a Cristo en los Niños y los Enfermos

Durante sus años de actividad profesional en la Clínica Mª Jesús ha ido tejiendo innumerables lazos de amistad gracias a su trabajo. Ha tenido ocasión de conocer y acompañar a multitud de personas de los más variados ambientes en momentos vitalmente difíciles, como lo es la enfermedad. Y siguiendo las enseñanzas de san Josemaría, ha procurado ver detrás de cada uno a Cristo: “—Niño. —Enfermo. —Al escribir estas palabras, ¿no sentís la tentación de ponerlas con mayúscula? Es que, para un alma enamorada, los niños y los enfermos son Él”, (Camino, 419). Por eso a Mª Jesús el rostro de Cristo se le presenta de tantas formas.

Recuerda cómo en una ocasión le pidieron que fuera a hablar con unos gitanos que llevaban tiempo con varios tratamientos médicos a la Clínica con un considerable retraso en los pagos. Tras interesarse por ellos, les comentó esta peliaguda cuestión. Estaban muy apurados porque no disponían de ahorros para pagar el ingreso y el diagnóstico médico no era nada esperanzador. 

Mª Jesús se puso manos a la obra, y tras rellenar distintas instancias y trámites (en eso consistía entre otras cosas su trabajo), consiguió que la Seguridad Social de la provincia de dónde provenían asumiera los gastos médicos autorizando su derivación a un centro privado. Lógicamente, se quedaron muy agradecidos, no solo por la gestión, sino por el cariño y el interés con el que les había atendido. Y lo que empezó siendo una simple relación laboral, pasó a convertirse poco a poco en una relación de amistad. 

María Jesús con una familia que acogió durante un tratamiento en la Clínica Universidad de Navarra
María Jesús con una familia que acogió durante un tratamiento en la Clínica Universidad de Navarra

Los médicos ya les habían adelantado que el pronóstico era malo y el desenlace final estaba cerca. Pensó de qué manera podía seguir ayudándoles, esta vez a prepararse para el momento de la muerte. Subió a la habitación y aunque estaba llena de gente, le cogió de la mano con mucho cariño a la mujer enferma y le empezó a hablar del amor de Dios: “¿Usted quiere al Antonio? (que así se llamaba él); ¡Mucho, mucho!, contestó ella. ¡Pues así, al Señor y a la Virgen; como al Antonio, pero un poquico más!”, le animaba Mª Jesús. A las tres horas de esa conversación esta mujer fallecía serena y tranquila, rodeada de su familia y en compañía del capellán, con quién continuó hablando del amor de Dios.

“Padre, tengo un nudo en el estómago”

Como dice el refrán: Vuela el tiempo de corrida, y tras él va nuestra vida. El tiempo de Mª Jesús también voló y empezó a aproximarse a la temida edad de la jubilación. ¿Qué haría cuándo ya no tuviera que trabajar después de llevar tantos años dedicándose a ello? Con lo activa que era, ¡se le venía la casa encima! Solo de pensarlo se le hacía un nudo en el estómago. Así que, para no agobiarse, intentaba dejar aparcado este asunto, aunque sin mucho éxito. En la Clínica Universidad de Navarra era un secreto a voces que todos conocían, porque si algo se puede decir de Mª Jesús es que es transparente.

En aquellos años era más o menos frecuente ver por los pasillos de la Clínica al prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría. Por motivos de salud, tenía que acudir a revisiones médicas con cierta frecuencia y aprovechaba la ocasión para visitar a las personas de la Obra que estuvieran ingresadas. En una de esas ocasiones, Mª Jesús pudo saludarle y como era lo que tenía dentro, le salió de forma espontánea pedirle que rezara para que se le quitara el nudo del estómago. 

Don Javier se le quedó mirando con cierta cara de preocupación y le dijo que tenía que hacer algo, que fuera al médico o que lo dijera en el centro del Opus Dei a donde iba, pero que a aquello había que ponerle solución. Ella le tranquilizó diciendo que lo suyo era un mal conocido por todos: su nudo se llamaba jubilación. Le inquietaba no tener nada que hacer cuando dejara de trabajar. Don Javier en ese momento no se pudo detener más con ella, pero al día siguiente, Fernando Ocáriz, actual prelado del Opus Dei, estaba buscando en la Clínica a Mª Jesús para darle un sobre de su parte. Dentro, contenía una imagen de la Virgen desatanudos. Mª Jesús le dio las gracias y se quedó conmovida por el detalle.

Que nadie se sienta solo

Al año siguiente, don Javier volvió a la Clínica y estuvo de nuevo con ella. Esta vez venía con una propuesta que hacerle para cuando se jubilara: “Mª Jesús, ¿por qué no montas un voluntariado para que nadie se sienta solo?”. No era una idea nueva, sino algo que san Josemaría había llevado a cabo en primera persona al comienzo del Opus Dei: acompañar y visitar enfermos de los hospitales de Madrid. Y así nació: Que nadie se sienta solo, asociación en la que Mª Jesús lleva colaborando más de 10 años. 

Como ha recordado recientemente el Papa Francisco en el mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo, “el primer cuidado del que tenemos necesidad en la enfermedad es el de una cercanía llena de compasión y de ternura. Por eso, cuidar al enfermo significa, ante todo, cuidar sus relaciones, todas sus relaciones; con Dios, con los demás —familiares, amigos, personal sanitario—, con la creación y consigo mismo”. Esto es precisamente lo que Mª Jesús, junto con el resto de voluntarios, persiguen hacer desde esta asociación, que ningún paciente de la Clínica se encuentre solo.

Comenzaron este voluntariado 12 personas; ahora se han ido sumando también universitarios y jóvenes. Primero escuchan, después hablan de lo que el paciente quiera: aficiones, intereses, noticias de actualidad, etc. 

También han empezado a acompañar a las madres de los niños con cáncer y enfermedades raras que vienen de otros países y pasan largas estancias por los tratamientos, lejos de su familia y sin conocer a nadie. 

Todo el que se ofrece como voluntario es bien recibido. Eso sí, también desde la asociación se preocupan de proporcionarles la formación necesaria para desempeñar bien esta labor de acompañamiento. Médicos, psicólogos, enfermeras y capellanes les imparten distintas sesiones para enseñarles a abordar el sufrimiento y la enfermedad, o cómo presentarse y entrar en la habitación de un paciente.

María Jesús Iriarte con algunas amigas y compañeras de trabajo en la Clínica.
Con algunas amigas y compañeras de trabajo en la Clínica Universidad de Navarra

Un día una de las enfermeras de la planta en la que Mª Jesús estaba visitando enfermos, le comentó que no perdiera el tiempo y que pasara de largo, pues el paciente que había en esa habitación era una persona un tanto especial. “Yo enseguida le contesté: ¡pues esos son los que más me gustan, los especiales! Nada más entrar, la paciente me dijo que me fuera de allí. Y le pregunté si ya que estaba, no quería que le contara de qué iba el voluntariado que estaba realizando. Se le cambió la cara y me pidió que me sentara con ella. Me empezó a contar que la peor enfermedad que padecía, la que más le hacía sufrir y a la que los médicos todavía no le habían encontrado cura, era precisamente la soledad. A partir de eso, comenzamos a hablar y cada día íbamos un voluntario de la asociación a estar un rato con ella”.

Los enfermos en el centro de la atención humana y solicitud pastoral

Desde Que nadie se sienta solo, primero acompañan humanamente a los enfermos, después, tratan de ayudarles a descubrir la compañía de la Virgen y de Jesús, que nunca nos dejan. “Con la Virgen se llega a todas partes y se llega a todos”, dice Mª Jesús con rotundidad. Recuerda a un paciente que ingresó tras un accidente. Sufría una parálisis que le impedía moverse. Al principio del ingreso estaba acompañado de su pareja, pero al cabo de los días, tuvo que volver al trabajo al terminar sus días de permiso. Antes de irse, le hizo una petición: si podía ir a las 12:00 para acercarle el teléfono y que pudieran seguir rezando juntos el Ángelus, como les habían enseñado estando allí, y se vieran un rato por videollamada. 

Él sólo no podía, necesitaba que alguien le sujetara y manejara el móvil por él. Así lo empezaron a hacer. Un día iba Mª Jesús, y otro, el capellán. Pero a Mª Jesús no le convencía del todo y quería dar con la manera de que pudieran tener cierta intimidad para hablar entre ellos sin que estuviera nadie presente escuchándolos. Así que le expuso el problema a una de las personas del servicio de mantenimiento de la clínica y diseñaron un soporte para sujetar el móvil. Así, ellos subían, llamaban, y les dejaban a los dos rezar y hablar tranquilamente. El paciente les avisaba al terminar de hablar y entraban de nuevo para apagar el móvil y quedarse un rato con él.

Aprender a vivir la etapa de la jubilación de la mano del Espíritu Santo

Mª Jesús lo tiene claro, “hay que prepararse para vivir la etapa de la jubilación, que es la que está más próxima y te prepara para llegar al Cielo. Indudablemente, tienes más tiempo libre que antes, pero precisamente por eso, tienes que aprender a sacarle más partido”. Además del voluntariado, al que dedica gran parte de su tiempo, ha aprovechado para refrescar la Historia (la tenía un tanto olvidada y tanto le gustaba), conocer mejor Navarra yendo a las distintas salidas culturales que organiza el Ayuntamiento (donde ha conocido a gente estupenda), pasar más tiempo con su familia y amigos, y estar pendiente de otras personas del Opus Dei que se van haciendo mayores y van teniendo cada vez más limitaciones.

Dice que su gran aliado durante estos años ha sido el Espíritu Santo. A él acude pidiéndole ayuda a lo largo del día para acercar a Dios a las personas con las que se cruza. Un día, haciendo recados por el casco antiguo de Pamplona, ve a dos chicas de unos dieciséis años un poco perdidas. Se acerca a preguntarles si buscan algo, si necesitan ayuda. Esto es algo que aprendió en su trabajo: cuando veía a alguien perdido por los pasillos de la clínica, se acercaba a preguntar y facilitarle lo que pudiera. Sorprendidas y aliviadas de que alguien se interesase por ellas, le contestan que no saben qué autobús tienen que coger para ir a la clínica donde se practican abortos. 

Mª Jesús, sin pensárselo dos veces, les dice que si quieren les acompaña (así tenía más tiempo para pedirle al Espíritu Santo que le soplara cómo ayudarlas). Al bajar del autobus, ve un supermercado grande al lado de la clínica; Mª Jesús les pregunta si no les importa ayudarla a elegir una crema hidratante adecuada para ella. Así lo hacen, y cuando terminan de comprar, les propone ir a merendar y hablar un poco, "la clínica no se va a mover de sitio", dice.

Ya han cogido confianza y acceden al plan gustosas. Con una tostada de mermelada y nata, Mª Jesús les lanza la pregunta: “¿Saben vuestros padres que vais a ir a abortar? ¿Lo habéis hablado con ellos?”. Ante su negativa y cara de angustia, les insiste: “Pues son los que siempre van a estar ahí para ayudaros. Y aunque de primeras se enfaden y se lleven un disgusto, son los que mejor os van a aconsejar”. Continuaron hablando un buen rato, se intercambiaron los teléfonos y se despidieron. 

Por la noche Mª Jesús recibió una llamada: eran los padres de estas chicas. Querían darle las gracias por haberles hablado con claridad. Le preguntaron si podían quedar con ella cuando fueran a Pamplona a las revisiones ginecológicas (eran de un pueblo de Navarra), a lo que Mª Jesús accedió encantada. Cada vez que venían, quedaban para comer o ir a tomar algo. Más tarde nació el bebé, que con los años se ha convertido en un niño precioso y alegre que corretea por las calles sonriendo al que se cruza con él. “Tenemos que estar atentos para darnos a todos”, concluye Mª Jesús sin darse la menor importancia.