«Isidoro sirve para todo»

Mari Carmen. Canaria y de raíces andaluzas. Trabaja en el departamento de Farmacia de un hospital de Las Palmas de Gran Canaria. Conoció el Opus Dei mientras estudiaba su carrera universitaria en Sevilla. Su hermano tuvo mucho que ver. Lo que no recuerda con exactitud es cuándo empezó a tener la devoción a Isidoro Zorzano.

El tiempo pasa muy rápido cuando quedas con ella para que narre todos los favores de Isidoro. La oyes hablar y parece que Isidoro es un colega que trabaja con ella. Pero lo lleva en el bolsillo de su bata de farmacéutica, cerca de su corazón. 

No reparte estampas como si fuera un gestor comercial sino cuando se para a hablar con alguien y ese "alguien" le cuenta sus preocupaciones, sus cruces, sus dificultades... Entonces Mari Carmen echa mano a su bolsillo y entrega a Isidoro. Es llamativa la naturalidad y la fe con la que habla de él. Enlaza un favor con otro (no cuenta todos porque el vídeo sería entonces muy largo...).

Por Mari Carmen hay mucha gente agradecida a Isidoro, que le ha rezado con fervor a Dios por intercesión de este ingeniero que tanto ayudó a san Josemaría en los inicios del Opus Dei.

Siempre asociamos milagros con curaciones de enfermedades graves o de cierta gravedad, pero Mari Carmen nos demuestra que Isidoro sirve para todo: médico, porque ha sanado a amigos y a su propia hermana que logró tener una niña con 44 años; informático, porque ha puesto a funcionar ordenadores para que el servicio de farmacia funcionara y no se perjudicara la medicación de los pacientes de ese día; transportista, porque la medicación que no estaba, llegara a tiempo; casamentero...

Y es que, como hacia tantos favores, una amiga le preguntó: “¿no le has pedido un novio?”. Ella reconoce que no había “caído en eso”, pero le hizo caso a su amiga. E Isidoro fue tan espléndido que no solo le dio un novio, le dio ¡un marido! ¡Hasta le encuentra algún parecido con Isidoro!

Mari Carmen se emociona al hablar de Isidoro. Ha ido a visitarlo en Vallecas, donde está enterrado en la iglesia de San Alberto Magno, ha leído todo lo que se ha publicado sobre su vida y reza para que primero sea beatificado y luego canonizado. “Ojalá pueda verlo”. Y convencida asegura: “allí estaré”.

Cuando nos despedimos, le digo: ¿Y a mí, no me das una estampita?