Señor párroco, señor alcalde, queridos amigos y compañeros. Es un honor para mi presidir la dedicación de este oratorio a San Elías.
Conocí el Opus Dei gracias a un sacerdote. Fue en los años 90. Ese sacerdote predicaba con una intensidad extraordinaria. Sus palabras me golpearon, porque comprendí que la santidad podía ser algo ordinario, cotidiano. Pedí ser admitido en la Obra porque necesitaba rezar, llevar a Dios a mi vida, ser más amigo suyo, buscarlo. Aquello me atrajo, y vi que en el Opus Dei aprendería eso: a buscar a Dios en mi jornada. Ahora es el momento de trabajar. Debo ir a mi empresa para que salga el primer cargamento de frutas.
Soy negociante de frutas y verduras. Vendo frutas y verduras en toda Europa. Esta mañana he recibido malas noticias: los precios han subido. Ayer indiqué precios de venta demasiado bajos, en relación a los de hoy y no es buena señal. Es la primera contrariedad del día que te ofrece una ocasión para santificarse y ofrecerlo al Señor. Pongo en sus manos esta contrariedad. La Obra y la vida cristiana en general te dan la felicidad.
-Hola Jean Marie, ¿como va?
-Bien, contento de verte.
-¿Tienes pan?
-Una baguette, ¿bien hecha o no?
-Sí, sí, bien hecha.
-Así que ¿todo bien?
-Sí, todo bien.
Somos panaderos desde hace seis generaciones. Éste es mi hijo, Jean Pascal. Hace 16 o 17 años conocí al padre Michel, del Opus Dei. ¡Mucho hemos caminado desde entonces! Hace cuatro años tuve un cáncer que se difundió por diversos órganos. Mi situación era desesperada. Y, bien, yo creo que el Señor intervino y fue una ocasión para reencontrar el camino de mi vida en la enfermedad. Ha sido el Opus Dei quien me ha puesto otra vez en camino.
He entendido la importancia de visitar a los enfermos. Así que cuando me entero que una persona del pueblo ha enfermado voy a verles
Y ahora agradezco al Señor que me haya hecho pasar esa prueba, porque me ha permitido olvidarme de mí mismo, y encontrarme más al lado de mis hermanos, y volver al camino de la fe. Si no hubiera enfermado, ahora sería mucho más egoísta, o llevaría una vida más superficial... Ahora el Señor me ha hecho entender que caminar es otra cosa.
También he entendido la importancia de visitar a los enfermos. Así que cuando me entero que una persona del pueblo ha enfermado, personas que conozco, voy a verles, estoy con ellos, les escucho... Normalmente están preocupados e inquietos, como yo cuando me dijeron que tenía cáncer, y rezamos juntos, hablamos, sin causarles molestia, y el Espíritu Santo hace su trabajo, y de repente viene la luz y la alegría, y terminamos muy felices.
Es verdad que cuesta mantener esa alegría, pero luego piensas que siempre puede hacer bien
El Opus Dei me ha cambiado también el modo de ver a los demás y de amar al prójimo. Cuando entro en el bar, los amigos me dicen: "Bueno, ¡tu estás siempre contento!". Es verdad que cuesta mantener esa alegría, pero luego piensas que siempre puede hacer bien, puede servir para acercar a esas personas a Dios, porque ven que hay algo importante detrás.
La formación que recibo en el Opus Dei me habla de Dios, de hacer apostolado, y para eso hay que tener formación. Mi vida la guía mi oración con Dios. Pero es sobre todo la eucaristía mi alimento para rezar y hablar constantemente con Dios en todos los momentos del día.