El reto de vivir la pandemia en una residencia universitaria

Residentes del Centro Universitario Miravalles cuentan sus vivencias durante la pandemia, entre series de suspenso, charlas culturales y una Boa Constrictor.

El año 2020 nos trajo no solo el virus del COVID-19, sino también el virus de la “incertidumbre”; sus efectos se han sentido en diferentes ámbitos del quehacer humano y las residencias estudiantiles impulsadas por el Opus Dei, como el Centro Universitario Miravalles, en Sabanilla de Montes de Oca (Costa Rica) no son la excepción.

¿El reto inicial? Que todos estuvieran seguros, pero eso había que compatibilizarlo con medidas de seguridad -siguiendo los protocolos establecidos- que evitaran, por un equivocado manejo, el desalojo de una casa tan grande con el impacto negativo inmediato en la economía del centro. Lo que “jugó” a favor mencionó uno de los directores, fueron las ventajas que, para el estudio virtual, ofrecía la residencia. A raíz de esto, la casa se hizo “más grande”, porque además de los estudiantes que albergaba, el ancho de banda wifi creció, así como los espacios físicos disponibles para poder satisfacer las necesidades de estudio, teletrabajo y asistencia de clases virtuales. Así que se hizo una inversión pensando en esos nuevos retos, de manera que los estudiantes prefirieran esta gran burbuja, que ya era su segundo hogar, para estudiar o trabajar durante este inesperado acontecimiento mundial.

Residentes del Centro Universitario Miravalles construyendo un rancho para actividades.

El confinamiento logró que la residencia se convirtiera también en un centro de esparcimiento y deporte. Se adaptaron algunas áreas para ver series de suspenso, cine clásico y tertulias culturales virtuales que fueron posibles gracias a la virtualidad dado el calibre de los expositores o su lugar de origen.

Todo esto, ha potenciado el desarrollo de la habilidad para disfrutar en grupo y la capacidad de convivencia de cada uno de los residentes. Todos crecimos en valores y virtudes como la amistad, la camaradería, la creatividad y aprendimos a apoyarnos unos a otros. Además, paralelamente hemos llevado a cabo proyectos de muy diversa índole: desde aportar materiales y mano de obra para techar un palenque, hasta cocinar al aire libre o ensamblar un mini gimnasio con máquinas para hacer ejercicio. En este proceso han sucedido anécdotas pintorescas, como la visita, captura y entrega a la entidad estatal encargada, de una “vecina sigilosa”, una Boa Constrictor que apareció en uno de los jardines del centro. También, algunos estudiantes se han dado a la tarea de apoyar a otros en cuestiones tecnológicas propias de la virtualidad y necesarias para el trabajo y la formación.

Un buen grupo de residentes opinó que “lo mejor del confinamiento ha sido vivirlo en Miravalles”.

Aunque todo hay que decirlo: hemos pasado momentos difíciles; pero tantas oportunidades positivas, los espacios de convivencia y acudir a medios de formación espiritual -un gran complemento a los estudios universitarios que ofrece Miravalles- y crecimiento en amistad; gracias a las oportunidades que facilita todo lo anterior junto con la virtualidad y el confinamiento, nos ha permitido crecer y pensar más en las necesidades de los demás.