El Camino de Santiago, camino de la vida

Este verano he hecho el Camino de Santiago por vigesimoquinta vez. Peregrinar hasta la tumba del Apóstol en etapas de hasta 40 km a pie es duro. Pero a mí me gusta, porque el camino es como la vida: a veces cuesta, pero te encuentras hablando con Dios sin querer.

Desde hace siglos, miles de peregrinos de todo el mundo acuden a España para recorrer el Camino de Santiago: cientos de kilómetros que finalizan en la tumba del Apóstol, situada en Galicia, al noroeste del país.

Todo empezó cuando en enero de 1993, recién llegada a Galicia después de terminar la carrera, hice algunos tramos. Me gustó mucho y me fui, meses más tarde, con unas amigas hasta Pedrafita do Cebreiro para comenzarlo desde allí. Fuimos a la aventura sin experiencia y muy mal equipadas pero con muchísima ilusión. 

Fue un Camino verdaderamente duro porque caminábamos todo el día y en varias ocasiones hasta 40 km. cada jornada. Lógicamente llegamos algo lesionadas. A pesar de esto -o quizás por esto-, es uno de los que recuerdo con más cariño.

Y ¿qué fue lo que me cautivó del Camino? Es como una metáfora del camino de la vida. Ves reflejados en esos pocos días situaciones, etapas, circunstancias que se dan en la vida diaria. Pero en el Camino tienes otro punto de vista porque vas tan solo con una pequeña mochila y has dejado atrás toda la “agitación”. Te encuentras hablando con Dios sin querer, en el contacto con la naturaleza, el arte, las gentes sencillas de los pueblos y el compañerismo que te ofrecen otros peregrinos tan distintos y tan iguales a ti. Y durante esos largos espacios de soledad y silencio vas confrontando con Él tantas cosas...

El Camino te enseña lecciones de una manera gráfica. Son lecciones muy sabidas, por muy oídas, pero no "experimentadas". Yo, cada vez he vuelto con nuevas enseñanzas. Luego está la lucha por ponerlas por obra en la vida de cada día….

Consulta con diagnóstico y receta incluida

Siempre en cada Camino, algo de lo que busco llenarme es aquello que dice San Josemaría: "Darse a los demás es de tal eficacia que Dios lo premia con una humildad llena de alegría". Un ejemplo simpático es cómo procuras no quejarte al bajar las cuestas con un agudo dolor de rodilla por un derrame, para no hacer más pesado el Camino al otro que también ve las estrellas, pero en las cuestas arriba porque el derrame lo tiene en el tobillo, como le pasó a Mónica. 

Y también valoras cómo otras personas también se preocupan de nosotras. Recuerdo a un ciclista canario, médico, que venía “lanzado” cuesta abajo, y al darse cuenta de que Eva cojeaba, frenó y sobre la marcha le hizo una consulta con diagnóstico y receta incluida. O cuando llegamos a un albergue de una aldea donde no había lugar para comprar la comida -ahora ya no ocurre tanto- y la alberguera nos trajo unos bocadillos  buenísimos de tortilla hecha con huevos de sus gallinas, que de ninguna manera nos quiso cobrar. Cosas así te enseñan el lenguaje del Camino, que es el de la vida cristiana. 

En la Misa del Peregrino, al llegar, suelen explicarnos que el Camino no ha terminado, que el Camino de verdad comienza ahora. Es como cuando vuelves de hacer un curso de retiro. Se te nota en la ilusión y las ganas de luchar para poner en práctica los buenos propósitos. Vas luchando, recibiendo los sacramentos, haciendo oración,...pero se te van desfigurando un poco algunas de esas vivencias tan intensas. Entonces es cuando yo me planteo volver a hacer el Camino. Además vivo en una "tentación" constante, porque vivo en Santiago de Compostela y veo durante todo el año muchísimos peregrinos por las calles.

Otro detalle muy bueno del Camino es lo que aprendes cargando con tu propia mochila. La primera vez llevas muchos "por si acasos". La segunda ya no, porque compruebas qué pocas cosas necesitas realmente para vivir y ser feliz. También porque descubres que lo que de verdad te aporta son las personas, no las cosas. Aquello de Juan Pablo II de que la felicidad está en “ser” y no en “tener”... El Camino iguala a todos.

Foto de Javier Falces

También he descubierto en personas que en un primer momento no me atraían, unas bellísimas almas. Aprendí a no juzgar por las apariencias.

La fragua de la amistad

Algo vivido por todos los peregrinos es la fragua de sólidas amistades en esos días, porque es mucho lo que se comparte. Un mismo ideal, un mismo camino, unas mismas ampollas o dolores varios, la misma comida, un mismo apoyo mutuo y muchas, muchas veces la misma fe y vibración apostólica. En el Camino se aprende a ser una buena amiga. Te abres de una manera más sencilla y confiada a los amigos y ellos contigo. Me gusta especialmente porque esto es lo propio del espíritu del Opus Dei, el apostolado de amistad y confidencia. En el Camino estás en confidencia con una persona a la que acabas de conocer hace 5 minutos. Con una de mis mejores amigas –Pacita, alberguera- ocurrió así, literalmente.

Bueno, los albergueros merecen capítulo aparte porque son una gente especial. Me impactó tanto su hospitalidad que en 1996 presenté una ponencia con este tema en el Congreso Internacional "Incontro Romano". Después, en 1998, presenté otro póster sobre el papel y la realización del genio femenino desde su trabajo de “albergueras”, ya que la inmensa mayoría son mujeres.

Limpito como un chaval

Volviendo a la amistad, nunca he empezado el Camino sola, porque me gusta compartir con mis amigas esos buenos momentos y que tengan la oportunidad de vivir esa cercanía con Dios. Me parece que es uno de los mejores regalos que les puedo ofrecer. No es que todas tengan fe o practiquen, pero he comprobado muchas veces cómo algunos empiezan como caminantes, buscadores de aventuras o turistas y llegan a Santiago como peregrinas viviendo todo lo necesario para ganar el Jubileo: confesión, comunión, rezar por el Papa, rezar en la Catedral y rechazar el pecado, aunque sea venial. 

Esto es algo que ocurre a diario. Recuerdo a una estudiante alemana que, después de la Misa del Peregrino me confesó: "He hecho el Camino porque sabía que tenía que hacerlo, lo necesitaba. Pero no sabía el por qué ni el para qué y durante la Santa Misa, de repente, he entendido que he venido para convertirme al catolicismo. ¡Quiero confesarme!". Me lo decía con lágrimas de alegría en los ojos. En otra ocasión cuando le expliqué a un vitoriano que el Jubileo es una indulgencia plenaria, en qué consistía y cómo se lucraba, me dijo: "Yo, mañana, en Misa de 12, limpito como un chaval; ¡aunque mate antes al cura del susto!".

Durante esos días cada mañana, ya caminando, cuando ha amanecido y hay más luz, hago un rato de oración ayudándome de "Camino" de San Josemaría. Si alguien más quiere acompañarme vamos leyendo puntos en voz alta con ratos de silencio. Es realmente bonito y ayuda mucho. Después hacemos varios parones cortitos para "redesayunar". A las 12, el Ángelus, y, si pasamos por una iglesia abierta, hacemos una Visita al Santísimo. También rezo el Rosario caminando. En este último Camino me dio alegría ver cómo dos chicos jóvenes austriacos iban rezando también el Rosario. Ellos nos pasaron rápidamente pues iban a más velocidad. 

Así, al mediodía ya estamos en el final de la etapa. Toca ahora reponer fuerzas en el albergue, disfrutar del pueblo, sus gentes, los otros peregrinos... Es un ambiente estupendo. Al final de la tarde asisto a Misa, preparándome antes con un rato de oración ante el Sagrario. Allí nos encontramos cada día muchos de los peregrinos que compartimos etapa. Después sólo queda cenar e irse pronto a la cama porque al día siguiente hay que madrugar.

Conchita Bernárdez Iglesias